martes, 29 de diciembre de 2020

Shemekia Copeland, "Under my thumb" (The Rolling Stones)

El cambio ha llegado/ lo tengo bajo mi pulgar

No soy un gran especialista en blues, pero tuve mis maestros. Gracias a ellos fue que uno de mis discos de cabecera siempre fue --lo tuve en vinilo y aún hoy atesoro el compact, de la época en que el sello Alligator se distribuyó en Argentina, gracias DBN por todo lo que nos diste-- el extraordinario Showdown!, que sonó desde el primer día en Piso 93, y donde tengo que confesar que conocí a Johnny Copeland, cruzando su guitarra nada menos que con Albert Collins y Robert Cray. La que abre el flamante último Música Cretina del año cantando esos versos con los que arranca este post, tan apropiados para un martes verde como el de hoy, es su hija, Shemekia Copeland, que nació en el Bronx neoyorquino desde donde el legendario guitarrista texano se instaló hacia el final de su carrera. Leo por ahí que Shemekia asegura que su padre supo que iba a ser cantante de blues desde el mismísimo momento que se asomó al mundo desde el vientre de su madre, desde mucho antes que ella supiese que ese iba a ser su destino. Apenas pudo, Johnny se la llevó de gira, y la hacía tocar algunos temas --con el tiempo incluso un set entero-- antes de sus shows. Shemekia dice que siempre pensó que ella estaba haciendo de soporte de su padre, pero con el tiempo entendió que era su padre el que estaba haciéndole el aguante a ella. A los 41 años, y con una decena de discos de estudio bajo el brazo, uno de los álbums que permitieron aguantar un año al que por suerte le quedan pocas horas fue su Uncivil war, que incluye esta hermosa, delicada y bien cretina versión de Under my thumb, un tema que resume perfectamente tanto la irresistible atracción musical de los Rolling Stones como su innegable misoginia. “Es tan simple como esto: si no te gustan los Stones, no te gusta el rock’n’roll”, escribieron Simon Reynolds y Joy Press en su libro The sex revolts. “Son la quintaesencia del rock, y también uno de sus grupos más misóginos”. De hecho, por definir tan bien lo que atrae y también lo que condena al rock, es que es que la canción titula un reciente volumen de ensayos apropiadamente subtitulado como Canciones que odian a las mujeres, y las mujeres que las aman, en el que un grupo de escritoras intentan explicar semejantes contradicciones. Shemekia las resume cada vez que le preguntan por su versión, señalando que ama a los Stones, que ha vivido escuchando esa canción, y que al mismo tiempo nunca le gustó. Porque no le gusta que ningún varón hable de esa manera de una mujer, cuenta, y entonces fue que se decidió a hacer lo que Aretha hizo con Respect, que originalmente era de Otis Redding. También se ríe de los que señalan que al hacer ese tema se está refiriendo al lugar de las mujeres negras en los Estados Unidos, bromeando de que la están haciendo pasar por más inteligente de lo que es. Cuando la cantó a su manera, asegura, fue la primera vez que después de escucharla no se quedó negando con la cabeza. Si la izquierda pedía que la tortilla se vuelva, Shemeka lo logra con su versión, pero principalmente porque si quedamos asintiendo después de escucharla no es por el discurso, sino por la versión, la música, el groove. Su onda, o sea. “Amo las canciones que dan vuelta las cosas”, asegura la Copeland, que también aclara que jamás diría que su versión es mejor que la de los Stones, porque nadie puede atreverse a decir eso. Simplemente es lo que es. ¡Y bien que lo sea! Porque que el cambio ha llegado nadie lo puede dudar. Lo mismo se puede decir del fin de año, de este martes verde, sin el “muy” delante porque “muy verde” siempre ha significado que algo no está listo, y es de esperar que no sea el caso. Con verde alcanza y sobra, gracias. Pero que sea verde nomás.  


lunes, 21 de diciembre de 2020

Música Cretina 2020 #5

ESTO NO ES UN PROGRAMA

 

8-12-2020

 

Lado A

 

“Tuve paciencia cuando no tenía nada/ y ahora lo tengo y no lo quiero largar”

 

1.- Ayalew Mesfin, Che belew

2.- Nora Jean Wallace, Martell

3.- Nico Landa, El Mondongo

4.- Andrew Bird, Andalucia (John Cale)

5.- George Israel c/Tico Santa Cruz, Burguesía (Cazuza)

6.- Travis, Waving at the window

7.- Sol Bassa, Morir por vos (no puedo)

 

Lado B

 

“Vas a conseguir un mejor trabajo/ y vas a encontrar alguien que te quiera”

 

8.- Resistance Revival Chorus c/Valerie June, Reason I sing

9.- El Grupo D’Abelardo, Otro perro con ese hueso

10.- Grateful Dead, Friend of the devil

11.- Bonnie Whitmore, Fuck with sad girls 

12.- Gabo Ferro, Felicidad vitamina

13.- Midnight Oil c/Frank Yamma, Desert man desert woman

14.- Julen y La Gente Sola, Funeraria

 

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jueves, 17 de diciembre de 2020

Nico Landa, "El Mondongo"

Tengo un amigo jamaiquino o cubano/ no estoy seguro porque no quiere hablar

Se los presento, aunque quisiera que no necesitase presentación: el tipo de la foto se llama Nico Landa y es el autor del que tal vez sea mi disco de la pandemia, o al menos eso parece querer decirme Spotify cuando me muestra la lista de lo que más escuché durante este año en esa plataforma, y me doy cuenta que incluye casi todos los temas del hermosísimo y contagioso Hasta la alegría siempre, apenas su tercer disco solista en una larga carrera que incluye su participación en Los Auténticos Decadentes, la formación de Los Animalitos, y canciones grabadas con Andrés Calamaro, David Byrne y siguen las firmas. Descubro por ahí que el nombre de este trabajo íntegramente realizado en pleno confinamiento es en realidad un grito de guerra que viene de hace mucho tiempo atrás, al punto que bautizó una canción de Los Animalitos y fue el título de una hermosa nota que en su momento le hizo Santiago Rial Ungaro en Radar, pero celebro que lo haya rescatado para dar la cara ante este 2020 porque resume el espíritu necesario para atravesar todo esto que aún estamos atravesando. “Nos reímos mucho cuando Macri se puso a hablar de la revolución de la alegría”, le decía Landa a Santi en aquella nota. “Y me chupa un huevo eso, para nosotros es un grito de guerra: lo de la alegría es algo genuino, que nos permitió enfrentar cada situación que nos tocó a vivir. Nosotros vamos a ensayar como si fuera el último día del mundo”. No puedo evitar pensar en la canción de Travis que suena en el Música Cretina que comparte con Landa, y nos recuerda que esto no es un ensayo, que esta es la toma final. La única, bah. Y lo mismo sucede cuando escucho todos y cada uno de los temas del disco de Nico, pero de una manera, cómo decirlo, casi en reversa. O sea, no me hace tomar conciencia de que esto es lo único que hay recordándomelo, sino que haciéndome olvidarlo. Porque se acaba todo cuando suenan las canciones de Hasta la alegría siempre, de pronto estoy en puro presente, disfrutando de cada verso, y no pienso en nada mas, el cerebro –ese insecto que toleramos porque nos habla, como decía Luis Alberto—deja justamente de hablarme. Y de pronto me entero que puedo cantar todos los temas, que paladeo cada verso. Como el que abre estas líneas, que debe ser lo más pavo que hay, pero siempre me hace reír. Cuenta Landa que el disco nació cuando en plena pandemia le empezó a mandar a su productor Frano Aguilar los temas en guitarra, grabados con el celular. “Y todo terminó en un álbum que parece re producido, pero esta hecho en su comedor, donde tiene su estudio”. Lo cierto es que para este no-programa casi todos los temas de Hasta la alegría siempre venían peleando por un lugar. Tuve paciencia cuando no tenía nada/ y ahora lo tengo y no lo quiero largar, canta Landa en El Mondongo y no hay mucho más que decir. Bah, si, hay más, una frase memorable tras otra – Todo lo que tenés son dos alas en los pies/ y un pekinés que se crió en el conurbano, y puedo seguir--, pero más que nada lo que tiene es presente y más presente, la única estrategia posible para enfrentar estos días que siempre son los últimos. Una idea que habría que recordar más allá de la emergencia, porque cuando se vaya la marea del fin del mundo, no es que vamos a poder empezar a ensayar y ensayar. Acá estamos, esto es lo único que hay… y hasta la alegría, siempre.   

(La imagen que ilustra estas líneas es de Cecilia Salas, fotógrafa desde hace mucho tiempo del Suple No de Página/12, que en este caso tomé prestada del más que recomendable site musical Silencio)


miércoles, 16 de diciembre de 2020

Bonnie Whitmore, "Fuck with sad girls"

Nadie quiere ver las grietas/ que el maquillaje no puede ocultar

Se las presento: la señorita de la foto se llama Bonnie Whitmore, y es la autora de uno de los discos más poderosos e interesantes del año, el muy apropiadamente titulado Last will & testament, o sea Última voluntad y testamento. Leo por ahí que la Whitmore durante las últimas dos décadas fue bajista e hizo coros con la flor y nata de Nashville, desde John Moreland hasta Jimmy Dale Gilmore, y que también toca una vez por semana en la Continental Club Gallery de Austin, donde vive. Que es parte de una familia de músicos, que a mamá le gusta cantar ópera y le enseñó desde muy pequeña a su hija que el feminismo no era una mala palabra –siendo nativa de Texas, no es un detalle menor–, y que papá es piloto de avión y le enseñó a su hija a hacer lo mismo que papá, por lo que desde entonces, sépanlo, Bonnie mantiene al día su licencia para volar. También ha dicho la protagonista de este post que aún antes de tener alguna idea de cómo iba a ser el 2020 sabía que su disco tenía que llamarse así. Ahora, agrega, sabe por qué. Lo que yo no sabía era por qué, aunque este último disco –el cuarto de su carrera– me había gustado tanto, terminé haciéndole un lugar en el nuevo Música Cretina al tema que bautizó su disco anterior, cuatro años atrás. Bueno, claramente se trata de un título irresistible: Fuck With Sad Girls, es decir Coger con chicas tristes. Pero lo que revela la buena de Bonnie es justamente que nadie realmente quiere coger con las chicas tristes. Esas que siempre miran el mundo desde las esquinas de sus ojos, sentadas como un pájaro a punto de echarse a volar. O por lo menos así es como las canta la Whitmore, que supongo que algo debe saber de esto, al punto de bautizar a su banda como los Sad Girls, un guiño ciertamente irresistible. No sabía por qué, habiéndome gustado tanto el nuevo disco, me quedé con un tema del anterior hasta que leí --en las mismas notas donde me enteré de todo que reproduje aquí arriba-- que Last will & testament es como Fuck with sad girls parte dos. Entonces sí, todo me quedo claro. Qué mejor que ir al comienzo de todo, conocer a la chica triste más triste de todas y acompañarla entonces durante todo el viaje. Seamos orgullosamente quienes miran esas grietas que el maquillaje no puede tapar. Más que eso: celebrémoslas como corresponde, y en defensa propia. Porque después de un año como éste, todxs somos esas chicas tristes, y todxs tenemos lista nuestra última voluntad y testamento. Y estamos –si tenemos suerte-- mirándolo todo, a punto de echarnos a volar. 


martes, 15 de diciembre de 2020

Travis, "Waving at the window"

Esto no es un ensayo/ esta es la toma

Acá vamos de vuelta, perdonen que insista con esto, pero para mí casi ni hemos hablado del nuevo Música Cretina y tal vez ustedes ya estén hartos. En este martes nublado de diciembre permítanme que les confiese que no sabía que necesitaba un tema más de Travis. ¿Quiénes? Si, si, pueden preguntar, yo ni sabría quiénes son si no fuese porque viví a pleno los noventa como periodista de rock, y la banda de Fran Healy supo ser, por diez minutos al menos, la más famosa de Gran Bretaña. Así es como describe su grupo el propio Healy en un artículo que leí por ahí, y hay que conceder que tiene su gracia. El artículo también menciona que se podría decir que por culpa de ese éxito de depresión de fin de siglo –y fin de britpop, por qué no—es que existe Coldplay, y eso sí que no es ningún chiste. De hecho, si no me he olvidado de Travis es porque guardo un tema de ellos muy cercano a mi corazón, un tema de una melancolía profunda y sincera que jamás imaginé que fuesen capaces de entregar (bueno, Yellow de Coldplay es algo parecido, pero no hacía falta todo lo demás). El tema se llama The Humpty Dumpty love song y está casi escondido al final del tercer disco del grupo, cuando la ola de su fama adquirida en su disco anterior, The man who, aún no se había retirado. Todos los caballos del rey y todos sus hombres/ no pudieron reunir todos los pedazos de mi corazón, canta Healy en ese tema, y tal vez Travis podría haber desaparecido después –el disco se llama The invisible band, después de todo—y nadie se hubiese lamentado por eso. Pero los grupos de rock tienen esa última risa asegurada: si atraviesan juntos el desierto que los espera después de la fama súbita, se calzan la corona de clásicos y ya no hay quien los pare. Desconozco realmente qué fue lo que hicieron los Travis en las últimas dos décadas, pero cuando apareció su nuevo disco debo haberlo escuchado por morbo, por el recuerdo de aquel tema, por el tiempo libre que regalaba la pandemia, porque las redes hacen que todo sea fácil, porque apareció y sólo requería un click y ya. Pero apenas lo hice, y sonó de apertura el verso con el que abren estas líneas, me di cuenta que tenía que armar un Musica Cretina, y que Waving at the window tenía que estar ahí. Y que tenía que disculparme por todos esos pensamientos de superado, y reconocer que, además de convertirse en clásicos como premio por mantenerse juntos, los grupos de rock que insisten en el ámbito de su pericia, tal vez terminen adquiriendo una cierta sabiduría y puedan decirnos justo lo que necesitamos escuchar. No quiero decir adiós/ no quiero decir hola/ no quiero verte saludar en la ventana, canta Healy, y su voz, junto con ese piano cuyas escalas construyen lo vendría a ser el riff del tema se han quedado desde entonces con mi corazón. Y desde entonces me descubro, cuando menos me lo espero, cantando el tema, silbando la melodía, o pensando en que hay algo que me falta y no se qué es, y de pronto descubro que se trata justamente de esta canción. Y le agradezco a Travis que hayan seguido juntos, que hayan sacado un disco en medio de la pandemia, un disco con un tema que hace lo que todos los caballos del rey y todos sus hombres llevaban dos décadas sin poder lograr. Porque después de la crónica de la destrucción que habita su Humpty Dumpty love song, este Waving at the window logra reunir aquellos pedazos, al menos por un rato. Algo que sólo pueden hacer las canciones. Romper y arreglar en el mismo movimiento. Mientras nos recuerdan eso que sólo pueden cantar los que ya no pueden escudarse en la arrogancia de la juventud. Que esto no es ningún ensayo, sino que es lo que hay.     


sábado, 12 de diciembre de 2020

Nora Jean Wallace, "Martell"

Tengo que salir de acá/ conseguir un trago en algún lado

Se acerca fin de año y hay un nuevo Música Cretina para ir descubriendo. Apenas comienza el lado A se escucha el verso con el que comienzan estas líneas, apropiadísimo para los días que corren, y quien lo canta es la señora de la foto de tapa, que eligió este 2020 para efectivizar su regreso, y… ¡qué regreso por favor! Durante el siglo pasado uno de mis oficios terrestres supo ser el de reseñar shows en vivo --es (o era) el puesto más bajo dentro del escalafón de una sección musical, porque significa que no tenés fin de semana… y ni sueñes con entradas para los mejores recitales, son las que se quedan los jefes--, y el destino me condujo hacia Obras para ver a una leyenda del blues llamada Koko Taylor. Por aquellos tiempos –qué tiempos aquellos-- muchas leyendas del blues vinieron a juntar plata para su retiro en una Argentina con el dólar uno a uno, y súbitamente llena de fanáticos del blues dispuestos a llenar el ámbito que sea para saldar la deuda de poder verlos alguna vez. Koko ya estaba viejita, y ciertamente no recuerdo que esa noche tuviese mucho para demostrar ante un espectador, como yo, que no supiese mucho de su historia y sus logros. Pero lo que me predispuso contra ella fueron aquellos fans del blues, que se dedicaron toda la noche a insultar al artista que la abría, nada menos que un tal Robert Cray, que la rompió, la dejó chiquita, pero no importa, les resultaba demasiado moderno. Lo mismo hicieron Huracán ante Los Lobos --¡si! ¡Los Lobos tocaron alguna vez en Buenos Aires!--, toreados por un César Rojas que les dedicó una y otra vez en la cara sus mejores solos. Lo cierto es que desde aquella noche en Obras que no tengo el mejor recuerdo de la buena de Koko, y entonces es que hoy agradezco a Nora Jean que con su deslumbrante primer disco en trece años, y primero con el apellido Wallace –antes utilizaba el de Bruso--, me haya hecho repasar la obra de la Taylor, ya que una de las declaraciones que se repiten una y otra vez en las notas que la presentan es que la de la leyenda, diciendo que la recién llegada le recuerda a cómo era ella de joven. Por supuesto que es un aval que debe tener sus años, y no se refiere a este Blueswoman, un título simple y que es como una declaración de principios, que –cerrando el círculo-- viene de un tema dedicado a Koko Taylor. Leo por ahí que el silencio de Nora Jean durante todos estos años obedece a que se retiró de la escena blusera para dedicarse a cuidar a su madre, que siempre la apoyó mientras estuvo persiguiendo un destino musical, y estaba viejita y necesitada de cuidados. También me entero que es la séptima hija de una familia de bluseros, que cosechó algodón codo a codo con sus hermanos, y que de noche se colaba en el local que regenteaba su abuela a escuchar cantar blues a todos sus familiares. La escena es tan perfecta que es posible que no sea real, pero qué importa, qué interesa. Ciertamente que su nuevo disco está a la altura de esa leyenda, especialmente el tema que suena casi al comienzo de este nuevo no-programa, del que –insisto—aún casi no hemos hablado por acá. A veces pienso que me estoy volviendo loca/ Esa botella de Martell no deja de decir mi nombre, canta Nora Jean en el tema que inaugura Blueswoman, haciéndome recordar a Pappo y sus sánguches de miga. Lo que viene hacia ella es una botella de cognac, porque –sigue la letra—no quiero cerveza/ no quiero vino/ vos sabés lo que quiero/ quiero beber algo de Martell. Y a esta altura, que quede claro, lo que yo quiero es que suene música de acá hasta que termine este año, para sacarle el jugo, para terminar de echarlo. Y si es Cretina, mucho mejor. 


viernes, 11 de diciembre de 2020

Ayalew Mesfin, "Che belew"

Se los presento: el tipo de la foto se llama Ayalew Mesfin, es uno de los grandes ídolos musicales de Etiopía, y uno de sus temas inaugura gloriosamente el flamante Música Cretina estrenado esta semana y del que aún casi no hemos hablado por acá. Si se lo ve contento en esta foto más o menos contemporánea --con fondo verde, como no podía ser de otra manera en honor a la euforia de estos días--, es porque en el regurgitar permanente que el nuevo siglo hace de la música del siglo anterior finalmente le ha tocado su turno, y su trabajo acaba de ser reeditado por primera vez como corresponde. Aquella docena de simples con los que le puso su sello al etio-funk de Addis-Abebba durante la segunda mitad de la década del setenta hoy completan una lujosa caja de cinco vinilos anunciada como su obra completa. Junto con su Black Lion Band, Mesfin desplegó lo mejor de su obra justo luego del golpe de 1974 que puso al mando de un país milenario, orgulloso de nunca haber sido conquistado, una junta militar comunista que gobernó con mano de hierro hasta la segunda mitad de la década siguiente. Fueron dos años, entre 1975 y 1977, en que la banda de los Leones Negros sacaron un simple tras otro, cuyas letras parecían referirse al amor pero en realidad hablaban de política, ¿les suena? Canción de un felino en el país. Pero finalmente Mesfin quiso dejarlo todo dicho, y preparó un cassette con temas cuyas letras no escondían nada, su propio “rompan todo”, que planeaba repartir gratuitamente para luego dejar el país. No pudo ser: lo delataron, terminó preso y torturado, y tres meses más tarde, cuando recuperó su libertad, su música fue prohibida durante el resto de lo que duró el régimen. Vigilado de cerca por sus captores, Mesfin nunca dejó Etiopía, a diferencia de muchos de sus colegas. Cuando finalmente pudo volver a cantar en público, en los años 90, descubrió que sus fans no lo habían olvidado, y realizó un par de giras antes de mudarse, ahora sí, a los Estados Unidos. Allí descubrió que es verdad lo que decían otros exiliados, que la música moría fuera de su tierra, como un pez fuera del agua. Habia que ganarse el mango, y era difícil reclutar a sus músicos, después de todo. Durante todo ese tiempo, apenas un puñado de temas de Mesfin fueron rescatados por las legendarias e indispensables antologías francesas Ethiopiques, pero un par de años atrás finalmente su música se ganó una compilación propia. Y ahora le llega el turno a esta antología de cinco discos, uno de los cuales lleva el nombre que me hechizó al punto de elegir al tema que lo bautiza para iniciar este nuevo no-programa, que confío que no sea el último del año, que aún quede uno más antes de despedir a un 2020 que nunca llegó, un año terminado en cero que por primera vez ninguna década, ni la que se va ni la que viene, querrán reclamar como propio. Pero volviendo a este Música Cretina, y al buen Ayalew Mesfin, ¿cómo resistirse a un tema titulado Che Belew? Según leo por ahí, en etíope quiere decir “marchar hacia adelante”, pero para mí es simplemente eso: “¡Che Belew, mirá quien vino!”, dicho con el tono que usaba Juan Carlos Calabró cuando hacía su personaje de El Contra. Más Cretino no se consigue. 

jueves, 12 de noviembre de 2020

Pet Shop Boys, "You only tell me you love me when you're drunk"

Alguien dijo: Escuchá/ ¿No sabés lo que te estás perdiendo?

Siempre me gustó esa hermosa línea de diálogo de Jerry Maguire, la película que le dio carta blanca a Cameron Crowe para regalarnos Casi famosos, ese perfecto “You got me at Hello” que –no encuentro un equivalente igual de contundente en castellano– podría traducirse algo así como “Me entregué con el Hola”. Bueno, yo suelo entregarme de la misma manera con los títulos de ciertas canciones. Cumpliendo mi rol de Cretino oficial, confieso que cada vez que agarro un disco suelo ir como perro hacia el hueso olisqueando ciertos bautismos contundentes. Puede fallar, pero cada acierto tiene premio. Uno de ellos es esta pequeña obra maestra de los Pet Shop Boys, escondida en su disco Nightlife. Bueno, no tan escondida en su momento, ya que protagonizó alguno de los carísimos videos promocionales que acompañaron su edición, pero como fue un fracaso –fue el único simple del dúo que ni siquiera entró en los rankings bailables– supongo que lo escondieron en algún lado, y si te he visto no me acuerdo. Sólo decís que me amás cuando estás borracho es de esos títulos que lo dicen todo, un hola que no necesita ningún argumento más, de hecho en la antología de letras de Neil Tennant titulada One hundred lyrics and a poem, el tema aparece en el puesto 98 –no es un ranking, el orden es alfabético– y apenas si agrega debajo del texto un lacónico: “Una relación deshaciéndose”, y una fecha: 1994. Tuvo que esperar un lustro para llegar al disco. En la época de Supernova, me hice fan del tema por una versión acústica en vivo que apareció en uno de los simples, y nunca fue recopilada en las antologías que rescatan los Lados B del grupo ni en la versión de Nightlife aumentada a tres discos que salió hace un par de años (confieso que, como no tengo el simple sino una versión grabada que en su momento me pasó la discográfica, lo busqué inútilmente en ambas ediciones). Pero si uno pone empeño en rastrearla aparece en las redes, y ha sonado más de una vez en Música Cretina: es raro escuchar a Tennant cantar el tema acompañado sólo por una guitarra acústica, una elección que delata esa no-tan-evidente influencia country del dúo. Sin embargo, la que suena en el no-programa de esta semana es la del disco, codo a codo con otra canción de separación, el Bilongis de Kiko Veneno. Leo por ahí, en una nota que apareció cuando se reeditó Nightlife en su versión extendida, que el disco reúne una serie de canciones que iban a formar parte de un musical. Es más, Tennant también cuenta que fueron a verlo a Brian Eno a San Petersburgo, donde vivía entonces, para que produzca el álbum. Eno al final declinó la oferta, y cuando el musical finalmente se hizo no tuvo mucho que ver con Nightlife, que según el buen Neil es una suerte de homenaje a esos discos crepusculares de Frank Sinatra, orquestados por Nelson Riddle, cuyas letras cuentan historias que suceden después de la medianoche, cuando todo parece tener un significado más profundo, romántico o trágico. ¡Haga doble ese trago, cantinero! Para la época en que salió el libro con sus letras, Tennant también confesó que nunca se olvidó cuando de chico leyó en algún lado que John Lennon dijo que para Strawberry Fields Forever había intentado que la canción sea como una charla con un amigo, algo que también decía Sinatra sobre sus temas, y agregaba que si bien nadie incluye a Madonna entre los mejores letristas, ella nunca se equivoca a la hora de enfatizar la sílaba exacta. Pero la parte de la entrevista que más me gusta es cuando confiesa que siempre fue frío y desapasionado cuando se trata de llevar sus experiencias a sus letras, al punto de ser capaz de estar en medio de una discusión con un amante y de pronto darse cuenta que una de las frases que se están tirando por la cabeza es un título perfecto para una canción. Y entonces, claro: Solo decís que me querés cuando estás borracho. 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Kiko Veneno, "Bilonguis"

Sólo te pido por favor/ llevatelo todo

Uno de mis ídolos en esto de las canciones, que son algo así como los únicos dioses a los que les rezo, se llama José María López Sanfeliú, pero todos lo conocemos como Kiko Veneno. Imposible no admirarlo, se trata del tipo que inventó personajes-canciones como Lobo López o Joselito, que están más vivos que quienes los escuchan e incluso que quienes los cantan. Kiko es el que dijo eso de que querer asegurarse que su sombrero esté bien roto para que los rayos puedan entrar en su cabeza, el que pide que nos limpiemos el culo con papel de celofán, el que sabe escuchar lo que dice la gente. No se en qué anda Kiko Veneno por estos días --hay disco nuevo, parece--, pero dice presente en este último Música Cretina con uno de sus temas mas entrañables, fruto de su década perdida, la primera de este siglo, cuando se anotó con un manifiesto por la libertad en contra de las discográficas --que siempre le hicieron la vida imposible, justo es decirlo--, y luego apenas si pudo editar un único álbum durante esos diez años, el hermoso El hombre invisible. De allí viene el tema de donde sale el verso con el que comienzan estas líneas, que para Kiko ejemplificaba entonces que se estaba atreviendo a cosas nuevas, porque ese llevatelo todo hasta entonces para él era más de José Luis Perales que propio. Pero vaya si lo hace suyo en este Bilonguis, que parece el nombre de otro de sus personajes, pero en realidad es un tema de separación, cuyo título viene de esos “personal belongings” que los aeropuertos o terminales insisten que los viajeros vigilen y no dejen olvidados al partir. Es más caro el remedio/ que la enfermedad/ ya no creo en la receta/ que me van a dar, canta Kiko, que pide no tener que sorprenderse encontrando recibos de compasión, trocitos de corazón, ni alitas de cucaracha secas en los bolsillos del pantalón. Segun contó cuando salió el disco, quince años atrás, Bilonguis era el tema que le gustaba a todos, el preferido de cada músico que había escuchado los demos durante los dos años que se demoró en terminar un disco por el que pasaron algunos de sus mejores amigos como invitados, desde Raimundo Amador (por cortesía de Universal), Jorge Drexler (por cortesía de Dro) y Jackson Browne (por cortesía de él mismo, je, tal como se puede leer en el disco). Es un tema que compuso durante una mañana, reveló. Fue saliendo automáticamente, con algo de folk y algo de rumbera: una canción sencilla, que --dijo-- llega a la gente. Las nubes vienen cuando quieren/ en medio de la tormenta, sigue cantando Kiko, siempre simple, siempre profundo. Y entonces sí, claro, y por favor, llévenselo todo. Lo que nunca van a poder llevarse es la música. Y si es Cretina, menos.  

martes, 10 de noviembre de 2020

Música Cretina 2020 #4

ESTO NO ES UN PROGRAMA

3-11-2020

Lado A

“Llevo tanto tiempo aquí dentro/ quiero salir”

1.- John Mayall, Somebody’s acting like a child
2.- Entre Ríos, Lima
3.- Baxter Dury, Lisa said
4.- Liz Phair, Uncle Alvarez
5.- Los Gatos, Sueña y corre
6.- Yoko Ono c/The Polyphonic Spree, You and I
7.- Latin Playboys, Manifold de amour
8.- Cracker, How can I live without you

Lado B

“Te estoy esperando/ como una maceta seca”

9.- Gnarls Barkley, Charity case
10.- Tim Maia, Um dia eu chego lá
11.- Bettye Lavette, Joy (Lucinda Williams)
12.- Pet Shop Boys, You only tell me you love me when you’re drunk
13.- Kiko Veneno, Bilonguis
14.- Odetta, Another man done gone
15.- Joe Henry, Odetta
16.- Ratones Paranoicos, Sucio gas

lunes, 9 de noviembre de 2020

Joe Henry, "Odetta"

Odetta, Odetta.../ Por favor acompañame

Un amigo al que le gusta viajar por el norte de África me dijo alguna vez que lo primero que te preguntan es si crees en Dios. Y que hay que contestar que si, porque alguien que no cree para ellos es sospechoso. Estabamos en una sobremesa bien satisfecha cuando nos contó esto, y cuando me preguntó qué respondería yo, le dije que en Dios no se si tanto, pero que yo creía en Dylan. Lanzó una carcajada, y me dijo que en una de esas si quienes me preguntaban eran tuaregs, tendría me iría bien con esa respuesta, porque tienen un buen sentido del humor. Los versos de acá arriba son de un tema del enorme Joe Henry, titulado Odetta, un nombre que, como explicó cuando presentó el tema --que fue el primer adelanto de su hermoso Reverie--, se le apareció así, solo, casi de la nada. Por supuesto, aceptó, la unica Odetta que conoció en su vida es la cantante, pero al componerla intentó escaparle de la trampa que significaba que se refiriese sólo a ella. Pero no hubo caso, y al final la Odetta del afro, la guitarra, la mirada seria se le metió en la canción, como un rezo, una plegaria, alguien a quien la voz cantante le pide que lo guíe para lo alejarse del camino, para llegar a buen puerto, para seguir adelante. No se que dirían los tuaregs de eso, porque ademas de ser una boutade como respuesta se trata de una mujer, pero es imposible escapar de la fuerza de esa primer imagen de Odetta, la de su primer disco, el que Dylan acusa por haberlo impulsado a tomar una guitarra, y del que dice que se sabe todas las canciones. Pero no solo estamos hablando de Bob, no en vano cuando a Harry Belafonte le ofrecieron en los 60 tener un programa de televisión, lo unico que exigió es poner a una jovencita llamada Odetta cantando sus canciones. Y aunque los ejecutivos no estaban muy convencidos, la imagen de una joven negra luciendo orgullosa su pelo crespo en todas las pantallas de norteamérica junto al increíble poder de su voz, fue como una cachetada en la cara. Como dijo Rosa Parks, la señora que no quiso ceder el asiento e incendió a un país que merecía ser incendiado: “Todo lo que yo hice ya estaba en las canciones de Odetta”. Conocí a Joe Henry por un disco increible que produjo hace ya casi veinte años, al comienzo de este nuevo siglo. Estoy hablando del enorme disco de regreso de Solomon Burke, una gema llamada Don’t give up on me, una frase que puede ser el pedido hacia una amante, para que no le pierda la confianza. Pero también es un pedido para que no se pierda la fe. La fe en Dylan, la fe en Odetta, la fe en el gran Solomon, un hombre religioso si los hubo. Yo si hay alguien que le tengo siempre fe es a un tipo como Joe, porque cada uno de sus discos, los propios y lo que ha producido, siempre garpan. Quienes lo seguimos fielmente supimos en el último tiempo que suspendió fechas, que se guardó, que estuvo enfermo. Por lo que leo por ahí parece haberse repuesto, pero desde aquel “camino hacia la curación definitiva” con el que trató de tranquilizarnos Luis Alberto, no me permito relajarme con estas cosas. Así que espero que estés y sigas bien, amigo Joe. Y gracias por la música. Supongo que no te molestará que haya pegado en el último Música Cretina la voz de Odetta con esa canción suya que terminó rezando por ella, ponerlas juntas, haciéndose compañía. Vamos a necesitar mucho de eso, muchos abrazos, muchos encuentros, muchas llamadas y respuestas. Algo que la música sabe hacer bien. Eso si: para mí por favor que sea Cretina. 

viernes, 6 de noviembre de 2020

Latin Playboys, "Manifold de amour"

Voy a navegar/ al puerto del alma

Se los presento, los muchachos de la foto son David Hidalgo y Louie Pérez, la gran usina compositora de Los Lobos, y también de un combo paralelo llamado Latin Playboys, que completan Mitchell Froom y Tchad Blake, históricos productores del que hoy tal vez sea el grupo más longevo del Este de Los Angeles, fundamentales para su renacimiento en la segunda mitad de los 90. Si estamos hablando de ellos es porque uno de los temas de su siempre sorprendente e intrigante debut --ah, esos ajíes colgando en su portada-- es una de las estrellas del flamante Música Cretina lleno de tesoros de discoteca que asomó la cabeza esta semana. El tema se llama Manifold de amour, y es casi un separador por lo breve que es, pequeño pero concentrado como un caldito Knorr de melancólica psicodelia chicana, una característica que comparte con todo el disco, lleno de trucos, sonidos, crujidos y acoples, hogar de un rebaño de proto-canciones de susurrada crudeza crepuscular. Cuenta la leyenda que Latin Playboys existe porque cuando Los Lobos empezaron a trabajar en esa obra maestra que es Kiko, indudable obra maestra responsable de un renacimiento para el grupo que se podría decir que dura hasta el día de hoy, gracias al aporte de Froom y Blake se abrió una canilla creativa que había que cerrar en algún momento para dedicarse a darle forma al disco. Pero Hidalgo y Pérez no fueron capaces de hacerlo. Aseguran que nunca les había sucedido antes nada parecido, y que no sabían muy bien qué hacer con esas musiquitas que seguían golpeando a su puerta durante la madrugada, como los fantasmas que se dejan ver ante los ojos del niño de El sexto sentido. Hidalgo me contó en una rara entrevista que tuve la suerte de hacerle el siglo pasado para Radar, que se instalaba en la cocina de su casa cuando toda su familia estaba durmiendo, revolviendo los cajones, buscando utensillos a los que sacarles algún sonido. De allí el run-run fantasmagórico de los Latin Playboys, música que se hace con lo que se tiene a mano, mientras el mundo descansa. Un cassette con esos bocetos pasó a manos de Pérez, y volvió con letras que no tenían destino preciso, a las que hubo que buscarle un lugar. Ahí fue donde entraron Froom y Blake, con más sonidos, pedales y efectos de todo tipo, hasta completar un disco que no debería haber existido, pero que la Warner --hay que darle crédito a Danny Waronker por eso, un directivo que siempre puso antes la música que los números, una especie que ya se ha extinguido, dinosaurio benévolo de otros tiempos-- se atrevió a editar en tiempos donde eso aún no era tan sencillo y todavía significaba algo. Celebrado por los críticos --que ya venían hechizados por Kiko-- pero obviamente ignorado por el mercado, un siglo después es un disco que sigue increíblemente siendo invocado, espíritu que se niega a partir. Habría que responsabilizar tanto las películas de Robert Rodríguez como The Sopranos por eso, que les reservaron un lugar en sus bandas de sonido. Lo cierto es que el grupo bautizado con el nombre de un bar nocturno ubicado sobre la avenida Broadway --hoy llamada César Chávez, por el legendario gremialista de los trabajadores agrícolas-- del Este de Los Angeles, que supo ser mencionado por César Rosas en la letra de Set me free (Rosa Lee) y cuya dilapidada marquesina aún sigue en pie, suena en el último Música Cretina. Un no-programa flamante y casi sin usar, en el que los Latin Playboy confirman bajo este sol del nuevo siglo, pandémico y todo, cada una de las palabras que cantaban una y otra vez entonces, eso de que iban a cruzar el mar, hasta llegar a su destino. 

(La foto que ilustra este post es de Anna Webber)


jueves, 5 de noviembre de 2020

Entre Ríos, "Lima"

Llegué por calle Corrientes/ salí por la Diagonal

Jueves soleado después de una larga noche con viento, y Música Cretina sigue celebrando su regreso, otra vez con un no-programa enteramente salido de discos físicos, compacts que ocupan un lugar real en los estantes, tesoritos de este tiempo de encierro, perlas de la memoria pero también de la curiosa cotidianeidad de un año que ya se está despidiendo casi sin haber llegado. Entre tantos homenajes y fiestas de cumpleaños de obras artísticas que se celebran cada vez más seguido por estos días, la aparición de una antología online con sus inéditos titulada Los olvidados me recordó que Entre Ríos, aquel trío integrado por Sebastián Carreras, Gabriel Lucena e Isol está cumpliendo veinte años desde su formación. Pese a que luego de la partida de su cantante original tuvo una larga década de sobrevida --y un último acto como música para instalaciones artísticas--, la más maravillosa música que aún llevo en mis oídos es la de esos dos EPs del comienzo, con el sonido mágico de esa muñequita en escena que siempre fue la pequeña y enorme Isol, dueña de una voz de esas que detienen el pensamiento, que llaman la atención del distraído y pagan todas las deudas de quien estuvo gastando a cuenta confiando en volver a encontrar eso que hizo la diferencia cuando la descubrió. Pero si voy a ser sincero no se si es por el hecho artístico que tengo tan presente esos discos, o porque coincidieron con ese extraño milagro que fue FM Supernova, donde sonaron como si fuesen hits aquel Morrissey de Leo García o Río Paraná de Suárez. Y creo recordar --corrijanme si me equivoco-- que este Lima de Entre Ríos entra en ese imaginario podio de los temas que tal vez no recordaríamos tanto sin la existencia de aquella emisora. Nunca supe de qué trata la letra de Lima, pero el verso con el que abren estas líneas me permitió remitirme al mapa y el territorio: si dice Corrientes y dice Diagonal, estamos hablando de una calle del centro porteño, no quedan dudas. Por más que su letra también se refiera a las posibilidades cortantes o al menos desgastantes de eso que llamamos lima. Capital, calle, fruta o herramienta, Lima --la canción-- arranca con unos sonidos que me recuerdan a los que el feroz viento hizo sonar anoche al golpear insistentemente algunos objetos vecinos. Un prólogo sonoro que suena tan actual e incluso con el mismo aliento de futuro que prometía veinte años atrás. Estoy vivo/ Estoy quieto/ No me muevo llevo tanto tiempo/ aquí dentro/ quiero salir, canta Isol desde entonces, cuando ya ha salido y ya se ha movido, todos lo hicimos y sin embargo acá estamos otra vez, dentro, quietos y queriendo salir. Hasta que ese momento llegue, dejemos que suene la música. Y, como digo siempre, si es Cretina, mejor. 

(La foto es de Lola García Garrido y formó parte de la promoción por la edición del disco Onda en el sello español Elefant)

miércoles, 4 de noviembre de 2020

John Mayall, "Somebody's acting like a child"

Tal vez los dos estamos equivocados/ pero alguien está actuando como un niño

Hay un nuevo Música Cretina que comienza con un tema del hombre de la foto, que se llama John Mayall y es considerado el padre del blues británico, aunque más no sea porque por sus bandas pasaron músicos como Eric  Clapton, Jack Bruce, Peter Green o, como en este caso, Mick Taylor. Compuesto durante tres semanas de vacaciones en Los Angeles, más precisamente en ese enclave místico y musical llamado Laurel Canyon, y grabado durante apenas tres días en Londres, Blues from Laurel Canyon es el primer disco que Mayall editó bajo su propio nombre, dejando de lado el agregado de The Bluesbrakers, como llamaba hasta entonces a las diversas mutaciones de su grupo de apoyo. Leo por ahí que Somebody’s acting like a child es un homenaje a Bob Hite, el cantante de Canned Heat, de los que se hizo amigo durante esas vacaciones californianas, y que incluso se parece demasiado a On the road again, el hit de entonces del grupo. Pero hoy no hace más que recordarme lo que ya he dicho demasiadas cosas aquí, eso de que las canciones lo saben todo antes que uno. Y en este caso parece ser el Música Cretina el que lo sabe todo, ya que este no-programa estaba listo hace semanas, esperando que grabase las presentaciones para subirlo, pero justo hoy que toca presentar el tema que abre el Lado A, su título parece estar refiriéndose inequívocamente a la noticia del día, las elecciones en los Estados Unidos. Vos no deberías haber sido tan egoísta/ Yo no debería haberme ido, canta Mayall, toca Taylor, y cantamos todxs. Ah, Música Cretina, nunca te pedimos tanto. Nunca quisimos ser como las páginas editoriales, con la de los chistes alcanza y sobra.

viernes, 23 de octubre de 2020

Feliz cumpleaños, Charly

“Ya pasaron los tiempos en que su público de siempre salía llorando de sus shows, con el shock de ver en qué se había convertido su ídolo. ‘Lo que ves es lo que hay’, anuncia García, y la frase se hizo carne. Hoy a sus fans --los de siempre, las familias o los jóvenes que nunca antes lo vieron en vivo-- les alcanza con ‘sólo un poquito nomás’. Y así como en algún momento su reclamo pareció egoísta --al menos ante un artista que no parecía tener nada más que dar salvo su vida en escena-- hoy esa actitud, esa presencia, sólo muestra una generosidad que pocos se atreverían a pedir. Cuentan que hace algunos años, en Montevideo era común encontrarse con el gran Eduardo Mateo caminando por la avenida 18 de Julio. Autor de uno de los temas más populares de Uruguay, "Príncipe azul", Mateo --en bancarrota-- sólo buscaba algunas monedas. Pero no pedía limosna: 'Te cobro los derechos de autor', decía. García no cobra sus derechos de autor en la calle, sino que su público llena feliz Obras para cantar por él --para devolverle de la mejor manera-- esos temas que los acompañaron, los acompañan y los acompañarán toda la vida. No es poco. En particular en un país siempre tan entregado al olvido”.

Hoy en que todxs le celebramos a Charly García su cumpleaños, y bien merecido que se lo tiene --¡y nosotrxs también!--, buscando entre las tantas notas que escribí sobre él encontré esta frase casi anticipatoria que escribí más de veinte años atrás, cerrando la reseña de un recital que hoy resulta clave en su carrera, al menos en lo que se refiere a la compleja relación que siempre mantuvo con su público. Fue después de un Obras sorpresivamente lleno, en la navidad de 1998, una época en que Charly venía a los tumbos, pero empapeló la ciudad con la lista de temas que prometía tocar esa noche, y la gente respondió. Tanto respondió que los organizadores se asustaron, y no dieron puerta hasta que estuvieron seguros de que García --que venía pegando publicitados faltazos en todos sus shows, hubo uno al que llegó... ¡dos días tarde!-- acudiría a la cita, con lo que los alrededores del estadio se llenaron de gente, como en los tiempos de oro para Obras. “Si lo construyes, ellos vendrán” es la frase que escucha un alucinado e incomprendido Kevin Costner en esa emocionante e injustamente olvidada película que es El campo de los sueños, y algo parecido se confirma una y otra vez en la relación de Charly con su público. Aquella noche en Obras se terminó de firmar el pacto final que los une hasta el día de hoy, en el que nadie exige nada, solo es --con permiso, Gustavo-- un "gracias totales", pero de verdad, y todo el tiempo que haga falta. Por eso: feliz cumple Charly. Ahí estaremos cada vez que haya que estar. 


miércoles, 21 de octubre de 2020

Una vida bien vivida

Se los presento: el tipo de la guitarra y con los brazos cruzados se llama Spencer Davis, pero hay que presentarlo junto con el pibe sentado al piano, que se llama Steve Winwood. Ya les voy a explicar por qué, pero antes déjenme aclararles que el buen Steve mantiene su buena salud y que la noticia es que Davis murió ayer de neumonía, a los 81 años, en su hogar en California. No teman, no busco hacerlos llorar ni nada parecido: es una de esas muertes que despierta en quien las lee, si es que conoce el nombre en cuestión, un pensamiento del tipo: ¿Ah, todavía seguía vivo? Algo que no suele tener que ver con una vida al límite, sino más bien con haber hecho hace tiempo ya todo lo que tenía para hacer, y luego lograr salir de la luz de los focos para continuar con una vida anónima, hasta volver a ser noticia justamente por ya no poder serlo más. Nacido en 1939, seis meses antes de que Hitler invadiese Polonia y diera comienzo la Segunda Guerra, hijo de un padre que fue paracaidista durante el conflicto, leo en los siempre interesantes obituarios del Times londinense que Davis aprendió a tocar la armónica y el acordeón a la tierna edad de seis años --justo cuando caía Berlín y se terminaban los tiros, digamos-- estimulado por un tío que tocaba la mandolina. Pese a esa precocidad musical, y a que durante la secundaria ya era el guitarrista de un grupo de skiffle de su natal Swansea, la temprana biografía del buen Spencer invita a pensar en una vida futura sentando cabeza: su primer trabajo fue en el correo, luego pasó a la aduana, volvió a la escuela para convertirse en profesor de inglés, y terminó ingresando a la universidad para estudiar idiomas, más precisamente alemán. ¿Las aventuras de papá Davis paracaidista habrán tenido algo que ver con la elección? Vaya uno a saber. Su primer escarceo con la fama, o al menos con lo que iba a convertirse en la historia de la música popular de su siglo, fue el detalle de haberse ennoviado durante su paso por la universidad con una tal Christine Perfect, que luego, con el supuestamente mucho más anónimo apellido McVie, pasaría a formar parte de la leyenda de Fleetwood Mac. Pero el verdadero encuentro de Spencer con la historia fue cuando en 1963 entró a un pub de Birmingham --una escena en la que había estado tocando con Christine, formando un dúo folk-- y vio a un pibe que con apenas 15 años --según resumió muchos años más tarde-- tocaba como Oscar Peterson y cantaba como Ray Charles. “Este chico es demasiado bueno para ser verdad”, pensó, e hizo todo lo posible para sumarlo a su grupo, lo que incluyó hacerle un lugar también a su hermano mayor Muff en bajo (con corte beatle y bigote en la foto), para que oficiara de chaperón del pequeño Steve, que todavía no había terminado la secundaria. Y el resto, como suele decirse, es historia. Con Winwood al frente del grupo y Davis en guitarra, el Spencer Davis Group compartió escenario con los Stones, le robó el número uno a los Beatles cuando su hit Keep On Running desbancó a We Can Work It Out/Day Tripper --un single que era un doble Lado A-- del primer puesto de los charts (y los Beatles, caballerosamente, enviaron un telegrama felicitándolos), y cesó de existir poco después de que Steve Winwood partiese para formar Traffic, comenzando un camino que lo transformaría en la estrella internacional que aún hoy sabe ser. Si hoy recordamos a Davis es porque los hermanitos Winwood decidieron que la banda llevase su nombre, más que nada --bromeaba Spencer-- para que él tuviese que hacer las entrevistas mientras el resto del grupo seguía de joda. Y el detalle que confirma que ese, y solo ese, estaba destinado a ser su lugar en la historia, es que en la audición para reemplazar a Winwood rechazó al otro joven que el destino supo poner en su camino, un cantante prometedor llamado Reg Dwight, que más tarde se convertiría en Elton John, y bueno, el resto es bla bla bla. Davis siguió con el grupo un tiempo más, llegando a sumarse a la Magical Mystery Tour de los Beatles, pero terminó enfrentándose con su antiguo manager por todas esas regalías que nunca recibió de sus éxitos. Oh, historia, bienvenida otra vez en este relato: el manager en cuestión era un tal Chris Blackwell, que respondió invitándolo a formar parte del negocio, sumándolo al sello Island, donde supo promocionar las carreras solistas de Bob Marley, Robert Palmer y --ejem, caramba con el humor de eso que volvemos a invocar como Destino-- nada menos que un ya crecido Steve Winwood. Leo que al final Davis terminó haciéndole nomás juicio a Blackwell por esas regalías y hubo arreglo extrajudicial, lo que debe haber ayudado a que se terminase instalando a mediados de los 80 en California, más precisamente en un paradisíaco lugar llamado isla Santa Catalina, justo enfrente de Los Angeles. Ahí se pierde la pista de su vida, hasta la noticia final, la de ayer, la de la muerte de un músico que pasó a la historia por haber estado ahí, en el momento justo, y haber hecho --esa vez-- lo que había que hacer. Y tener lo necesario para hacerlo. Creo que es la vida perfecta: estuvo ahí, vivió todo de primera mano, puso su nombre donde había que ponerlo, y se retiró sano y salvo. Y una cosa más, con la que cierra el obituario del Times, y que no deja de dibujarme una sonrisa en el rostro a pesar de la obligatoria tristeza que debería despertar la noticia: Spencer Davis nunca dejó de tocar su guitarra en algún lado --algo que dijo más de una vez-- casi hasta el final de una vida que hasta donde sabemos podríamos calificar como muy bien vivida.

viernes, 25 de septiembre de 2020

El signo de los tiempos

Es tonto, ¿no?/ Cuando un cohete espacial explota y todos siguen queriendo ser astronautas/ pero algunos dicen que un hombre no está feliz hasta que verdaderamente muere/ ¿Oh, por qué?

Al comienzo de esta pandemia una escritora confesó que no podía leer ningún libro de su biblioteca, porque no soportaba que sus personajes actuasen como si nada sucediese, como todos los días de esos días que ya no eran, y no como la vida que estábamos teniendo. Pensé entonces que con la música no pasaba lo mismo, o por lo menos no me pasaba eso a mí. Porque --como todos sabemos, y como no hago más que descubrir y escribir una y otra vez-- las canciones lo saben siempre todo antes que nosotros. A esta altura, a mis clásicos no les puedo esconder nada, me acompañan desde hace tanto tiempo que me conocen más que mis mejores amigos. Desde que empezaron estos días extraños, cada vez que regreso a mis discos de siempre, los que he escuchado mil veces, en toda clase de circunstancias, internas y externas, siempre hablan de exactamente esto que está sucediendo, ahora mismo, acá. Todo esto viene a cuento por los versos con los que arranca este post, del tema que bautiza un disco que acaba de reeditarse y que desde hoy mismo se puede volver a escuchar online donde sea que uno busque. Ese doble que fue como un golpazo en la cara de todos los que entonces escuchaban música y habían tenido el tupé de ignorar a un petizo ególatra, sexópata, virtuoso y genial llamado Prince. Y para sus fans también. Porque en un mundo que empezaba a despertarse de la burbuja neocon de los 80, pero que paradójicamente se estaba acelerando --En septiembre mi primo probó un porro por primera vez/ Ahora está usando heroina, es junio--, todo estaba señalando el signo de los tiempos. Como ahora: primero burbuja otra vez, acelerador a fondo después. Cuenta la leyenda que por entonces --como siempre, en realidad-- Prince no paraba de tocar, grabar y producir, y llevaba completados cinco disco cuando su sello Warner, le dejó en claro que no los iba a editar a todos. Hizo entonces una selección y quedó un álbum doble, uno que pasó a la historia. Y que dejó su huella para siempre en el rock argentino, vía Fito y Charly, y más también. Si en la vida nos comportáramos como en esos pueblos en los que llevan presos a los padres por las cosas que hacen sus hijos antes de la mayoría de edad, tal vez Prince --como Police antes, y Red Hot Chili Peppers después-- estaría aún cumpliendo su pena en prisión por alguna de las cosas que supieron hacer varios de los que siguieron sus pasos. Pero su genialidad es indudable, así como su creatividad y una sensibilidad que está escondida detrás de tanto glamour, despliegue y purpurina, pero que estalla en su música y sus letras. Sign O’ The Times tal vez suene hoy por momentos fuera de época, pero sólo porque lo que se escuchó entonces por primera vez ahí hoy ya lo hemos escuchado tantas veces y de tantas maneras que ya no lo podemos rastrear emocionalmente hasta su génesis. Pero en su mayoría suena como si se estuviese escribiendo hoy mismo, ayer, mañana por la mañana. O por la noche. Y lo que más me inquieta es que fue escrito por un hombre adorado por multitudes, que murió solo en una casa enorme. Lo encontraron tirado en un ascensor, atiborrado de calmantes. Casi como una postal de una pandemia que aun no había sucedido. Ese futuro hacia el que corría. Ese presente que nos está atropellando. El signo de los tiempos juega con tu cabeza/ Apurate antes de que sea tarde. Eso. Apurémonos.

martes, 22 de septiembre de 2020

Zilla Mayes, "All I want is you"

Como dicen por ahí: quedate con alguien que te mire como Dave Godin mira a Martha Reeves y Marvin Gaye. Supongo que las dos estrellas no necesitan presentación, así que hablemos del blanquito a la derecha de la foto, un británico que se enamoró de la música negra al punto de dedicarse a difundirla con pasión y entrega desde que --como detalló alguna vez-- escuchó por primera vez en su tierna infancia el tema Mama, he treats your daughter mean, de Ruth Brown. Semejante precisión incluso a la hora de su big bang era esperable cuando se trata de Godin, el hombre que le puso nombre al Northern Soul, la música que escuchaban en los clubes del norte de Inglaterra mientras que en Londres sonaba la hora del funk y del reggae. Una inexplicable pasión por lo que ya nadie escucha: eso fue en esencia el Northern Soul --además de involucrar la fidelidad por sus gustos de la gente humilde tildada de grasa-- y eso fue lo que bautizó Godin, tal vez porque una semejante luz fue la que guió su vida, que dedicó a difundir una música hasta entonces desconocida para él, pero que le había llegado al corazón. O al alma. O como queramos llamar a eso que nos guía y nunca se equivoca. Conocí la leyenda de Godin cuando llegó a mis manos una de las extraordinarias compilaciones que realizó hacia el final de su vida, basadas en el llamado Deep Soul, que vendría ser --hasta donde yo entendí-- el soul del sur profundo norteamericano. Eran discos hermosos, llenos de música que funcionaba en el ocasional escucha como le había sucedido a Godin con aquel primer tema: apenas escuchabas una de sus selecciones quedabas hechizado. No menor en ese hechizo eran los textos del librillo que acompañaba el cd, que presentaban cada uno de sus temas. En la época en que hacíamos diariamente con Martín Rea el programa Lo que más me gusta hacer en Supernova llegó a mis manos el cuarto volumen de la serie, y lo gasté pasando la mayoría de sus temas. Sólo cuatro compilaciones de Deep Soul llegó a hacer Godin antes de morir en el 2004, y todas ellas son difíciles de conseguir, objeto de colección. Pero una de las grandes noticias musicales de fines del año pasado para los amantes de los discos fue que, recordando su figura, finalmente se editó un quinto volumen de la serie, compilando temas que Godin siempre quiso incluir en sus discos pero nunca pudo por problemas de derechos. Y lo mas emocionante es que, para hacer los textos incluidos en el librillo, se anotaron muchos de sus colegas y amigos del periodismo musical británico. De ese quinto volumen de la Dave Godin’s Deep Soul Series es que sale un tema incluido en el último Música Cretina que sigo invitando a todxs ustedes a escuchar ahora en esta incipiente primavera. Se trata de All I want is you, un tema firmado por Alain Toussaint, que canta la pionera Zilla Mayes y que suena casi al comienzo del Lado A, asi que si hacen play no va a pasar mucho tiempo antes de que la escuchen cantar. Todo lo que quiero sos vos, dice la joven Zilla, y cantamos todxs. Porque seguramente todxs tenemos algo que es lo único que queremos, y no importa nada más.    

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Música Cretina 2020 #3

ESTO NO ES UN PROGRAMA


9-9-2020

Lado A

“Abrazo lo vivo/ que está afuera de mí”

1.- Stereolab, Margerine rock
2.- Mínima Pau, Una neblina
3.- Zilla Mayes, All I want is you
4.- Sudan Archives, Green eyes
5.- Miossec, Les joggers du dimanche
6.- Lou Reed, Turning time around
7.- 107 Faunos, Vendedores de lupas
8.- J Mascis + The Fog, All the girls

Lado B

“Todo en esta vida/ es ir uniendo estrofas”

9.- Royal Trux, Shoes and tags
10.- Andrés Calamaro, Ni hablar
11.- Lee Moses, Pouring water on a drowning man
12.- Harold Vick, H. N. I. C.
13.- Peregoyo y Su Combo Vacaná, La pluma
14.- Barbara Eugenia & Tatá Aeroplano, Luz do fim do mundo
15.- Sam Phillips, I need love
16.- Ruben Pozo y Lichis, Mesa para dos

martes, 15 de septiembre de 2020

Peregoyo y Su Combo Vacaná, "La pluma"

Se los presento: ahí los tienen a Peregoyo y Su Combo Vacaná. Nos miran desde la contratapa de Mi Buenaventura, el segundo de los cuatro trabajos que grabaron para el sello pionero Discos Fuentes, una especie de marca de calidad para toda la música que llegue desde Colombia. Peregoyo es en realidad el apodo --es el título de uno de sus temas más famosos-- del compositor y saxofonista Luis Enrique Urbano Tenorio, que es considerado como el gran difusor de la música del litoral colombiano del Pacífico. El nombre del noneto que lo acompaña --el Combo Vacaná-- responde a los departamentos --o provincias-- de donde provienen sus integrantes: Valle, Cauca y Nariño. Lo primero que leo por ahí de don Tenorio, casi al mismo tiempo que los elogios por su música, es que era hogareño y volvía directo a su hogar después de tocar, y que vivió de la musica y no del trago, lo que más que hablar de él digamos que retrata el ambiente de los músicos y de la noche tanto en Colombia como en el resto del mundo. Nacido en la ciudad costera de Buenaventura, Valle del Cauca, allí por el 1917, el mismísimo año del comienzo de las revoluciones del siglo pasado, quien iba a ser bautizado Peregoyo era hijo del indio Feliciano y la negra Eustaquia, oriundos de Timbiquí, en Nariño, y por eso tenía el cabello liso y la piel tostada. “Le gustaba estar siempre bien arreglado, con su cabello liso negro siempre peinado y su ropa siempre en orden”, lo recuerda el cantante y compositor Marcos Micolta, con lo que se explica su apodo más allá de su referencia musical, ya que el vocablo “peregoyo” deriva de “emperegoyado”, o sea “bien vestido en exceso”. Micolta también resume la humilde revolución que propició su coterráneo, a tono con su siglo y su natalicio: “Tuvo la visión de la música del pacífico recorriendo ciudades y creciendo como las olas del océano y logró contagiar a varias generaciones a punta de saxo, voces, guitarras, currulaos, alegría y fiesta”. El maestro Tenorio y su combo asoman en el Lado B de un aún flamante Música Cretina, que me anuncia la gente de Mixcloud que está primero en el ranking indie local, y en el puesto numero 42 del internacional. No se muy bien lo que quiere decir eso, pero por cierto que compensa la obsesión de la gente facebook, que no me deja linkear el blog del no programa porque lo considera spam, tal vez porque no le meto plata a ninguno de mis posts. Pero volviendo a don Peregoyo, lo que les sorprenderá si relajan y dejan sonar el no-programa en esta tarde nublada de martes es uno de sus clásicos, La pluma, presentado como un “aguabajo”, un baile y canto típico de la región del Baudó, en el Chocó. Y celebro haber descubierto artista y tema gracias a Vampisoul, sello madrileño que supo editar en España al grupo uruguayo Totem o a las colombianas Elia y Elizabeth --entre tantxs otrxs artistas que hace tiempo son bien Cretinxs--, y que está haciendo lo propio con el catálogo de Discos Fuentes. Ahí se va la pluma del pavo real/ ahí se va y se va, y no vuelve más, se lamentan o celebran Peregoyo y Su Combo Vacaná, y no sería mala idea empezar a hacer lo mismo. Ya sea con lágrimas o sonrisas, pero pasar de página. Después de todo, no hay nada más liberador que empezar de nuevo. Y si es con Música Cretina, mejor.

viernes, 11 de septiembre de 2020

Lou Reed, "Turning time around"

Ella dice, ¿cómo llamás al amor?/ Bueno, yo le digo Quique

Laurie Anderson contó alguna vez que Turning time around era uno de sus temas preferidos de Lou Reed. Le gustaba, explicó, porque era una canción sobre el presente, que le escapa a la nostalgia. Que no habla de que entonces todo era mejor, sino de tratar de estar acá, en este momento, ahora mismo. No me había dado cuenta al empezar a escribir esto, pero tal vez sea la canción perfecta para el tiempo que estamos viviendo. Que no es justamente un día perfecto, Lou, claro que no. Por eso es que suena casi al final del Lado A de un Música Cretina aún por estrenar, pasen y escuchen, acompañen esta mañana de viernes, Cretinxs míxs. Pero nos nos distraigamos y volvamos ya mismo al tema, a Laurie y a Lou. Turning time around se publicó por primera vez en su disco Ecstasy, pero confieso que le presté realmente atención cuando asomó al final de Heart of a dog, el documental/ensayo que Laurie desde el título le dedicó a Lollabelle, la pequeña terrier que tenían con Lou, pero que en realidad es una fantasmagórica meditación sobre la vida, la memoria y las despedidas a los seres queridos. Estrenado dos años después de la muerte de Lou, cuando su voz aparece de pronto desde ese limbo que es la película para hablar del amor y del tiempo, uno no puede menos que emocionarse. Oh, por favor, estoy hablando en serio: ¿cómo llamás al amor?, es como sigue la letra que arrancó al comienzo de este post, que más que nada parece el diálogo entre una pareja, donde uno insiste con su pregunta, y entonces el otro ensaya su primera respuesta: Bueno, no lo llamo familia y no lo llamo lujuria. Y como todos sabemos no se trata de matrimonio. Supongo que, al final de todo, es un asunto de confianza. Si tuviese que hacerlo, llamaría al amor, tiempo. Antes de que visitase Buenos Aires para presentar Homeland en 2008, tuve la suerte de entrevistar a Laurie Anderson, y al final de la charla terminamos hablando de su relación con Lou, que la acompañaría en su viaje: 

--¿Es verdad que sus consejos musicales se reducen a una frase: “Sé más directa”?

–Así es, Lou es conocido por decir eso.

--¿Y vos qué le decís?

–Que me gustan las metáforas.

--¿Y ahí se termina la discusión?

–(Suspira.) No, para nada. Es una discusión que va a durar toda nuestra vida.

Supongo que tal vez por eso es que a Laurie le guste tanto esta canción de Lou. Porque se trata de la continuación de esa discusión que en su cabeza debe seguir sonando más allá de que uno de ellos ya no esté por acá. Podrías ser más específico: ¿cómo llamás al amor? Es algo más que un jeroglífico del corazón, es como insiste con su pregunta uno de los integrantes de la pareja en la canción. Bueno, para mi el tiempo no tiene significado, ni futuro ni pasado, es la nueva respuesta. Y cuando estás enamorado, no tenés que preguntar. Nunca hay tiempo suficiente para tenerlo en las manos. Dando vuelta al tiempo. De eso se trata de amor, dice Lou, contesta Laurie. De dar vuelta al tiempo. Y acá estamos, dando vueltas. Tratando de que no se nos escape la cabeza ni el corazón. Porque estamos acá, y no allá, donde sea que allá sea. Acá. En esta soleada y fría mañana de viernes, en la que la música nos salva, como siempre. Y que sea Cretina, si puede ser posible.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Stereolab, "Margerine rock"

 

Se las presento: ella es Mary Hansen. La pueden ver a la izquierda de la foto. La quinta integrante de Stereolab, que formaba parte del grupo cuando tocó gloriosamente en Buenos Aires, en una memorable fecha en La Trastienda. El flamante Musica Cretina que desde ayer se puede dejar sonar a un click de distancia abre con un tema del disco que el grupo le dedicó a Mary dos años después de su súbita muerte, en un absurdo accidente de tránsito, cuando un camión la atropelló mientras ella iba en su bicicleta. El disco se llama Margerine eclipse, y honra a la cantante y guitarrista nacida en Australia, que integró Stereolab durante una década, grabando en todos sus discos salvo el debut. Margerine eclipse es el octavo, de 2004, el primero que grabaron sin ella. A través del cristal/ qué gloriosa vista, canta Laetitia Sadier en Margerine rock, el tema que inaugura el Lado B del tercer no-programa del año, y se refiere a una extraña criatura que es descripta por la letra, como si fuese una científica resumiendo los resultados de un experimento. La curiosidad de la extraordinaria criatura/ estaba de hecho limitada porque no podía sufrir/ lo desconocido, en cualquier tamaño y forma/ pero al mismo tiempo quería mirar en todos lados. En esta luminosa mañana de jueves me pregunto donde hay que firmar, quién me recibe el formulario para pedir ser vacunado del sufrimiento ante lo que no se conoce, pero sin perder las ganas de saber más y más. Aquí estoy, saben donde encontrarme. Espero que también sepan cómo hacer para dejar que suene el nuevo Música Cretina en este frío matinal. Y puedan escuchar a Stereolab cantar sobre querer la luz, y querer todo lo que está a la vista. 

sábado, 22 de agosto de 2020

Música Cretina 2020 #2

ESTO NO ES UN PROGRAMA

14-8-2020

Lado A

“Tengo todo/ lo que no se puede comprar”

1.- Sharhabil Ahmed, Argos farfish
2.- Rafael Berrio, Dadme la vida que amo
3.- Sharon Van Etten c/Josh Homme, (What’s so funny about) Peace, love and understanding? (Nick Lowe)
4.- Ike & Tina Turner, Workin’ together
5.- Sergio Makaroff, Mis posesiones
6.- Dion & The Belmonts, The wanderer
7.- Paulinho Moska, Pela milésima vez

Lado B

“Crecí cuando había aun clase media/ suciedad en las manos e historia lenta”

8.- Black Pumas, Old man
9.- Bodie y La Flota Plateada, Hasta cuando es adiós
10.- Desert Sessions c/Jake Shears, Something you can’t see
11.- Ethiopian & His All Stars, Beggars have no choice
12.- Victor Coyote, Soy un trabajador, soy un autónomo, soy un artista
13.- The Decemberists, Starwatcher
14.- Los Sedantes, Mi corazón tiene un corazón propio

viernes, 21 de agosto de 2020

Ethiopian & His All Stars, "Beggars have no choice"

 No es lo que querés lo que vas a recibir/ tenés que quedarte con lo que conseguís

Donde en estos versos algunos puedan ver apenas resignación, otros tal vez estimen una ejemplar didáctica de la calle, a la que se le puede sumar un velado guiño con doble sentido, ya que el primer verso se remata con un “dear”, es decir “querida”. Seguramente son muchas cosas para suponer de un tema sencillo como el que canta el señor de la foto, un jamaiquino llamado Leonard Dillon, pero no por nada es que se convirtió en una leyenda en una tierra de leyendas, y esta canción fue una de los primeras sobre la que la cimentó. Lleva por nombre Beggars have no choice, o sea algo así como “los mendigos no pueden elegir”, y forma parte de su primera sesión de grabación para Studio One, a comienzos de los años 60, grabada bajo el seudónimo de Jack Sparrow y nada menos que con los Wailers originales haciéndole coros. Por supuesto, Beggars suena en Música Cretina, y si estoy escribiendo esto en un soleado mediodía de viernes es porque todavía quiero invitarlos a que lo escuchen, pero también porque una de las cosas que más disfruto de armar cada no-programa es meterme a buscar información sobre los temas, y descubrir cosas como la historia de este señor Dillon, que apareció cuando quise saber más del tema que suena en el Lado B, extraído de un disco más o menos reciente, titulado The return of Jack Sparrow, y atribuido a Ethiopian & His All Stars. Supuse cuando lo encontré por ahí que se trataría del enésimo rescate de una figura del reggae con un grupo nuevo armado a su alrededor, pero lo que descubrí es que es un disco perdido del buen Dillon, que supo ser el rostro de The Ehiopians, uno de los primeros grupos en girar por Inglaterra llevando los ritmos de una isla de sol y el porro a otra básicamente de lluvia y el viento. Busco una mención de los Ethiopians en la biblia de Lloyd Bradley sobre la historia de la música de Jamaica, Bass Culture, y no parece tenerlos en buena estima, tal vez por haber sido uno de los primeros en explotar exitosamente de manera comercial esos ritmos. Cuando nombra su primer álbum, Engine 54: Let’s Ska and Rock Steady, de 1967, es sólo para reproducir esa suerte de curso para bailar los ritmos en cuestión --¡detallado foto a foto!-- incluido en la retiración de tapa. Pero en los obituarios aparecidos cuando falleció en el 2011, Dillon es rescatado como una de las grandes figuras de la musica jamaiquina justamente por eso, por haber sido puente con su grupo entre el ska y el rock steady, a fines de los 60 y comienzos de los 70. Amigo de Peter Tosh, que fue el que lo presentó al resto de los Wailers, que a su vez fueron quienes lo llevaron a Studio One, Dillon terminaría formando los Ethiopians cuando casi había abandonado la música, y trabajaba como obrero de la construcción en Kingston. Fue justamente en una obra donde conoció al que sería su gran compañero en el grupo, Stephen Taylor, y juntos convencieron a su jefe de que les pagase la sesión para grabar un temita, Train to Skaville, que se terminaría convirtiendo en un clásico. Los Ethiopians fueron mutando, pero durante un tiempo fueron básicamente Dillon y Taylor, hasta que en 1975 su amigo murió en un accidente de tránsito, y nuestro Mendigo-sin-opción sufrió el golpe. Se retiró un par de años, y cuando volvió fue mayormente the Ethiopian a secas. Los obituarios de su muerte casi una década atrás hablan de cáncer, primero bajo la forma de un tumor en el cerebro que se operó y al parecer le fue bien, y después ya como una reincidencia definitiva. Un peleador, el buen Dillon. Bah, no tan bueno: en la nota de despedida publicada en un diario de Jamaica, sus hijos lo recuerdan como bastante cascarrabias. Un viejo que, después de todo, sabía que su tiempo ya había pasado. En lo que respecta a nuestro tema, la versión que suena en Música Cretina es la de ese disco póstumo, grabado a mediados de los 90 para un sello alemán dedicado a reggae, con la orquesta de la casa, mucho más que digna. Olvidado en algún estante, el rescate es de hace apenas unos años atrás, y suena en el Lado B de este no-programa como una isla al sol y al viento en un invierno frío y --más que nada-- encerrado como el que nos toca vivir. Dejemos que sople entonces. Dejemos que suene. Seamos cretinos, sí, pero sólo musicalmente. Hace falta sol y ese humito que nos hace tener esperanza. Y canciones, hacen falta más canciones. Como las que cantó una y otra vez el amigo Leonard, alias Ethiopian, alias Sparrow. Ese cascarrabias que sabía moverse al ritmo. Que tuvo alguna vez a Marley haciéndole coros, y que supo cantar hasta el fin. Y que, como lo demuestra su historia, nunca se quedó con lo que tenía.

jueves, 20 de agosto de 2020

Ike & Tina Turner, "Workin' together"

 Llamando a todas mis hermanas y hermanos/ Sin importar la raza, el color o el credo

Eso mismo digo, gracias Tina. La frase con la que comienza el tema que bautiza el disco más exitoso de la pareja musical integrada por Ike & Tina Turner debería sonar bien fuerte por estos días. Lo sé, lo sé, tampoco es cuestión de ponernos mesiánicos. Mejor seguir siendo lo que somos, musicalmente hablando. O sea, cretinos. Y en el no-programa que seguimos considerando como nuevo, y por lo tanto venimos desgranando por estos días, suena el disco de la foto, aunque no exactamente ese. Trabajando juntos, traduce la encantadora portada de esta más que castigada edición local de aquel álbum de comienzos de los setenta, el segundo disco de la dupla para el sello Fantasy, y el más vendedor de toda una carrera principalmente dedicada a los simples. Medio siglo es lo que nos separa de un disco y una canción que aún hoy hechiza a la primera escucha. Lo puedo asegurar porque es lo que me pasó al descubrirla en la banda de sonido de la nueva adaptación de High fidelity, la novela de Nick Hornby, convertida ahora en serie, y con su protagonista devenida en mujer. Como fan de la novela desde antes que fuese novela, ya que leí primero el cuento que Hornby sacó en Granta que funciona como prólogo de todo lo que vino después, y más tarde tuve la suerte de viajar a Los Angeles para entrevistar tanto a Stephen Frears como a John Cusack en el junket previo al estreno de la adaptación cinematográfica --un lugar que pude ocupar porque a los medios locales que estaban antes que yo en la lista no les interesó el asunto--, tengo que decir que la idea de que Rob sea mujer me resulta fascinante. A Hornby también le gustó, supongo que porque lejos de bregar por la virginidad de una idea, lo que un creador debería querer es que se mantenga vigente, y todo lo que la reviva y vuelva a poner en escena no deja de ser excitante. Ahora bien, convertida en serie de diez capítulos, digamos que sufrí un poco con Alta fidelidad convertida en una suerte de telenovela. Las ideas y vueltas románticas fueron lo menos interesante de unos personajes queribles, tantas polémicas musicales innecesarias pero siempre apasionantes y también --cuándo no-- gratuitas, y especialmente una extraordinaria banda de sonido llena de descubrimientos, al menos para mí. Uno de ellos fue el tema del que deberíamos estar hablando acá, el de estos Ike & Tina tan de perfil; él negrísimo, ella un poco menos; el inventor del rock & roll y la reina del ácido, el villano golpeador y la víctima redimida. Ver a Tina bailar en los videos de los años 70, que se pueden encontrar fácilmente en YouTube, es algo que te deja sin aliento: dan ganas de verla una y otra vez, a ver si en algún momento se puede descifrar qué es lo que hacen esas piernas. Mientras escribo esto googleo rápido, y descubro con alivio que sigue viva, que acaba de cumplir a fines del año pasado nada menos que 80 años. Una vez hace no tanto tiempo tuve la suerte de conseguir el teléfono, llamar y que atendiera del otro lado de la línea una leyenda olvidada como Tony Joe White, que ya no está con nosotros. Pero por entonces estaba, y además de hablar de su música, de su amistad con Elvis, y de cómo su hijo llevaba adelante entonces sus cosas online (algo que sigue haciendo luego de la muerte de su padre, dicho sea de paso), el gran Tony Joe me habló inesperadamente de Tina. Me dijo que eran vecinos, y que aunque aseguraba que estaba retirada de la música, una cantante como ella nunca se podía retirar. Me contó también que cada tanto se juntaban, como vecinos que eran, y por supuesto que terminaban cantando algo. Y que estaba intacta. Tony Joe confiaba en poder llegar a convencerla de que saliesen a tocar juntos. Nunca lo logró, hasta donde yo se. Pero lo que también me contó fue que Tina es una gran cocinera. Que se la pasaba cocinando y cocinando. Medio siglo atrás, apenas entrando en sus 30, Tina cantaba --en un tema firmado por Ike-- eso de que trabajando juntos lo podíamos lograr. Vaya uno a saber si a los 80 sigue cocinando sin parar, como la retrató entonces el buen Tony Joe. Pero me gusta imaginar a Tina arremangada ante una olla inmensa, cantando sus canciones mientras alimenta a un mundo que más que nunca necesita todas las cucharadas que le ofrezcan. De lo que sea. Incluso de esta Música Cretina que no puedo menos que invitarles a hacer play bajo este frío sol de invierno.