martes, 12 de marzo de 2024

Adiós Jumbo

Uno de los mejores monólogos de la disquería Tabú era el de los animales en las tapas de discos que anunciaban: “¡Garompa!” No recuerdo cuántas veces presencié el despliegue de Alfredo Rosso, recorriendo las bateas señalando, revolviendo y exhibiendo aquellas portadas que, según aseguraba, confesaban de esa manera su verdadero contenido. Resultaba tan convincente y tan divertida su argumentación que se extendía hasta que más de un disco ingresaba injustamente en la lista, como el del burro de una banda llamada Timbuk 3, cuyo Lado A comenzaba con un tema cuyo título hacía que te lo llevases a tu casa sin necesidad de escucharlo antes, a pesar de cualquier posible garompismo: El futuro es tan brillante que necesito usar anteojos oscuros. Desde este futuro que brilla tanto que pronto ni los lentes oscuros nos salvarán de la condena de vagar ciegos por este infierno, la noticia de la muerte de Karl Wallinger me trae desde el pozo de la memoria la hermosa portada de su segundo disco como World Party, cuyo título bien podría titular también esta triste novedad: Goodbye Jumbo. Obviamente que aquella tapa lleva la foto de un elefante, aunque en realidad sea apenas un disfraz de puras orejas enormes y una máscara de gas como trompa. Teniendo en cuenta que Wallinger se destacaba por ser un multinstrumentista, y había grabado casi en soledad el debut de su grupo, encargándose de tocarlo y cantarlo todo, no me sorprenderia que sea quien está detrás de esa elaborada máscara apocalíptica que preside la portada de su sucesor. No recuerdo si la tapa de Adiós Jumbo formaba parte del coro que gritaba desde las bateas de Tabú, pero sí tengo en claro que ese disco --que de garompa no tiene nada-- forma parte de la banda de sonido de mis años formativos como hombre de radio y periodista de rock. Que transcurrieron, en la bisagra entre fines de los 80 y comienzos de los 90, principalmente en los refugios que descubría para escaparme tanto de mis estudios como de mis trabajos: la disquería de Rosso, las trasnoches de Piso 93 o la discoteca de FM 100. No se a cual de todos esos ámbitos que siempre evoco con cariño le debo el recuerdo del buen galés Wallinger, que se nos fue el domingo, con apenas 66 años. Repasando la noticia, descubro que había formado parte de los mejores años de The Waterboys, especialmente del disco que contiene el tema que convirtió a Mike Scott en una figura mundial, The Whole of the Moon. Ahora que lo pienso, Wallinger debe formar parte de muchos de los temas incluidos en la flamante 1985, una caja de seis discos que repasa esos años triunfales de The Waterboys, llena de demos, outtakes, versiones diversas y grabaciones en vivo. Había entrado al grupo como tecladista, pero sus dotes de multinstrumentista fueron rápidamente apreciadas por Scott, que le fue dando cada vez mas lugar, hasta que irremediablemente chocaron y Wallinger armó su propio grupo, con el que consiguió un hit inesperado con aquel primer disco como World Party, Private Revolution, lo que le permitió construir una carrera. Leo por ahí que trabajó en esa pesadilla de producción que fue el disco debut de Sinead O’Connor, y la cosa debe haber terminado bien, ya que Sinead aparece como invitada en los dos primeros discos de su grupo, y sigo leyendo y descubro que con el cambio de siglo Wallinger casi la queda por un aneurisma. Le salvó la vida que Robbie Williams poco antes había hecho un cover de su balada She’s The One, el segundo mega hit de la carrera de Robbie, lo que le permitió pagarse todos los cuidados médicos para volver al ruedo. Parece que hace rato andaba en eso Wallinger, que a lo Troilo siempre andaba volviendo, cuando este domingo se supo que había abandonado el edificio. El primero en despedirlo en las redes, como no podía ser de otra manera, fue Mike Scott: “Buen viaje, mi viejo amigo. Fuiste uno de los mejores músicos que llegué a conocer”. En este martes nublado y lluvioso, no hay nada mejor que hacer que dejar que suenen aquellos temas que anduvieron un poco perdidos, es cierto, pero nunca fueron olvidados. Es la mejor manera de decirle adiós a Jumbo, y que lo mejor de aquellos '90, lo más personal, lo que es nuestro y nada más, vuelva a hacerse presente mientras nos ajustamos unos cada vez más indispensables lentes oscuros. Es que esto brilla cada vez más, no hay caso.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Música Cretina 2024 #Especial

ESTO SÍ QUE ERA UN PROGRAMA

28-2-2024

Lado A

“Tengo una voz/ que nunca funciona igual”

1.- Turf, Yo no me quiero a casar, y usted?
2.- Leo García, Superficies de placer (Virus)
3.- Massacre, Show me the way (Peter Frampton)
4.- El Cuarteto de Nos, Palomo
5.- Francisco Bochatón, Caracol vacío (Loch Ness)
6.- Grand Prix, You shook me (AC/DC)
7.- El Soldado, Veneno sabor de miel
8.- Coki Debernardi, Un millón de dólares falsos

Lado B

“Aunque me beses la boca/ no es suficiente”

9.- Cineplexx, Ayer soñé que alguien me amaba (The Smiths)
10.- Daniel Melingo, Este cuore
11.- Estelares, El corazón sobre todo
12.- Abed Nego, Vuelvo a casa (Dennis Brown)
13.- Ariel Minimal, Magia
14.- Mariano Esain, My girl (The Temptations)
15.- Jaime Sin Tierra, Take me out (Red House Painters)
16.- Palo Pandolfo, Imagen proyectada/Eclipse bien

Todas las canciones de este no-programa son versiones inéditas, grabadas en FM Supernova entre 2000 y 2001, durante emisiones de los programas Música Cretina y Lo que más me gusta hacer, conducidos por Martín Pérez.

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martes, 5 de marzo de 2024

El Cuarteto de Nos, "Palomo"

De tanto laburar me duele el lomo/ la guita me da solo para lo que como

Se los presento, por si no los reconocen. Los pibes de la foto son El Cuarteto de Nos, fotografiados por Rodolfo Fuentes en Comunafiesta, un megarecital gratuito del año 1985 realizado en Montevideo. Por entonces el grupo estaba en sus comienzos. Habían sido algo así como los últimos en apuntarse a la fiesta del rock uruguayo de los ’80, lo que les permitió sobrevivir hasta la siguiente oleada, la de los ’90, donde inesperadamente lograron su primer gran éxito, un disco que hoy es un clásico, Otra navidad en las trincheras (1994). Por entonces habían dejado de lado su vertiente teatral, o sea ya no subían al escenario disfrazados de viejas, pero seguían siendo disruptivos, o pretendían serlo. Al menos a mí sus canciones por momentos me parecían tan peligrosas como un hombre bomba con hipo. Los descubrí gracias a El primer oriental desertor, un extraordinario himno punk que aun me sorprende con la crudeza nihilista de sus versos (y con esa parte del himno uruguayo incluida en el final). Un extremismo que se disfrazaba como emitido por uno de los tantos personajes extremos que habitaban sus canciones, entre los que estaba aquel increíble niño que agarraba el pitito con el cierre. Pero, así como podían ser punk o vaudevilleros, aquel Cuarteto era una banda profundamente beatle, y su gran éxito era una balada irresistible llamada Solo un rumor. Una de mis fantasías era lograr que El Cuarteto --que por entonces era un grupo desconocido fuera de su país-- apareciera en el programa de Tinelli, donde sus canciones llenas de chistes absurdos y de doble sentido parecían hechos a medida. El plan era que, cuando se hubiesen metido a todo el publico en el bolsillo, largasen con Solo un rumor, cuya pegadiza melodía se va intoxicando estrofa a estrofa con la cada vez más cruda descripción del amor de su voz cantante, que va enumerando rumores sobre el objeto de su pasión hasta llegar al ejemplo más terminal de ese recurrente "me dijeron": Y que te hicieron como siete abortos/ Y que uno salió mal/ Tuviste que parir y la quedaste/ Y que al bebé lo ahogaste en el water. No podía dejar de imaginarme las sonrisas congeladas y el espanto de conductor y publico ante aquella película de terror escondida en una canción, como la gilette en la manzana jugosa o al final del tobogán. Si el éxito de Otra navidad en las trincheras no cruzó entonces las fronteras fue seguramente porque salió por una discográfica independiente y también porque eran tiempos mucho menos interconectados, pero en realidad si uno mira la horrible tapa del disco entiende como a ningún rockero que no tenga idea de qué trata el asunto se le ocurriría darle una oportunidad. Yo me hice fan de ese disco, lo que tal vez diga demasiado algo sobre la particularidad de mis gustos e interses. Descubrí las perlas que tenía escondidas para mí, y desde entonces con cada disco del Cuarteto que cayó en mis manos hice lo mismo: buscar los temas que considerase míos (siempre había dos o tres), y hacérselos escuchar a todo el que cayese cerca. En eso estaba cuando pasaron por Supernova, en uno de los tantos intentos recurrentes e infructuosos de cruzar el charco que hicieron durante esa instancia de su carrera. Tocaron en Lo que más me gusta hacer, y nos regalaron un mini recital de cinco temas, entre los que estaba este Palomo, que formaba parte de su disco Revista Ésta (1998), y era uno de los míos. La carrera del Cuarteto tuvo un acto más, el definitivo, el que los convirtió en un grupo for export del rock de su país y también fue borrando la imagen de aquella vieja banda de escenario de carnaval, de uruguayez intraducible, con la que se convirtieron en clásicos puertas adentro. Lo he contado más de una vez, pero nunca me sentí más uruguayo como cantando a voz en cuello junto a una multitud (de uruguayos, claro) los versos más representativos de sus clásicos, que hoy seguramente serían cancelados rigurosamente. Pero lo que suena en el nuevo Música Cretina, armado con aquellas deliciosas grabaciones encontradas de comienzos de siglo, es el Cuarteto en su versión sin adulterar ni modernizar, ese grupo que no lograba cruzar el Río de la Plata pero sonaba auténtico, único, tan explosivo como de tablado, y tan uruguayo que no había caso. Por eso es que desde siempre han sido Cretinos honorarios, trayendo su música, que es lo que desde siempre a nosotrxs rebota y a ustedes les explota. O viceversa, qué importa, qué interesa. Porque siempre fuimos Palomos.

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lunes, 4 de marzo de 2024

Turf, "Yo no me quiero a casar, y usted?"

No conozco a nadie/ que no haya terminado mal

Se los presento, aunque supongo que no necesitan presentación. Los pibes de la foto son unos muy jovencitos Turf, y son ellos, o casi ellos, los que dan el puntapié inicial del primer Música Cretina del año, uno muy especial, porque su lista de temas fue seleccionada a partir de un archivo hasta ahora inédito, con el registro de los grupos que pasaron por Lo que más me gusta hacer, el programa diario que conduje en FM Supernova durante su último año, el 2001. Digo que los Turf que abren estas grabaciones encontradas son “casi” los de la foto, porque en realidad la foto es de cinco años antes, cuando el grupo recién estaba asomando. La autora es Nora Lezano, y la hizo para una pequeña nota que firmé para el numero 2 de la versión local de Inrockuptibles, con fecha agosto de 1996. Antes de que entrasen a grabar su disco debut, o sea. En cambio, para la época de la sesión emitida desde aquel estudio enorme que utilizaba Supernova –creo recordar que alguien me había dicho que antes había sido el de la señal dedicada a la musica clásica de Radio Nacional–, el grupo desde un disco atrás ya era un quinteto, y la razón por la que estuvieron ahí fue porque estaban presentando su tercer opus, Turfshow, el que los convirtió en un grupo popular, y se podría decir que es el que los ha mantenido vivos hasta el día de hoy. ¿Son los temas o los artistas los que sobreviven? ¿Son los artistas los que mantienen vivos a los temas, o es al revés? Supongo que dependerá de cada artista y de cada tema, pero el caso de Turf es capaz de poner en duda cualquier respuesta. Porque comenzaron siendo para muchos casi un invento del Si, en la época en la que el suplemento cada tanto utilizaba su influencia para intentar renovar la escena local a imagen y semejanza de lo que hacía por entonces la prensa rocker semanal británica, que ponía en tapa a grupos que apenas tenían un simple –¡un tema!– para mostrar. Lo cierto es que los Turf ya tenían entonces los temas y el carisma como para seducir a primera escucha sin necesidad de que nadie los inventase, algo de lo que puedo dar fe, escribiendo de manera entusiasta aquella notita presentación antes de que hubiesen grabado su primer disco. Aquel debut apenas si completó el auspicioso demo inicial, en el segundo disco se pusieron ambiciosos, y para el tercero parecieron deponer aquella busqueda ya que sus temas se habían vuelto simples y pegadizos, intentando tal vez buscar la clave para sobrevivir en la jungla que habían elegido como su ámbito: la del showbiz, no la del arte de tapa de su disco anterior. Pero creo que en realidad lo que estaban haciendo era tratar de comprender en qué consistía su don, canalizar ese carisma y ese entusiasmo, entender qué hacer con esas canciones que los estaban buscando. No lo sabíamos entonces, pero esos temas que rimaban loco con poco y que hablaban de casarse pero mejor no, y que en su momento --lo confieso-- me hicieron tirar la toalla con respecto a la banda, fueron el boleto a su supervivencia como grupo y como músicos, y aún hoy los seguimos cantando, o al menos tarareando, aunque la cabeza se meta en el camino y no nos permita disfrutarlos del todo. Según recuerdo, no fue algo que haya sucedido inmediatamente. El país cayó en lo que por entonces creíamos que sería su major crisis, Joaquín Levinton fue pasto de la prensa amarilla poco después, y los trajeron de regreso las hinchadas de futbol y sus cantitos, pero un poco Turf pasó a ser un grupo más vinculado con la nostalgia que con la música. Mas cercano, digamos (y la boca se me haga a un lado), a Vilma Palma que a Babasónicos. O al menos yo –con algo de culpa, porque son amigos y los quiero– pensaba eso hasta que, hace un par de años, me acerqué a ver un show del grupo, una presentación callejera sorpresa en la que la musicalidad de la banda y el extraordinario carisma de Joaquín me dejaron en llamas. A mi y a todos los presentes, muchísima gente que se fue sumando sorprendida y extasiada al darse cuenta de quién estaba tocando, entre ellos nada menos que –lo juro– Hrabina, aquel legendario marcador de punta de Boca. Hay algo de verdad en Turf, en Joaquín y en esas canciones, y creo que se puede percibir también en esta grabación que abre un Música Cretina lleno de sorpresas, de versiones inéditas, de clásicos cretinos (y amigos ídem) desde hace años, qué digo años, décadas, una vida o parte de ella. Pasen y vean, pasen y escuchen, que hay para todxs. Canciones que te mantienen con vida, vidas que dan vida a las canciones. Porque ya saben, todo, pero todo todo, tiene sentido con música. Pero tiene que ser cretina, claro que sí. 

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domingo, 3 de marzo de 2024

¿Arrancó el año?

Arrancó el año. ¿Arrancó? Bueno, no importa, quién sabe si arrancó el año, pero con Música Cretina sí que arrancamos. Como avisé hace un par de días, el primer no-programa del 2024 ya está online, listo para escuchar. Y, como si fuese poco, es una emisión especial. Ya hemos hecho no-programas spotyfree y demás, pero más especial que este flamante ejemplo cretino no hay: es totalmente inédito, armado con grabaciones encontradas, versiones inéditas, perdidas durante casi dos décadas, hasta este momento. Les cuento: allá lejos y hace tiempo, el cambio de siglo me encontró poniéndole el hombro a una radio bautizada Supernova. Eran los primeros pasos --creo, corríjanme si me equivoco-- de una FM rockera en Radio Nacional, algo que desde entonces se continuó con el tiempo, llegando hasta el dia de hoy. Aquel experimento inicial duró un par de años, y se podría decir que fue exitoso: sus oyentes (y no tanto) recuerdan a Supernova con cariño, a pesar de que estuvo demasiado asociada al gobierno de la Alianza y a el hoy negacionista Darío Lopérfido, lo que en su momento selló el destino de la radio. Durante ese tiempo llevé adelante dos ciclos: el primer año hice todos los domingos la versión sí-programa de Música Cretina --que se mudó de La Tribu a Supernova--, y el segundo conduje mi primer y único programa diario, bautizado Lo que más me gusta hacer. Habría muchas historias para contar al respecto pero la que nos importa en este momento tiene que ver con que tanto en Música Cretina como en Lo que más me gusta hacer, se tocaba música en vivo. Los domingos solía invitar al un músico a cerrar el programa con alguna canción nueva --allí fue donde Leo García estrenó su Morrissey, por ejemplo--, y el final de la semana en Lo que más me gusta hacer se anunciaba con algún recital. Esas apariciones se grababan, y se repetían tanto en mi programa así como se incluían --si a la radio le interesaba-- en el resto de su programación. Siempre conservé un recuerdo más que cariñoso de las canciones estrenadas en Música Cretina, pero me había olvidado totalmente de los shows de Lo que más me gusta hacer, tal vez porque en un programa diario suceden demasiadas cosas. Lo cierto es que no volví a pensar en eso hasta que este fin de semana, revisando un viejo disco duro, encontré una carpeta que me llamó la atención, y cuando cliqueé para ver qué había en ella, se abrió ante mis ojos un auténtico cofre del tesoro. Y entonces me acordé: en mi afán archivista, con el cierre de Supernova me había traído a casa varios minidisc con aquellas grabaciones, un formato que no podía escuchar porque no tenía un reproductor, algo que con el paso de los años se hizo cada vez más difícil, ya que cayó en desuso y nadie tiene lo que hay que tener para volver a escucharlos. Pero una vez logré hacer copia de esos archivos, y son esas gemas --o parte de ellas, ya que hay mucho más, recitales enteros-- las que comparto con quienes quieran hacer play en este nuevo Música Cretina, pasen y vean, abran las orejas, y prepárense para sorprenderse. No digan que no les avisé. 

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lunes, 8 de enero de 2024

El Último de la Fila, "Como un burro amarrado en la puerta de un baile" (Versión 2023)

Me siento como aquel ladrón que busca su fortuna/ en un callejón por donde nunca pasa nadie

Hubo una época en que las discográficas no se quedaban con todo el dinero, y lo repartían un poco. Permítanme una disgresión: reemplacen discográficas por la empresa que prefieran y la frase seguirá funcionando. No se trata de un truco de la dialéctica, es el mundo en que vivimos. Ahora bien, como les estaba diciendo, a los muchachos de los discos por entonces se les derramaba alguna cosa: pagaban algo a los músicos (además de estafarlos, claro), fabricaban productos que te podías llevar a tu casa, tenían más empleados despilfarrando dinero y, yendo a lo que me importa para este recuerdo, pagaban viajes a los periodistas para que conozcan a un artista. Sí, todavía me tengo que pellizcar para creérmelo: había una vez una discográfica que me pagó un pasaje en avión a España para promocionar a un cantante que era casi un desconocido de este lado del Atlántico y del globo. Y lo siguió siendo después. Fue algo que sucedió, claro, el siglo pasado, pero --como pueden apreciar-- aún lo estoy recordando. Ahí estuve yo, una noche fría y lluviosa en Madrid, viendo a Manolo García corcobear sobre el escenario de Las Ventas, calándose hasta los huesos ante una multitud, y feliz de poder hacerlo. Se había lanzado como solista, y estaba facturando a lo grande el hecho de haber sido el cantante de un dúo muy particular dentro de la música pop española: El Último de la Fila. Su particularidad estribaba en que, además de ser dueños de un repertorio fascinante --su delicioso primer disco se bautizaba Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana--, en el tan corporativo negocio musical español se habían hecho famosos por las suyas, sin deberle nada a nadie. Para cuando firmaron su primer contrato con una multinacional, sus canciones nunca habían sonado en la radio e igual la gente se las sabía, lo que propiciaba comparaciones musicalmente absurdas entre los argentinos conocedores del mundo musical que pisaban suelo español pero apropiadas en los que refiere a esa popularidad de abajo hacia arriba: el Último eran los Redondos españoles. Estamos hablando de la segunda mitad de los años ’80, convengamos que el tiempo terminaría haciendo aun mas impropia semejante comparación, pero lo cierto es que el grupo --casi sin escalas-- consiguió su gran contrato, llegó a hacer un disco producido a todo trapo y terminó separándose, y yo estaba ahí seguramente porque al buen Manolo había que tenerlo contento para su lanzamiento solista con toda la gloria. Merecida por cierto: aquel debut como solista después de la separación del grupo estaba a la altura de lo que venía haciendo e incluso se superaba, pero todo demostraría ser inútil, y García nunca sería más que otro de la guía en el Río de la Plata. Supongo que los de la discográfica lo sabían, pero yo estaba ahí para satisfacer al artista, que seguramente les había exigido al firmar contrato que lo hicieran famoso en América ya que en España se las bastaba por sí solo. Lo que no le decían era que si yo estaba ahí era porque los medios que estaban más arriba en la lista --los más influyentes, digamos-- habían declinado la invitación (se derramaba mucho en esa época: los muchachos de los grandes diarios no daban abasto, por suerte). Pero yo no había aceptado ese encargo solo por el viaje: realmente me gustaba El Último de la Fila. Nunca llegaron a Buenos Aires aquellos míticos primeros discos del grupo, pero cuando empecé a trabajar en los medios pesqué la compilación remasterizada de sus primeros éxitos independientes, que sí salió por estos pagos (y nadie le prestó atención). La bautizaron Nuevas mezclas e incluía temas que hoy son clásicos (ya entonces lo eran en España, por cierto), como El loco de la calle, Insurrección o No me acostumbro. Recuerdo que llegaron a sonar en el Piso 93, y también que en su momento el grupo cruzó fugazmente el charco para tocar en Buenos Aires, invitados por el ICI porteño --hoy CCEBA--, que supo hacer roncha trayendo lo mejor de la movida española a exhibirse ante el público joven de la nueva democracia argentina: así fue como Almodóvar comenzó a hacerse conocido por acá (cómo olvidar aquel ciclo en Hebraica), y los punks se cascotearon con la policía tratando de entrar a ver un show de Siniestro Total en la disco New York City. Con el Último no sucedió nada de esto, pero hay pruebas de ese viaje en los recortes de prensa de la época, que yo me había fotocopiado para demostrarle a Manolo, cuando lo entrevisté en Madrid al día siguiente de aquel diluvio en Las Ventas, que había hecho mis deberes. No le importó demasiado: a mi regreso a Buenos Aires me enteré que se habia quejado de que tanto yo como otros colegas que habían usufructuado el mismo viaje no lo habíamos ido a saludar al camarín al final del recital. Recuerdo que con el Bebe Contepomi estábamos hartos de tanta lluvia y salimos huyendo: los dos teníamos entrevistas pautadas al día siguiente por lo que ya habría besamanos, asi que no nos pareció que el saludo protocolar de esa noche fuese tan importante. Manolo García es conocido por ser un tipo gruñón y algo engreído, es lo que comentan por lo bajo los periodistas españoles, que lo tienen que sufrir habitualmente: ¡Ay del ego de los bateristas de un grupo que pasan a ser sus cantantes! Pero démosle la diestra: nuestros pasajes seguramente los dedujeron de sus regalías --como el presupuesto de grabación del disco y demás, obviamente--, asi que se sentiría con derecho a revisar los dientes del ganado. No me siento culpable: creo que le hice la mejor nota que le deben haber hecho por estos pagos alguna vez, y todo fue sincero. Pero no le alcanzó, o quizá nunca se enteró. La anécdota no debe haber ayudado a mitigar su desconfianza de los argentinos: en la entrevista me contó que firmaba sus temas con el absurdo nombre de Manuel García García-Pérez porque sus primeras regalías nunca le llegaron. Cuando intentó averiguar la razón, descubrió que había otro músico en SGAE que también se llamaba Manuel García... ¡y que era argentino! Lo cierto es que la carrera de Manolo como solista desde aquellos días ha sido prolífica, y en España ya es una marca registrada, pero la novedad del año pasado fue que se juntó con su antiguo coequiper, Quimi Portet, para regrabar el repertorio de El Último de la Fila. Lo han hecho adaptando los temas tanto al espíritu de sus años como a la lógica de sus ganas y sus voces: algunos han bajado de tonalidad y de ritmo, algo que en muchos casos ayuda a disfutar de sus letras. Es lo que sucede con el que suena casi al comienzo del Lado B de este Música Cretina, que tal vez haya sido el más famoso del Último de este lado del charco. Se llama Como un burro amarrado en la puerta de un baile, y mereció un llamativo video que supo verse con ganas en la mejor época MTV Latino. Tanto tienes, tanto vales/ no se puede remediar/si eres de los que no tienen/ a galeras a remar, canta el buen Manolo en esta nueva versión, que quizá pierde parte de su hechizo. Es cierto que no resulta tan irresistible como la original, pero sigue diciendo sus verdades. Musicales, claro. Y también cretinas. 

viernes, 5 de enero de 2024

Nikki Sudden, "Every girl cuts me in half"

Permitanme que les presente a los protagonistas de esta foto hermosa: se llaman Adrian Godfrey y Marc Field. Dos nombres que seguramente no les digan nada, pero tenganme confianza, que --como dijo alguna vez el buen Rod Stewart, o quien sea que haya bautizado el disco solista que lo hizo mundialmente famoso-- cada foto cuenta una historia. Asegura la leyenda que cuando Adrian tenía quince años y vio a su compañero de esta instantánea tocar la guitarra en televisión, largó todo y decidió dedicarse a la música. Si, porque el que saca pecho en esta deliciosa imagen es nada menos que el legendario Marc Bolan, a cara lavada y con apenas 29 años ya todo un veterano de mil batallas, fotografiado en la puerta de su departamento de la calle Holmead, en el sur oeste de Londres, saludando a sus fans. Cuando el que lo abraza y mira con admiración y verguenza decidió el destino de su vida al verlo en la tele, Bolan estaba en lo más alto de su faceta T. Rex, presentando esa obra maestra que es Electric Warrior. A estas alturas, en cambio, el buen Marc ya había mordido el polvo, era padre de un hijo (o estaba por serlo) y estaba maquinando un regreso con toda una gloria que no pudo ser, porque un año más tarde, y justo antes de cumplir los 30 años, falleció en un accidente de auto. Quedate con quien mira de tal manera a tal otrx, dice la frase, y por lo tanto quedémonos con Adrian, ya que tan así es como mira a su ídolo Bolan en esta foto. El joven Godfrey tenía entonces 20 años, y aunque todavía le faltaba un año y un poco más para grabar y editar su primer simple, Nikki Sudden --porque así es como lo terminamos conociendo-- seguramente ya tenía su banda lista y en forma, bautizada Swell Maps, y compartida con su hermano menor Kevin, o sea Epic Soundtracks. Aquel primer disco autoeditado del grupo, Read about Seymour, ha pasado a la historia como uno de los simples históricos del punk británico, pero aunque Swell Maps como grupo siempre supo mezclar la crudeza del punk con los experimentos más ruidistas del krautrock, tanto Nikki como Epic demostraron ser adeptos a las melodías y la épica del rock más clásico durante sus carreras solistas. De hecho, los ídolos de Nikki, tanto en su aspecto como en su actitud ante la vida y la música siempre fueron Keith Richards y Ron Wood: un Stone por fuera de los Stones, eso es lo que terminó siendo el buen Sudden, que durante su larga carrera persiguiendo el rock y la canción perfecta formó un par de grupos, entre ellos The Jacobites, pero es más facil descubrir y admirar las perlas que fue dejando aquí y alla durante su desempeño como solista. Si estamos hablando de Nikki Sudden no es por la foto que ilustra este texto, sino porque en el último Música Cretina brilla uno de sus tantos temas perdidos, rescatado para la última reedición de su segundo álbum solista, The Bible Belt (1983), que originalmente se editó cuando Swell Maps ya era historia, y justo antes de que se formasen los Jacobites. En The Bible Belt ya lo acompaña quien fuese su compinche en ese grupo, Dave Kusworth, asi como quienes luego formarían The Waterboys, com Mike Scott a la cabeza. Every girl cuts me in half, o sea "Cada chica me corta al medio", es una de esas canciones hermosas que parecen estar a punto de desarmarse cada vez que uno hace play, pero siempre consigue llegar maravillosamente al final entera y brillando. Brindemos por eso, por esas vidas que nos regalan tantas canciones antes de apagarse prematuramente, por esas canciones que se mantienen vivas y enteras cada vez que las escuchamos aunque parecen que se van a deshacer como nuestros dias, nuestras semanas y nuestros años, que también siguen ahí, canción a canción. Por suerte o por lo que sea. Salud.