miércoles, 11 de agosto de 2021

Los Tres c/Lalo Parra, "La negrita"

Que será de mi/ si te vas, amor

“Ya, vamos a tocar foxtrot”. Pasándole una guitarra, eso fue lo primero que le dijo Roberto Parra a Álvaro Henríquez, el líder del grupo chileno Los Tres, cuando se conocieron, en la casa de su hermano, el poeta Nicanor, en el barrio de La Reina, en Santiago. “Así que enganchamos al tiro”, resumió. Por entonces Los Tres aún eran sólo tres jovenes músicos --aún no se les había sumado Ángel-- que venían de tocar rockabilly en su natal Concepción para integrarse a la bohemia artística de la época en la capital chilena, aun regida por el pinochetismo. Henríquez fue testigo privilegiado de esa movida como parte del fenómeno que fue la puesta de La negra Ester, una obra teatral basada en unos versos de Don Roberto dedicados a una prostituta. Inventor de las cuecas choras, vinculadas a la marginalidad, y el jazz huachaca, o sea vulgar, tan hermano de Violeta como Nicanor, Roberto siempre fue el cantautor y poeta de cantina de la familia Parra, creador innato --como leo por ahí-- de sincretismos entre el folklore local y la música importada. Con Lalo, otro de sus hermanos, formaron un dúo que exploró esos vínculos, pero para Los Tres funcionaron como sus particulares aduaneros de la felizmente porosa frontera de la musica del grupo con la cueca chilena, una particularidad que fue el ingrediente clave para alcanzar la popularidad --continental, por supuesto, pero especialmente dentro de Chile-- con su Unplugged de MTV, en la segunda mitad de los años 90. Contó alguna vez Henríquez que haberlo conocido a Roberto fue lo que les permitió a él y a sus amigos abrir los ojos al hecho de que la cueca no era sólo eso que hacían todos los grupos folklóricos oficialistas de la época. En el libro de memorias fotográficas --literalmente: compila las fotos que fue sacando durante la historia del grupo-- del bajista Roberto Titae Lindl, Álvaro también recuerda otra de las cosas que le decía el venerable Parra cuando formaban parte del elenco de aquella obra basada en sus poemas: “Alvarito, tenemos que hacer una ramada en cualquier lonjita de terreno que nos den, y nos vamos mitimota”. Por eso es que, cuando murió en el 1995, les propuso a sus compañeros de grupo que hicieran una fonda en serio, como tributo a don Roberto. Al decir fonda, Henríquez se refiere a los bailes que proliferan en ocasión de las fechas patrias, ya sea en locales, en la calle o en carpas armadas para tal fin, reuniendo alcohol, comida y música en vivo. Los Tres lanzarían por primera vez su propia fonda bajo una enorme carpa al año siguiente de la muerte de don Roberto, y la bautizaron La Yein Fonda, con tal éxito que siguieron repitiéndolo año tras año, y un disco en vivo con ese nombre --grabado en uno de esos eventos-- forma parte de su discografía oficial. Lo que suena casi al final del Lado A del que todavía es el último Música Cretina es un tema otro disco, que el grupo hizo en homenaje explícito a Roberto y Lalo Parra, bajo el título de Peineta, recordando que en los bajos fondos y en las quintas de recreo se decía que tocar bien, es decir lograr interminables punteos como los que hacía Don Roberto en acordes en sol mayor, era como peinarse con la guitarra. Peineta reúne un registro en vivo del grupo acompañados por Roberto Parra, un año antes de su muerte, con temas grabados cuatro años después en estudio con el Tío Lalo, como lo llamaban, que moriría recién en 2009. En el libro de Titae hay algunas fotos de esas sesiones, una de las cuales lo muestra con una guitarra eléctrica, la primera vez que tuvo una en sus manos. “No había tocado antes una, y estaba alucinado con el sustain”, se enorgullecía Henríquez cuando salió el disco. Lo que se puede escuchar en este no-programa, justamente, es el preciso momento en que Lalo Parra graba por primera vez con una guitarra eléctrica, en una versión del tema La negrita, un clásico del folklore chileno. Tan lejos de ti/ no podré vivir canta y toca Lalo, y acá estamos sin embargo, tan lejos y viviendo. 

lunes, 9 de agosto de 2021

Salif Keita, "Folon"

Se los presento, el tipo de la foto se llama Salif Keita, y su increíble voz suena a poco de empezar el que –pese a que ya pasaron muchos días y muchas cosas desde su estreno– sigue siendo el último no-programa. Tuvimos sol, tuvimos tormenta y no paramos de llorar despedidas, pero acá estamos, lunes nublado y frío, siempre con Música Cretina para hacernos compañía. Apenas arranca el Lado A, lo que suena es Millones de Casas con Fantasmas, pero ya hablamos de eso, así que ahora toca hablar del buen Salif, la voz de oro del África. “Lo primero que se percibe cuando Salif Keita sale a escena para ponerse bajo las luces y escuchar una ovación de un público expectante, es su rostro. Es de un blanco casi traslúcido, como si fuese el de un fantasma, con labios gruesos y una nariz ancha”, escribió Quincy Troupe, profesor de literatura norteamericana y caribeña en la Universidad de California en San Diego y quien ayudó a Miles Davis con su autobiografía. “Keita es un albino africano en una banda de músicos y cantantes profundamente negros. La experiencia de ver un negro blanco, como a veces son llamados los albinos en el oeste de África, al frente de semejante grupo, es en principio shockeante. Pero cuando las primeras notas salen de su garganta, es imposible no impresionarse con su voz. Primal y embrujada, esa voz llena el cuarto sin problemas y recuerda la de un muezzin, retumbando desde una mezquita al crepúsculo y al amanecer”. Troupe lo describió así a fines del siglo pasado, en las páginas de la revista del New York Times, cuando su figura recién comenzaba a instalarse como una de las fundamentales dentro de la escena de las Músicas del Mundo. Nacido en 1949 en Djoliba, al oeste de Bamako, la capital de Mali, Keita no tuvo una infancia fácil, ya que ser albino en Africa es tomado como un signo de mala suerte. Condenado a la soledad tanto por su familia como por su comunidad, siempre ha destacado el hecho de que la dificultad de ser albino en África comienza con la imposibilidad de soportar la contundencia del sol. “Para mi familia, me transformé en una carga, ya que no podía trabajar en el campo”, explicó. “Sólo me podía dedicar a ahuyentar con mis gritos a los pájaros de los sembrados. Así fue como fui desarrollando mi voz”, bromeó. Aunque su vocación en un principio decantó hacia la enseñanza, sus estudios se cortaron a causa de los problemas de visión propios del albinismo y finalmente Keita decidió dedicarse a la música. Pero el sistema de castas de la sociedad de su país hace que no esté bien visto que un descendiente de la realeza –y la familia de Salif supuestamente desciende de Sundjata Keita, quien en 1240 fundó el reino de Mali– se dedique a tales menesteres. Así que, para seguir la que sería su vocación durante el resto de su vida, Salif debió abandonar su hogar, comenzando así una larga carrera que –medio siglo mas tarde– lo ha terminado convirtiendo en un mito que hace tiempo fue bautizado como el Caruso africano. Leo por ahí que Keita decidió un par de años atrás que su álbum del 2018, Un autre blanc, era el último, porque le costó mucho grabarlo, y –dice– la gente ya no escucha discos. Sin embargo, una rápida busqueda online permite constatar que ya estuvo tocando en vivo en este verano europeo, en Francia y en Italia, al menos. Así que, mientras cruzamos dedos esperando que alguien lo convenza de grabar un nuevo disco, dejemos que suene en esta nueva semana que nos recuerda que –ay– lo peor del inverno sigue entre nosotros. Lo que se escucha casi abriendo este Lado A es un tema acústico que cierra y bautiza su hermosísimo disco Folon, del año 1995, cuyo título quiere decir "En el pasado". No importa lo que sucediera/ En el pasado nadie quería saber, canta Salif y cantamos todos, aunque tengamos claro que querer no es saber, y este presente hiperinformado en que vivimos es la mejor prueba de eso. Pero la voz siempre sabe, de eso no hay dudas, así que sólo hay que querer escucharla. 

domingo, 1 de agosto de 2021

Los Locales en La Luna

Acabo de encontrar un recuerdo de Palo Pandolfo que merece compartirse al sol de este domingo de invierno. Es un testimonio de lo que eran los recitales de Los Locales, el grupo que tenía con Daniel Riga, y que quedó inédito. En la primera mitad de los 90 cada vez que había una fecha libre solían tocar en La Luna, un pub de Palermo --en Cabrera y Medrano-- por el que pasó toda la escena rocker de la época. Lo sé porque vivía cerca y solía terminar mis noches ahí. Alguna vez alguien me pasó el cassette de la foto, y desde entonces lo he cargado de aquí para allá en cada mudanza: una terquedad que con el tiempo termina convirtiéndose en archivo. No tiene sentido que semejante documento siga guardado, y por eso hay que compartirlo. Así que acá está: pasen y escuchen al Palo más espontáneo que puedan encontrar, justo en el camino que iba del punk profundo a la explosión latina de su Maderita.  

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