lunes, 26 de abril de 2021

Nebbia's Band, "Dulce lady"

Yo te canto ahora/ y esto no es solo un canto de amor

Ya casi hay un nuevo Musica Cretina listo para salir al ruedo, pero como todavía nos queda un ratito mejor aprovecharlo para sacar chapa con el no-programa aún vigente, en este caso con un pequeño lujo que nos permitimos casi al final del Lado B, cuando se deja escuchar la Nebbia’s Band entre la Mitchell de Mingus y nada menos que Pavement, como si fuese una suerte de eslabón perdido --o liberadora ruta colectora, alejada del peaje de las autopistas-- entre el más particular subproducto del jazz-rock al servicio de una cantautora y el post grunge del grupo de Malkmus. Hay algo de eso siempre en la música de Nebbia, que prejuiciosamente muchos han creído durante demasiado tiempo limitada al cruel reduccionismo del piru-riru-la de sus entusiastas fraseos, pero que por suerte hoy hay muchos que le han concedido ya varios de sus merecidos laureles. Porque Litto no es sólo un histórico, un fundador, sino que también es un fanático de la música y de la cultura popular --es un gran cinéfilo, por ejemplo--, y un tipo que siempre se ha jugado por lo que creía, y justamente por eso ha sido el blanco de toda clase de prejuicios. Por jugarse a la música como carrera en épocas de naufragios, por escaparle a las drogas duras cuando todos coqueteaban con ellas, por ser peronista cuando estaban de moda otras --digamos-- drogas políticas, por abrirse a tocar con flokloristas cuando todos se cerraban dentro del rock, y se puede seguir con la enumeración. Finalmente tanto humo se ha disipado, y en estos tiempos en que el rock se está comiendo su propia cola es imposible no disfrutar del redescubrimiento de cada recodo del múltiple catálogo Nebbia. No todo tiene el mismo nivel, claro que no, especialmente porque Litto siempre ha sido muy indulgente con su música, y bien que así haya sido, negándose a autoncensurarse y dejando abierta esa bendita canilla creativa. El resultado son gemas que siempre esperaran pacientes que uno llegue hasta ellas, como ese pliegue del camino que es la Nebbia’s Band, el grupo que armó luego de la segunda y definitiva separación de Los Gatos, justo cuando arrancaban los 70, y Litto --según cuenta en el texto incluido en la reedición de Melopea del único disco de aquella banda-- quería que sus canciones sonasen con instrumentos de viento y empezar a hacerle lugar a la improvisacion. Su primera aparición en escena fue con un auténtico desfile de invitados en un teatro de Acassusso, por el que desfilaron Javier Martínez, Rodolfo García, Oscar Moro y Alfredo Toth, entre otros, abriendo una serie de recitales que culminarían en el Opera. El recuerdo de Nebbia es que, salvo los fieles, los demás no entendían lo que quería hacer entonces, alejándose de sus temas conocidos, adentrándose en territorios nuevos, que anticipaban muchos de los caminos que perseguiría años después. “La gente no entendía realmente qué hacíamos”, escribe Litto. “Temas tan largos, armonías tan raras... Así es la música: jamás debe estar sujeta al Mercado, como le dicen hoy”. Al preguntarle ahora por Dulce lady, el tema que suena en Música Cretina, al regreso del mail el generoso Litto precisa que era el lado B del único simple del grupo. “Cuando hicimos ese simple sabíamos que no lo íbamos a incluir en el disco”, recuerda. Y agrega: “Era un poco la costumbre de la época”. Cacho Lafalce, de Huinca, en bajo, Rodolfo García en batería y el propio Litto en Hammond suenan en ese Lado B, rescatado --junto al Lado A del simple, Pídeme más, donde se les suma Gustavo Bergalli en trompeta-- en la reedición del disco de la Nebbia’s Band. Y agrega Litto: “Quizá sea el mejor álbum sonoramente rescatado de los de aquella época...” Así que lxs invito a que dejen sonar en este lunes de otoño el último no-programa, y disfruten de ese diálogo final entre Joni, Mingus, Litto y Malkmus, cultura rock a volumen once, cabezas abiertas y sin prejuicios, y mucha onda, como debe ser. O debería serlo cuando hablamos de música. Y ya saben: si es Cretina, mejor.

domingo, 18 de abril de 2021

Rock, amor y suerte - Los Fundamentalistas de Aire Acondicionado en Epuyén

Empiezo por el final/ terminaré en el principio

Con la piel de gallina tengo que confesar algo. Este viejo lobo nunca le prestó atención a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. No se por qué, tal vez más que nada porque no tenía ganas de abrir la puerta y darme cuenta de pronto que era en vano, que estaba entregando mi emoción a cambio de nada. Bueno, el show que estoy mirando y volviendo a mirar desde anoche --A los pájaros, el impecable recital de Los Fundamentalistas desde las ruinas de Villa Epecuén-- me demuestra todo lo que estaba equivocado. No me queda otra que creerle a ese detector que a esta altura uno siempre tiene encendido, ya que uno tras otro se me vienen encima los viejos temas y no hay nada que se meta en medio de mis evocaciones y mi disfrute. Estuve ahí, estoy acá, y no tengo más que agradecimiento porque hacen posible semejante viaje. ¿De que viaje estamos hablando? El que muchos hemos hecho junto a las canciones del Indio, una ruta contracultural y que ha mantanido ciertas certezas, imágenes poéticas, miradas del mundo, y sigue la lista. Nada de lo que sucede en estos tiempos es ajeno a aquella visión que siempre fue apocalíptica y al mismo tiempo vital, es lo que sucede con la contracultura, acostumbrada a vivir entre las ruinas, a sobrevivir en los tachos de basura, a seguir respirando contra y a pesar de todo. Me reconozco en esas canciones repletas de guiños y referencias  --morir frente al Dakota, el viejo Caryl Chessman respirando otra vez, y ese ñanfri que al enfriarse te condena a ser apenas un punto más-- que tienen sus raíces en el siglo pasado y en eso que ya no hacemos, porque el tiempo pasa y nunca lo hace gratis. Pero tampoco en vano. Algo en lo que no dejo de pensar desde esta madrugada, que vengo escuchando las canciones de siempre que --ante la ausencia del Indio-- van rotando por las voces de varios de los Fundamentalistas, a la manera de la biopic de Dylan en la que recurren a varios actores para poder abarcar su figura. Me impresiona cómo dan justo en el clavo Déborah Dixon en Un tal Brigitte Bardot, Pablo Sbaraglia en Rock del país, Baltasar Comotto en La parabellum del buen psicópata, Gaspar Benegas en Pura suerte... y hablo de esos temas justamente porque son algunos de los que más he escuchado y con los que más he vibrado durante gran parte de mi vida, y son los que me dicen que sí, que son ellos nomás, y que está todo bien acá, con los Fundamentalistas. Que hay rock, hay amor, y también que tenemos suerte. Y a eso hay que sumarle las dos increíbles canciones nuevas del indio, la contundente Rezando solo (Si rezo solo, dios se aburre igual/ pero así, creo, me escucha mejor) y la emocionante Encuentro con un ángel amateur (“Yo ya no puedo cumplir hazañas que prometí/ sólo seguir cantando”), de donde también vienen los versos que abren estas líneas. Lo escucho a Benegas terminar de presentarlas --la única vez que alguien habla en toda la noche-- con un sintético “prepárense porque... cae todo”, y ahora que estoy volviendo a ver el show no puedo evitar reírme solo, entusiasta y cómplice una y otra vez ante un momento que no pierde su intensidad pese a haberlo repasado más de una vez. Y me entretengo también con el comentario de un fan anónimo que dice presente en las redes, haciéndole un guiño a esos tiempos de procesiones nocturnas: “Si nos perdemos, a la salida nos encontramos en canal de Paula Cocina”. Pero si me distraigo con esos detalles es porque lo veo tan bien al Indio desde la pantalla en la que hace su aparición (es encantador ver a los músicos dándose vuelta para verlo apenas aparece), que en realidad no quiero ponerme a pensar si esto significa una despedida o qué. El Indio canta resignado que se mira gritar desde un poster viejo, y mientras tanto nosotrxs aún disfrutamos de verlo vivito y coleando, aunque más no sea desde una pantalla. No quiero cantar victoria, no puedo dejar de pensar en aquella curación definitiva con la que nos engañó tan dulcemente Luis Alberto. Pero al mismo tiempo que sigan viniendo las canciones, por favor. Que sigan cantándose. Y gracias a los Fundamentalistas por hacer que sean aún posibles noches semejantes.

sábado, 17 de abril de 2021

Música Cretina 2021 #4

ESTO NO ES UN PROGRAMA

9-4-2021

Lado A

“Los días no pasan/ las noches regresan”

1.- David Bowie, Up the hill backwards
2.- Leo García, Por qué
3.- Barbara Manning, The end of the rainbow (Richard Thompson)
4.- Warren Zevon, Carmelita
5.- Cesaria Evora, Sabine Larga'm
6.- John Phillips, California dreamin’
7.- Flopa Manza Minimal, Abrazo impacto

Lado B

“Perdiendo la noción/ del tiempo y de la forma”

8.- Miss Kittin, Meet Sue be she
9.- Siniestro Total, España se droga
10.- Missy Elliott, Work it
11.- Makiza, Un día cualquiera
12.- Joni Michell, God must be a boogie man
13.- Nebbia’s Band, Dulce lady
14.- Pavement, Stereo

jueves, 15 de abril de 2021

Barbara Manning, "The end of the rainbow" (Richard Thompson)

La vida parece tan prometedora desde la cuna/ pero voy a ser un amigo y decirte lo que te espera

Se las presento, la muchacha de la foto se llama Barbara Manning, y el resignado verso con el que arrancan estas líneas es del que tal vez sea el tema más oscuro de Richard Thompson, lo que ya es mucho decir. Lo pueden escuchar casi al comienzo del nuevo Música Cretina, en la emocionante versión que Manning cantó para 1212, el disco que grabó en Tucson, con Joey Burns y John Convertino --Calexico, o sea-- como grupo acompañante. Creo que Barbara entró en mi vida de la mano de Stephin Merrit, el líder de los Magnetic Fields, que la tiene como invitada en el primer disco de su proyecto paralelo The 6ths, su vehículo para trabajar con vocalistas invitadxs. En Wasp’s Nest, así se llama ese álbum, Barbara comparte cartel con Dean Wareham, Gerogia Hubley o Lou Barlow, entre otros. Lo que me llevó después a conseguir el de su grupo, SF Seals. Tal vez haya sido al revés, no recuerdo bien, pero lo cierto es que por aquella segunda mitad de los noventa el nombre de Manning formaba parte de las contraseñas por las que nos reconocíamos los que nos sumergíamos en el mundo indie de la época. Fanática de la música y de hacer covers de sus artistas preferidos --llegó al punto de irse a Nueva Zelandia para grabar con muchos de ellos--, encontré por ahí una declaración suya fascinante, en la que cuenta que se metió en la música después de haber soñado a los doce años con Pete Townshend. “¡Es verdad! Me dijo que tomase una guitarra y marchase hacia el mundo”, le contó a Jason Gross para el site Perfect Sound Forever, y lo increíble de esa declaración es que básicamente resume toda su carrera. Le perdí la pista a Barbara hace rato, pero no tengo intenciones de desprenderme de esos pocos discos suyos que tengo en mi discoteca, y leo en Wikipedia que hoy vive en Long Beach, California, y es maestra de ciencias en una escuela secundaria de la zona. La encontré online y le pregunté por su cover de Thompson, y tuvo la generosidad de responder. Me dijo que cuando lo grabó estaba pensando en una amiga que tenía entonces, que estaba embarazada pero su pareja le confesó que se había enamorado de otra. “La canción me pegó, porque esa criatura iba a enfrentar cierta tristeza”, intentó explicar Manning, que me confesó que no sabía que Thompson compuso The end of the rainbow justo para la época en que estaba por nacer su primer hija, Muna, en los felices comienzos de su pareja con Linda Thompson. ¿Felices? Estos son los primeros versos del tema: Me preocupo por vos, pequeño horror/ a salvo en el pecho de tu madre/ ningún golpe de suerte está esperándote a la vuelta de la esquina. En la más que completa y dedicada biografía de Thompson que escribió Patrick Humphries --que luego haría lo propio con Nick Drake-- por supuesto que hay más de un párrafo dedicado a semejante tema, cuya versión original forma parte de esa obra maestra que grabó con Linda, I want to see the bright lights tonight. Linda confirma en el libro que fue escrita después del nacimiento de Muna: “¡No dejo de decirle que no se lo tome personalmente!”, apunta. Por su parte, Muna Thompson Mascolo --que, a diferencia de sus hermanos menores Teddy y Kami, nada casualmente no se ha dedicado a la música-- cuenta que lloró cuando la escuchó por primera vez, a los 16 años, y que por suerte su padre le dedicó años después una canción hermosa como The king of bohemia, en su disco Mirror blue. “Es una canción oscura, pero no las encuentro deprimentes”, le confirma Thompson a Humphries, y cuenta que durante una época Elvis Costello solía tocarla en sus shows, y le contó que la gente se le acercaba para decirle que la vida no era así, que había esperanza. “No estoy negando la felicidad del nacimiento de un hijo, no estoy hablando de mi hija, sino que estoy escribiendo una historia, estoy encarnando un personaje. Creo que a veces hay que llegar hasta ese punto, hay que escribir esa canción oscura”, agrega Richard y no tengo intenciones de contradecirlo. No hay nada al final del arco iris/ Ya no hay nada hacia lo que crecer, escribió Thompson, canta Manning, y en Música Cretina coreamos con ellos, sabiendo que hay que ir hasta el fondo para volver a salir, pensando en que las canciones tristes son como amigos que dicen presente especialmente en las malas, y tienen el efecto de una vacuna contra los malos tiempos. The end of the rainbow vendría a ser entonces como una super Sputnik, como esa cicatriz que llevo desde hace años en el antebrazo izquierdo. Queremos ver las luces brillantes esta noche, qué duda cabe. Que suene música, para sentirnos abrazados, pase lo que pase. Y si es Cretina, mejor. 

miércoles, 14 de abril de 2021

Joni Mitchell, "God must be a boogie man"

Bueno, la opinión del mundo/ no sirve de mucha ayuda

Hay un nuevo Música Cretina y la pareja de la foto se deja escuchar. Bueno, la que en realidad suena es Joni, porque Mingus para esa altura estaba demasiado enfermo como para formar parte del asunto. Sin embargo, ahí está, en la portada. Solito y solo, el nombre del hombre que, tal como lo confiesa en el primer capítulo sus memorias, era tres: uno, el que observa y espera, dos, el que ataca porque está asustado, y tres, el que quiere confiar y amar, pero se retira siempre que se siente traicionado. Eso es lo que prácticamente transcribe la Mitchell para el que tal vez sea el mejor tema de aquel disco, Mingus, el menos celebrado de todos los discos jazzeros de Joni pero el más emblemático, qué duda cabe. Nuestra dama precisa en el texto que acompaña el álbum que el tema en cuestión se concibió el mismísimo primer día en que se conocieron con su homenajeado, pero fue el último en tomar forma, tanto que fue el único que el buen Charles no llegó a escuchar terminado: murió dos días antes. “Se que le hubiese generado una carcajada”, escribe. Vaya uno a saber si el motivo de la risa sería porque dios en vez de ser el hombre de la bolsa --o el cuco--, bogey man, como se puede leer en Beneath the underdog, ha pasado a ser un hombre con onda, o con ritmo, un boogie man, como invita Joni a que cantemos todxs. Y mejor así, mejor la carcajada, mejor el ritmo, mejor la onda. Porque para cucos ya hay demasiados anotados. Leo en Reckless daughter, una reciente biografía de Joni Mitchell firmada por el periodista David Jaffe, que el disco en realidad terminó naciendo de la angustia del bajista --y de su infatigable mujer, Sue-- ante el avance de la enfermedad que se lo llevó demasiado prematuramente, con apenas 56 años. Enterados de que la relación de la cantante con el jazz no era un maquillaje sino que pretendía ser en serio, lo primero que hizo Mingus fue convocarla para un proyecto vinculado a los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot. Cuando eso no cuajó, y con el tiempo apremiándolo, la volvió a convocar diciéndole que había escrito algunas melodías para que ella les pusiera letra y las interpretara. Esa fue la base para lo que terminó siendo el disco, que Mingus pretendía que fuese su elegía, y para la que eligió a Joni, pero que finalmente terminaría siendo más Joni que Mingus... y además en el que estaba acompañada por un grupo de músicos que --como señala Jaffe-- eran más Miles que Mingus, al igual que ella. God must be a boogie man es uno de los únicos dos temas del disco en los que Joni firma tanto la música como la letra (el otro es The wolf that lives in Lindsey, que --nada casualmente-- en mis oídos de fan de la Mitchell siempre compitió con God por el título del mejor tema del disco). El verso con el que arrancan estas líneas hace referencia a que la opinión del mundo no sirve de mucho cuando un hombre sólo está tratando de descubrir cómo sentirse sobre sí mismo. Y la letra también habla del plan, de ese insultante plan divino, capaz de condenar a un músico como Mingus a sufrir las consecuencias de una enfermedad muscilar degenerativa --esclerosis leteral amiotrófica-- que, además de deteriorarlo rápidamente, le impidió durante ese final estar en contacto directo con su música, incapaz de moverse, de hablar, de tocar su instrumento. Por eso ese dios bogey man, y también boogie man, ya que estamos. Porque, ya que es imposible entenderlo, al menos que nos deje bailar a su ritmo. Cretino, claro. Y si se trata de música, mucho mejor. 

martes, 13 de abril de 2021

David Bowie, "Up the hill backwards"

Mientras nosotros dormimos/ ellos van a trabajar

Hay un nuevo Musica Cretina, y si deciden hacer play los recibirá uno de los scary monsters --y super creeps, a no olvidarse-- que el amigo David lanzó al mundo cuatro décadas atrás, justo al comienzo de los 80, después de sus correteos detrás del ambient y el avant garde de la mano de Iggy Pop y Brian Eno, y antes de hacer bailar al mundo tirando unos pasos al ritmo de Nile Rodgers. Ay, qué chic. Pero más que nada lo que Bowie estaba haciendo era purgar sus demonios, hacer borrón y cuenta nueva, y también tratar de resumir todo lo que había aprendido con sus experimentos berlineses. El resultado fue un disco diseñado como para contener temas como el que abre el nuevo no-programa, cuyo nombre --subir una montaña caminando hacia atrás-- bien puede resumir nuestro día a día actual. Más idolos que realidades/ Yo estoy ok, vos estás más o menos, canta el David de la foto, disfrazado y con la vista perdida, foto de ídolo no tan ok, digámoslo todo. El disfraz es el del clown que encarna aquella etapa de Major Tom no tan perdido sino más bien resignado, protagonista del video del ceniciento tema emblema de ese particular filo del tiempo para nuestra estrella ilustrada. La foto, mientras tanto, es de Brian Duffy, que en la tapa de Scary monsters (and super creeps) está intervenida por los hermosos dibujos de Edward Bell. Up the hill backwards es el segundo tema del disco, y creció a partir de una progresión de acordes y un ritmo a lo Bo Diddley grabados en Nueva York bajo la supervisión de Tony Visconti, como el resto de los temas. Un trabajo que se completó dos meses más tarde en Londres, tiempo necesario para que Bowie --que se había tomado el asunto muy en serio-- escribiese las letras. También en la capital británica fue que Robert Fripp se sumó al tema en cuestión con un solo de guitarra que practicamente coloniza su segunda mitad. No tiene nada que ver con vos/ si uno puede abarcarlo, es el consejo que Bowie repite una y otra vez, como si dijera que el mundo, los tiempos, los cambios, nada sucede en contra de unx, no hay ninguna conspiración, no se trata de ningún cruel destino personal, y es posible entenderlo así si se intenta comprender lo que está pasando. O al menos así descifro yo ese estribillo, ese subir la colina de espaldas. Y también el verso con el que empiezan estas líneas, que puede ser tanto un reconocimiento para los que siguen laburando mientras los privilegiados duermen, como una resignación ante los que le dan forma al estado de las cosas que tanto penamos, y no dejan hacerlo mientras todos nos desentendemos. Todo va a estar bien, nos tranquiliza, sin embargo, el buen David. Es que las canciones pueden hacer eso como ningún otro arte, tensar pero relajar al mismo tiempo. ¿O será el rock? Sus monstruos atemorizantes y super delirantes, al menos, hace tiempo que encarnan uno de sus mejores retratos, y también de los más rockeros. Y cretinos, claro que sí. Por eso es que los invito a retroceder en chanclas, trepar la colina del día a día caminando hacia atrás, haciendo play en el nuevo Música Cretina que inaugura nuestro amigo Bowie, y que ya debería estar sonando en este martes de sol y otoño. 

jueves, 1 de abril de 2021

Joss Henri, "Apollo pop 76"

Se los presento, aunque todavía no puedo decir que lo conozca realmente. El pibe que está parado en medio de las flores en la portada de este antiguo simple se llama Joss Henri. Si, ya sé, en la tapa del disco dice Jos, pero ha quedado en la historia con doble ese. En la historia al menos del segá de las Islas Mauricio, territorio de ultramar francés ubicado un poco más alla de Madagascar, todavía en el océano Indico, ya que su tema Couzin couzine se ha convertido poco menos que en el himno nacional del lugar. Pero la canción que suena en el nuevo Música Cretina es la del simple de la foto, el primero que grabó Joss, allá por el año 1975. El joven Joseph Gabriel --tal su nombre oficial-- tenía entonces 25 años, vivía en la isla Reunión y había empezado con esto de la música unos años antes, después de ganar un premio televisivo, y la terminaría de pegar tres años después, cuando aquel himno de los mauricenses llegó al número uno en todas las islas de la zona. Siempre digo que una de las cosas que más me gustan de armar el no-programa es compartir la foto de los discos programados que efectivamente están en mi discoteca, pero creo que igual de placentero es tener la excusa perfecta para poder perderme en las redes, buscando información de temas y artistas de los que apenas si conozco su historia. La dedicada a Joss Henri --o Henry, como a veces también aparece en sus discos-- es bastante escasa, no vayan a creer. Si Apollo pop 76 suena en el nuevo no-programa es porque fue rescatado por un compilado reciente de Moris Zeckler, irresistiblemente titulado Fuzz & soul sega from 70’s Mauritius. Según leo en lo poco que encuentro por ahí, con Couzin couzine el buen Joss llegó entonces a lo más alto de lo que podía llegar con su música sin dejar su tierra. Después hay apuntes de elogiosas presentaciones antes de los recitales de algún que otro cantante francés que pasó por la zona, el detalle de que sacó unos simples de reggae cantados en creole que llegaron a sonar hasta en las Seychelles, pero hasta ahí llegó su historia. En el único obituario que logré encontrar que recuerda su muerte en 2007, con 57 años, apuntan que el Ministerio de Arte y Cultura local descubrió su talento como narrador y lo contrató como animador cultural en las escuelas, donde contaba cuentos tradicionales de su gente. Hubo un último intento de volver a la música con el nuevo siglo, así que regrabó sus éxitos en un EP --que se puede escuchar en las redes-- y hasta hubo un disco de canciones nuevas, Valer nou la suer. Su explicación de entonces sobre de qué iban las canciones de aquel último disco resume tal vez su carrera musical y también la historia de su pueblo: “Para componerlas recordé un dicho que escuché en mi casa que decía: ‘No es el que transpira en la tarea quien se beneficia del fruto de su trabajo’”. Leo en ese único obituario, publicado en el Journal de l’Ile, que los servicios religiosos se realizaron en la iglesia de Pointe-aux-Sables de la isla Mauricio, el pueblo costero donde había nacido nuestro artista, y que sus cenizas se esparcieron en el mar, más allá de donde rompen las olas. Pero recordémoslo parado ahí, en el medio de las flores. Y escuchemos el tema de su primer disco, que suena al promediar el Lado B del último no-programa, entre la neoyorquina Gillian Welch y la catalana María Rodés. Cretinxos todxs, dueñxs de esa música que sabe sonar antes, durante y después de que se forman las olas.