viernes, 19 de abril de 2024

Recuerdos de otra guerra y otras noches (I)

Estos días llenos --o vacíos-- de noticias de una guerra que no termina de suceder me hacen recordar otra guerra, otros días y, especialmente, otras noches. Allá lejos y hace tiempo, lo que quiere decir el siglo pasado, yo era un joven que no sabía qué hacer con su vida pero tenía bien claro qué era lo que no quería hacer, como el personaje de John Cusack en Digan lo que quieran. Trabajaba en el depósito de una fábrica de ropa en Nuñez y llamaba a la radio para dejar mensajes, y asi fue como terminé entrando en ese mundo que tenía mas que ver con lo que estudiaba --Ciencias de la Comunicación-- que con mi trabajo diario. Siempre me gustó escribir, asi que mi sueño era poder vivir de eso, y como también me gustaba la música, la cultura rock, y la efervescencia alrededor del estallido de esa cultura en los medios masivos con la llegada de la democracia, fue el mejor de los descubrimientos darme cuenta de que era posible escribir para esas radios a las que llamaba. El asunto era tratar de convertir eso en un trabajo. El primer lugar para el que escribí fue Piso 93, pero era un programa de culto, y si bien fue un gran aprendizaje y un disfrute, no había plata involucrada en ese ida y vuelta. Pero había gente interesada en lo que yo había demostrado que era capaz de hacer y que, aparentemente, no había muchos haciendo. Asi fue como terminé entrando en Mitre, un medio que por entonces acababa de comprar Clarín --aunque, según creo recordar, no se podía decir abiertamente--, en una epoca en que el diario tenía un proyecto popular y masivo, y la radio estaba decidida a modernizarse y acercarse al lenguaje de las FM. De hecho, la radio tenía su frecuencia modulada, la 100 --como pasó a llamarse entonces--, y mi primer pie en ese mundo fue empezar a escribir textos para un programa temático muy popular: Los queridos 70, al que luego se le agregó Los 80 en fuga. Mas que programas eran segmentos horarios, porque la 100 pasaba mas que nada música, y en castellano, esa fue su revolución entonces. Esos segmentos trabajaban con la nostalgia, en el caso de los '70 una nostalgia del pasado inmediato, pero con los '80 era la nostalgia por venir, ya que por entonces la década aun no había terminado. Mis textos debían aceitar esa nostalgia; eran cortos, podían leerse en las aperturas de los temas, o incluso con algunos separadores, y se referían tanto a la música que se escuchaba como a su contexto. Compraba semanarios usados, buscaba noticias farandulescas o bizarras de la época, las resumía en textos cortos, tipeaba tres hojas por semana con sus correspondientes copias en carbónico, y cobraba mi dinero. Escribía para la radio y me pagaban por hacerlo, el primer objetivo estaba logrado. Pero yo quería dejar la fábrica y vivir de eso, de lo que me gustaba hacer, y para poder hacerlo tenía que entrar a la radio. La primera puerta que se abrió fue escribiendo publicidad para los pequeños anunciantes de Mitre, pero como dije, era un joven idealista a lo Cusack según Crowe, y no me gustaba escribir publicidad. Estaba en contra de mis --ejem-- principios. Gracias a que inventé el nuevo slogan de la 100 --“la 100 se mueve, movete con la 100”-- logré finalmente escapar de esa oficina y pasar a formar parte del equipo creativo de la radio. Terminé compartiendo un cuartucho sin ventanas con Saborido y Quiroga, y estaba disposición del programa o segmento que requiriera de mis habilidades. Solía escribir avances de los programas, algo asi como mini radioteatros --radioclips, les llamábamos-- sobre temas de actualidad o efemérides (recuerdo uno sobre la muerte de Charlie Parker, otro sobre el golpe en Chile, que nunca se emitió porque a alguien le pareció muy zurdo para el segmento... y tenía razón), e incluso llegué a armar una historia de Boca en capítulos (de Boyé en adelante, hablé con todos) y hasta guionear las apariciones de un personaje llamado La Nena para las transmisiones de los partidos de Boca --Mitre tenia los derechos-- narrados por Caldiero. Hice de todo desde ese cuartucho para Mitre y la 100, pero lo más inesperado a lo que me terminé dedicando fue a la Guerra del Golfo, y acá es cuando llegamos al punto donde empecé estos recuerdos, vinculados a una guerra sin noticias que puede o no llevarnos a un conflicto capaz de escalar hasta hacerse mundial. Pero supongo que, como esto se ha hecho largo, podemos seguir en un próximo posteo con este relato de primeros trabajos, John Cusack, radio, guerra y, especialmente, trasnoches.

(Continuará) 

martes, 16 de abril de 2024

Un cumpleaños en Comodoro

A mi abuela le gustaba jugar a la quiniela. Jugaba siempre al 16. Tenía sus razones. Para los que le buscan significado a los sueños pero Freud les tiene sin cuidado, el 16 es el anillo. Una imagen insulsa, claramente opacada por sus custodios: el 15, la niña bonita; y el 17, la desgracia. Pero no era en eso lo que pensaba mi abuela cada vez que jugaba, sino en los cumpleaños. El suyo, sí, pero también en los de casi todos en mi familia. Además de mi abuela, tanto mi madre, mi hermano y yo nacimos un 16. Mi hermano casi se pasa pero, aunque hubiese sido así, mi padre ya le había advertido al médico que no iba a aceptar que lo anotasen un 17. Era una noche del mes de octubre, mi viejo era un antiperonista furioso, y no hubiese aceptado tener un hijo nacido el Día de la Lealtad. Mi hermana es la única que no cumplió con el rito, nació un primero. Primero de julio, y se quedó sin fiesta el día en que murió Perón. Aquella vez mi padre tuvo que resignarse. Así que el 16 es nuestro número, claramente. A mi me tocó abril, y en la foto que pueden ver acá arriba estoy, digamos, disfrutando de mi cumpleaños número 27 dándole la espalda al viento en Comodoro Rivadavia. Siempre me gustó hacer un viaje, escaparme, estar lejos de todo el día de mi cumpleaños, y seguramente ese espíritu fue el que me hizo tomar la masoquista decisión de aceptar justo ese día ir a cubrir para el diario un show que Juan Carlos Baglietto haría para los ex combatientes. Mi mayor recuerdo de aquel viaje es lo ferozmente que se sacudió el avión antes de aterrizar. Y también una visita al casino al finalizar el día, que es lo que hace que pueda situar la fecha de manera tan exacta. Porque, así como mi abuela jugaba a la quiniela casi todos los días y le gustaba viajar a Mar del Plata para jugar al casino, yo no soy una persona a la que le gusten los juegos de azar. Pero aquella noche acerté por primera y única vez dos plenos en la ruleta, jugándole al 16 y al 27, mi fecha de cumpleaños y los años que me tocaban en suerte. Esos plenos no los gané yo sino que me los regaló el croupier, que me vio pichi y supongo que aprovechó para seguir entrenando la mano. El casino de Comodoro es chico, o en aquel momento lo era, y las mesas apenas si tenían cuatro colores. Aquella noche en la que fuimos, después del show de Baglietto, muchas mesas estaban esperando jugadores. Me acerqué a una en la que no había nadie, y empecé a jugarle a mis dos números. Como estábamos solos con el croupier, algo debimos haber hablado. De hecho, me tuvo que contar la mecánica del asunto, porque yo no tenía idea. No sabía, por ejemplo, que para jugar en una mesa de ruleta tenías que pedir un color. Así que en eso estaba yo, con mis números rojos, de la segunda y tercera docena, mientras se me iban acabando las fichas. La rueda había empezado a girar y aún no le había puesto una ficha al 27 cuando el croupier me preguntó si estaba pensando en abandonar mis números. “Es que estoy muy lejos. Los que están saliendo son los de la primera docena”, creo que le dije. “No tanto”, me respondió. “El 10 en la ruleta está al lado del 27”. No tuvo que decir más, a partir de ahí me centré en mis números y los dos tuvieron su pleno. Celebré, me festejaron, cambié mis éxitos por fichas grandes porque dije que quería ahorrar, no me olvidé de la caja de empleados, y seguí jugando. Mi suerte hizo que la gente se acercase a la mesa, y como ya no estuvimos más solos, las fichas empezaron a irse otra vez. Cuando amagué cambiar para seguir jugando una de las grandes que había guardado, volví a escuchar la voz del croupier: “¿No era que querías ahorrar?” Con eso alcanzó: junté todo y me fui de ahí, contento con mis dos plenos y encima con guita en el bolsillo. Y con una buena historia de cumpleaños para contar de vez en cuando.

(Conté esta historia por acá hace no tanto, pero como se cumplen exactos 30 años de esta anécdota, acá va de vuelta. Podría decir que es mi historia de cumpleaños preferida, así que por eso también valga la repetición, espero que no se ofendan los que ya la leyeron pero ya saben, el público --y la atención-- siempre se renueva. Los que me acompañan en tan ventosa foto de celebración son el fotógrafo del diario y el jefe de prensa que nos llevó hasta allá, a cubrir el show. Sus nombres se me escapan, si alguien me los recuerda, la próxima vez que cuente esta historia serán mencionados como corresponde. Debo tener por algún lado la reseña que salió en Página de aquel día. No del casino, del show de Baglietto, je. Ya tengo excusa para la próxima vez que quiera contar esta historia, si es que la encuentro) 

viernes, 12 de abril de 2024

King Crimson, "Heartbeat"

Recuerdo la sensación/ el ritmo que creábamos

Durante los años más solitarios de mi infancia, cuando estaba dejando de ser niño pero aun no me asomaba a la adolescencia, las revistas eran mi vía de escape. Siempre hubo revistas en mi casa, papel impreso, diarios, libros. Pero las revistas creo que para alguien en camino de su adolescencia eran perfectas, porque todas anunciaban la posibilidad de un nuevo mundo. Incluso las orientadas hacia la infancia, como Anteojito o Billiken: todas contrabandeaban futuro, vidas ajenas, otros posibles. La iniciación, la crisálida, eso es lo que murmuraban esas páginas que sabías que no debías estar leyendo, pero que al mismo tiempo te correspondían, pasaban pistas de lo que te iba a suceder.
Mi acceso a las revistas siempre estuvo garantizado durante mi infancia: en la casa de mis abuelos siempre las había, por todos lados. Ya sea debajo del amohadón del silloncito en el dormitorio principal, donde siempre había que buscar las revistas del día, como en la mesa de luz del cuarto de la empleada cama adentro, que noviaba con el chico del kiosco de revistas, cuya selección completaba ese mundo de ahí afuera. Si en el sillón del cuarto de mis abuelos yo encontraba El Tony, donde reinaba Robin Wood, en lo de su empleada conocí la revista Skorpio, donde salía el Corto Maltés; si en uno aparecían la apaisada Patoruzito, en el otro se escondía la prohibida Piturro, una suerte de Isidoro al palo que salía por entonces. Y no era que estábamos llenos de guita, eh. Había revistas para todos. Quino contaba que en su casa familiar hacerse un traje o comprar zapatos demandaba meses de ahorro, pero sin embargo había revistas por todos lados, incluso extranjeras. “O un traje era demasiado caro entonces, o las revistas estaban muy baratas”, calculaba el creador de Mafalda, y yo tengo el mismo recuerdo desde otra generación, con pilas de revistas por todo mi hogar, ya sea los fascículos de las enciclopedias, las revistas deportivas o las Satiricón escondidas en el placard como si fuesen revistas porno.
Fue por las revistas que empecé a asomarme al rock, ya que yo no tenía hermanos mayores de los que heredar nada. Pero por entonces ya había pasado a depender directamente de la fuente: ya estaba más grande, y trabajaba en el kiosko de revistas del barrio. Decir trabajaba es una exageración, mas bien cada tanto lo cuidaba. Mis padres tenían un negocio a la calle, que formaba parte de una esquina del barrio de Colegiales en la que todos los comerciantes eran amigos o al menos conocidos, y se hacían favores. Uno de esos negocios era un kiosco, y con mi fascinación por el papel impreso era irremediable que terminase pasando ahí las horas en las que acompañaba a mis padres en sus labores diarias. Eran los años del fin de la dictadura, el comienzo de la democracia, y las revistas y los diarios se multiplicaban. Cuidarle el kiosco al dueño durante sus ausencias --lo mas importante durante mi guardia, recuerdo, era anotar bien en un papel escondido entre los diarios las apuestas de la quiniela clandestina-- me permitía leerlo todo, y a eso me dedicaba. Y cuando empezó a interesarme el rock, la información venía a mí bajo la forma de revistas: dentro de la Humor, que compraban mis padres, con Las Páginas de Gloria, o en El Porteño, que compraba yo (o mas bien les hacía comprar), que siempre tenía una nutrida sección cultural, en la que siempre la música --y cada vez más el rock-- estaba presente. Y después las revistas específicas, como la Pelo siempre, y después la Canta Rock, también el under cuando se empezó a distribuir Tren de Carga y la modernidad de la mano de Twist y Gritos y tantas otras, muchas efímeras, pero todas pasaron por mis manos cada vez mas adolescentes, como la segunda epoca de Expreso Imaginario o un ovni bautizado Banana, detrás del que estaba Tom Lupo.
Aquel micromundo en una esquina de Colegiales incluía una zapateria, una relojería y, lo más importante, una disquería. Ya que entonces lo que anunciaban las revistas podía corroborarse (o no) bastante rápidamente, algo que no era tan común por aquellos tiempos. Recuerdo que mas o menos todo lo que decían las revistas respecto al rock local no encontraba ninguna respuesta crítica de mi parte: fui fan de León Gieco, de Charly García o de Spinetta, pero también disfruté del Dúo Fantasía. Todo era nuevo, todo me gustaba, todo pasaba a ser parte de mi vida. Con el rock extranjero era diferente, era un mundo mas vasto, después de todo. Y además los prejuicios entraban en acción rápidamente.
Todo estos recuerdos que me vienen a la cabeza tienen que ver con el disco al que corresponde el tema de donde están sacados los versos con los que arrancan estas líneas. Un cassette, en realidad, con el que aprendí algo importante a la hora de hablar de la cultura rock, o cultura a secas. Había leído en la Twist y Gritos, creo, perdida en una columna no en el cuerpo principal de la revista, elogios hacia un disco de un grupo que no conocía, que acababa de salir. El grupo se llamaba King Crimson, el disco se llamaba Beat, asi que fui a la disquería y me lo llevé a casa. Lo puse en mi cassettera, y recuerdo claramente la sensación: no entendí qué era eso que estaba sonando. Recuerden, yo era un chico que escuchaba a Spinetta, sí, pero también al Dúo Fantasía. Sabía que tenía que gustarme, pero no hubo caso: el cassette quedó olvidado en un cajón de mi escritorio. Me lo volví a encontrar un tiempo después, ¿un año? ¿dos? Lo cierto es que volví a hacer play, y entonces sí, se me abrió un nuevo mundo: me deslumbró, amé los ritmos, las voces, las guitarras. Abracé la psicosis de Neal and Jack and Me o la extrañeza de baladas como Two Hands o Heartbeat.
De hecho la idea de escribir este texto era para hablar de ese tema, que suena en el último Música Cretina, y también referirse al anuncio de que Adrian Belew y Tony Levin saldrán de gira próximamente para tocar esos temas, y de que lo harán con el beneplácito de Robert Fripp, que les propuso el nombre para el grupo, el del disco que estamos hablando, Beat. Pero, bueno, uno se sienta y la escritura sabe más que uno. Por eso estoy acá, recordando que aún hoy el Requiem, el tema que cierra el disco, es capaz de ponerme la piel de gallina y devolverme la sensación de pasar a otro nivel que sentí la primera vez que lo escuché. Fue así que aprendí una de las claves del disfrute de la cultura popular: las cosas no son o no para cada uno, nadie está señalado por nada, simplemente hay que darse tiempo. Los objetos culturales te saltarán encima cuando los necesites, nomas hay que permitirse  tenerlos cerca. Por eso es que siempre respondo, cada vez que me preguntan si lei todos los libros que hay en mi biblioteca, que por supuesto que no, que si los hubiese leído todos tendría el doble. Hay que tener cerca a los futuros amigos, al próximo libro o disco o revista o película, que te salvará la vida o al menos te marcará el camino hacia donde debas ir. Y es un camino que no se termina, que, si se tiene suerte, queda abierto durante toda la vida.
Beat de King Crimson me acompaña desde entonces, no desde el día en que me voló la cabeza, sino un año antes, cuando llegó a mis manos y no lo entendí, pero se quedó cerca, esperando su momento. Hoy que todo parece estar tan cerca, y justamente por eso es que está irremediablemente lejos, hay que esforzarse el doble para mantener viva la curiosidad, y especialmente la atención. Todo esta ahí, pidiendo con ansiedad, como las gaviotas de Buscando a Nemo que gritaban mío, mío, mío. Estas otras gaviotas gritan dame, dame, dame. Por acá simplemente tratamos de mantenernos curiosos entre tanta gritería; escuchamos, recordamos o descubrimos y compartimos. Siempre ambicionando ser arena antes que aceite en el engranaje. Ampliar los límites de los mapas antes que acomodarse en el centro. Confiando que lo que nos puede salvar, despertar, poner en marcha, entre otras cosas, es la música. Y tiene que ser cretina, claro que sí.   

martes, 9 de abril de 2024

Música Cretina 2024 #1

ESTO NO ES UN PROGRAMA

31-3-2024

Lado A

“Yo ya estuve ahí/ y no quiero otra vez”

1.- Biznaga, Contra mi generación
2.- Elizabeth King, I need the lord
3.- Paul McCartney c/St Vincent, Women and wives
4.- King Crimson, Heartbeat
5.- Pete Rodríguez, I like it (I like it like that)
6.- Piccolini, No voy a ir
7.- Paolo Conte, Omicron
8.- Lou Reed, Doin’ the things that we want to

Lado B

“Y vos andabas escuchando una canción/ que no era de rock and roll”

9.- Big Joanie, Used to be friends
10.- Bobby Parker, Steal your heart away
11.- Javier Limón c/Santiago Auserón, La ventolera
11.- Congotronics Internacional c/Juana Molina, Resila
12.- Los Destellos, Palomita de barro
13.- Youth Lagoon, Little devil from the country
14.- Shirley Jackson, Feels so good
15.- Bestia Bebé, El rock and roll pasó de moda

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martes, 2 de abril de 2024

Lou Reed, "Doin' the things that we want to"

Escribí esta canción porque quería darles la mano/ de alguna manera, son los mejores amigos que he tenido

Hay un nuevo Música Cretina, es el primero del año --antes hubo una versión especial-- y entre sus intépretes asoma Lou Reed. Que Lou es un cretino honorario desde el primer día casi ni hay que decirlo. Los versos de acá arriba son del tema Doin’ the things that we want to, uno de los grandes temas del disco New Sensations, y con el que cierra el Lado A de un no-programa que merece sonar en un martes feriado y soleado como este. Martes de No bombardeen Buenos Aires, martes de Malvinas argentinas, martes de Margaret to the guillotine, Morrissey dixit. Y, ahora sí, también martes de Reed y aquel New Sensations, su disco de sobriedad, y de sus intentos de hacer música para la generación de los ’80, la que se incorporaba al asunto mirando MTV. Según leo ahí, es el más exitoso de Reed después de Sally Can’t Dance, dos trabajos que nadie elegiría como sus mas representativos. Tal vez por eso es que Lou también canta en este tema eso de no hay mucho para escuchar en la radio hoy en día/ pero todavía se puede ir a ver una película o una obra de teatro. Un verso que tranquilamente podría cantarlo hoy en día, pero que entonces tenía que ver con las obras de Sam Shepard y las primeras películas de Martin Scorsese. En su libro de letras elegidas Between Thought and Expression, de 1991, Reed anota al pie que escribió el tema después de ir a ver Fools in Love, de Shepard, y que los otros son personajes de la película Calles salvajes, de Scorsese. A ellos se refiere cuando dice que son los mejores amigos que ha tenido. Una afirmación que, según comenta Will Hermes en su flamante biografía (aún sin traducción al castellano), “es un comentario triste para cualquiera, pero uno revelador viniendo de un artista con fanáticos que que generalmente parecen insanamente obsesionados con él”. Anthony DeCurtis, en la biografia que hace poco publicó Planeta, señala también que el tema habla de la libertad que encontraban Shepard y Scorsese tanto en el teatro como en el cine, en contraste a las limitaciones que siempre sintió Reed dentro del negocio musical. La sobriedad que comenzó a encontrar un Reed de 41 años en la época del New Sensations y su pareja con Sylvia le permitió promocionar su música sin pelearse con el medio (decía, por ejemplo, que había elegido al productor del disco, John Jansen, por el sonido de batería que había conseguido para... ¡Air Supply!), asomar la cabeza al mundo, una actitud que terminaría acercándolo a Amnesty y luego cerrar la década redondeando uno de sus mejores discos, New York, y también tal vez el más político de su carrera. La hermosa foto de Lou con un milkshake que ilustra este post está fechada a comenzos de los ’80, y es obra de Waring Abbott, que firma varias de sus imágenes de aquella época. Incluso una que vi por ahí en la que Reed se parece demasiado a Juan Alberto Badía, ¿pueden creerlo? Nacido en el sur profundo norteamericano y criado en Venezuela, Abbott comenzó lo que sería una larga carrera como fotógrafo por una foto de Kurt Vonnegut sosteniendo en sus manos a un conejo. También publicó un libro sobre los primeros años de Kiss. Se casó con una neurocientífica, y el año pasado en el periodico amarillista New York Post contaban que habían puesto a la venta su casa de campo por cinco millones y medio de dólares. Doin’ the things that we want to, ¿no es cierto? Y si es música que sea cretina, por supuesto. ¿Qué otra cosa podíamos escuchar? ¿Air Supply, como parece que escuchaba Lou en aquellos años sobrios y straight?


lunes, 1 de abril de 2024

Biznaga, "Contra mi generación"

Un beso frustrado/ y esta canción de amor/ contra todos/ contra mi generación.

Se los presento: los chicos de la foto se hacen llamar Biznaga, y son la esperanza punk de Madrid. También son los que abren el nuevo Música Cretina, qué tanto. Me gusta decir que son los Flema españoles, pero sólo para llamar la atención, claro. Aunque algo de eso hay, porque lo que el indie local viene escuchando de su ídem español son referentes hipersensibilizados o bestialmente cínicos, y no está nada mal, los banco, yo también los escucho y disfruto. Pero no entiendo como todavía nadie le entró a Biznaga, cuyo discazo de dos años atrás, Bremen no existe, es realmente el que hace falta para volver a creer en el punk, en la música de puño en alto, incluso en las nuevas generaciones mas allá de sus fantasías de hacer plata rápido, destruyendo el planeta, el clima o el país, qué importa, qué interesa, ese parece ser su propio no future. A toda esa gente que duerme poco y mal/ la precarizada y la aspiracional, cantan los Biznaga, que son oriundos de Málaga en realidad, aunque se conocieron en Madrid, esa ciudad de la que nadie es, y por lo tanto todos somos de Madrid. Aunque, claro, vaya uno a saber si a esa capital millonaria, gentrificada y de derecha de hoy día le calza aquel sayo del siglo pasado, sabinista, movidista, almodovariano y demás. A la que se pierde hasta con Google Maps/ y la atrapada en el ascensor social. Hay mucha gente a la que cantarle, y tal vez todxs sean la misma, pero los Biznaga cantan igual. Tal vez el tema que abre este Música Cretina no sea el mejor del disco, pero su inmediatez y también la apelación generacional, terminaron convenciéndome. A quien sube los índices de natalidad/ nacerán más idiotas, ¿no hay suficientes ya?. Son cuatro, se hacen llamar Biznaga, son unos románticos a pesar de su punk (o justamente por eso), y avisan que lo que no se pudo hacer tal vez sea posible. Y me asusta, porque hay cosas que nunca fueron posible que lamentablemente parecen estarlo siendo. Pero también me da esperanza, porque hay otras que hoy parecen haber salido de la agenda que algun día volverán. Recuerden: hay gente a la que convencieron que vivíamos en Versalles, y ahora aplauden con cada cabeza que rueda, sin imaginarse que serán los próximos en la fila. Perdonen por estas reflexiones de una mañana de lunes feriado y además nublado, pero por algo esto se llama Música Cretina. Y, además, nunca se olviden que el punk siempre redime y da revancha. Pasen y escuchen, hay un nuevo no-programa para estos días culturalmente revolucionados, a nuestro pesar, y sin revolución de verdad en el horizonte.  

martes, 12 de marzo de 2024

Adiós Jumbo

Uno de los mejores monólogos de la disquería Tabú era el de los animales en las tapas de discos que anunciaban: “¡Garompa!” No recuerdo cuántas veces presencié el despliegue de Alfredo Rosso, recorriendo las bateas señalando, revolviendo y exhibiendo aquellas portadas que, según aseguraba, confesaban de esa manera su verdadero contenido. Resultaba tan convincente y tan divertida su argumentación que se extendía hasta que más de un disco ingresaba injustamente en la lista, como el del burro de una banda llamada Timbuk 3, cuyo Lado A comenzaba con un tema cuyo título hacía que te lo llevases a tu casa sin necesidad de escucharlo antes, a pesar de cualquier posible garompismo: El futuro es tan brillante que necesito usar anteojos oscuros. Desde este futuro que brilla tanto que pronto ni los lentes oscuros nos salvarán de la condena de vagar ciegos por este infierno, la noticia de la muerte de Karl Wallinger me trae desde el pozo de la memoria la hermosa portada de su segundo disco como World Party, cuyo título bien podría titular también esta triste novedad: Goodbye Jumbo. Obviamente que aquella tapa lleva la foto de un elefante, aunque en realidad sea apenas un disfraz de puras orejas enormes y una máscara de gas como trompa. Teniendo en cuenta que Wallinger se destacaba por ser un multinstrumentista, y había grabado casi en soledad el debut de su grupo, encargándose de tocarlo y cantarlo todo, no me sorprenderia que sea quien está detrás de esa elaborada máscara apocalíptica que preside la portada de su sucesor. No recuerdo si la tapa de Adiós Jumbo formaba parte del coro que gritaba desde las bateas de Tabú, pero sí tengo en claro que ese disco --que de garompa no tiene nada-- forma parte de la banda de sonido de mis años formativos como hombre de radio y periodista de rock. Que transcurrieron, en la bisagra entre fines de los 80 y comienzos de los 90, principalmente en los refugios que descubría para escaparme tanto de mis estudios como de mis trabajos: la disquería de Rosso, las trasnoches de Piso 93 o la discoteca de FM 100. No se a cual de todos esos ámbitos que siempre evoco con cariño le debo el recuerdo del buen galés Wallinger, que se nos fue el domingo, con apenas 66 años. Repasando la noticia, descubro que había formado parte de los mejores años de The Waterboys, especialmente del disco que contiene el tema que convirtió a Mike Scott en una figura mundial, The Whole of the Moon. Ahora que lo pienso, Wallinger debe formar parte de muchos de los temas incluidos en la flamante 1985, una caja de seis discos que repasa esos años triunfales de The Waterboys, llena de demos, outtakes, versiones diversas y grabaciones en vivo. Había entrado al grupo como tecladista, pero sus dotes de multinstrumentista fueron rápidamente apreciadas por Scott, que le fue dando cada vez mas lugar, hasta que irremediablemente chocaron y Wallinger armó su propio grupo, con el que consiguió un hit inesperado con aquel primer disco como World Party, Private Revolution, lo que le permitió construir una carrera. Leo por ahí que trabajó en esa pesadilla de producción que fue el disco debut de Sinead O’Connor, y la cosa debe haber terminado bien, ya que Sinead aparece como invitada en los dos primeros discos de su grupo, y sigo leyendo y descubro que con el cambio de siglo Wallinger casi la queda por un aneurisma. Le salvó la vida que Robbie Williams poco antes había hecho un cover de su balada She’s The One, el segundo mega hit de la carrera de Robbie, lo que le permitió pagarse todos los cuidados médicos para volver al ruedo. Parece que hace rato andaba en eso Wallinger, que a lo Troilo siempre andaba volviendo, cuando este domingo se supo que había abandonado el edificio. El primero en despedirlo en las redes, como no podía ser de otra manera, fue Mike Scott: “Buen viaje, mi viejo amigo. Fuiste uno de los mejores músicos que llegué a conocer”. En este martes nublado y lluvioso, no hay nada mejor que hacer que dejar que suenen aquellos temas que anduvieron un poco perdidos, es cierto, pero nunca fueron olvidados. Es la mejor manera de decirle adiós a Jumbo, y que lo mejor de aquellos '90, lo más personal, lo que es nuestro y nada más, vuelva a hacerse presente mientras nos ajustamos unos cada vez más indispensables lentes oscuros. Es que esto brilla cada vez más, no hay caso.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Música Cretina 2024 #Especial

ESTO SÍ QUE ERA UN PROGRAMA

28-2-2024

Lado A

“Tengo una voz/ que nunca funciona igual”

1.- Turf, Yo no me quiero a casar, y usted?
2.- Leo García, Superficies de placer (Virus)
3.- Massacre, Show me the way (Peter Frampton)
4.- El Cuarteto de Nos, Palomo
5.- Francisco Bochatón, Caracol vacío (Loch Ness)
6.- Grand Prix, You shook me (AC/DC)
7.- El Soldado, Veneno sabor de miel
8.- Coki Debernardi, Un millón de dólares falsos

Lado B

“Aunque me beses la boca/ no es suficiente”

9.- Cineplexx, Ayer soñé que alguien me amaba (The Smiths)
10.- Daniel Melingo, Este cuore
11.- Estelares, El corazón sobre todo
12.- Abed Nego, Vuelvo a casa (Dennis Brown)
13.- Ariel Minimal, Magia
14.- Mariano Esain, My girl (The Temptations)
15.- Jaime Sin Tierra, Take me out (Red House Painters)
16.- Palo Pandolfo, Imagen proyectada/Eclipse bien

Todas las canciones de este no-programa son versiones inéditas, grabadas en FM Supernova entre 2000 y 2001, durante emisiones de los programas Música Cretina y Lo que más me gusta hacer, conducidos por Martín Pérez.

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martes, 5 de marzo de 2024

El Cuarteto de Nos, "Palomo"

De tanto laburar me duele el lomo/ la guita me da solo para lo que como

Se los presento, por si no los reconocen. Los pibes de la foto son El Cuarteto de Nos, fotografiados por Rodolfo Fuentes en Comunafiesta, un megarecital gratuito del año 1985 realizado en Montevideo. Por entonces el grupo estaba en sus comienzos. Habían sido algo así como los últimos en apuntarse a la fiesta del rock uruguayo de los ’80, lo que les permitió sobrevivir hasta la siguiente oleada, la de los ’90, donde inesperadamente lograron su primer gran éxito, un disco que hoy es un clásico, Otra navidad en las trincheras (1994). Por entonces habían dejado de lado su vertiente teatral, o sea ya no subían al escenario disfrazados de viejas, pero seguían siendo disruptivos, o pretendían serlo. Al menos a mí sus canciones por momentos me parecían tan peligrosas como un hombre bomba con hipo. Los descubrí gracias a El primer oriental desertor, un extraordinario himno punk que aun me sorprende con la crudeza nihilista de sus versos (y con esa parte del himno uruguayo incluida en el final). Un extremismo que se disfrazaba como emitido por uno de los tantos personajes extremos que habitaban sus canciones, entre los que estaba aquel increíble niño que agarraba el pitito con el cierre. Pero, así como podían ser punk o vaudevilleros, aquel Cuarteto era una banda profundamente beatle, y su gran éxito era una balada irresistible llamada Solo un rumor. Una de mis fantasías era lograr que El Cuarteto --que por entonces era un grupo desconocido fuera de su país-- apareciera en el programa de Tinelli, donde sus canciones llenas de chistes absurdos y de doble sentido parecían hechos a medida. El plan era que, cuando se hubiesen metido a todo el publico en el bolsillo, largasen con Solo un rumor, cuya pegadiza melodía se va intoxicando estrofa a estrofa con la cada vez más cruda descripción del amor de su voz cantante, que va enumerando rumores sobre el objeto de su pasión hasta llegar al ejemplo más terminal de ese recurrente "me dijeron": Y que te hicieron como siete abortos/ Y que uno salió mal/ Tuviste que parir y la quedaste/ Y que al bebé lo ahogaste en el water. No podía dejar de imaginarme las sonrisas congeladas y el espanto de conductor y publico ante aquella película de terror escondida en una canción, como la gilette en la manzana jugosa o al final del tobogán. Si el éxito de Otra navidad en las trincheras no cruzó entonces las fronteras fue seguramente porque salió por una discográfica independiente y también porque eran tiempos mucho menos interconectados, pero en realidad si uno mira la horrible tapa del disco entiende como a ningún rockero que no tenga idea de qué trata el asunto se le ocurriría darle una oportunidad. Yo me hice fan de ese disco, lo que tal vez diga demasiado algo sobre la particularidad de mis gustos e interses. Descubrí las perlas que tenía escondidas para mí, y desde entonces con cada disco del Cuarteto que cayó en mis manos hice lo mismo: buscar los temas que considerase míos (siempre había dos o tres), y hacérselos escuchar a todo el que cayese cerca. En eso estaba cuando pasaron por Supernova, en uno de los tantos intentos recurrentes e infructuosos de cruzar el charco que hicieron durante esa instancia de su carrera. Tocaron en Lo que más me gusta hacer, y nos regalaron un mini recital de cinco temas, entre los que estaba este Palomo, que formaba parte de su disco Revista Ésta (1998), y era uno de los míos. La carrera del Cuarteto tuvo un acto más, el definitivo, el que los convirtió en un grupo for export del rock de su país y también fue borrando la imagen de aquella vieja banda de escenario de carnaval, de uruguayez intraducible, con la que se convirtieron en clásicos puertas adentro. Lo he contado más de una vez, pero nunca me sentí más uruguayo como cantando a voz en cuello junto a una multitud (de uruguayos, claro) los versos más representativos de sus clásicos, que hoy seguramente serían cancelados rigurosamente. Pero lo que suena en el nuevo Música Cretina, armado con aquellas deliciosas grabaciones encontradas de comienzos de siglo, es el Cuarteto en su versión sin adulterar ni modernizar, ese grupo que no lograba cruzar el Río de la Plata pero sonaba auténtico, único, tan explosivo como de tablado, y tan uruguayo que no había caso. Por eso es que desde siempre han sido Cretinos honorarios, trayendo su música, que es lo que desde siempre a nosotrxs rebota y a ustedes les explota. O viceversa, qué importa, qué interesa. Porque siempre fuimos Palomos.

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lunes, 4 de marzo de 2024

Turf, "Yo no me quiero a casar, y usted?"

No conozco a nadie/ que no haya terminado mal

Se los presento, aunque supongo que no necesitan presentación. Los pibes de la foto son unos muy jovencitos Turf, y son ellos, o casi ellos, los que dan el puntapié inicial del primer Música Cretina del año, uno muy especial, porque su lista de temas fue seleccionada a partir de un archivo hasta ahora inédito, con el registro de los grupos que pasaron por Lo que más me gusta hacer, el programa diario que conduje en FM Supernova durante su último año, el 2001. Digo que los Turf que abren estas grabaciones encontradas son “casi” los de la foto, porque en realidad la foto es de cinco años antes, cuando el grupo recién estaba asomando. La autora es Nora Lezano, y la hizo para una pequeña nota que firmé para el numero 2 de la versión local de Inrockuptibles, con fecha agosto de 1996. Antes de que entrasen a grabar su disco debut, o sea. En cambio, para la época de la sesión emitida desde aquel estudio enorme que utilizaba Supernova –creo recordar que alguien me había dicho que antes había sido el de la señal dedicada a la musica clásica de Radio Nacional–, el grupo desde un disco atrás ya era un quinteto, y la razón por la que estuvieron ahí fue porque estaban presentando su tercer opus, Turfshow, el que los convirtió en un grupo popular, y se podría decir que es el que los ha mantenido vivos hasta el día de hoy. ¿Son los temas o los artistas los que sobreviven? ¿Son los artistas los que mantienen vivos a los temas, o es al revés? Supongo que dependerá de cada artista y de cada tema, pero el caso de Turf es capaz de poner en duda cualquier respuesta. Porque comenzaron siendo para muchos casi un invento del Si, en la época en la que el suplemento cada tanto utilizaba su influencia para intentar renovar la escena local a imagen y semejanza de lo que hacía por entonces la prensa rocker semanal británica, que ponía en tapa a grupos que apenas tenían un simple –¡un tema!– para mostrar. Lo cierto es que los Turf ya tenían entonces los temas y el carisma como para seducir a primera escucha sin necesidad de que nadie los inventase, algo de lo que puedo dar fe, escribiendo de manera entusiasta aquella notita presentación antes de que hubiesen grabado su primer disco. Aquel debut apenas si completó el auspicioso demo inicial, en el segundo disco se pusieron ambiciosos, y para el tercero parecieron deponer aquella busqueda ya que sus temas se habían vuelto simples y pegadizos, intentando tal vez buscar la clave para sobrevivir en la jungla que habían elegido como su ámbito: la del showbiz, no la del arte de tapa de su disco anterior. Pero creo que en realidad lo que estaban haciendo era tratar de comprender en qué consistía su don, canalizar ese carisma y ese entusiasmo, entender qué hacer con esas canciones que los estaban buscando. No lo sabíamos entonces, pero esos temas que rimaban loco con poco y que hablaban de casarse pero mejor no, y que en su momento --lo confieso-- me hicieron tirar la toalla con respecto a la banda, fueron el boleto a su supervivencia como grupo y como músicos, y aún hoy los seguimos cantando, o al menos tarareando, aunque la cabeza se meta en el camino y no nos permita disfrutarlos del todo. Según recuerdo, no fue algo que haya sucedido inmediatamente. El país cayó en lo que por entonces creíamos que sería su major crisis, Joaquín Levinton fue pasto de la prensa amarilla poco después, y los trajeron de regreso las hinchadas de futbol y sus cantitos, pero un poco Turf pasó a ser un grupo más vinculado con la nostalgia que con la música. Mas cercano, digamos (y la boca se me haga a un lado), a Vilma Palma que a Babasónicos. O al menos yo –con algo de culpa, porque son amigos y los quiero– pensaba eso hasta que, hace un par de años, me acerqué a ver un show del grupo, una presentación callejera sorpresa en la que la musicalidad de la banda y el extraordinario carisma de Joaquín me dejaron en llamas. A mi y a todos los presentes, muchísima gente que se fue sumando sorprendida y extasiada al darse cuenta de quién estaba tocando, entre ellos nada menos que –lo juro– Hrabina, aquel legendario marcador de punta de Boca. Hay algo de verdad en Turf, en Joaquín y en esas canciones, y creo que se puede percibir también en esta grabación que abre un Música Cretina lleno de sorpresas, de versiones inéditas, de clásicos cretinos (y amigos ídem) desde hace años, qué digo años, décadas, una vida o parte de ella. Pasen y vean, pasen y escuchen, que hay para todxs. Canciones que te mantienen con vida, vidas que dan vida a las canciones. Porque ya saben, todo, pero todo todo, tiene sentido con música. Pero tiene que ser cretina, claro que sí. 

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domingo, 3 de marzo de 2024

¿Arrancó el año?

Arrancó el año. ¿Arrancó? Bueno, no importa, quién sabe si arrancó el año, pero con Música Cretina sí que arrancamos. Como avisé hace un par de días, el primer no-programa del 2024 ya está online, listo para escuchar. Y, como si fuese poco, es una emisión especial. Ya hemos hecho no-programas spotyfree y demás, pero más especial que este flamante ejemplo cretino no hay: es totalmente inédito, armado con grabaciones encontradas, versiones inéditas, perdidas durante casi dos décadas, hasta este momento. Les cuento: allá lejos y hace tiempo, el cambio de siglo me encontró poniéndole el hombro a una radio bautizada Supernova. Eran los primeros pasos --creo, corríjanme si me equivoco-- de una FM rockera en Radio Nacional, algo que desde entonces se continuó con el tiempo, llegando hasta el dia de hoy. Aquel experimento inicial duró un par de años, y se podría decir que fue exitoso: sus oyentes (y no tanto) recuerdan a Supernova con cariño, a pesar de que estuvo demasiado asociada al gobierno de la Alianza y a el hoy negacionista Darío Lopérfido, lo que en su momento selló el destino de la radio. Durante ese tiempo llevé adelante dos ciclos: el primer año hice todos los domingos la versión sí-programa de Música Cretina --que se mudó de La Tribu a Supernova--, y el segundo conduje mi primer y único programa diario, bautizado Lo que más me gusta hacer. Habría muchas historias para contar al respecto pero la que nos importa en este momento tiene que ver con que tanto en Música Cretina como en Lo que más me gusta hacer, se tocaba música en vivo. Los domingos solía invitar al un músico a cerrar el programa con alguna canción nueva --allí fue donde Leo García estrenó su Morrissey, por ejemplo--, y el final de la semana en Lo que más me gusta hacer se anunciaba con algún recital. Esas apariciones se grababan, y se repetían tanto en mi programa así como se incluían --si a la radio le interesaba-- en el resto de su programación. Siempre conservé un recuerdo más que cariñoso de las canciones estrenadas en Música Cretina, pero me había olvidado totalmente de los shows de Lo que más me gusta hacer, tal vez porque en un programa diario suceden demasiadas cosas. Lo cierto es que no volví a pensar en eso hasta que este fin de semana, revisando un viejo disco duro, encontré una carpeta que me llamó la atención, y cuando cliqueé para ver qué había en ella, se abrió ante mis ojos un auténtico cofre del tesoro. Y entonces me acordé: en mi afán archivista, con el cierre de Supernova me había traído a casa varios minidisc con aquellas grabaciones, un formato que no podía escuchar porque no tenía un reproductor, algo que con el paso de los años se hizo cada vez más difícil, ya que cayó en desuso y nadie tiene lo que hay que tener para volver a escucharlos. Pero una vez logré hacer copia de esos archivos, y son esas gemas --o parte de ellas, ya que hay mucho más, recitales enteros-- las que comparto con quienes quieran hacer play en este nuevo Música Cretina, pasen y vean, abran las orejas, y prepárense para sorprenderse. No digan que no les avisé. 

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lunes, 8 de enero de 2024

El Último de la Fila, "Como un burro amarrado en la puerta de un baile" (Versión 2023)

Me siento como aquel ladrón que busca su fortuna/ en un callejón por donde nunca pasa nadie

Hubo una época en que las discográficas no se quedaban con todo el dinero, y lo repartían un poco. Permítanme una disgresión: reemplacen discográficas por la empresa que prefieran y la frase seguirá funcionando. No se trata de un truco de la dialéctica, es el mundo en que vivimos. Ahora bien, como les estaba diciendo, a los muchachos de los discos por entonces se les derramaba alguna cosa: pagaban algo a los músicos (además de estafarlos, claro), fabricaban productos que te podías llevar a tu casa, tenían más empleados despilfarrando dinero y, yendo a lo que me importa para este recuerdo, pagaban viajes a los periodistas para que conozcan a un artista. Sí, todavía me tengo que pellizcar para creérmelo: había una vez una discográfica que me pagó un pasaje en avión a España para promocionar a un cantante que era casi un desconocido de este lado del Atlántico y del globo. Y lo siguió siendo después. Fue algo que sucedió, claro, el siglo pasado, pero --como pueden apreciar-- aún lo estoy recordando. Ahí estuve yo, una noche fría y lluviosa en Madrid, viendo a Manolo García corcobear sobre el escenario de Las Ventas, calándose hasta los huesos ante una multitud, y feliz de poder hacerlo. Se había lanzado como solista, y estaba facturando a lo grande el hecho de haber sido el cantante de un dúo muy particular dentro de la música pop española: El Último de la Fila. Su particularidad estribaba en que, además de ser dueños de un repertorio fascinante --su delicioso primer disco se bautizaba Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana--, en el tan corporativo negocio musical español se habían hecho famosos por las suyas, sin deberle nada a nadie. Para cuando firmaron su primer contrato con una multinacional, sus canciones nunca habían sonado en la radio e igual la gente se las sabía, lo que propiciaba comparaciones musicalmente absurdas entre los argentinos conocedores del mundo musical que pisaban suelo español pero apropiadas en los que refiere a esa popularidad de abajo hacia arriba: el Último eran los Redondos españoles. Estamos hablando de la segunda mitad de los años ’80, convengamos que el tiempo terminaría haciendo aun mas impropia semejante comparación, pero lo cierto es que el grupo --casi sin escalas-- consiguió su gran contrato, llegó a hacer un disco producido a todo trapo y terminó separándose, y yo estaba ahí seguramente porque al buen Manolo había que tenerlo contento para su lanzamiento solista con toda la gloria. Merecida por cierto: aquel debut como solista después de la separación del grupo estaba a la altura de lo que venía haciendo e incluso se superaba, pero todo demostraría ser inútil, y García nunca sería más que otro de la guía en el Río de la Plata. Supongo que los de la discográfica lo sabían, pero yo estaba ahí para satisfacer al artista, que seguramente les había exigido al firmar contrato que lo hicieran famoso en América ya que en España se las bastaba por sí solo. Lo que no le decían era que si yo estaba ahí era porque los medios que estaban más arriba en la lista --los más influyentes, digamos-- habían declinado la invitación (se derramaba mucho en esa época: los muchachos de los grandes diarios no daban abasto, por suerte). Pero yo no había aceptado ese encargo solo por el viaje: realmente me gustaba El Último de la Fila. Nunca llegaron a Buenos Aires aquellos míticos primeros discos del grupo, pero cuando empecé a trabajar en los medios pesqué la compilación remasterizada de sus primeros éxitos independientes, que sí salió por estos pagos (y nadie le prestó atención). La bautizaron Nuevas mezclas e incluía temas que hoy son clásicos (ya entonces lo eran en España, por cierto), como El loco de la calle, Insurrección o No me acostumbro. Recuerdo que llegaron a sonar en el Piso 93, y también que en su momento el grupo cruzó fugazmente el charco para tocar en Buenos Aires, invitados por el ICI porteño --hoy CCEBA--, que supo hacer roncha trayendo lo mejor de la movida española a exhibirse ante el público joven de la nueva democracia argentina: así fue como Almodóvar comenzó a hacerse conocido por acá (cómo olvidar aquel ciclo en Hebraica), y los punks se cascotearon con la policía tratando de entrar a ver un show de Siniestro Total en la disco New York City. Con el Último no sucedió nada de esto, pero hay pruebas de ese viaje en los recortes de prensa de la época, que yo me había fotocopiado para demostrarle a Manolo, cuando lo entrevisté en Madrid al día siguiente de aquel diluvio en Las Ventas, que había hecho mis deberes. No le importó demasiado: a mi regreso a Buenos Aires me enteré que se habia quejado de que tanto yo como otros colegas que habían usufructuado el mismo viaje no lo habíamos ido a saludar al camarín al final del recital. Recuerdo que con el Bebe Contepomi estábamos hartos de tanta lluvia y salimos huyendo: los dos teníamos entrevistas pautadas al día siguiente por lo que ya habría besamanos, asi que no nos pareció que el saludo protocolar de esa noche fuese tan importante. Manolo García es conocido por ser un tipo gruñón y algo engreído, es lo que comentan por lo bajo los periodistas españoles, que lo tienen que sufrir habitualmente: ¡Ay del ego de los bateristas de un grupo que pasan a ser sus cantantes! Pero démosle la diestra: nuestros pasajes seguramente los dedujeron de sus regalías --como el presupuesto de grabación del disco y demás, obviamente--, asi que se sentiría con derecho a revisar los dientes del ganado. No me siento culpable: creo que le hice la mejor nota que le deben haber hecho por estos pagos alguna vez, y todo fue sincero. Pero no le alcanzó, o quizá nunca se enteró. La anécdota no debe haber ayudado a mitigar su desconfianza de los argentinos: en la entrevista me contó que firmaba sus temas con el absurdo nombre de Manuel García García-Pérez porque sus primeras regalías nunca le llegaron. Cuando intentó averiguar la razón, descubrió que había otro músico en SGAE que también se llamaba Manuel García... ¡y que era argentino! Lo cierto es que la carrera de Manolo como solista desde aquellos días ha sido prolífica, y en España ya es una marca registrada, pero la novedad del año pasado fue que se juntó con su antiguo coequiper, Quimi Portet, para regrabar el repertorio de El Último de la Fila. Lo han hecho adaptando los temas tanto al espíritu de sus años como a la lógica de sus ganas y sus voces: algunos han bajado de tonalidad y de ritmo, algo que en muchos casos ayuda a disfutar de sus letras. Es lo que sucede con el que suena casi al comienzo del Lado B de este Música Cretina, que tal vez haya sido el más famoso del Último de este lado del charco. Se llama Como un burro amarrado en la puerta de un baile, y mereció un llamativo video que supo verse con ganas en la mejor época MTV Latino. Tanto tienes, tanto vales/ no se puede remediar/si eres de los que no tienen/ a galeras a remar, canta el buen Manolo en esta nueva versión, que quizá pierde parte de su hechizo. Es cierto que no resulta tan irresistible como la original, pero sigue diciendo sus verdades. Musicales, claro. Y también cretinas. 

viernes, 5 de enero de 2024

Nikki Sudden, "Every girl cuts me in half"

Permitanme que les presente a los protagonistas de esta foto hermosa: se llaman Adrian Godfrey y Marc Field. Dos nombres que seguramente no les digan nada, pero tenganme confianza, que --como dijo alguna vez el buen Rod Stewart, o quien sea que haya bautizado el disco solista que lo hizo mundialmente famoso-- cada foto cuenta una historia. Asegura la leyenda que cuando Adrian tenía quince años y vio a su compañero de esta instantánea tocar la guitarra en televisión, largó todo y decidió dedicarse a la música. Si, porque el que saca pecho en esta deliciosa imagen es nada menos que el legendario Marc Bolan, a cara lavada y con apenas 29 años ya todo un veterano de mil batallas, fotografiado en la puerta de su departamento de la calle Holmead, en el sur oeste de Londres, saludando a sus fans. Cuando el que lo abraza y mira con admiración y verguenza decidió el destino de su vida al verlo en la tele, Bolan estaba en lo más alto de su faceta T. Rex, presentando esa obra maestra que es Electric Warrior. A estas alturas, en cambio, el buen Marc ya había mordido el polvo, era padre de un hijo (o estaba por serlo) y estaba maquinando un regreso con toda una gloria que no pudo ser, porque un año más tarde, y justo antes de cumplir los 30 años, falleció en un accidente de auto. Quedate con quien mira de tal manera a tal otrx, dice la frase, y por lo tanto quedémonos con Adrian, ya que tan así es como mira a su ídolo Bolan en esta foto. El joven Godfrey tenía entonces 20 años, y aunque todavía le faltaba un año y un poco más para grabar y editar su primer simple, Nikki Sudden --porque así es como lo terminamos conociendo-- seguramente ya tenía su banda lista y en forma, bautizada Swell Maps, y compartida con su hermano menor Kevin, o sea Epic Soundtracks. Aquel primer disco autoeditado del grupo, Read about Seymour, ha pasado a la historia como uno de los simples históricos del punk británico, pero aunque Swell Maps como grupo siempre supo mezclar la crudeza del punk con los experimentos más ruidistas del krautrock, tanto Nikki como Epic demostraron ser adeptos a las melodías y la épica del rock más clásico durante sus carreras solistas. De hecho, los ídolos de Nikki, tanto en su aspecto como en su actitud ante la vida y la música siempre fueron Keith Richards y Ron Wood: un Stone por fuera de los Stones, eso es lo que terminó siendo el buen Sudden, que durante su larga carrera persiguiendo el rock y la canción perfecta formó un par de grupos, entre ellos The Jacobites, pero es más facil descubrir y admirar las perlas que fue dejando aquí y alla durante su desempeño como solista. Si estamos hablando de Nikki Sudden no es por la foto que ilustra este texto, sino porque en el último Música Cretina brilla uno de sus tantos temas perdidos, rescatado para la última reedición de su segundo álbum solista, The Bible Belt (1983), que originalmente se editó cuando Swell Maps ya era historia, y justo antes de que se formasen los Jacobites. En The Bible Belt ya lo acompaña quien fuese su compinche en ese grupo, Dave Kusworth, asi como quienes luego formarían The Waterboys, com Mike Scott a la cabeza. Every girl cuts me in half, o sea "Cada chica me corta al medio", es una de esas canciones hermosas que parecen estar a punto de desarmarse cada vez que uno hace play, pero siempre consigue llegar maravillosamente al final entera y brillando. Brindemos por eso, por esas vidas que nos regalan tantas canciones antes de apagarse prematuramente, por esas canciones que se mantienen vivas y enteras cada vez que las escuchamos aunque parecen que se van a deshacer como nuestros dias, nuestras semanas y nuestros años, que también siguen ahí, canción a canción. Por suerte o por lo que sea. Salud.  


jueves, 4 de enero de 2024

Morrissey, "What kind of people live in these houses?"

Miran la televisión pensando que es su ventana al mundo/ eso tiene que doler

Un amigo me contó una vez que tenía una novia con la que se peleaban cada vez que terminaban paseando por los barrios porteños mas caros. Porque siempre que miraba una casa y le comentaba que ella podría vivir ahí, él insistía en recordarle el imposible costo y cada agotador detalle --impuestos, expensas o empleados-- de semejante vida. A ella le gustaba soñar, él no podía sacar los pies de la tierra. No se cuál de los dos papeles de esta fábula no-tan-cotidiana encarna el buen Stephen Patrick Morrissey cuando canta el tema de irresistible título con el que cierra el último Música Cretina del año pasado, que también por ahora sigue siendo nuestro no-programa más nuevo. El tema en cuestión se llama ¿Qué clase de gente vive en estas casas?, y es uno de mis preferidos del que por lo que yo se sigue siendo su último disco, bautizado --ah, los títulos de Mozz-- No soy un perro con una cadena. Veanlo exhibir su mejor perfil en la imagen grupal que ilustra estas líneas, que posteó su bajista bogotano Juan Galeano, en plena preparación para el viaje que los terminará trayendo --según se puede leer en la página del estadio techado de Atlanta-- en febrero, para cumplir con la gira cancelada hace unos meses por haberse enfermado de dengue. Lo cierto es que también pueden ver el tema en cuestión cerrando la lista del vigente no-programa, que ya pueden repasar en el blog de Música Cretina, como venían pidiendo algunos oyentes. Podrán constatar que, además de Morrissey, también suenan otros clásicos cretinos como Elliott Murphy o El Último de la Fila, rescates como el pop cubano de Mirtha y Raúl o versiones como la que Capitol 1212 y Earl 16 hacen de Joy Division. Pero vayan y vean, mientras tanto acá mejor regresar al tema que nos ocupa del buen Mozz, que se sigue preguntando por las costumbres de los que viven en semejantes casas: ¿Remeras o blusas? ¿Jean rasgados o pantalones? Duermen con los que duermen/ sólo porque tienen miedo de probar el cambio, dice Mozz, y todo nos habla de otras cosas, todo es referencia a lo que nos sorprende y nos agobia de este nuevo año, como la cruel relectura culpable de aquel cambiar por cambiar nomás que tanto nos gustaba del primer Fito, ¿no? Me acuerdo que cuando Páez lo cantó en aquel repaso de su carrera que fue la celebración de los 30 años de Giros en pleno triunfo cambiemita se encogía de hombros al cantar ese verso, como pidiendo disculpas, como diciendo “cómo podíamos saber”. Y esa es la gran pregunta: ¿podíamos saber o no? ¿El cambio por el cambio nomás no conduce irremediablemente a algo como esto? Supongo que una cosa es hablar desde los márgenes y otra cosa hacerlo desde el centro, y esa es la deuda del rock, calculo. Una cuenta que nunca pidió pero se la pasaron para que la garpe, y acá estamos nomás. Escuchando a Morrissey preguntarse qué clase de gente vive en esas casas, y desear poder saber qué quiere decir con eso, como creíamos saberlo en la época de los Smiths. ¿Es que se puede decir, no cantar porque lo sigo cantando, sino que hablo de pensarlo de verdad, que ser atropellado por camión de diez toneladas es una manera celestial de morir? Calculo que, con la persona correcta a nuestro lado, oh cielos allá vamos nomás. Y si allá hay algo parecido al siglo veinte, mejor. Ah, y ya que estamos que haya música bien cretina también, porfi. 

martes, 2 de enero de 2024

Shocking Blue, "Send me a postcard"

Estoy acá esperando por alguna señal/ esperando hasta el fin de los tiempos

Así es como estamos, esperando. Esperando que algo comience, esperando que algo termine. Ese algo no es el año: ya tenemos un año nuevo pero, como pocas veces recuerdo que haya sucedido, poco hay para festejar. Tal vez haya que esperar nomás hasta el fin de los tiempos, como canta con mucha convicción Mariska Veres al frente del cuarteto holandés Shocking Blue, a los que pueden ver en la foto en todo su esplendor. Y pueden escuchar --la razón por la que estamos hablando de ellos-- cerrando el Lado A del último Música Cretina del año que ya hemos sacado casi a las patadas. Formados en la segunda mitad de los años sesenta, Shocking Blue consiguió durante esa época un par de hits en el mercado anglosajón, lo que los ha convertido en el grupo de rock for export de su país. El más conocido tal vez sea Venus, que alcanzó el número uno en Estados Unidos tanto interpretado por las británicas Bananarama en los ’80 como en su versión original, editada en el verano del ’69, y que es la que se ha escuchado recientemente en la banda de sonido de la serie Gámbito de dama. En el mismo disco en el que apareció Venus, el álbum debut de Shocking Blue, At home, hay otro tema que llamo la atención en los ’90 a un grupito de Seattle, al punto que lo incluyó en su primer repertorio, y su versión destacaba tanto en sus recitales que terminó como Lado A de su simple debut. El tema se llama Love buzz y aquel grupito es nada menos que Nirvana. El autor de estos temas es siempre el mismo, el guitarrista Robbie Van Leeuwen, un nativo de La Haya que era uno de los protagonistas de una escena que leo por ahí que se llamo nederbeat, ya que antes de formar Shocking Blue ya habia pegado algún hit en Holanda con un cuarteto llamado The Motions. Pero la clave del nuevo grupo de Van Leeuwen es la deslumbrante Mariska, que formaba parte de Bumble Bees cuando fue convocada para reemplazar al cantante original de Shocking Blue, que tuvo que cumplir con el servicio militar. Nacida en 1947, en una familia mezcla de hungaros y alemanes, su padre era el violinista romaní Lajos Veres, y creció tocando el piano a su lado en La Haya hasta que empezó a alternar en grupos de la escena de su ciudad. Una chica a-go-go y gótica al mismo tiempo, su vozarrón resultó ideal para un grupo con un sonido psicodélico e incluso heavy, algo así como una Grace Slick al frente de Black Sabbath, como suena en este irresistible Send me a postcard, un simple que forma parte del repertorio del segundo opus del grupo, Scorpio’s dance (1970). Antes de que la soledad me rompa el corazón/ mandame una postal, canta Mariska y también cantó Bob Mould en la versión que realizó para su disco Sunshine rock (2019). Sigo leyendo y me entero que, pese a tener un sonido claramente cercano a lo que entonces era la escena progresiva internacional, siempre fue promocionado y vendido como un grupo pop, y que la versión original de Send me a postcard fue redescubierta por el grupo Ladytron, que la incluyó en su compilado Softcore jukebox (2003). Por favor no me decepciones/ no hay mejor amante que yo en toda la ciudad, sigue cantando Mariska, que según cuenta la leyenda no bebía ni se drogaba, sólo era amante de los gatos, y su ética laboral fue la que mantuvo al grupo unido y grabando sin parar hasta mediados de los ’70, donde cada uno tomó su propio camino. Murió en 2006, con apenas 59 años. Pero sigue esperando y esperando, hasta el fin de los tiempos, cada vez que suena Send me a postcard, uno de esos temas que te agarran del cuello y no te sueltan, como suele suceder con esa música que nunca te abandona, que siempre te acompaña, que siempre tiene algo para decirte. Una música que, como todxs sabemos, y más en este 2024 tan apichonado y recién estrenadito, si es cretina, mucho mejor.  

lunes, 1 de enero de 2024

Música Cretina 2023 #6

ESTO NO ES UN PROGRAMA

25-12-2023

Lado A

“Estoy esperando por una pequeña señal”

1.- The Sadies, So far for so few
2.- Índio da Cuíca, Shirley
3.- Brown Sugar, I’m in love with a dreadlocks
4.- Ola Belle Reed, My epitaph
5.- Nikki Sudden, Every girl cuts me in half
6.- Gepe, Por favor avisa
7.- The Deviants, Broken biscuits
8.- Shocking Blue, Send me a postcard

Lado B

“Si eres de los que no tienen/ a galeras a remar”

9.- Elliott Murphy, Bystanders
10.- El Último de la Fila, Como un burro amarrado en la puerta del baile (Version 2023)
11.- Capitol 1212 c/Earl 16, Love will tear us apart (Joy Division)
12.- Gabriels, Glory
13.- Mirtha y Raul, Que tu me quieres voy a gritar
14.- Clarence Reid, Winter man
15.- Litto Nebbia c/Los Reyes del Falsete, Semilla del sol
16.- Morrissey, What kind of people live in these houses?

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