Se acerca fin de año y hay un nuevo Música Cretina para ir descubriendo. Apenas comienza el lado A se escucha el verso con el que comienzan estas líneas, apropiadísimo para los días que corren, y quien lo canta es la señora de la foto de tapa, que eligió este 2020 para efectivizar su regreso, y… ¡qué regreso por favor! Durante el siglo pasado uno de mis oficios terrestres supo ser el de reseñar shows en vivo --es (o era) el puesto más bajo dentro del escalafón de una sección musical, porque significa que no tenés fin de semana… y ni sueñes con entradas para los mejores recitales, son las que se quedan los jefes--, y el destino me condujo hacia Obras para ver a una leyenda del blues llamada Koko Taylor. Por aquellos tiempos –qué tiempos aquellos-- muchas leyendas del blues vinieron a juntar plata para su retiro en una Argentina con el dólar uno a uno, y súbitamente llena de fanáticos del blues dispuestos a llenar el ámbito que sea para saldar la deuda de poder verlos alguna vez. Koko ya estaba viejita, y ciertamente no recuerdo que esa noche tuviese mucho para demostrar ante un espectador, como yo, que no supiese mucho de su historia y sus logros. Pero lo que me predispuso contra ella fueron aquellos fans del blues, que se dedicaron toda la noche a insultar al artista que la abría, nada menos que un tal Robert Cray, que la rompió, la dejó chiquita, pero no importa, les resultaba demasiado moderno. Lo mismo hicieron Huracán ante Los Lobos --¡si! ¡Los Lobos tocaron alguna vez en Buenos Aires!--, toreados por un César Rojas que les dedicó una y otra vez en la cara sus mejores solos. Lo cierto es que desde aquella noche en Obras que no tengo el mejor recuerdo de la buena de Koko, y entonces es que hoy agradezco a Nora Jean que con su deslumbrante primer disco en trece años, y primero con el apellido Wallace –antes utilizaba el de Bruso--, me haya hecho repasar la obra de la Taylor, ya que una de las declaraciones que se repiten una y otra vez en las notas que la presentan es que la de la leyenda, diciendo que la recién llegada le recuerda a cómo era ella de joven. Por supuesto que es un aval que debe tener sus años, y no se refiere a este Blueswoman, un título simple y que es como una declaración de principios, que –cerrando el círculo-- viene de un tema dedicado a Koko Taylor. Leo por ahí que el silencio de Nora Jean durante todos estos años obedece a que se retiró de la escena blusera para dedicarse a cuidar a su madre, que siempre la apoyó mientras estuvo persiguiendo un destino musical, y estaba viejita y necesitada de cuidados. También me entero que es la séptima hija de una familia de bluseros, que cosechó algodón codo a codo con sus hermanos, y que de noche se colaba en el local que regenteaba su abuela a escuchar cantar blues a todos sus familiares. La escena es tan perfecta que es posible que no sea real, pero qué importa, qué interesa. Ciertamente que su nuevo disco está a la altura de esa leyenda, especialmente el tema que suena casi al comienzo de este nuevo no-programa, del que –insisto—aún casi no hemos hablado por acá. A veces pienso que me estoy volviendo loca/ Esa botella de Martell no deja de decir mi nombre, canta Nora Jean en el tema que inaugura Blueswoman, haciéndome recordar a Pappo y sus sánguches de miga. Lo que viene hacia ella es una botella de cognac, porque –sigue la letra—no quiero cerveza/ no quiero vino/ vos sabés lo que quiero/ quiero beber algo de Martell. Y a esta altura, que quede claro, lo que yo quiero es que suene música de acá hasta que termine este año, para sacarle el jugo, para terminar de echarlo. Y si es Cretina, mucho mejor.
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