martes, 29 de diciembre de 2020

Shemekia Copeland, "Under my thumb" (The Rolling Stones)

El cambio ha llegado/ lo tengo bajo mi pulgar

No soy un gran especialista en blues, pero tuve mis maestros. Gracias a ellos fue que uno de mis discos de cabecera siempre fue --lo tuve en vinilo y aún hoy atesoro el compact, de la época en que el sello Alligator se distribuyó en Argentina, gracias DBN por todo lo que nos diste-- el extraordinario Showdown!, que sonó desde el primer día en Piso 93, y donde tengo que confesar que conocí a Johnny Copeland, cruzando su guitarra nada menos que con Albert Collins y Robert Cray. La que abre el flamante último Música Cretina del año cantando esos versos con los que arranca este post, tan apropiados para un martes verde como el de hoy, es su hija, Shemekia Copeland, que nació en el Bronx neoyorquino desde donde el legendario guitarrista texano se instaló hacia el final de su carrera. Leo por ahí que Shemekia asegura que su padre supo que iba a ser cantante de blues desde el mismísimo momento que se asomó al mundo desde el vientre de su madre, desde mucho antes que ella supiese que ese iba a ser su destino. Apenas pudo, Johnny se la llevó de gira, y la hacía tocar algunos temas --con el tiempo incluso un set entero-- antes de sus shows. Shemekia dice que siempre pensó que ella estaba haciendo de soporte de su padre, pero con el tiempo entendió que era su padre el que estaba haciéndole el aguante a ella. A los 41 años, y con una decena de discos de estudio bajo el brazo, uno de los álbums que permitieron aguantar un año al que por suerte le quedan pocas horas fue su Uncivil war, que incluye esta hermosa, delicada y bien cretina versión de Under my thumb, un tema que resume perfectamente tanto la irresistible atracción musical de los Rolling Stones como su innegable misoginia. “Es tan simple como esto: si no te gustan los Stones, no te gusta el rock’n’roll”, escribieron Simon Reynolds y Joy Press en su libro The sex revolts. “Son la quintaesencia del rock, y también uno de sus grupos más misóginos”. De hecho, por definir tan bien lo que atrae y también lo que condena al rock, es que es que la canción titula un reciente volumen de ensayos apropiadamente subtitulado como Canciones que odian a las mujeres, y las mujeres que las aman, en el que un grupo de escritoras intentan explicar semejantes contradicciones. Shemekia las resume cada vez que le preguntan por su versión, señalando que ama a los Stones, que ha vivido escuchando esa canción, y que al mismo tiempo nunca le gustó. Porque no le gusta que ningún varón hable de esa manera de una mujer, cuenta, y entonces fue que se decidió a hacer lo que Aretha hizo con Respect, que originalmente era de Otis Redding. También se ríe de los que señalan que al hacer ese tema se está refiriendo al lugar de las mujeres negras en los Estados Unidos, bromeando de que la están haciendo pasar por más inteligente de lo que es. Cuando la cantó a su manera, asegura, fue la primera vez que después de escucharla no se quedó negando con la cabeza. Si la izquierda pedía que la tortilla se vuelva, Shemeka lo logra con su versión, pero principalmente porque si quedamos asintiendo después de escucharla no es por el discurso, sino por la versión, la música, el groove. Su onda, o sea. “Amo las canciones que dan vuelta las cosas”, asegura la Copeland, que también aclara que jamás diría que su versión es mejor que la de los Stones, porque nadie puede atreverse a decir eso. Simplemente es lo que es. ¡Y bien que lo sea! Porque que el cambio ha llegado nadie lo puede dudar. Lo mismo se puede decir del fin de año, de este martes verde, sin el “muy” delante porque “muy verde” siempre ha significado que algo no está listo, y es de esperar que no sea el caso. Con verde alcanza y sobra, gracias. Pero que sea verde nomás.  


lunes, 21 de diciembre de 2020

Música Cretina 2020 #5

ESTO NO ES UN PROGRAMA

 

8-12-2020

 

Lado A

 

“Tuve paciencia cuando no tenía nada/ y ahora lo tengo y no lo quiero largar”

 

1.- Ayalew Mesfin, Che belew

2.- Nora Jean Wallace, Martell

3.- Nico Landa, El Mondongo

4.- Andrew Bird, Andalucia (John Cale)

5.- George Israel c/Tico Santa Cruz, Burguesía (Cazuza)

6.- Travis, Waving at the window

7.- Sol Bassa, Morir por vos (no puedo)

 

Lado B

 

“Vas a conseguir un mejor trabajo/ y vas a encontrar alguien que te quiera”

 

8.- Resistance Revival Chorus c/Valerie June, Reason I sing

9.- El Grupo D’Abelardo, Otro perro con ese hueso

10.- Grateful Dead, Friend of the devil

11.- Bonnie Whitmore, Fuck with sad girls 

12.- Gabo Ferro, Felicidad vitamina

13.- Midnight Oil c/Frank Yamma, Desert man desert woman

14.- Julen y La Gente Sola, Funeraria

 

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jueves, 17 de diciembre de 2020

Nico Landa, "El Mondongo"

Tengo un amigo jamaiquino o cubano/ no estoy seguro porque no quiere hablar

Se los presento, aunque quisiera que no necesitase presentación: el tipo de la foto se llama Nico Landa y es el autor del que tal vez sea mi disco de la pandemia, o al menos eso parece querer decirme Spotify cuando me muestra la lista de lo que más escuché durante este año en esa plataforma, y me doy cuenta que incluye casi todos los temas del hermosísimo y contagioso Hasta la alegría siempre, apenas su tercer disco solista en una larga carrera que incluye su participación en Los Auténticos Decadentes, la formación de Los Animalitos, y canciones grabadas con Andrés Calamaro, David Byrne y siguen las firmas. Descubro por ahí que el nombre de este trabajo íntegramente realizado en pleno confinamiento es en realidad un grito de guerra que viene de hace mucho tiempo atrás, al punto que bautizó una canción de Los Animalitos y fue el título de una hermosa nota que en su momento le hizo Santiago Rial Ungaro en Radar, pero celebro que lo haya rescatado para dar la cara ante este 2020 porque resume el espíritu necesario para atravesar todo esto que aún estamos atravesando. “Nos reímos mucho cuando Macri se puso a hablar de la revolución de la alegría”, le decía Landa a Santi en aquella nota. “Y me chupa un huevo eso, para nosotros es un grito de guerra: lo de la alegría es algo genuino, que nos permitió enfrentar cada situación que nos tocó a vivir. Nosotros vamos a ensayar como si fuera el último día del mundo”. No puedo evitar pensar en la canción de Travis que suena en el Música Cretina que comparte con Landa, y nos recuerda que esto no es un ensayo, que esta es la toma final. La única, bah. Y lo mismo sucede cuando escucho todos y cada uno de los temas del disco de Nico, pero de una manera, cómo decirlo, casi en reversa. O sea, no me hace tomar conciencia de que esto es lo único que hay recordándomelo, sino que haciéndome olvidarlo. Porque se acaba todo cuando suenan las canciones de Hasta la alegría siempre, de pronto estoy en puro presente, disfrutando de cada verso, y no pienso en nada mas, el cerebro –ese insecto que toleramos porque nos habla, como decía Luis Alberto—deja justamente de hablarme. Y de pronto me entero que puedo cantar todos los temas, que paladeo cada verso. Como el que abre estas líneas, que debe ser lo más pavo que hay, pero siempre me hace reír. Cuenta Landa que el disco nació cuando en plena pandemia le empezó a mandar a su productor Frano Aguilar los temas en guitarra, grabados con el celular. “Y todo terminó en un álbum que parece re producido, pero esta hecho en su comedor, donde tiene su estudio”. Lo cierto es que para este no-programa casi todos los temas de Hasta la alegría siempre venían peleando por un lugar. Tuve paciencia cuando no tenía nada/ y ahora lo tengo y no lo quiero largar, canta Landa en El Mondongo y no hay mucho más que decir. Bah, si, hay más, una frase memorable tras otra – Todo lo que tenés son dos alas en los pies/ y un pekinés que se crió en el conurbano, y puedo seguir--, pero más que nada lo que tiene es presente y más presente, la única estrategia posible para enfrentar estos días que siempre son los últimos. Una idea que habría que recordar más allá de la emergencia, porque cuando se vaya la marea del fin del mundo, no es que vamos a poder empezar a ensayar y ensayar. Acá estamos, esto es lo único que hay… y hasta la alegría, siempre.   

(La imagen que ilustra estas líneas es de Cecilia Salas, fotógrafa desde hace mucho tiempo del Suple No de Página/12, que en este caso tomé prestada del más que recomendable site musical Silencio)


miércoles, 16 de diciembre de 2020

Bonnie Whitmore, "Fuck with sad girls"

Nadie quiere ver las grietas/ que el maquillaje no puede ocultar

Se las presento: la señorita de la foto se llama Bonnie Whitmore, y es la autora de uno de los discos más poderosos e interesantes del año, el muy apropiadamente titulado Last will & testament, o sea Última voluntad y testamento. Leo por ahí que la Whitmore durante las últimas dos décadas fue bajista e hizo coros con la flor y nata de Nashville, desde John Moreland hasta Jimmy Dale Gilmore, y que también toca una vez por semana en la Continental Club Gallery de Austin, donde vive. Que es parte de una familia de músicos, que a mamá le gusta cantar ópera y le enseñó desde muy pequeña a su hija que el feminismo no era una mala palabra –siendo nativa de Texas, no es un detalle menor–, y que papá es piloto de avión y le enseñó a su hija a hacer lo mismo que papá, por lo que desde entonces, sépanlo, Bonnie mantiene al día su licencia para volar. También ha dicho la protagonista de este post que aún antes de tener alguna idea de cómo iba a ser el 2020 sabía que su disco tenía que llamarse así. Ahora, agrega, sabe por qué. Lo que yo no sabía era por qué, aunque este último disco –el cuarto de su carrera– me había gustado tanto, terminé haciéndole un lugar en el nuevo Música Cretina al tema que bautizó su disco anterior, cuatro años atrás. Bueno, claramente se trata de un título irresistible: Fuck With Sad Girls, es decir Coger con chicas tristes. Pero lo que revela la buena de Bonnie es justamente que nadie realmente quiere coger con las chicas tristes. Esas que siempre miran el mundo desde las esquinas de sus ojos, sentadas como un pájaro a punto de echarse a volar. O por lo menos así es como las canta la Whitmore, que supongo que algo debe saber de esto, al punto de bautizar a su banda como los Sad Girls, un guiño ciertamente irresistible. No sabía por qué, habiéndome gustado tanto el nuevo disco, me quedé con un tema del anterior hasta que leí --en las mismas notas donde me enteré de todo que reproduje aquí arriba-- que Last will & testament es como Fuck with sad girls parte dos. Entonces sí, todo me quedo claro. Qué mejor que ir al comienzo de todo, conocer a la chica triste más triste de todas y acompañarla entonces durante todo el viaje. Seamos orgullosamente quienes miran esas grietas que el maquillaje no puede tapar. Más que eso: celebrémoslas como corresponde, y en defensa propia. Porque después de un año como éste, todxs somos esas chicas tristes, y todxs tenemos lista nuestra última voluntad y testamento. Y estamos –si tenemos suerte-- mirándolo todo, a punto de echarnos a volar. 


martes, 15 de diciembre de 2020

Travis, "Waving at the window"

Esto no es un ensayo/ esta es la toma

Acá vamos de vuelta, perdonen que insista con esto, pero para mí casi ni hemos hablado del nuevo Música Cretina y tal vez ustedes ya estén hartos. En este martes nublado de diciembre permítanme que les confiese que no sabía que necesitaba un tema más de Travis. ¿Quiénes? Si, si, pueden preguntar, yo ni sabría quiénes son si no fuese porque viví a pleno los noventa como periodista de rock, y la banda de Fran Healy supo ser, por diez minutos al menos, la más famosa de Gran Bretaña. Así es como describe su grupo el propio Healy en un artículo que leí por ahí, y hay que conceder que tiene su gracia. El artículo también menciona que se podría decir que por culpa de ese éxito de depresión de fin de siglo –y fin de britpop, por qué no—es que existe Coldplay, y eso sí que no es ningún chiste. De hecho, si no me he olvidado de Travis es porque guardo un tema de ellos muy cercano a mi corazón, un tema de una melancolía profunda y sincera que jamás imaginé que fuesen capaces de entregar (bueno, Yellow de Coldplay es algo parecido, pero no hacía falta todo lo demás). El tema se llama The Humpty Dumpty love song y está casi escondido al final del tercer disco del grupo, cuando la ola de su fama adquirida en su disco anterior, The man who, aún no se había retirado. Todos los caballos del rey y todos sus hombres/ no pudieron reunir todos los pedazos de mi corazón, canta Healy en ese tema, y tal vez Travis podría haber desaparecido después –el disco se llama The invisible band, después de todo—y nadie se hubiese lamentado por eso. Pero los grupos de rock tienen esa última risa asegurada: si atraviesan juntos el desierto que los espera después de la fama súbita, se calzan la corona de clásicos y ya no hay quien los pare. Desconozco realmente qué fue lo que hicieron los Travis en las últimas dos décadas, pero cuando apareció su nuevo disco debo haberlo escuchado por morbo, por el recuerdo de aquel tema, por el tiempo libre que regalaba la pandemia, porque las redes hacen que todo sea fácil, porque apareció y sólo requería un click y ya. Pero apenas lo hice, y sonó de apertura el verso con el que abren estas líneas, me di cuenta que tenía que armar un Musica Cretina, y que Waving at the window tenía que estar ahí. Y que tenía que disculparme por todos esos pensamientos de superado, y reconocer que, además de convertirse en clásicos como premio por mantenerse juntos, los grupos de rock que insisten en el ámbito de su pericia, tal vez terminen adquiriendo una cierta sabiduría y puedan decirnos justo lo que necesitamos escuchar. No quiero decir adiós/ no quiero decir hola/ no quiero verte saludar en la ventana, canta Healy, y su voz, junto con ese piano cuyas escalas construyen lo vendría a ser el riff del tema se han quedado desde entonces con mi corazón. Y desde entonces me descubro, cuando menos me lo espero, cantando el tema, silbando la melodía, o pensando en que hay algo que me falta y no se qué es, y de pronto descubro que se trata justamente de esta canción. Y le agradezco a Travis que hayan seguido juntos, que hayan sacado un disco en medio de la pandemia, un disco con un tema que hace lo que todos los caballos del rey y todos sus hombres llevaban dos décadas sin poder lograr. Porque después de la crónica de la destrucción que habita su Humpty Dumpty love song, este Waving at the window logra reunir aquellos pedazos, al menos por un rato. Algo que sólo pueden hacer las canciones. Romper y arreglar en el mismo movimiento. Mientras nos recuerdan eso que sólo pueden cantar los que ya no pueden escudarse en la arrogancia de la juventud. Que esto no es ningún ensayo, sino que es lo que hay.     


sábado, 12 de diciembre de 2020

Nora Jean Wallace, "Martell"

Tengo que salir de acá/ conseguir un trago en algún lado

Se acerca fin de año y hay un nuevo Música Cretina para ir descubriendo. Apenas comienza el lado A se escucha el verso con el que comienzan estas líneas, apropiadísimo para los días que corren, y quien lo canta es la señora de la foto de tapa, que eligió este 2020 para efectivizar su regreso, y… ¡qué regreso por favor! Durante el siglo pasado uno de mis oficios terrestres supo ser el de reseñar shows en vivo --es (o era) el puesto más bajo dentro del escalafón de una sección musical, porque significa que no tenés fin de semana… y ni sueñes con entradas para los mejores recitales, son las que se quedan los jefes--, y el destino me condujo hacia Obras para ver a una leyenda del blues llamada Koko Taylor. Por aquellos tiempos –qué tiempos aquellos-- muchas leyendas del blues vinieron a juntar plata para su retiro en una Argentina con el dólar uno a uno, y súbitamente llena de fanáticos del blues dispuestos a llenar el ámbito que sea para saldar la deuda de poder verlos alguna vez. Koko ya estaba viejita, y ciertamente no recuerdo que esa noche tuviese mucho para demostrar ante un espectador, como yo, que no supiese mucho de su historia y sus logros. Pero lo que me predispuso contra ella fueron aquellos fans del blues, que se dedicaron toda la noche a insultar al artista que la abría, nada menos que un tal Robert Cray, que la rompió, la dejó chiquita, pero no importa, les resultaba demasiado moderno. Lo mismo hicieron Huracán ante Los Lobos --¡si! ¡Los Lobos tocaron alguna vez en Buenos Aires!--, toreados por un César Rojas que les dedicó una y otra vez en la cara sus mejores solos. Lo cierto es que desde aquella noche en Obras que no tengo el mejor recuerdo de la buena de Koko, y entonces es que hoy agradezco a Nora Jean que con su deslumbrante primer disco en trece años, y primero con el apellido Wallace –antes utilizaba el de Bruso--, me haya hecho repasar la obra de la Taylor, ya que una de las declaraciones que se repiten una y otra vez en las notas que la presentan es que la de la leyenda, diciendo que la recién llegada le recuerda a cómo era ella de joven. Por supuesto que es un aval que debe tener sus años, y no se refiere a este Blueswoman, un título simple y que es como una declaración de principios, que –cerrando el círculo-- viene de un tema dedicado a Koko Taylor. Leo por ahí que el silencio de Nora Jean durante todos estos años obedece a que se retiró de la escena blusera para dedicarse a cuidar a su madre, que siempre la apoyó mientras estuvo persiguiendo un destino musical, y estaba viejita y necesitada de cuidados. También me entero que es la séptima hija de una familia de bluseros, que cosechó algodón codo a codo con sus hermanos, y que de noche se colaba en el local que regenteaba su abuela a escuchar cantar blues a todos sus familiares. La escena es tan perfecta que es posible que no sea real, pero qué importa, qué interesa. Ciertamente que su nuevo disco está a la altura de esa leyenda, especialmente el tema que suena casi al comienzo de este nuevo no-programa, del que –insisto—aún casi no hemos hablado por acá. A veces pienso que me estoy volviendo loca/ Esa botella de Martell no deja de decir mi nombre, canta Nora Jean en el tema que inaugura Blueswoman, haciéndome recordar a Pappo y sus sánguches de miga. Lo que viene hacia ella es una botella de cognac, porque –sigue la letra—no quiero cerveza/ no quiero vino/ vos sabés lo que quiero/ quiero beber algo de Martell. Y a esta altura, que quede claro, lo que yo quiero es que suene música de acá hasta que termine este año, para sacarle el jugo, para terminar de echarlo. Y si es Cretina, mucho mejor. 


viernes, 11 de diciembre de 2020

Ayalew Mesfin, "Che belew"

Se los presento: el tipo de la foto se llama Ayalew Mesfin, es uno de los grandes ídolos musicales de Etiopía, y uno de sus temas inaugura gloriosamente el flamante Música Cretina estrenado esta semana y del que aún casi no hemos hablado por acá. Si se lo ve contento en esta foto más o menos contemporánea --con fondo verde, como no podía ser de otra manera en honor a la euforia de estos días--, es porque en el regurgitar permanente que el nuevo siglo hace de la música del siglo anterior finalmente le ha tocado su turno, y su trabajo acaba de ser reeditado por primera vez como corresponde. Aquella docena de simples con los que le puso su sello al etio-funk de Addis-Abebba durante la segunda mitad de la década del setenta hoy completan una lujosa caja de cinco vinilos anunciada como su obra completa. Junto con su Black Lion Band, Mesfin desplegó lo mejor de su obra justo luego del golpe de 1974 que puso al mando de un país milenario, orgulloso de nunca haber sido conquistado, una junta militar comunista que gobernó con mano de hierro hasta la segunda mitad de la década siguiente. Fueron dos años, entre 1975 y 1977, en que la banda de los Leones Negros sacaron un simple tras otro, cuyas letras parecían referirse al amor pero en realidad hablaban de política, ¿les suena? Canción de un felino en el país. Pero finalmente Mesfin quiso dejarlo todo dicho, y preparó un cassette con temas cuyas letras no escondían nada, su propio “rompan todo”, que planeaba repartir gratuitamente para luego dejar el país. No pudo ser: lo delataron, terminó preso y torturado, y tres meses más tarde, cuando recuperó su libertad, su música fue prohibida durante el resto de lo que duró el régimen. Vigilado de cerca por sus captores, Mesfin nunca dejó Etiopía, a diferencia de muchos de sus colegas. Cuando finalmente pudo volver a cantar en público, en los años 90, descubrió que sus fans no lo habían olvidado, y realizó un par de giras antes de mudarse, ahora sí, a los Estados Unidos. Allí descubrió que es verdad lo que decían otros exiliados, que la música moría fuera de su tierra, como un pez fuera del agua. Habia que ganarse el mango, y era difícil reclutar a sus músicos, después de todo. Durante todo ese tiempo, apenas un puñado de temas de Mesfin fueron rescatados por las legendarias e indispensables antologías francesas Ethiopiques, pero un par de años atrás finalmente su música se ganó una compilación propia. Y ahora le llega el turno a esta antología de cinco discos, uno de los cuales lleva el nombre que me hechizó al punto de elegir al tema que lo bautiza para iniciar este nuevo no-programa, que confío que no sea el último del año, que aún quede uno más antes de despedir a un 2020 que nunca llegó, un año terminado en cero que por primera vez ninguna década, ni la que se va ni la que viene, querrán reclamar como propio. Pero volviendo a este Música Cretina, y al buen Ayalew Mesfin, ¿cómo resistirse a un tema titulado Che Belew? Según leo por ahí, en etíope quiere decir “marchar hacia adelante”, pero para mí es simplemente eso: “¡Che Belew, mirá quien vino!”, dicho con el tono que usaba Juan Carlos Calabró cuando hacía su personaje de El Contra. Más Cretino no se consigue.