miércoles, 25 de octubre de 2023

Ricardo Iorio (1962-2023)


“Acá vamos a estar más cómodos”, explica, y hace colocar a los gritos dos sillas en el único rincón libre y servir dos vasos de vino con agua antes de hacer él la primera pregunta. 

— Si querés comprar carne, ¿adónde vas?, dice de pronto.

—A la carnicería —es mi sorprendida respuesta—.

— ¿Y si querés comprar verdura?, insiste.

— A la verdulería —respondo más tranquilo, ahora que creo haber comprendido el juego—.

— ¿Y si querés comprar remedios?

— A la farmacia.

—Entonces, si querés saber del metal pesado argentino, viniste al lugar indicado, anuncia con orgullo, y se golpea sonoramente en pecho.  

...

Me llega un mail con la noticia: se murió Ricardo Iorio. Y lo primero que pienso es en las veces que estuve escuchando en estos días, sin saber por qué, mis temas suyos preferidos: Aguante Bonavena y Convide rutero. Siempre me gustó la musica de Iorio, admiro a una amiga que me puede recitar las letras de V8 sin titubear (yo no puedo) o la versión que hace Lucas Martí de En las calles de Liniers. Y tambien me fascina cada vez que lo veo en una foto con un personaje impresentable de la política, como Biondini por ejemplo, y cuando miras bien la imagen, te das cuenta que el impresentable está mas asustado que Iorio. Tengo que confesarlo: la cancelación no me funcionó jamás con su música. Pienso que es algo personal, cada uno sabe si las noticias sobre los artistas no te dejan disfrutar su obra. Por ejemplo, yo no creo que Woody Allen haya abusado de su hija bebe, pero desde que empezó a salir con Soon Yi ya no pude disfrutar las películas de un director con el que supuestamente había una relación íntima, se compartía o al menos discutía una supuesta mirada sobre la vida, un vínculo que para mi se había roto. Pero con Iorio y yo nunca se rompió nada. Siempre supe quien era, y desde ahí me llegaban --y seguirán llegando-- sus canciones. Puede que haya ayudado, lo confieso, que no busco noticias suyas. Se poco y nada con quien se junta o las cosas que dice. También ayuda una nota que le hice hace mil años para la revista Pagina/30, en la que creo haber podido comprender, como él me dijo entonces, su trágica. De ahi es el diálogo con el que arrancan estas líneas. Recuerdo que entonces estaba en medio de la polémica de “si sos judío no me vengas a cantar el himno”, y como en una de esas la nota no salía como yo pensaba antes llamé a un par de amigos músicos para que me pintasen el personaje. Así me enteré que Juanchi Baleiron lo conocía de niño, de hecho Iorio lo iba a buscar a su casa para que su madre lo dejase ir a los conciertos. La dejaba tranquila que a su hijo lo acompañase Ricardo. También supe que no había que subirse a un auto que él manejase, me lo advirtió Ivan Noble, que casi no sobrevive a la experiencia. Fue Sergio Rotman el que me dio la clave: no hay que ofenderse con lo que dice, es como un animal de campo, siembre rasca donde pica. Todos ellos, y otros a los que llame, le tenían todo el cariño del mundo. Y yo descubrí, en esa nota, que a pesar de que Iorio ladraba, nunca mordía. Y cada uno de esos ladridos era un titular. Me dijo, por ejemplo: “Nosotros no estamos en la música para gozar de hoteles cinco estrellas o de piscinas o de fiestas. Sino de estar... ¿cómo te podría explicar? En un rigor que dura años. Somos locos, por eso lo hacemos. Somos 'rocanrol hijunagraputa' y es la única que nos cabe”. O sino, también: “Uno trata de ir creciendo día a día, pero hay una gran cantidad de odio y rencor dentro del corazón de uno, para qué lo voy a negar. Hay personas que se queman un fino y dicen ‘Uy, loco, vos tenés re-onda, vamos a hacer un taller literario’. A mí no me pega así, a mí me pega de otra manera”. Al final de aquel encuentro me quedaron claras dos cosas: uno, que estar en la jaula con el león y salir entero era un ejercicio agotador. Y dos, que en el fondo de todos esos rugidos había un vacío existencial difícil de llenar. Y que, supongo lo habrá acompañado hasta el final de sus días, siempre épicos, siempre trágicos, siempre terminales. Yo te saludo Ricardo, te perdono todos los patinazos, y te agradezco las canciones. Porque cada una de ellas funciona como el final de un largo viaje.

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"Yo, a veces, voy al supermercado a llevar a mis nenitas que quieren ir al McDonald’s como cualquier criatura. Pero yo las llevo y no bajo. Y miro todo eso desde el auto y me digo: ‘lo que va a ser el futuro, mi Dios...’. Pero entonces trato de ser el mejor tipo del mundo para no volver a nacer nunca más acá, para que Dios me libere de estar en este cuerpo”, dice Iorio, que, inmediatamente, calcula que quienes escuchen a un metalero hablar de la reencarnación en una revista van a deducir apresuradamente “este tipo está loco”. Pero, como tantas otras cosas, le importa lo más mínimo. Y sigue. “Hay mucha gente que dice (imitando voz de gaucho): ‘Naaa, cuando uno muere, no hay mas na’a, cierra’ lo’jos y no hay más na’a’. ¡Claaaaro! ¡Y entonces nos cogemos a los chicos, chupamos sangre y hacemos un desastre! ¡Total no hay más nada!”, se encabrita el sufrido Iorio, buscando enfáticamente hacerse entender. “¿Ves cómo tengo las manos? ¿Ves que tengo grasitud, callos por todos lados, me ves las uñas? Escuchá a ver si entendés mi trágica... Esta es una personalidad, es una manera de vivir la vida... Yo creo que todos los que tienen internet pueden ser los más duchos, pero si les dicen que por allá asusta, no van... Porque vos podés ser un genio de la computación, pero cuando se derritan los glaciares y el mar llegue a la ciudad y la mierda salga de las cloacas, los que van a poder hacer mover el mundo son los que tengan manos como estas. ¿Entendés?”