miércoles, 21 de octubre de 2020

Una vida bien vivida

Se los presento: el tipo de la guitarra y con los brazos cruzados se llama Spencer Davis, pero hay que presentarlo junto con el pibe sentado al piano, que se llama Steve Winwood. Ya les voy a explicar por qué, pero antes déjenme aclararles que el buen Steve mantiene su buena salud y que la noticia es que Davis murió ayer de neumonía, a los 81 años, en su hogar en California. No teman, no busco hacerlos llorar ni nada parecido: es una de esas muertes que despierta en quien las lee, si es que conoce el nombre en cuestión, un pensamiento del tipo: ¿Ah, todavía seguía vivo? Algo que no suele tener que ver con una vida al límite, sino más bien con haber hecho hace tiempo ya todo lo que tenía para hacer, y luego lograr salir de la luz de los focos para continuar con una vida anónima, hasta volver a ser noticia justamente por ya no poder serlo más. Nacido en 1939, seis meses antes de que Hitler invadiese Polonia y diera comienzo la Segunda Guerra, hijo de un padre que fue paracaidista durante el conflicto, leo en los siempre interesantes obituarios del Times londinense que Davis aprendió a tocar la armónica y el acordeón a la tierna edad de seis años --justo cuando caía Berlín y se terminaban los tiros, digamos-- estimulado por un tío que tocaba la mandolina. Pese a esa precocidad musical, y a que durante la secundaria ya era el guitarrista de un grupo de skiffle de su natal Swansea, la temprana biografía del buen Spencer invita a pensar en una vida futura sentando cabeza: su primer trabajo fue en el correo, luego pasó a la aduana, volvió a la escuela para convertirse en profesor de inglés, y terminó ingresando a la universidad para estudiar idiomas, más precisamente alemán. ¿Las aventuras de papá Davis paracaidista habrán tenido algo que ver con la elección? Vaya uno a saber. Su primer escarceo con la fama, o al menos con lo que iba a convertirse en la historia de la música popular de su siglo, fue el detalle de haberse ennoviado durante su paso por la universidad con una tal Christine Perfect, que luego, con el supuestamente mucho más anónimo apellido McVie, pasaría a formar parte de la leyenda de Fleetwood Mac. Pero el verdadero encuentro de Spencer con la historia fue cuando en 1963 entró a un pub de Birmingham --una escena en la que había estado tocando con Christine, formando un dúo folk-- y vio a un pibe que con apenas 15 años --según resumió muchos años más tarde-- tocaba como Oscar Peterson y cantaba como Ray Charles. “Este chico es demasiado bueno para ser verdad”, pensó, e hizo todo lo posible para sumarlo a su grupo, lo que incluyó hacerle un lugar también a su hermano mayor Muff en bajo (con corte beatle y bigote en la foto), para que oficiara de chaperón del pequeño Steve, que todavía no había terminado la secundaria. Y el resto, como suele decirse, es historia. Con Winwood al frente del grupo y Davis en guitarra, el Spencer Davis Group compartió escenario con los Stones, le robó el número uno a los Beatles cuando su hit Keep On Running desbancó a We Can Work It Out/Day Tripper --un single que era un doble Lado A-- del primer puesto de los charts (y los Beatles, caballerosamente, enviaron un telegrama felicitándolos), y cesó de existir poco después de que Steve Winwood partiese para formar Traffic, comenzando un camino que lo transformaría en la estrella internacional que aún hoy sabe ser. Si hoy recordamos a Davis es porque los hermanitos Winwood decidieron que la banda llevase su nombre, más que nada --bromeaba Spencer-- para que él tuviese que hacer las entrevistas mientras el resto del grupo seguía de joda. Y el detalle que confirma que ese, y solo ese, estaba destinado a ser su lugar en la historia, es que en la audición para reemplazar a Winwood rechazó al otro joven que el destino supo poner en su camino, un cantante prometedor llamado Reg Dwight, que más tarde se convertiría en Elton John, y bueno, el resto es bla bla bla. Davis siguió con el grupo un tiempo más, llegando a sumarse a la Magical Mystery Tour de los Beatles, pero terminó enfrentándose con su antiguo manager por todas esas regalías que nunca recibió de sus éxitos. Oh, historia, bienvenida otra vez en este relato: el manager en cuestión era un tal Chris Blackwell, que respondió invitándolo a formar parte del negocio, sumándolo al sello Island, donde supo promocionar las carreras solistas de Bob Marley, Robert Palmer y --ejem, caramba con el humor de eso que volvemos a invocar como Destino-- nada menos que un ya crecido Steve Winwood. Leo que al final Davis terminó haciéndole nomás juicio a Blackwell por esas regalías y hubo arreglo extrajudicial, lo que debe haber ayudado a que se terminase instalando a mediados de los 80 en California, más precisamente en un paradisíaco lugar llamado isla Santa Catalina, justo enfrente de Los Angeles. Ahí se pierde la pista de su vida, hasta la noticia final, la de ayer, la de la muerte de un músico que pasó a la historia por haber estado ahí, en el momento justo, y haber hecho --esa vez-- lo que había que hacer. Y tener lo necesario para hacerlo. Creo que es la vida perfecta: estuvo ahí, vivió todo de primera mano, puso su nombre donde había que ponerlo, y se retiró sano y salvo. Y una cosa más, con la que cierra el obituario del Times, y que no deja de dibujarme una sonrisa en el rostro a pesar de la obligatoria tristeza que debería despertar la noticia: Spencer Davis nunca dejó de tocar su guitarra en algún lado --algo que dijo más de una vez-- casi hasta el final de una vida que hasta donde sabemos podríamos calificar como muy bien vivida.

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