lunes, 22 de agosto de 2016

Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota, "Música para pastillas"



Para mi amor/ esto está muy Shangai

Como parte de unos chequeos de rutina, uno de los días de esta semana me los pasé de estudio en estudio, de consultorio en consultorio. Ayuné, corrí, esperé, bebí agua, me sacaron sangre, me pegaron cables al cuerpo, y así. No pude evitar pensar que hace no tanto tiempo todos esos aparatos que buscaban imágenes --y sonidos-- dentro de mi cuerpo eran reemplazados por un simple estetoscopio y un medico experimentado (o no). Y también me di cuenta que los videos sin música son ideales para cualquier sala de espera. Porque sus imágenes suelen ser aleatorias, así que son como cuadros en movimiento. Y cuando simplemente hay musicos cantando, si uno está familiarizado con el artista puede evocar la canción, y en el caso de que no sea de tus preferidos, ignorarlo tranquilamente. Pero mi momento más epifánico fue cuando hice la ergometria escuchando a los redondos cantar eso de flacas gimnastas de America-a-ah. Antes de empezar a correr en la cinta, la doctora me preguntó qué música quería escuchar. "Los Redondos, Charly, Spinetta, Estelares, Beatles, lo que quieras", le dije, ampliando lo más posible el rango de posibilidades. La doctora se quejó por eso, justamente. "Dijiste muchas cosas", advirtió. "Pero yo prefiero a los Redondos, así que vamos con eso ¿Qué disco?". Como por diversas razones hace un tiempo que vengo pensando en Oktubre, fue el que pedí. Y al llegar a Musica para Pastillas fue que me quedé caminando en el aire (que era, dicho sea de paso, casi lo mismo que venía haciendo literalmente en la cinta). Porque aquella canción era la que yo mas entendía como un llamado a las armas en los recitales de aquella época. Era la que señalaba, por ejemplo, que la mas hermosa niña del mundo puede dar sólo lo que tiene para dar. O les advertía a los rockeros bonitos y educaditos que emboquen el tiro libre, porque los buenos habían vuelto. Era un canto contra las rubias estudiosas, austeras, soviéticas, y ahora una de ellas era la que la había elegido para que yo corriera en la cinta. Nunca me hubiese imaginado que iba a poder cantar --mentalmente, porque el aliento a la altura del tercer tema del disco no era lo que precisamente me sobraba-- esa cancion haciendo un estudio médico, en una clínica, en un ámbito civilizado y parte de la sociedad. Y no me pude decidir si, justamente por eso, habiamos perdido o ganado la batalla. ¿La ganamos, y entonces suena nuestra música? ¿O la perdimos, y ahora nuestra música es de ellos? ¿La música pertenece a alguien? ¿Hubo alguna vez realmente un nosotros y ellos?