lunes, 4 de marzo de 2019

Darnauchans & Cabrera, "Un transeúnte"


La noche se te cuela en la razón/ y te ves negando el sol

Llueve en esta mañana de carnaval, y el anticlímax es ideal para escribir sobre Eduardo Darnauchans, un uruguayo al que me es difícil pensarlo carnavaleando, pero sí bajo la lluvia, en realidad siempre bajo la lluvia. Suena en el primer Música Cretina del año apenas arranca el Lado A, búsquenlo, justo después de la versión de My Sweet Lord de Hurray For The Riff Raff. Lo que se escucha es el hermoso Un transeúnte, un tema me quedó grabado desde uno de los primeros discos que escuché de él, un Nieblas & neblinas en vinilo que me traje en mi primera cosecha de música uruguaya después de pasarme cerca de un mes patrullando 18 de Julio de arriba a abajo, comprando casi todo lo que veía en bateas cada vez más raleadas. Lo conté mas de una vez: volví a Buenos Aires con una pila de discos, pero los que más recuerdo —nos suele pasar a los coleccionistas— son los que no compré porque ya tenía demasiados, y nunca mas volví a ver: el debut solista de Jorge Nasser o Autoblues de Cabrera. Ese Nieblas y neblinas, que creo acababa de salir, estaba sin embargo en el lote, y si lo recuerdo con cariño es por esta canción urbana que siempre me pareció entrañable, y que en mi búsqueda de canciones para hacerle escuchar a mis amigos rockeros porteños y así compartan aquel nuevo fanatismo por la música uruguaya, me parecía que era una de las que podían escucharse sin manual, sin tener que explicar quién era y por qué me gustaba. No fue posible. Creo que nadie entendió jamás mi entusiasmo por el Darno. Que en realidad era una intriga: quería saber quién era, cómo era posible esta música en la tierra del Carnaval. Con el tiempo iba a saber de la dicotomía entre murga y rock por un lado, y la canción urbana pura por el otro, el pequeño River-Boca de la música uruguaya (Peñarol-Nacional mas bien), eso que alguna vez hizo enojar durante una entrevista al prócer vivo del lado más rocker de la historia, acusando a alguien de la vereda de enfrente de cantar como un monaguillo. Se podría decir que el Darno estaba del lado de los monaguillos, pero supongo que semejante palabra, para alguien tan orgullosamente comunista como él hubiese sonado a insulto. Lo cierto es que si bien el Darno era rockero y dylaniano, su sonido siempre estuvo mas cercano al de los baladistas folk británicos (y franceses) mas clásicos, siempre fue mas un juglar y un trovador que otra cosa, dedicado a ajustar cuentas con su pasado, familiar y generacional. Me acuerdo de haber escrito una nota pequeña para Página12 cuando me enteré que venía a tocar en Buenos Aires, en el que tal vez haya sido su único concierto porteño. Creo recordar que hablé con él por teléfono, pero cuando repaso el recorte los textuales son más bien sacados de las notas del Sábado Show y la Brecha que tenía recortadas. Por esa época alumbraban los 90 y también el rock chabón, el mito de Mateo recién empezaba a gestarse y apenas Jaime Roos estaba editado por acá, ni hablar de ninguna banda de rock montevideana, y el Darno vino a tocar con un par de guitarras acústicas, en plan Zitarrosa. No fue nadie a verlo, éramos cuatro en ese sótano de la calle Paraná, a metro de Corrientes, contando al borracho que empezó a interrumpir el concierto y el propio Darno —justo el Darno, con su leyenda de mostrador y copas de más— tuvo que intentar hacer callar para poder continuar con lo suyo. Fue debut y despedida, y recién años después su nombre volvió a aparecer en la prensa porteña, en este caso por culpa de Jorge Drexler, que mostró una generosidad poco común dentro del gremio cuando, en todos los reportajes que dio antes de su primer show consagratorio en un teatro de la Av. Corrientes, se preocupó por nombrar a los dos músicos que consideraba como sus maestros, Fernando Cabrera y Eduardo Darnauchans. ¡Drexler monaguillo nomás! Desde entonces y hasta ahora, Cabrera tomó impulso y lentamente fue consiguiendo un público fiel de este lado del río. El Darno, en cambio, ya por entonces estaba dejado y casi ausente, incapaz de ingresar a un estudio, sin ganas de tocar en vivo. El propio Cabrera primero, y luego especialmente Alejandro Ferradás de manera heroica, lo hicieron dejar testimonio de sus últimas canciones, algo por lo que habría que hacerles un monumento. Por esas épocas en las que yo aprovechaba cualquier excusa para visitar Montevideo, estaba obsesionado con entrevistarlo al Darno. Había conseguido su teléfono y lo llamaba, y él siempre se negaba. Finalmente, en un viaje para cubrir una Fiesta de la X que se hizo alrededor del Centenario, me escapé durante toda una tarde agobiante para ir a entrevistarlo en su departamento en la calle San José, donde vivía con su mujer, Patricia. Debemos haber estado unas dos o tres horas hablando de su carrera, mientras tomábamos Coca Cola light, y él miraba curioso las tapas de todos sus CDs, que había llevado conmigo para que pudiésemos ordenar nuestra charla. Recuerdos dos cosas que había en su casa: una videocasetera rota, con el documental Don’t Look Back sobre Dylan eternamente atrapado dentro de ella. Y una guitarra que no solo nunca amagó tocar sino siquiera la miró, olvidada contra una pared. Recuerdo también que durante el transcurso de la charla a pura gaseosa y cigarrillos, el Darno se fue despertando, y terminó acompañándome animado hasta la puerta de entrada del edificio, donde nos prometimos seguir la charla en otra oportunidad. No pudo ser: el Darno y Patricia beberían hasta morir apenas unos meses más tarde. Esa tarde, lo último que recuerdo de él fue que se disculpó por no poder bajar el largo tramo de escalera que hacía las veces de frente de ese edificio sobre San José, señalando su bastón. Tenía apenas 53 años, pero aparentaba por lo menos una década más. Me saludó desde arriba de esa larga escalera, mientras yo buscaba un taxi para volver al Centenario. Ese día había un sol criminal, tan anticlimático como esta lluvia de hoy en pleno carnaval para aquella charla que merecía una caverna lunar, que era como el Darno llamaba al estudio de grabación, ese lugar sin tiempo, sin luz natural, alejado de todo. Tan alejado como está el Darno de tener algún reconocimiento fuera de Uruguay, fuera de Montevideo más bien, cantautor maldito que supo ser el principal enemigo de su música, o mejor dicho de su carrera. Acá en Música Cretina lo consideramos cretino honorario, y cada vez que podemos lo hacemos sonar. Por todo eso, justamente. Y más también. Si se dignan a hacer play en este primer no-programa del año, escucharán una versión en vivo y a dos guitarras de Un transeúnte, de un concierto que hicieron con Cabrera, largamente pirateado en su momento, y que finalmente tuvo edición oficial hace algunos años. Desvives lo vivido y tienes sed, canta el Darno, acompañado por Cabrerita, y podemos también cantar nosotros, es verano pero llueve como si fuese invierno, y no hay carnaval que alcance para devolver la fiesta. Es marzo, y el año amaga tocar la puerta. Díganle que no estamos, que no hay nadie. Nos fuimos y, si volvemos, no le pensamos avisar.

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