Sos la clase de chica/ sobre la que todo el mundo me advirtió
Durante mucho tiempo tuve Coney Island Baby en
un vinilo importado pero roto, al que le faltaba un pedazo, el del primer tema
de cada lado. No importaba, aún así –y contra lo que opinaban los reedólogos—siempre me pareció un discazo. Después de todo, se podía
escuchar entero esa obra maestra que es Coney Island Baby. Y otros
temas fascinantes, con todo un mundo que descubrir. Ooohhh Baby siempre me pareció desde esa guitarra puro Reed destilado, aunque tal vez detalles como ese pianito –que según leo toca nada menos que
Lou– haya hecho que sus fans piensen que era un vendido, no lo sé. A mi siempre me gustó Coney Island Baby. En un texto que acompaña la reedición, Lou Reed cuenta que, antes de grabarlo, no
tenía dinero ni guitarras. Un manager y su hermano productor le habían hecho
juicio, y los plomos se habían quedado con sus instrumentos cuando no
recibieron su paga. Además, su último disco era nada menos que Metal
Machine Music, que todas las disquerías estaban devolviendo, y su
discográfica terminó sacando del mercado en apenas tres semanas. El director de
RCA, escribe Lou, era su amigo Ken Glancy, un tipo recto y noble hombre de
honor. “Me preguntó si yo le prometía no hacer El hijo de Metal Machine
Music. Le dije que seguro. Yo no estaba en otra cosa que no sean problemas. La
pesadilla de la traición me torturaba”. Mientras decidían qué hacer con su
futuro, un Reed en bancarrota fue hospedado en el hotel Gamercy Park. Era 1975,
y la Rolling Thunder Review de Dylan estaba hospedada ahí, esperando comenzar
su gira. “Pero mi trueno había sido enmudecido”, ironiza Reed, que en vez de
pensar en salir de gira apenas si visitaba al sindicato, abogados y contadores
tratando de escapar –cuenta—“del clásico caos que había dejado que me
sucediese”. Entre otras cosas, explica, estaba en desacato con la corte y no
había pagado sus impuestos en los últimos cinco años. “Entonces Ken Glancy
llamó y me dijo: ok, elegí un estudio, metete y hacé un disco de rock. Y eso
hice”. Por eso es que suena perfecto al mediodía de un sábado sándwich, atrapado
entre un viernes feriado de un lado y el domingo del otro, y con el partido de
Argentina colgando sobre su cabeza. Y también cierra orgullosamente el último
no-programa, como Cretino mayor que siempre fue, es y será.
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