Mi alma estaba rota/ y deambulé como un idiota
El que canta es Mariano Esaín, al que muchos conocimos primero como Manzanita y luego como Manza. Yo aún le sigo diciendo Manza, así como hay gente que todavía me llama Gavilán, o simplemente Gavi. En mi caso, mi culpa es haberme presentado como el Gavilán Pollero al llamar a Radio Bangkok, siguiendo la linea de sobrenombres de dibujo animado que se ponían los oyentes. En el caso de Mariano, para dejar de ser Manzanita --un sobrenombre que llegó a odiar pero que a mi siempre me pareció de historieta, pero de historieta de otro tiempo, de esa que se leía todos los días en la contratapa de los diarios, y también a la que se volvía muchos años después, casi para siempre-- lo acortó a Manza, y fue parte del nombre de un trío que reinvento la escena rocker porteña post Cromagnon, dejando la electricidad de lado y regresando a las acústicas para curar tanto dolor al borde del sueño del rock, de la realidad del país, del todo. Ese trío de Manza junto a Flopa y Minimal comenzó justamente con una de sus canciones, despojada de electricidad, que decía cosas como el verso que abre estas líneas. Siempre confesional, Manza ya decía todo eso y también más escondido detrás de los arrebatos eléctricos de Menos que Cero, aquel trío mod que supimos conseguir en los 90, un milagro que siempre por aquellos días me salvó la noche, con recitales en los que escuché los mejores covers para los bises después de aquel de Mano Negra en Obras. Cuando me di el gusto de entrevistarlo para Radar, hace ya muchos años, Manza me recordó de algo que yo me había olvidado: que en su grupo anterior, Martes Menta, él tocaba los teclados. Y que la noche que les tocó abrir para Soda Stéreo presentando Dynamo, le sangró la nariz del primer tema al último. No había hecho nada, recordaba, fue como si de pronto se hubiese abierto una canilla. Algo parecido pasa con sus sentimientos en sus canciones, porque no hay nada en la actitud de Manza que delate semejante sensibilidad a flor de piel. Pero ahí está siempre, sangrando. Como en este tema de un disco que ya tiene tres años, El final de las primaveras, pero sigue y sigue sonando. Y ahora suena también casi al comienzo del Lado B del nuevo Música Cretina cosecha 2018, que sigo invitando a escuchar. En los comentarios les dejo el link para escucharlo enterito, así que hasta llegar al verso como el que empezamos todo esto --el que arranca ese temazo llamado La cura y el dolor, escondido hacia el final de disco-- primero deberán dejar pasar el Lado A, para que el B arranque con Loretta Lynn y entonces sí, "cuando la luz te ciega/ ya no existe la manera". A esta altura ya debemos tenerlo claro: por mas que queramos, las cosas nunca son las mismas que el día de ayer. Pero ahí están ellas, acá estamos nosotros. ¿Qué tal si volvemos a empezar? Buenos días, Cretinxs. La cura y el dolor siempre están llegando. Por suerte, nunca exactamente en ese orden.
El que canta es Mariano Esaín, al que muchos conocimos primero como Manzanita y luego como Manza. Yo aún le sigo diciendo Manza, así como hay gente que todavía me llama Gavilán, o simplemente Gavi. En mi caso, mi culpa es haberme presentado como el Gavilán Pollero al llamar a Radio Bangkok, siguiendo la linea de sobrenombres de dibujo animado que se ponían los oyentes. En el caso de Mariano, para dejar de ser Manzanita --un sobrenombre que llegó a odiar pero que a mi siempre me pareció de historieta, pero de historieta de otro tiempo, de esa que se leía todos los días en la contratapa de los diarios, y también a la que se volvía muchos años después, casi para siempre-- lo acortó a Manza, y fue parte del nombre de un trío que reinvento la escena rocker porteña post Cromagnon, dejando la electricidad de lado y regresando a las acústicas para curar tanto dolor al borde del sueño del rock, de la realidad del país, del todo. Ese trío de Manza junto a Flopa y Minimal comenzó justamente con una de sus canciones, despojada de electricidad, que decía cosas como el verso que abre estas líneas. Siempre confesional, Manza ya decía todo eso y también más escondido detrás de los arrebatos eléctricos de Menos que Cero, aquel trío mod que supimos conseguir en los 90, un milagro que siempre por aquellos días me salvó la noche, con recitales en los que escuché los mejores covers para los bises después de aquel de Mano Negra en Obras. Cuando me di el gusto de entrevistarlo para Radar, hace ya muchos años, Manza me recordó de algo que yo me había olvidado: que en su grupo anterior, Martes Menta, él tocaba los teclados. Y que la noche que les tocó abrir para Soda Stéreo presentando Dynamo, le sangró la nariz del primer tema al último. No había hecho nada, recordaba, fue como si de pronto se hubiese abierto una canilla. Algo parecido pasa con sus sentimientos en sus canciones, porque no hay nada en la actitud de Manza que delate semejante sensibilidad a flor de piel. Pero ahí está siempre, sangrando. Como en este tema de un disco que ya tiene tres años, El final de las primaveras, pero sigue y sigue sonando. Y ahora suena también casi al comienzo del Lado B del nuevo Música Cretina cosecha 2018, que sigo invitando a escuchar. En los comentarios les dejo el link para escucharlo enterito, así que hasta llegar al verso como el que empezamos todo esto --el que arranca ese temazo llamado La cura y el dolor, escondido hacia el final de disco-- primero deberán dejar pasar el Lado A, para que el B arranque con Loretta Lynn y entonces sí, "cuando la luz te ciega/ ya no existe la manera". A esta altura ya debemos tenerlo claro: por mas que queramos, las cosas nunca son las mismas que el día de ayer. Pero ahí están ellas, acá estamos nosotros. ¿Qué tal si volvemos a empezar? Buenos días, Cretinxs. La cura y el dolor siempre están llegando. Por suerte, nunca exactamente en ese orden.
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