lunes, 9 de julio de 2018

Champán para todos


No suelo recordar mis sueños, así que esta mañana me sorprendió encontrarme en el medio de uno de ellos justo al despertar. Creo que fue un timbre, real o imaginado, el que me apuró a la vigilia, justo cuando estábamos escuchando música con Sergio Algora. Estaba en un hogar que era el mío, pero no lo era, y yo estaba haciendole escuchar un disco a un amigo que de pronto se convirtió en Algora, al que sólo vi una vez en mi vida, la única noche que pasé en Zaragoza, unos viente (o treinta) años atrás. Se trataba de un viejo disco de rock nacional del que yo había oido hablar pero nunca había escuchado realmente, y le decía a Sergio que escuchase, a ver si le recordaba algo. Y cuando la música sonaba, nuestras caras se iluminaron, porque lo que escuchábamos era demasiado parecido a El Niño Gusano. "¡Esto te lo hago yo!", decía feliz Sergio, mientras la música lo ocupaba todo, hasta que sonó ese timbre, real o imaginado, y me desperté de pronto a una mañana silenciosa de feriado. Si ya me parecía raro recordar tan vívidamente un sueño, aún mas extraño me pareció haber soñado con Sergio Algora, un artista al que le seguí atentamente los pasos mientras estuvo vivo (llegué a decir alguna vez que uno de los grupos por los que pagaría un viaje para ver en vivo era La Costa Brava), y extraño desde su muerte, pero que nunca fue ni remotamente mi amigo. Charlamos largo aquella noche en El Fantasma de Los Ojos Azules, ese bar de Zaragoza donde escuchamos un recién salido Grand Prix de Teenage Fanclub una y otra vez, y después ya no recuerdo mucho mas. Esa noche mi anfitrión fue uno de los responsables del sello local que editaba su música, así que dormí en una pieza repleta de cajas con discos y mas discos, muchos de ellos suyos. Custodiado por su arte, si aquella noche me hubiese despertado con el sueño de esta mañana, no me hubiese sorprendido demasiado. Pero nunca había soñado con Sergio, hasta hoy. Y recién acabo de entenderlo todo, cuando al abrir el diario El País con el café del desayuno, encuentro una nota firmada por Aloma Rodríguez --autora de un delicioso libro sobre la vida de Algora-- anunciando que hoy, 9 de julio, se cumplen exactos diez años de su muerte, un aniversario del que no tenía idea. Aún cuando en su momento lo despedí, sorprendido y conmovido con la noticia, como todos, en Radar. Así que sólo puedo suponer que, a una década de su despedida de este mundo, Sergio Algora decidió visitarme en sueños, porque si, porque le pareció divertido, porque la vida tiene estas cosas o debería tenerlas: amistad y música capaces de reinventar ritos y romper fronteras y distancias. Así que en esta mañana de fiesta patria, yo te saludo desde Buenos Aires, Sergio, una ciudad que creo que nunca llegaste a conocer. A diez años de tu despedida, sólo se puede decir una cosa, y a la mierda con la mañana y el café: Sergio Algora está muerto, champán para todos.

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