Por ahí va un fantasma/ no se puede contar con ella/ ni siquiera por un rato
En 31 canciones, Nick Hornby habla de Mark
Mulcahy. Es uno de los nombres menos conocidos del libro, y su aparición es en
realidad la excusa para hablar de una pequeña disquería del norte de Londres, y
de su dueño, Lee, cuyas recomendaciones fueron indispensables para que Hornby
se mantuviese musicalmente al día después del éxito de Alta Fidelidad. “Nadie
se pierde a Lauryn Hill o Radiohead, pero sí me hubiese perdido a Mark Mulcahy
si no hubiese conocido a Lee”, escribe el buen Nick, y al hacerlo de alguna
manera hace lo propio para sus lectores. Y describe el efecto que logra Mulcahy
en Hey self-defeater, el tema que abre y lo más cercano a un hit que tuvo Fathering,
su primer disco solista: “Logra transmitir un optimismo trabajado y una suerte
de sarcasmo coloquial: te habla a vos y a la gente irónica y compasiva como vos
y yo”. Aunque ha pasado mucha agua bajo el puente desde entonces, la frase se
acomoda perfectamente para describir lo que hace el ex Miracle Legion y Polaris
en Dear Mark J. Mulcahy, I love you, el álbum que marcó su regreso un par de
años atrás, después de haberse retirado de la música en 2008 para cuidar a sus mellizas
–que por entonces tenían 3 años-- luego de la sorpresiva muerte de su esposa
Melissa. Un año más tarde, sus amigos se reunieron para versionar sus
canciones, en un disco que sirvió para ayudarlo económicamente en la tarea, el
fascinante Ciao my shining star, que fue el que me hizo descubrir a Mulcahy, lo
siento Nick. La verdad que semejante lista de amigos hicieron imposible no
pasar a curiosear: Thom Yorke, The National, Michael Stipe, Dinosaur Jr., Frank
Black, Vic Chesnutt, Frank Turner, Ben Kweller, Juliana Hatfield, Mercury Rev,
Josh Rouse, y siguen las firmas. Todos amigos también de Música Cretina, claro
que si. Por eso, cuando asomó el disco que lo sacó del retiro, ahí estuvimos
desde el primer momento. Es uno de los que escuché tanto, que tuve que
comprarlo físicamente: me resulto inaceptable que algo que me había acompañado
tanto no existiese realmente. No me deja de sorprender que, a pesar de la buena
música y la aún mejor buena historia detrás, pocos de mis colegas le hayan
prestado atención al disco, titulado con una declaración de amor sacada de la
carta de una fan. Pero ya sería hora de cruzar esa frontera. En una de mis
visitas montevideanas, Felipe me adelantó un tormentoso domingo en La Ronda que
estaba cruzándose mails con Mulcahy, para traerlo como hizo con Robyn Hitchcock.
Con una sonrisa, me dijo que Mulcahy le había comentado que estaba dispuesto a
experimentar “the full hitchcock experience”. Pero cuando Felipe dio por
sentado que tenía sus seguidores entre los entendidos y que eso ayudaría a
difundir sus shows, tuve que advertirle que no era así, que creía que casi nadie
lo conocía. Sin inmutarse, Felipe me contestó: “Entonces habrá que empezar a
difundirlo”. Así que acá está otra vez el buen Mulcahy, sonando en este jueves
de solcito invernal, desplegando toda su ironía y también su compasión para
enumerar los reproches al final de algo seguramente ni siquiera pueda haberse
llamado relación. Esperaba menos/ y conseguí mucho menos, canta en My rose
colored friend, que también suena casi al final del Lado B de un no- programa
que ya parece haberlo dicho todo. Y a mucha honra.
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