jueves, 16 de julio de 2015

Mark Mulcahy, "My rose colored friend"


Por ahí va un fantasma/ no se puede contar con ella/ ni siquiera por un rato

En 31 canciones, Nick Hornby habla de Mark Mulcahy. Es uno de los nombres menos conocidos del libro, y su aparición es en realidad la excusa para hablar de una pequeña disquería del norte de Londres, y de su dueño, Lee, cuyas recomendaciones fueron indispensables para que Hornby se mantuviese musicalmente al día después del éxito de Alta Fidelidad. “Nadie se pierde a Lauryn Hill o Radiohead, pero sí me hubiese perdido a Mark Mulcahy si no hubiese conocido a Lee”, escribe el buen Nick, y al hacerlo de alguna manera hace lo propio para sus lectores. Y describe el efecto que logra Mulcahy en Hey self-defeater, el tema que abre y lo más cercano a un hit que tuvo Fathering, su primer disco solista: “Logra transmitir un optimismo trabajado y una suerte de sarcasmo coloquial: te habla a vos y a la gente irónica y compasiva como vos y yo”. Aunque ha pasado mucha agua bajo el puente desde entonces, la frase se acomoda perfectamente para describir lo que hace el ex Miracle Legion y Polaris en Dear Mark J. Mulcahy, I love you, el álbum que marcó su regreso un par de años atrás, después de haberse retirado de la música en 2008 para cuidar a sus mellizas –que por entonces tenían 3 años-- luego de la sorpresiva muerte de su esposa Melissa. Un año más tarde, sus amigos se reunieron para versionar sus canciones, en un disco que sirvió para ayudarlo económicamente en la tarea, el fascinante Ciao my shining star, que fue el que me hizo descubrir a Mulcahy, lo siento Nick. La verdad que semejante lista de amigos hicieron imposible no pasar a curiosear: Thom Yorke, The National, Michael Stipe, Dinosaur Jr., Frank Black, Vic Chesnutt, Frank Turner, Ben Kweller, Juliana Hatfield, Mercury Rev, Josh Rouse, y siguen las firmas. Todos amigos también de Música Cretina, claro que si. Por eso, cuando asomó el disco que lo sacó del retiro, ahí estuvimos desde el primer momento. Es uno de los que escuché tanto, que tuve que comprarlo físicamente: me resulto inaceptable que algo que me había acompañado tanto no existiese realmente. No me deja de sorprender que, a pesar de la buena música y la aún mejor buena historia detrás, pocos de mis colegas le hayan prestado atención al disco, titulado con una declaración de amor sacada de la carta de una fan. Pero ya sería hora de cruzar esa frontera. En una de mis visitas montevideanas, Felipe me adelantó un tormentoso domingo en La Ronda que estaba cruzándose mails con Mulcahy, para traerlo como hizo con Robyn Hitchcock. Con una sonrisa, me dijo que Mulcahy le había comentado que estaba dispuesto a experimentar “the full hitchcock experience”. Pero cuando Felipe dio por sentado que tenía sus seguidores entre los entendidos y que eso ayudaría a difundir sus shows, tuve que advertirle que no era así, que creía que casi nadie lo conocía. Sin inmutarse, Felipe me contestó: “Entonces habrá que empezar a difundirlo”. Así que acá está otra vez el buen Mulcahy, sonando en este jueves de solcito invernal, desplegando toda su ironía y también su compasión para enumerar los reproches al final de algo seguramente ni siquiera pueda haberse llamado relación. Esperaba menos/ y conseguí mucho menos, canta en My rose colored friend, que también suena casi al final del Lado B de un no- programa que ya parece haberlo dicho todo. Y a mucha honra.  

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