Canto otra vez tu canción/ y siento/ la fragilidad del amor/ el incendio
Antes del show del Mandrake y Los Terapeutas en
Bluzz Live, les dije a los que me llevaban que con escuchar un par de temas del
disco De, ya estaba hecho. Así que cuando abrieron con este Desesperados y casi sin respirar después arrancaron con Ellos
dos, uno se me acercó y me chicaneó con una sonrisa: “¿Querés que nos
vayamos?” “Diez sobre diez”, fue mi única respuesta. Y así siguió: al
contundente doblete de mi disco preferido le pegaron el inoxidable Miriam
entró al Hollywood y después le tocó el turno a un cover de ese monumento
de canción que es No te vayas nunca, Compañera, de El Sabalero. No
se equivoquen: fue, antes que nada, un gran show de rock. Porque el Mandrake
con los Tera –así escuché que les dicen—claro que son rock. Si alguna vez llegó
a ser algo así como un Roos clase B, como percibí prejuiciosamente la primera
vez que escuché hablar de él –y lo dejé entonces algo a un lado--, con el
correr de los años una lenta transformación dejó a Mandrake parado en una
esquina donde funciona como un eslabón perdido entre su generación de
des-generados --la del rock de los 80, dentro de la que finalmente se logró
ubicar antes de que apaguen la luz junto a El Cuarteto de Nos--, y la del
candombe-beat, iniciada por Mateo y liderada por Jaime Roos. Es una definición
algo apresurada y caprichosa –todas lo son—pero es más caprichosa la tierra de
nadie desde donde parecen cantar hoy los Terapeutas, tan rockeros como
cualquier grupo de las nuevas generaciones, ya sea del Montevideo under como
del que cruza fronteras, pero con un repertorio armado además de canciones
admirables, entusiastas, contagiosas, inmortales. Es el problema de ser un
clásico, supongo. A pesar de ser un sábado, el finde que pasé por Montevideo y
terminé viendo al Mandrake parecía una noche de entresemana, por la raleada
cartelera rocker. Las bandas no tienen muchos lugares donde tocar, una
gentileza de la Intendencia –frenteamplista, si, pero tan sorda a las
necesidades musicales como la macrista, según parece—que justo en las semanas anteriores
había cerrado algunos de los pocos lugares que quedan donde tocar en la ciudad.
Lo cierto es que a los que les pregunté por algo para ver, nadie me mencionó al
Mandrake. Si no hubiese visto al pasar el aviso en algún lado, me lo hubiese
perdido. A juzgar por un Bluzz semivacío, a muchos les debe haber pasado lo
mismo. Una injusticia. Porque los Terapeutas son rock, y además bien uruguayo.
Y tienen las canciones. ¿Qué más se puede pedir? Va llegando la hora de que el
Mandrake sea la siguiente estación del tren del reconocimiento tardío que
parece funcionar cada tanto para los músicos uruguayos de este lado del charco.
Vengan, que hay lugar para todos. Dejemos que suenen los Terapeutas en este
mediodía de un pegajoso invierno porteño. Aquella noche, en ese bar/ sellamos un pacto, inmortal/ conferencia
secreta de rubios casi negros, canta el Mandrake en una canción que narra un
imaginario encuentro con El Príncipe, su verdadero compañero de generación. Y
que suena también casi al comienzo del Lado B del último Música Cretina, que
cada tanto le gusta ser el más cretino de todos.
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