Pedacito de papel/ que yo tenía guardado/ en un libro viejo/ roto y empolvado/ sin saber por qué
La semana pasada el show de Buena Vista Social Club pasó por
el Gran Rex, a sala llena. La gira está anunciada como la de despedida, ya que
pocos quedan de aquellos que grabaron ese milagro de disco que produjo Ry
Cooder en La Habana hace ya casi dos décadas. De hecho, durante todo el show
–que poco tiene de la magia intimista y sin tiempo del álbum original—se
suceden los homenajes a los que ya no están desde una pantalla enorme que
preside el escenario. Una suerte de inocente pero también utilitario Show de
los Muertos cubano. Tengo los muertos todos aquí/ quién quiere que se los
muestre, cantaba Charly García en la canción de ese nombre –El show de los
muertos-- de Sui Generis, una frase que no pude dejar de recordar el jueves
pasado. Pero lo que entonces era macabro, en el Gran Rex supo ser emotivo y
hasta luminoso, y también parte del show business. El único momento en que se
apagó la pantalla durante la velada fue cuando emergió desde el backstage una
Omara Portuondo mágica e inimputable,
cada vez más pequeña por los años, que --prácticamente de bata y pantuflas--
hizo lo que quiso en escena antes de retirarse por donde vino. No necesitaba
verlo para saber que el show del Buena Vista tenía a ser así, un espectáculo
hecho y derecho, lejano al disfrute de los discos más famosos y
representativos. A pesar de todo, la música y las canciones lograron imponerse
por derecho propio, y los instrumentistas no dejaron de deslumbrar, acercando
el espectáculo al placer escondido en las gemas más secretas de universo Buena
Vista, esos discazos casi instrumentales estelarizados por Orlando “Cachaíto”
Lopez y Manuel “Guajiro” Mirabal. El Guajiro, por cierto, estuvo presente en el
Gran Rex, pero a un costado, en su mundo, trompeta en mano, y hasta intentando
dar algunos pasos como parte de los vientos a sus 82 años. La gira mundial de
despedida del Buena Vista viene acompañada por la aparición de un álbum de
descartes de aquellas míticas grabaciones, apropiadamente bautizado como Lost
& Found. Un trabajo que incluye a todos los intérpretes que ya no están, y
también otros que no son parte de la escudería Buena Vista, sino que eligieron
recorrer su propio camino, como Elíades Ochoa. Es el que canta esta maravilla
que no sónó –obviamente—en el Gran Rex, pero puede dar vida al mediodía de un
lunes soleado. Y que también asoma mágicamente hacia la mitad del Lado B de un
no-programa que aún esconde demasiados secretos. Pero está muy dispuesto a
revelarlos.
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