Jueves de invierno, y se acabó el solcito. Parece
que se viene la lluvia, parece. Y entonces nada mejor que escuchar a Mark
Eitzel, pero a un Eitzel turista, paseando por las calles de París, buscando el
Sacre Coeur mapa descartable en mano, esperando un aguacero listo para un
turista inútil que camina pensando en todo y en nada, por ejemplo en que Noé
tal vez no lo necesite para su arca pero que su amante no lo dejaría olvidado.No
necesito verte/ me alcanza con sentirte, canta Eitzel en el que siempre me pareció
el mejor tema de 60 watt silver lining, a pesar de que hay otros con títulos
irresistibles –algo que nunca falta en todos sus discos—como Cuando mi avión
finalmente caiga o Algunos barman tienen el don del perdón. Fue su álbum debut
como solista luego de la disolución de American Music Club, algo que sucedió hacia
mediados de los 90, una época en la que el grupo de Eitzel todavía funcionaba casi
como una contraseña secreta entre los que por entonces todavía paseábamos por
el rock indie norteamericano con nuestros improvisados mapas en mano,
intentando llegar a cada uno de sus escondidos Sacre Coeur. Aún atesoro esos primeros
discos de AMC, tengo incluso una biografía de ellos en mi biblioteca, que me
permitió comprender cómo fue que cayeron en brazos de Mitchell Froom y Tchad
Blake, algo que celebré entonces –fanático como era de sus producciones para
Tom Waits, Los Lobos y hasta Suzanne Vega—pero que terminó haciendo sonar
artificioso el natural oscuro romanticismo del grupo. Tal vez aquel paso en
falso –Eitzel siempre receló de esa elección, una apuesta del sello
multinacional que los sacó de indies pensando que tenían un éxito entre manos aunque
terminaron abandonándolos enseguida a su suerte—es el que haya llevado al
cantante hacia el lugar de crooner que encarna en este 60 watt silver lining,
que en su momento tuvo sus detractores. Como muchos de los avatares de aquella época
del indie post-grunge, Eitzel se fue perdiendo en discos solistas cada vez más
espaciados e intrascendentes, hasta que hace relativamente poco lo trajo de
regreso la inevitable reunión de su grupo. Cuando recién había empezado su
derrotero solista tuve el honor de escucharlo tocar en el boliche Largo de Los
Angeles. Fuimos a verlo con Martín Rea, en una de esas raras noches libres de
un viaje largo y de laburo, en que estás tan cansado que no podés mantenerte en
pie pero cómo te vas a perder de ir a ver a uno de tus héroes si toca acá nomás.
Ahí fuimos con Martín, que estaba en Los Angeles en su rol de “Martín Rea” –así
aparece acreditado en sus discos—para los Caballeros de la Quema mientras
grababan La paciencia de la araña, y recuerdo que no alcanzamos a ver demasiado
del show. Al final de la noche me acerqué a Eitzel con la intención de saludarlo,
el Largo es –o era-- un bar pequeño, en el que los músicos se mezclan con la
gente, y recuerdo que me impresionó lo alto que era, que me dio mano feta al
saludarme y que no me prestó la mas mínima atención. Igual te queremos Mark, y
si me tocase hacer de Noe para rock norteamericano de la época por supuesto que
te subiría en mi arca musical. De hecho, acá estás, justo en el medio del Lado B
del último Música Cretina. Y acompañándonos también mientras esperamos la
lluvia en la mañana de un jueves nubladísimo e invernal.
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