Tu greña toca el techo/ te crees muy fifí
A veces pienso que soy fan de Ry Cooder desde siempre. Pero
seguro que la culpa la tuvo, como siempre, Alfredo Rosso. Al menos la primer
nota que leí del buen Ryland apareció en el Expreso Imaginario, y lleva su
firma. Pero ampliemos responsabilidades, cuando uno es joven e impresionable,
las cosas no vienen de un solo lugar. Me lo habrá presentado Bobby Flores, o
tal vez el Rafa, que recibía lecciones directamente de Rosso y de Kleiman.
Seguro que el responsable fue alguno de ellos. O todos juntos: qué importa, qué
interesa. En realidad, la culpa es lo de menos. Lo que importa no es el punto
de partida ni la línea de llegada, sino el camino. Sé que me acerqué a Cooder
por dos razones: una, Ry era un gran buceador en la tradición musical propia. Y
dos, también era curioso por tradiciones ajenas. Siempre fui un fanático del
mestizaje musical, y mi primer descubrimiento en esa búsqueda fue el acordeón
del Flaco Jiménez, que engalana los mejores discos solistas de su primer época,
gemas como Paradise and lunch (1974) y Chicken skin music (1976). Es más, creo
que el misterio que aún encierra la versión del tema de Ben E. King con el
acordeón del Flaco en el último de estos dos discos, bien puede ser considerado
como el primer tema cretino de mi larga vida como catador de música. Pero la
vida de Cooder es una con varios actos, y lo mismo se puede decir de mi
vocación de descubridor de tesoros, así que el siguiente paso en mi fanatismo
se entronca con mi temprana cinefilia, al descubrir que Cooder se había
aburrido de hacer discos solistas para nadie, y había empezado a aprovechar las
ventajas económicas de la industria cinematográfica para dedicarse a componer
bandas de sonido que le permitían ser indulgente con sus caprichos. Si bien su
guitarra slide en París, Texas es marca de fábrica, y fundamental para una
película demoledora --obra maestra terminal dentro del cine de Wim Wenders, ya
que para un cineasta que se pasó la vida añorando el cine clásico
norteamericano es difícil regresar de semejante travesía por el desierto--, lo
cierto es que hay mucho más Cooder y aledaños por descubrir en su trabajo, por
ejemplo, junto a Walter Hill. Pero ya señalé que hay más de un acto en la vida
musical de Cooder, asi que al mismo tiempo que se dedicó a aprovechar ese pozo
sin fondo que es la necesidad del séptimo arte de música para acompañar sus
deliciosas mentiras, el placer por convertirse en anfitrión discográfico de
maestros lo terminó llevando a Cuba, y lo puso frente a lo que sería el Buena
Vista Social Club, y el retrato inmortal de Cooder para los no-iniciados estuvo
completo. De la guitarra slide mas copiada de la historia al puesto de
descubridor del Buena Vista, siempre con Wenders al lado. Pero lo mejor de
Cooder siempre estuvo por descubrir, y ahora que se ha convertido en un
venerable maestro como los que siempre se dedicó a grabar –ya está pisando los
70 años, y sus dos últimos discos han sido urgentes y eternos, Pull up some
dust and sit down (2011) y Election special (2012)—, es un lujo poder detenerse
en un disco que resume esos dos Cooder: el solista iniciático y el consagrado
del Buena Vista. Después de todo, Chavez Ravine (2005) es tan obra maestra como
sus experiencias cubanas, y siempre mereció el mismo destino. Para contar la
historia del barrio chicano perdido de Los Angeles, demolido para hacer un
estadio de beisbol, Cooder fue a buscar a los músicos del lugar y de la época,
y el resultado es una maravilla esperando ser redescubierta, que merecía su
propio Social Club. Cada vez que lo escucho quedo deslumbrado, y en estos días
en que hubo despedida, repaso y visita del Buena Vista Social Club, volver a
escuchar Chávez Ravine fue una revelación. Un tema tras otro esconden historias
y descubrimientos, como este Muy fifí de Little Willie G, uno de los mitos de la
música chicana de Los Angeles que asistieron entonces a Cooder cuando empezó a
pasear por las calles de un barrio que hace tiempo que no existía. Pero que
vuelve a la vida en esta discusión entre madre e hija, una queriendo que se
quede en casa (m’hijita por dios se lo pido / no salgas con ese
tipo) y la otra peleando, como los Beastie Boys, por su derecho a la
fiesta (no me voy a desvelar/ pero voy a dar mis vueltas), en la
voz de Ersi Arbizu, Ry en guitarra, Willie G en coros y nada menos que Chucho
Valdés en ese piano que brilla al final, un lujazo. Mírala, mírala, muy fifí/
guáchala, guáchala, muy fifí. Por eso suena en un viernes frío, pero que
merece sus vueltas. Y asoma casi al comienzo de un Música Cretina muy pero muy
fifí, qué duda cabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario