Caminé con un zombie/ Anoche
Tal vez una de las victimas más trágicas de las guerras químicas
del rock haya sido el texano Roky Erickson, el cantante de los 13th Floor Elevators.
Cuenta la leyenda que el grupo estaba en la mira de la vengativa policía local,
que terminó echándoles el guante. Para no ir preso Roky alegó demencia pero la
solución fue peor que la enfermedad: no fue a la cárcel pero terminó en un
hospicio, donde fue tratado con electroshocks.
Descubrí su historia allá lejos
y hace tiempo, cuando escribí una larga nota sobre la demencia en el rock para
la revista Pagina/30, que luego se republicó –si no me equivoco—primero en la reencarnación
de Cerdos y Peces que Enrique Symns brevemente publico en Chile. Y más recientemente en la
revista La Mano. Siempre me fascinó el relato de cómo Erickson terminó preso
cuando sus vecinos lo denunciaron por fraude postal. Cuando los agentes del
orden golpearon a su puerta –esto fue mucho tiempo después de aquella venganza
sesentista de la policía de Texas—descubrieron todo el correo faltante empapelando
las paredes de su cuarto. A pesar de que no llevaban su nombre, Erickson
insistía que esas cartas estaban dirigidas a él. La mejor
definición posible del rock psicodélico. Y, por qué no, del rock a secas. Hay un documental sobre Erickson que
cuesta encontrar, pero es el que me jor cuenta su vida. Se llama You’re gonna
miss me, igual que su canción más famosa. Vale la pena. Pero aun mejor que eso
es el hecho de que, hace un par de años y ayudado por la banda Okkervil River,
Erickson volvió a grabar un disco, el emocionante True love cast out all evil,
un verdadero milagro. Rodrigo Fresán contó muy bien ese regreso en una nota
publicada en Radar. Pero en los años 70, cuando aún estaba tironeado por sus
demonios, Erickson salió adelante como lo supieron hacer sus compañeros de
batalla que no cayeron en el gatillo de la depresión: buscando alivio en su música.
Por entonces un Roky desquiciado por el cine de clase Z aseguraba que su
condición de extraterrestre estaba ratificada por un escribano, y junto a su
grupo The Aliens le cantaba a Lucifer, a la noche del vampiro y a los perros de
dos cabezas. Y, por supuesto, también a los zombies, como en este irresistible clásico
cretino, que funciona como apertura ideal para un no-programa lleno de muchos
más clásicos, el primero de esta temporada que sale de puros CDs, vástago de
una orgullosa discoteca que aún se resiste a ser sólo disco duro.
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