Cuando dije que el Música Cretina de la semana pasada era de
puras perlas de mi discoteca tal vez estaba exagerando, pero no estaba muy
lejos. De hecho, el cierre del lado B es de un compact que tiene una historia que
está a la altura de su valor. O el que tenía en su momento, hoy todo se ha
democratizado gracias a internet, y todos tienen –tenemos-- todo (o casi todo).
Pero cuando catorce años atrás encontré este EP de Peel Sessions matando el
tiempo caminando por Providencia, en Santiago de Chile, supe que no me podía ir
de allí sin llevármelo.
Había viajado a Santiago enviado por Página/12 para
intentar robarle una entrevista a Joan Manuel Serrat, antes de que presentase
en Buenos Aires su disco Sombras de la China. Estoy hablando del año 1998
(acabo de chequear en google, y ahí está la nota para recordármelo, ay), y Serrat
estaba allí para formar parte de un festival en homenaje a Allende que se
realizaría en el Estadio Nacional. Así que apenas pisé Santiago me fui al estadio,
porque era la prueba de sonido, que siempre es el momento ideal para intentar
acercarse a un artista sin cita previa. Recuerdo que llegué hasta arriba del
escenario con un viejo truco aprendido con años de rock: dar vuelta la
credencial (para que vea que hay algo colgando del cuello, pero haya que tomarse
el trabajo de preguntar para saber de qué se trata) y avanzar sin dudas ni
pedir permiso, con cara de tengo-que-estar-acá. Funcionó. Cuando alguien me
detuvo estaba lo suficientemente cerca de Serrat como para que saludase, recordase
el compromiso de la nota, y prometiese hacerla en el viaje de regreso. Por
entonces viajar a Santiago era sinónimo de cenas de reencuentro con amigos,
pero en ese viaje relámpago no habría ni cenas ni reencuentros: el maratónico
recital me tuvo atrapado en el Estadio, a lo El Angel Exterminador. Tengo flashes
de esa eterna espera para chequear que Serrat hiciese su show sin ninguna
noticia extra: recuerdo medio estadio chiflando a Los Tetas, recuerdo las
repetidas imágenes del bombardeo de la Moneda en la pantalla gigante, recuerdo
llamar a mis amigos aprovechando un solitario teléfono público que encontré en
los pasillos del Estadio, e imaginar –por ejemplo-- con Sergio Gómez una bizarrez
de cine clase B vinculada a un Allende que en realidad no había muerto, en el
estilo de lo que hizo Baradit mucho después con Synko. La entrevista se hizo en
el avión, y estelarizó la edición del domingo de Página gracias a que Serrat confesó
haber querido ser bombero: “Porque quería salvar al mundo, rescatar a las niñas
del fuego, montarme en unos camiones que hicieran sonar bien su sirena y
saltarme las luces rojas sin que me multara nadie”. Pero lo que más recuerdo de
ese viaje es que utilicé prácticamente todo el dinero que me habían dado para
mis gastos en ese disquito de apenas cuatro temas de Frank Black con Teenage Fanclub. Ese era
el problema existencial de los compacts con las Peel Sessions: que costaban el
doble de un disco común, y apenas tenían tres o cuatro temas. Me pasé el resto
del día tratando de conseguir boletas y facturas para justificar un gasto que
en realidad había sido injustificable. Pero, bueno, es algo que al fin y al cabo es
un arte que saben hacer todos los viajeros por cuenta ajena. Es casi parte del
trabajo. Y ahí está en mi discoteca el disquito desde entonces, y va a seguir
estando: por obra y gracia de un viaje apurado a Chile para robarle una nota a Joan
Manuel Serrat. La charla en el regreso, por cierto, fue distendida. Hasta
disfrutable. Releyéndola ahora me doy cuenta que hasta el día de hoy suelo tener presente
una de sus respuestas. Aunque no precisamente la que salió destacada en la
portada del diario. Es una que tiene que ver con todo esto de lo que estoy hablando,
con este blog, con estos recuerdos, con estas canciones, con este no-programa: “Yo
creo que no hay nada más evocador en el mundo que los perfumes y las canciones.
Un olor que llega en el momento determinado, te monta en el túnel del tiempo y
te hace viajar a otro lugar. Y así trabajan también las canciones. Cualquier
canción que ha formado parte de tu vida de una manera muy especial, cuando
vuelve a aparecer te ataca por la espalda, se te echa al cuello y te deja hecho
polvo. Te tira al piso absolutamente, con un grado de evocación que sólo
alcanzan los olores y las canciones. Las imágenes no llegan a tanto. Todo
aquello en lo que participa el sentido de la vista no llega a mismo grado de
evocación y de emoción, porque el olfato y el oído se organizan las cosas de
una manera más fantasiosa. La vista es más hija de puta. Te lo pone todo allí,
lo retrata demasiado ordenadamente. Y le deja poco lugar a la fantasía”.
Qué lindo texto, Martín. Escribís muy bien y tenés con qué :)
ResponderEliminarSaludos desde Birmania.