Durante mucho tiempo tuve La sexualidad de Gabriela Sabatini
en una carpeta anillada. Vicente ya no tenía plata para editar sus libros, y
entonces lo había subido gratis en Internet. Pero había hecho unas fotocopias,
que ordenó entre hojas de plástico y carpetas como de colegio. Era un objeto
incómodo que perdí en alguna mudanza, pena que quedó expiada anoche, al
regresar a casa con mi un Sabatini de verdad, de los tantos que Hernán sorteó y
regaló en Vuela el pez, despidiendo a Vicente Luy. Estaba lleno. Tanto, que quedó
gente afuera.
Para entrar debí mentir, dije que tenía que leer. Pero es que necesitaba subir. Conmigo estaba
Washington Cucurto como prueba de que, efectivamente, éramos lectores. Fui convincente, pero Cucurto no quiso fomar parte del plan, y se quedó abajo. A muchos les debe haber pasado lo mismo. Varias veces se
escucharon golpes en la puerta de lata del lugar, de la gente frustrada por no
poder despedir a Vicente. Creo que a él le hubiese gustado. Después de todo, ¿cuántas
veces habrá estado golpeando puertas sin poder entrar? Uno de los poemas de un
libro inédito, titulado Plan de operaciones, habla justamente de eso. Lo leyó magníficamente
Osvaldo Vigna anoche. Describe un fallido intento de intervención (Soy el pez,soy el pez, el que por la boca muere, fue lo único que alcanzó a recitar antes
que le cortasen el sonido) de un recital de Lisandro Aristimuño en Vieja Usina.
“Absolutamente real”, comenta Hernán, alma del evento, corresponsal de Vicente
en Buenos Aires cuando aquel no salía de Córdoba. Incluso uno de los mega-libracos
de Vicente, Aviones o La vida en Córdoba, tesoros de mi biblioteca, está
firmado por Hernán, que fue el que lo dejó en mis manos. Confieso que me costó
salir de casa para ir a Vuela el pez. Me había dolido bastante despedir a
Vicente en la obligada soledad de la escritura de la nota que conseguí
que saliese en Radar, y la verdad que no tenía ganas de regresar a ese estado
de ánimo. Pero un Vuela el Pez desbordante de gente era lo que necesitaba. Lo
que todos necesitábamos, en realidad. Con amigos que hace tiempo no veíamos, y
desconocidos que escuchaban atentamente las palabras del poeta, en boca de
otros poetas. Norita Lezano estaba alucinada, no tenía ni idea de quién era
Vicente, y ahora lo quería todo para ella. Typical Nora. Nos tomamos un vino. Y
seguimos escuchando. Alcancé a ver las lecturas de Hernán, Pipo Lernoud y Vigna,
y las canciones de Florencia Ruiz, Flopa e Hilda Lizarazu (que incluso tuvo su breve
momento Man Ray junto a Tito Losavio). Me sentí pleno. En paz. El mágico cierre
fue con una lenta y hermosa versión de Buscando un símbolo de paz, que Hilda
señaló que podría haber escrito Luy. Y si. Estás buscando un porro de papá/
estás buscando un saque de mamá. Ciento por ciento Vicente. Volví caminando a
casa, pensando en él. En lo poco que lo conocí, en realidad. Apretaba el
ejemplar del libro suyo que me faltaba en uno de los bolsillos del abrigo. Se
necesita muchacho para delivery, pedía un cartel en una pizzería. Gitano era la
marca de un calzoncillo rojo en la vidriera de una mercería. Cuando recordé que
el angosto frente de un edificio de departamentos era donde vivía una antigua amante
que insistía en hacerlo por la cola, pensé que semejante enumeración era también
un homenaje a Vicente. Noche y mente complotadas en coronar una despedida
emotiva. Ahora sí. Al fin. Buen viaje, amigo Luy. (Foto: Edy Rodríguez)
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