lunes, 14 de mayo de 2012

Despidiendo a Vicente

Durante mucho tiempo tuve La sexualidad de Gabriela Sabatini en una carpeta anillada. Vicente ya no tenía plata para editar sus libros, y entonces lo había subido gratis en Internet. Pero había hecho unas fotocopias, que ordenó entre hojas de plástico y carpetas como de colegio. Era un objeto incómodo que perdí en alguna mudanza, pena que quedó expiada anoche, al regresar a casa con mi un Sabatini de verdad, de los tantos que Hernán sorteó y regaló en Vuela el pez, despidiendo a Vicente Luy. Estaba lleno. Tanto, que quedó gente afuera.
Para entrar debí mentir, dije que tenía que leer. Pero es que necesitaba subir. Conmigo estaba Washington Cucurto como prueba de que, efectivamente, éramos lectores. Fui convincente, pero Cucurto no quiso fomar parte del plan, y se quedó abajo. A muchos les debe haber pasado lo mismo. Varias veces se escucharon golpes en la puerta de lata del lugar, de la gente frustrada por no poder despedir a Vicente. Creo que a él le hubiese gustado. Después de todo, ¿cuántas veces habrá estado golpeando puertas sin poder entrar? Uno de los poemas de un libro inédito, titulado Plan de operaciones, habla justamente de eso. Lo leyó magníficamente Osvaldo Vigna anoche. Describe un fallido intento de intervención (Soy el pez,soy el pez, el que por la boca muere, fue lo único que alcanzó a recitar antes que le cortasen el sonido) de un recital de Lisandro Aristimuño en Vieja Usina. “Absolutamente real”, comenta Hernán, alma del evento, corresponsal de Vicente en Buenos Aires cuando aquel no salía de Córdoba. Incluso uno de los mega-libracos de Vicente, Aviones o La vida en Córdoba, tesoros de mi biblioteca, está firmado por Hernán, que fue el que lo dejó en mis manos. Confieso que me costó salir de casa para ir a Vuela el pez. Me había dolido bastante despedir a Vicente en la obligada soledad de la escritura de la nota que conseguí que saliese en Radar, y la verdad que no tenía ganas de regresar a ese estado de ánimo. Pero un Vuela el Pez desbordante de gente era lo que necesitaba. Lo que todos necesitábamos, en realidad. Con amigos que hace tiempo no veíamos, y desconocidos que escuchaban atentamente las palabras del poeta, en boca de otros poetas. Norita Lezano estaba alucinada, no tenía ni idea de quién era Vicente, y ahora lo quería todo para ella. Typical Nora. Nos tomamos un vino. Y seguimos escuchando. Alcancé a ver las lecturas de Hernán, Pipo Lernoud y Vigna, y las canciones de Florencia Ruiz, Flopa e Hilda Lizarazu (que incluso tuvo su breve momento Man Ray junto a Tito Losavio). Me sentí pleno. En paz. El mágico cierre fue con una lenta y hermosa versión de Buscando un símbolo de paz, que Hilda señaló que podría haber escrito Luy. Y si. Estás buscando un porro de papá/ estás buscando un saque de mamá. Ciento por ciento Vicente. Volví caminando a casa, pensando en él. En lo poco que lo conocí, en realidad. Apretaba el ejemplar del libro suyo que me faltaba en uno de los bolsillos del abrigo. Se necesita muchacho para delivery, pedía un cartel en una pizzería. Gitano era la marca de un calzoncillo rojo en la vidriera de una mercería. Cuando recordé que el angosto frente de un edificio de departamentos era donde vivía una antigua amante que insistía en hacerlo por la cola, pensé que semejante enumeración era también un homenaje a Vicente. Noche y mente complotadas en coronar una despedida emotiva. Ahora sí. Al fin. Buen viaje, amigo Luy.    


(Foto: Edy Rodríguez)

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