martes, 10 de noviembre de 2020

Música Cretina 2020 #4

ESTO NO ES UN PROGRAMA

3-11-2020

Lado A

“Llevo tanto tiempo aquí dentro/ quiero salir”

1.- John Mayall, Somebody’s acting like a child
2.- Entre Ríos, Lima
3.- Baxter Dury, Lisa said
4.- Liz Phair, Uncle Alvarez
5.- Los Gatos, Sueña y corre
6.- Yoko Ono c/The Polyphonic Spree, You and I
7.- Latin Playboys, Manifold de amour
8.- Cracker, How can I live without you

Lado B

“Te estoy esperando/ como una maceta seca”

9.- Gnarls Barkley, Charity case
10.- Tim Maia, Um dia eu chego lá
11.- Bettye Lavette, Joy (Lucinda Williams)
12.- Pet Shop Boys, You only tell me you love me when you’re drunk
13.- Kiko Veneno, Bilonguis
14.- Odetta, Another man done gone
15.- Joe Henry, Odetta
16.- Ratones Paranoicos, Sucio gas

lunes, 9 de noviembre de 2020

Joe Henry, "Odetta"

Odetta, Odetta.../ Por favor acompañame

Un amigo al que le gusta viajar por el norte de África me dijo alguna vez que lo primero que te preguntan es si crees en Dios. Y que hay que contestar que si, porque alguien que no cree para ellos es sospechoso. Estabamos en una sobremesa bien satisfecha cuando nos contó esto, y cuando me preguntó qué respondería yo, le dije que en Dios no se si tanto, pero que yo creía en Dylan. Lanzó una carcajada, y me dijo que en una de esas si quienes me preguntaban eran tuaregs, tendría me iría bien con esa respuesta, porque tienen un buen sentido del humor. Los versos de acá arriba son de un tema del enorme Joe Henry, titulado Odetta, un nombre que, como explicó cuando presentó el tema --que fue el primer adelanto de su hermoso Reverie--, se le apareció así, solo, casi de la nada. Por supuesto, aceptó, la unica Odetta que conoció en su vida es la cantante, pero al componerla intentó escaparle de la trampa que significaba que se refiriese sólo a ella. Pero no hubo caso, y al final la Odetta del afro, la guitarra, la mirada seria se le metió en la canción, como un rezo, una plegaria, alguien a quien la voz cantante le pide que lo guíe para lo alejarse del camino, para llegar a buen puerto, para seguir adelante. No se que dirían los tuaregs de eso, porque ademas de ser una boutade como respuesta se trata de una mujer, pero es imposible escapar de la fuerza de esa primer imagen de Odetta, la de su primer disco, el que Dylan acusa por haberlo impulsado a tomar una guitarra, y del que dice que se sabe todas las canciones. Pero no solo estamos hablando de Bob, no en vano cuando a Harry Belafonte le ofrecieron en los 60 tener un programa de televisión, lo unico que exigió es poner a una jovencita llamada Odetta cantando sus canciones. Y aunque los ejecutivos no estaban muy convencidos, la imagen de una joven negra luciendo orgullosa su pelo crespo en todas las pantallas de norteamérica junto al increíble poder de su voz, fue como una cachetada en la cara. Como dijo Rosa Parks, la señora que no quiso ceder el asiento e incendió a un país que merecía ser incendiado: “Todo lo que yo hice ya estaba en las canciones de Odetta”. Conocí a Joe Henry por un disco increible que produjo hace ya casi veinte años, al comienzo de este nuevo siglo. Estoy hablando del enorme disco de regreso de Solomon Burke, una gema llamada Don’t give up on me, una frase que puede ser el pedido hacia una amante, para que no le pierda la confianza. Pero también es un pedido para que no se pierda la fe. La fe en Dylan, la fe en Odetta, la fe en el gran Solomon, un hombre religioso si los hubo. Yo si hay alguien que le tengo siempre fe es a un tipo como Joe, porque cada uno de sus discos, los propios y lo que ha producido, siempre garpan. Quienes lo seguimos fielmente supimos en el último tiempo que suspendió fechas, que se guardó, que estuvo enfermo. Por lo que leo por ahí parece haberse repuesto, pero desde aquel “camino hacia la curación definitiva” con el que trató de tranquilizarnos Luis Alberto, no me permito relajarme con estas cosas. Así que espero que estés y sigas bien, amigo Joe. Y gracias por la música. Supongo que no te molestará que haya pegado en el último Música Cretina la voz de Odetta con esa canción suya que terminó rezando por ella, ponerlas juntas, haciéndose compañía. Vamos a necesitar mucho de eso, muchos abrazos, muchos encuentros, muchas llamadas y respuestas. Algo que la música sabe hacer bien. Eso si: para mí por favor que sea Cretina. 

viernes, 6 de noviembre de 2020

Latin Playboys, "Manifold de amour"

Voy a navegar/ al puerto del alma

Se los presento, los muchachos de la foto son David Hidalgo y Louie Pérez, la gran usina compositora de Los Lobos, y también de un combo paralelo llamado Latin Playboys, que completan Mitchell Froom y Tchad Blake, históricos productores del que hoy tal vez sea el grupo más longevo del Este de Los Angeles, fundamentales para su renacimiento en la segunda mitad de los 90. Si estamos hablando de ellos es porque uno de los temas de su siempre sorprendente e intrigante debut --ah, esos ajíes colgando en su portada-- es una de las estrellas del flamante Música Cretina lleno de tesoros de discoteca que asomó la cabeza esta semana. El tema se llama Manifold de amour, y es casi un separador por lo breve que es, pequeño pero concentrado como un caldito Knorr de melancólica psicodelia chicana, una característica que comparte con todo el disco, lleno de trucos, sonidos, crujidos y acoples, hogar de un rebaño de proto-canciones de susurrada crudeza crepuscular. Cuenta la leyenda que Latin Playboys existe porque cuando Los Lobos empezaron a trabajar en esa obra maestra que es Kiko, indudable obra maestra responsable de un renacimiento para el grupo que se podría decir que dura hasta el día de hoy, gracias al aporte de Froom y Blake se abrió una canilla creativa que había que cerrar en algún momento para dedicarse a darle forma al disco. Pero Hidalgo y Pérez no fueron capaces de hacerlo. Aseguran que nunca les había sucedido antes nada parecido, y que no sabían muy bien qué hacer con esas musiquitas que seguían golpeando a su puerta durante la madrugada, como los fantasmas que se dejan ver ante los ojos del niño de El sexto sentido. Hidalgo me contó en una rara entrevista que tuve la suerte de hacerle el siglo pasado para Radar, que se instalaba en la cocina de su casa cuando toda su familia estaba durmiendo, revolviendo los cajones, buscando utensillos a los que sacarles algún sonido. De allí el run-run fantasmagórico de los Latin Playboys, música que se hace con lo que se tiene a mano, mientras el mundo descansa. Un cassette con esos bocetos pasó a manos de Pérez, y volvió con letras que no tenían destino preciso, a las que hubo que buscarle un lugar. Ahí fue donde entraron Froom y Blake, con más sonidos, pedales y efectos de todo tipo, hasta completar un disco que no debería haber existido, pero que la Warner --hay que darle crédito a Danny Waronker por eso, un directivo que siempre puso antes la música que los números, una especie que ya se ha extinguido, dinosaurio benévolo de otros tiempos-- se atrevió a editar en tiempos donde eso aún no era tan sencillo y todavía significaba algo. Celebrado por los críticos --que ya venían hechizados por Kiko-- pero obviamente ignorado por el mercado, un siglo después es un disco que sigue increíblemente siendo invocado, espíritu que se niega a partir. Habría que responsabilizar tanto las películas de Robert Rodríguez como The Sopranos por eso, que les reservaron un lugar en sus bandas de sonido. Lo cierto es que el grupo bautizado con el nombre de un bar nocturno ubicado sobre la avenida Broadway --hoy llamada César Chávez, por el legendario gremialista de los trabajadores agrícolas-- del Este de Los Angeles, que supo ser mencionado por César Rosas en la letra de Set me free (Rosa Lee) y cuya dilapidada marquesina aún sigue en pie, suena en el último Música Cretina. Un no-programa flamante y casi sin usar, en el que los Latin Playboy confirman bajo este sol del nuevo siglo, pandémico y todo, cada una de las palabras que cantaban una y otra vez entonces, eso de que iban a cruzar el mar, hasta llegar a su destino. 

(La foto que ilustra este post es de Anna Webber)


jueves, 5 de noviembre de 2020

Entre Ríos, "Lima"

Llegué por calle Corrientes/ salí por la Diagonal

Jueves soleado después de una larga noche con viento, y Música Cretina sigue celebrando su regreso, otra vez con un no-programa enteramente salido de discos físicos, compacts que ocupan un lugar real en los estantes, tesoritos de este tiempo de encierro, perlas de la memoria pero también de la curiosa cotidianeidad de un año que ya se está despidiendo casi sin haber llegado. Entre tantos homenajes y fiestas de cumpleaños de obras artísticas que se celebran cada vez más seguido por estos días, la aparición de una antología online con sus inéditos titulada Los olvidados me recordó que Entre Ríos, aquel trío integrado por Sebastián Carreras, Gabriel Lucena e Isol está cumpliendo veinte años desde su formación. Pese a que luego de la partida de su cantante original tuvo una larga década de sobrevida --y un último acto como música para instalaciones artísticas--, la más maravillosa música que aún llevo en mis oídos es la de esos dos EPs del comienzo, con el sonido mágico de esa muñequita en escena que siempre fue la pequeña y enorme Isol, dueña de una voz de esas que detienen el pensamiento, que llaman la atención del distraído y pagan todas las deudas de quien estuvo gastando a cuenta confiando en volver a encontrar eso que hizo la diferencia cuando la descubrió. Pero si voy a ser sincero no se si es por el hecho artístico que tengo tan presente esos discos, o porque coincidieron con ese extraño milagro que fue FM Supernova, donde sonaron como si fuesen hits aquel Morrissey de Leo García o Río Paraná de Suárez. Y creo recordar --corrijanme si me equivoco-- que este Lima de Entre Ríos entra en ese imaginario podio de los temas que tal vez no recordaríamos tanto sin la existencia de aquella emisora. Nunca supe de qué trata la letra de Lima, pero el verso con el que abren estas líneas me permitió remitirme al mapa y el territorio: si dice Corrientes y dice Diagonal, estamos hablando de una calle del centro porteño, no quedan dudas. Por más que su letra también se refiera a las posibilidades cortantes o al menos desgastantes de eso que llamamos lima. Capital, calle, fruta o herramienta, Lima --la canción-- arranca con unos sonidos que me recuerdan a los que el feroz viento hizo sonar anoche al golpear insistentemente algunos objetos vecinos. Un prólogo sonoro que suena tan actual e incluso con el mismo aliento de futuro que prometía veinte años atrás. Estoy vivo/ Estoy quieto/ No me muevo llevo tanto tiempo/ aquí dentro/ quiero salir, canta Isol desde entonces, cuando ya ha salido y ya se ha movido, todos lo hicimos y sin embargo acá estamos otra vez, dentro, quietos y queriendo salir. Hasta que ese momento llegue, dejemos que suene la música. Y, como digo siempre, si es Cretina, mejor. 

(La foto es de Lola García Garrido y formó parte de la promoción por la edición del disco Onda en el sello español Elefant)

miércoles, 4 de noviembre de 2020

John Mayall, "Somebody's acting like a child"

Tal vez los dos estamos equivocados/ pero alguien está actuando como un niño

Hay un nuevo Música Cretina que comienza con un tema del hombre de la foto, que se llama John Mayall y es considerado el padre del blues británico, aunque más no sea porque por sus bandas pasaron músicos como Eric  Clapton, Jack Bruce, Peter Green o, como en este caso, Mick Taylor. Compuesto durante tres semanas de vacaciones en Los Angeles, más precisamente en ese enclave místico y musical llamado Laurel Canyon, y grabado durante apenas tres días en Londres, Blues from Laurel Canyon es el primer disco que Mayall editó bajo su propio nombre, dejando de lado el agregado de The Bluesbrakers, como llamaba hasta entonces a las diversas mutaciones de su grupo de apoyo. Leo por ahí que Somebody’s acting like a child es un homenaje a Bob Hite, el cantante de Canned Heat, de los que se hizo amigo durante esas vacaciones californianas, y que incluso se parece demasiado a On the road again, el hit de entonces del grupo. Pero hoy no hace más que recordarme lo que ya he dicho demasiadas cosas aquí, eso de que las canciones lo saben todo antes que uno. Y en este caso parece ser el Música Cretina el que lo sabe todo, ya que este no-programa estaba listo hace semanas, esperando que grabase las presentaciones para subirlo, pero justo hoy que toca presentar el tema que abre el Lado A, su título parece estar refiriéndose inequívocamente a la noticia del día, las elecciones en los Estados Unidos. Vos no deberías haber sido tan egoísta/ Yo no debería haberme ido, canta Mayall, toca Taylor, y cantamos todxs. Ah, Música Cretina, nunca te pedimos tanto. Nunca quisimos ser como las páginas editoriales, con la de los chistes alcanza y sobra.

viernes, 23 de octubre de 2020

Feliz cumpleaños, Charly

“Ya pasaron los tiempos en que su público de siempre salía llorando de sus shows, con el shock de ver en qué se había convertido su ídolo. ‘Lo que ves es lo que hay’, anuncia García, y la frase se hizo carne. Hoy a sus fans --los de siempre, las familias o los jóvenes que nunca antes lo vieron en vivo-- les alcanza con ‘sólo un poquito nomás’. Y así como en algún momento su reclamo pareció egoísta --al menos ante un artista que no parecía tener nada más que dar salvo su vida en escena-- hoy esa actitud, esa presencia, sólo muestra una generosidad que pocos se atreverían a pedir. Cuentan que hace algunos años, en Montevideo era común encontrarse con el gran Eduardo Mateo caminando por la avenida 18 de Julio. Autor de uno de los temas más populares de Uruguay, "Príncipe azul", Mateo --en bancarrota-- sólo buscaba algunas monedas. Pero no pedía limosna: 'Te cobro los derechos de autor', decía. García no cobra sus derechos de autor en la calle, sino que su público llena feliz Obras para cantar por él --para devolverle de la mejor manera-- esos temas que los acompañaron, los acompañan y los acompañarán toda la vida. No es poco. En particular en un país siempre tan entregado al olvido”.

Hoy en que todxs le celebramos a Charly García su cumpleaños, y bien merecido que se lo tiene --¡y nosotrxs también!--, buscando entre las tantas notas que escribí sobre él encontré esta frase casi anticipatoria que escribí más de veinte años atrás, cerrando la reseña de un recital que hoy resulta clave en su carrera, al menos en lo que se refiere a la compleja relación que siempre mantuvo con su público. Fue después de un Obras sorpresivamente lleno, en la navidad de 1998, una época en que Charly venía a los tumbos, pero empapeló la ciudad con la lista de temas que prometía tocar esa noche, y la gente respondió. Tanto respondió que los organizadores se asustaron, y no dieron puerta hasta que estuvieron seguros de que García --que venía pegando publicitados faltazos en todos sus shows, hubo uno al que llegó... ¡dos días tarde!-- acudiría a la cita, con lo que los alrededores del estadio se llenaron de gente, como en los tiempos de oro para Obras. “Si lo construyes, ellos vendrán” es la frase que escucha un alucinado e incomprendido Kevin Costner en esa emocionante e injustamente olvidada película que es El campo de los sueños, y algo parecido se confirma una y otra vez en la relación de Charly con su público. Aquella noche en Obras se terminó de firmar el pacto final que los une hasta el día de hoy, en el que nadie exige nada, solo es --con permiso, Gustavo-- un "gracias totales", pero de verdad, y todo el tiempo que haga falta. Por eso: feliz cumple Charly. Ahí estaremos cada vez que haya que estar. 


miércoles, 21 de octubre de 2020

Una vida bien vivida

Se los presento: el tipo de la guitarra y con los brazos cruzados se llama Spencer Davis, pero hay que presentarlo junto con el pibe sentado al piano, que se llama Steve Winwood. Ya les voy a explicar por qué, pero antes déjenme aclararles que el buen Steve mantiene su buena salud y que la noticia es que Davis murió ayer de neumonía, a los 81 años, en su hogar en California. No teman, no busco hacerlos llorar ni nada parecido: es una de esas muertes que despierta en quien las lee, si es que conoce el nombre en cuestión, un pensamiento del tipo: ¿Ah, todavía seguía vivo? Algo que no suele tener que ver con una vida al límite, sino más bien con haber hecho hace tiempo ya todo lo que tenía para hacer, y luego lograr salir de la luz de los focos para continuar con una vida anónima, hasta volver a ser noticia justamente por ya no poder serlo más. Nacido en 1939, seis meses antes de que Hitler invadiese Polonia y diera comienzo la Segunda Guerra, hijo de un padre que fue paracaidista durante el conflicto, leo en los siempre interesantes obituarios del Times londinense que Davis aprendió a tocar la armónica y el acordeón a la tierna edad de seis años --justo cuando caía Berlín y se terminaban los tiros, digamos-- estimulado por un tío que tocaba la mandolina. Pese a esa precocidad musical, y a que durante la secundaria ya era el guitarrista de un grupo de skiffle de su natal Swansea, la temprana biografía del buen Spencer invita a pensar en una vida futura sentando cabeza: su primer trabajo fue en el correo, luego pasó a la aduana, volvió a la escuela para convertirse en profesor de inglés, y terminó ingresando a la universidad para estudiar idiomas, más precisamente alemán. ¿Las aventuras de papá Davis paracaidista habrán tenido algo que ver con la elección? Vaya uno a saber. Su primer escarceo con la fama, o al menos con lo que iba a convertirse en la historia de la música popular de su siglo, fue el detalle de haberse ennoviado durante su paso por la universidad con una tal Christine Perfect, que luego, con el supuestamente mucho más anónimo apellido McVie, pasaría a formar parte de la leyenda de Fleetwood Mac. Pero el verdadero encuentro de Spencer con la historia fue cuando en 1963 entró a un pub de Birmingham --una escena en la que había estado tocando con Christine, formando un dúo folk-- y vio a un pibe que con apenas 15 años --según resumió muchos años más tarde-- tocaba como Oscar Peterson y cantaba como Ray Charles. “Este chico es demasiado bueno para ser verdad”, pensó, e hizo todo lo posible para sumarlo a su grupo, lo que incluyó hacerle un lugar también a su hermano mayor Muff en bajo (con corte beatle y bigote en la foto), para que oficiara de chaperón del pequeño Steve, que todavía no había terminado la secundaria. Y el resto, como suele decirse, es historia. Con Winwood al frente del grupo y Davis en guitarra, el Spencer Davis Group compartió escenario con los Stones, le robó el número uno a los Beatles cuando su hit Keep On Running desbancó a We Can Work It Out/Day Tripper --un single que era un doble Lado A-- del primer puesto de los charts (y los Beatles, caballerosamente, enviaron un telegrama felicitándolos), y cesó de existir poco después de que Steve Winwood partiese para formar Traffic, comenzando un camino que lo transformaría en la estrella internacional que aún hoy sabe ser. Si hoy recordamos a Davis es porque los hermanitos Winwood decidieron que la banda llevase su nombre, más que nada --bromeaba Spencer-- para que él tuviese que hacer las entrevistas mientras el resto del grupo seguía de joda. Y el detalle que confirma que ese, y solo ese, estaba destinado a ser su lugar en la historia, es que en la audición para reemplazar a Winwood rechazó al otro joven que el destino supo poner en su camino, un cantante prometedor llamado Reg Dwight, que más tarde se convertiría en Elton John, y bueno, el resto es bla bla bla. Davis siguió con el grupo un tiempo más, llegando a sumarse a la Magical Mystery Tour de los Beatles, pero terminó enfrentándose con su antiguo manager por todas esas regalías que nunca recibió de sus éxitos. Oh, historia, bienvenida otra vez en este relato: el manager en cuestión era un tal Chris Blackwell, que respondió invitándolo a formar parte del negocio, sumándolo al sello Island, donde supo promocionar las carreras solistas de Bob Marley, Robert Palmer y --ejem, caramba con el humor de eso que volvemos a invocar como Destino-- nada menos que un ya crecido Steve Winwood. Leo que al final Davis terminó haciéndole nomás juicio a Blackwell por esas regalías y hubo arreglo extrajudicial, lo que debe haber ayudado a que se terminase instalando a mediados de los 80 en California, más precisamente en un paradisíaco lugar llamado isla Santa Catalina, justo enfrente de Los Angeles. Ahí se pierde la pista de su vida, hasta la noticia final, la de ayer, la de la muerte de un músico que pasó a la historia por haber estado ahí, en el momento justo, y haber hecho --esa vez-- lo que había que hacer. Y tener lo necesario para hacerlo. Creo que es la vida perfecta: estuvo ahí, vivió todo de primera mano, puso su nombre donde había que ponerlo, y se retiró sano y salvo. Y una cosa más, con la que cierra el obituario del Times, y que no deja de dibujarme una sonrisa en el rostro a pesar de la obligatoria tristeza que debería despertar la noticia: Spencer Davis nunca dejó de tocar su guitarra en algún lado --algo que dijo más de una vez-- casi hasta el final de una vida que hasta donde sabemos podríamos calificar como muy bien vivida.