Bajo el árbol solitario del pasado/ cuántas veces nos ponemos a soñar
Se los presento: el hombre que nos mira con la guitarra en las manos y la corbata floja se llama César Miró, y fue un personaje mayor de la cultura peruana: periodista de gráfica, radio y televisión, embajador en la Unesco, amigo de Mariátegui, y también amigo pero además recopilador y prologuista de Vallejo. Pero si estamos hablando aquí de él es porque, según leo por ahí, en los años cuarenta, mientras vivía en Los Angeles, le propusieron escribir una película sobre los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, que se llamaría Gitanos en Hollywood. Desconozco cuanto del guión que le habían encargado llegó a escribir Miró antes de saber que el empresario que iba a producirla desistió de la empresa, pero la leyenda cuenta que sí completó letra y música de un vals que iba a formar parte de la banda de sonido. Estrenado en Lima en el año 1943, en la voz de Jesús Vásquez, Todos vuelven se convirtió casi inmediatamente en un clásico, pero si suena casi al comienzo del último Música Cretina es porque Rubén Blades decidió que fuese el único tema ajeno en esa obra maestra que fue su primer disco fuera del sello Fania, el maravilloso Buscando América, que incluye canciones-monumento que llevan su firma como Decisiones, Desapariciones o El Padre Antonio y el monaguillo Andrés. Acompañado por Los Seis del Solar, esa época de Blades es celebrada como una de las mejores de su carrera, en las que logró reunir letras con una clara postura política con un extraordinario ritmo y virtuosismo, e incluso toques experimentales. Pero también es recordada como la época en que el panameño escapó decididamente del corset estilístico de la salsa, sumando desde doo-woop hasta reggae a su música, buscando llegar al público más amplio posible pero al mismo tiempo alienando a sus fans de la primera época, que probablemente jamás hayan escuchado el disco más extremo de ese contrato con Elektra que le duró durante la segunda mitad de los ochenta e inauguró con Buscando América, el extraordinario pero prácticamente desconocido Nothing but the truth, un trabajo decididamente rockero, cantado en inglés, del que participaron –aunque tampoco sus fans deben saberlo– nada menos que Sting, Elvis Costello y Lou Reed. Pero volviendo a Todos vuelven y al peruano Miró, Blades convirtió el vals original en un guaguancó que no le gustó demasiado a su autor, aun cuando su versión terminó de convertir al tema en un himno del desarraigo en todo el continente. Dicen por ahí que el buen Rubén llegó a pedirle disculpas al amigo César por su atrevimiento estilístico, que en el disco funciona perfectamente como díptico con el clásico inmortal que lo antecede en los surcos (y los bits): primero Desapariciones, después Todos vuelven. Aparición con vida, o sea. Hay que sacarse el sombrero: sólo Blades podía bordar algo así. Todos vuelven a la tierra en que nacieron/ al embrujo incomparable de su sol, escribió Miró y canta Blades, encontrando América. Y también en un no-programa que aún es posible seguir deshojando, ritmo a ritmo, verso a verso, canción a canción. Música, en suma. Y si es Cretina, mejor.
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