viernes, 12 de junio de 2015

Ry Cooder c/Erzi Arbizu, "Muy fifí"


Tu greña toca el techo/ te crees muy fifí

A veces pienso que soy fan de Ry Cooder desde siempre. Pero seguro que la culpa la tuvo, como siempre, Alfredo Rosso. Al menos la primer nota que leí del buen Ryland apareció en el Expreso Imaginario, y lleva su firma. Pero ampliemos responsabilidades, cuando uno es joven e impresionable, las cosas no vienen de un solo lugar. Me lo habrá presentado Bobby Flores, o tal vez el Rafa, que recibía lecciones directamente de Rosso y de Kleiman. Seguro que el responsable fue alguno de ellos. O todos juntos: qué importa, qué interesa. En realidad, la culpa es lo de menos. Lo que importa no es el punto de partida ni la línea de llegada, sino el camino. Sé que me acerqué a Cooder por dos razones: una, Ry era un gran buceador en la tradición musical propia. Y dos, también era curioso por tradiciones ajenas. Siempre fui un fanático del mestizaje musical, y mi primer descubrimiento en esa búsqueda fue el acordeón del Flaco Jiménez, que engalana los mejores discos solistas de su primer época, gemas como Paradise and lunch (1974) y Chicken skin music (1976). Es más, creo que el misterio que aún encierra la versión del tema de Ben E. King con el acordeón del Flaco en el último de estos dos discos, bien puede ser considerado como el primer tema cretino de mi larga vida como catador de música. Pero la vida de Cooder es una con varios actos, y lo mismo se puede decir de mi vocación de descubridor de tesoros, así que el siguiente paso en mi fanatismo se entronca con mi temprana cinefilia, al descubrir que Cooder se había aburrido de hacer discos solistas para nadie, y había empezado a aprovechar las ventajas económicas de la industria cinematográfica para dedicarse a componer bandas de sonido que le permitían ser indulgente con sus caprichos. Si bien su guitarra slide en París, Texas es marca de fábrica, y fundamental para una película demoledora --obra maestra terminal dentro del cine de Wim Wenders, ya que para un cineasta que se pasó la vida añorando el cine clásico norteamericano es difícil regresar de semejante travesía por el desierto--, lo cierto es que hay mucho más Cooder y aledaños por descubrir en su trabajo, por ejemplo, junto a Walter Hill. Pero ya señalé que hay más de un acto en la vida musical de Cooder, asi que al mismo tiempo que se dedicó a aprovechar ese pozo sin fondo que es la necesidad del séptimo arte de música para acompañar sus deliciosas mentiras, el placer por convertirse en anfitrión discográfico de maestros lo terminó llevando a Cuba, y lo puso frente a lo que sería el Buena Vista Social Club, y el retrato inmortal de Cooder para los no-iniciados estuvo completo. De la guitarra slide mas copiada de la historia al puesto de descubridor del Buena Vista, siempre con Wenders al lado. Pero lo mejor de Cooder siempre estuvo por descubrir, y ahora que se ha convertido en un venerable maestro como los que siempre se dedicó a grabar –ya está pisando los 70 años, y sus dos últimos discos han sido urgentes y eternos, Pull up some dust and sit down (2011) y Election special (2012)—, es un lujo poder detenerse en un disco que resume esos dos Cooder: el solista iniciático y el consagrado del Buena Vista. Después de todo, Chavez Ravine (2005) es tan obra maestra como sus experiencias cubanas, y siempre mereció el mismo destino. Para contar la historia del barrio chicano perdido de Los Angeles, demolido para hacer un estadio de beisbol, Cooder fue a buscar a los músicos del lugar y de la época, y el resultado es una maravilla esperando ser redescubierta, que merecía su propio Social Club. Cada vez que lo escucho quedo deslumbrado, y en estos días en que hubo despedida, repaso y visita del Buena Vista Social Club, volver a escuchar Chávez Ravine fue una revelación. Un tema tras otro esconden historias y descubrimientos, como este Muy fifí de Little Willie G, uno de los mitos de la música chicana de Los Angeles que asistieron entonces a Cooder cuando empezó a pasear por las calles de un barrio que hace tiempo que no existía. Pero que vuelve a la vida en esta discusión entre madre e hija, una queriendo que se quede en casa (m’hijita por dios se lo pido / no salgas con ese tipo) y la otra peleando, como los Beastie Boys, por su derecho a la fiesta (no me voy a desvelar/ pero voy a dar mis vueltas), en la voz de Ersi Arbizu, Ry en guitarra, Willie G en coros y nada menos que Chucho Valdés en ese piano que brilla al final, un lujazo. Mírala, mírala, muy fifí/ guáchala, guáchala, muy fifí. Por eso suena en un viernes frío, pero que merece sus vueltas. Y asoma casi al comienzo de un Música Cretina muy pero muy fifí, qué duda cabe.

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