jueves, 1 de abril de 2021
Joss Henri, "Apollo pop 76"
Se los presento, aunque todavía no puedo decir que lo conozca realmente. El pibe que está parado en medio de las flores en la portada de este antiguo simple se llama Joss Henri. Si, ya sé, en la tapa del disco dice Jos, pero ha quedado en la historia con doble ese. En la historia al menos del segá de las Islas Mauricio, territorio de ultramar francés ubicado un poco más alla de Madagascar, todavía en el océano Indico, ya que su tema Couzin couzine se ha convertido poco menos que en el himno nacional del lugar. Pero la canción que suena en el nuevo Música Cretina es la del simple de la foto, el primero que grabó Joss, allá por el año 1975. El joven Joseph Gabriel --tal su nombre oficial-- tenía entonces 25 años, vivía en la isla Reunión y había empezado con esto de la música unos años antes, después de ganar un premio televisivo, y la terminaría de pegar tres años después, cuando aquel himno de los mauricenses llegó al número uno en todas las islas de la zona. Siempre digo que una de las cosas que más me gustan de armar el no-programa es compartir la foto de los discos programados que efectivamente están en mi discoteca, pero creo que igual de placentero es tener la excusa perfecta para poder perderme en las redes, buscando información de temas y artistas de los que apenas si conozco su historia. La dedicada a Joss Henri --o Henry, como a veces también aparece en sus discos-- es bastante escasa, no vayan a creer. Si Apollo pop 76 suena en el nuevo no-programa es porque fue rescatado por un compilado reciente de Moris Zeckler, irresistiblemente titulado Fuzz & soul sega from 70’s Mauritius. Según leo en lo poco que encuentro por ahí, con Couzin couzine el buen Joss llegó entonces a lo más alto de lo que podía llegar con su música sin dejar su tierra. Después hay apuntes de elogiosas presentaciones antes de los recitales de algún que otro cantante francés que pasó por la zona, el detalle de que sacó unos simples de reggae cantados en creole que llegaron a sonar hasta en las Seychelles, pero hasta ahí llegó su historia. En el único obituario que logré encontrar que recuerda su muerte en 2007, con 57 años, apuntan que el Ministerio de Arte y Cultura local descubrió su talento como narrador y lo contrató como animador cultural en las escuelas, donde contaba cuentos tradicionales de su gente. Hubo un último intento de volver a la música con el nuevo siglo, así que regrabó sus éxitos en un EP --que se puede escuchar en las redes-- y hasta hubo un disco de canciones nuevas, Valer nou la suer. Su explicación de entonces sobre de qué iban las canciones de aquel último disco resume tal vez su carrera musical y también la historia de su pueblo: “Para componerlas recordé un dicho que escuché en mi casa que decía: ‘No es el que transpira en la tarea quien se beneficia del fruto de su trabajo’”. Leo en ese único obituario, publicado en el Journal de l’Ile, que los servicios religiosos se realizaron en la iglesia de Pointe-aux-Sables de la isla Mauricio, el pueblo costero donde había nacido nuestro artista, y que sus cenizas se esparcieron en el mar, más allá de donde rompen las olas. Pero recordémoslo parado ahí, en el medio de las flores. Y escuchemos el tema de su primer disco, que suena al promediar el Lado B del último no-programa, entre la neoyorquina Gillian Welch y la catalana María Rodés. Cretinxos todxs, dueñxs de esa música que sabe sonar antes, durante y después de que se forman las olas.
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