miércoles, 14 de abril de 2021

Joni Mitchell, "God must be a boogie man"

Bueno, la opinión del mundo/ no sirve de mucha ayuda

Hay un nuevo Música Cretina y la pareja de la foto se deja escuchar. Bueno, la que en realidad suena es Joni, porque Mingus para esa altura estaba demasiado enfermo como para formar parte del asunto. Sin embargo, ahí está, en la portada. Solito y solo, el nombre del hombre que, tal como lo confiesa en el primer capítulo sus memorias, era tres: uno, el que observa y espera, dos, el que ataca porque está asustado, y tres, el que quiere confiar y amar, pero se retira siempre que se siente traicionado. Eso es lo que prácticamente transcribe la Mitchell para el que tal vez sea el mejor tema de aquel disco, Mingus, el menos celebrado de todos los discos jazzeros de Joni pero el más emblemático, qué duda cabe. Nuestra dama precisa en el texto que acompaña el álbum que el tema en cuestión se concibió el mismísimo primer día en que se conocieron con su homenajeado, pero fue el último en tomar forma, tanto que fue el único que el buen Charles no llegó a escuchar terminado: murió dos días antes. “Se que le hubiese generado una carcajada”, escribe. Vaya uno a saber si el motivo de la risa sería porque dios en vez de ser el hombre de la bolsa --o el cuco--, bogey man, como se puede leer en Beneath the underdog, ha pasado a ser un hombre con onda, o con ritmo, un boogie man, como invita Joni a que cantemos todxs. Y mejor así, mejor la carcajada, mejor el ritmo, mejor la onda. Porque para cucos ya hay demasiados anotados. Leo en Reckless daughter, una reciente biografía de Joni Mitchell firmada por el periodista David Jaffe, que el disco en realidad terminó naciendo de la angustia del bajista --y de su infatigable mujer, Sue-- ante el avance de la enfermedad que se lo llevó demasiado prematuramente, con apenas 56 años. Enterados de que la relación de la cantante con el jazz no era un maquillaje sino que pretendía ser en serio, lo primero que hizo Mingus fue convocarla para un proyecto vinculado a los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot. Cuando eso no cuajó, y con el tiempo apremiándolo, la volvió a convocar diciéndole que había escrito algunas melodías para que ella les pusiera letra y las interpretara. Esa fue la base para lo que terminó siendo el disco, que Mingus pretendía que fuese su elegía, y para la que eligió a Joni, pero que finalmente terminaría siendo más Joni que Mingus... y además en el que estaba acompañada por un grupo de músicos que --como señala Jaffe-- eran más Miles que Mingus, al igual que ella. God must be a boogie man es uno de los únicos dos temas del disco en los que Joni firma tanto la música como la letra (el otro es The wolf that lives in Lindsey, que --nada casualmente-- en mis oídos de fan de la Mitchell siempre compitió con God por el título del mejor tema del disco). El verso con el que arrancan estas líneas hace referencia a que la opinión del mundo no sirve de mucho cuando un hombre sólo está tratando de descubrir cómo sentirse sobre sí mismo. Y la letra también habla del plan, de ese insultante plan divino, capaz de condenar a un músico como Mingus a sufrir las consecuencias de una enfermedad muscilar degenerativa --esclerosis leteral amiotrófica-- que, además de deteriorarlo rápidamente, le impidió durante ese final estar en contacto directo con su música, incapaz de moverse, de hablar, de tocar su instrumento. Por eso ese dios bogey man, y también boogie man, ya que estamos. Porque, ya que es imposible entenderlo, al menos que nos deje bailar a su ritmo. Cretino, claro. Y si se trata de música, mucho mejor. 

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