Viajé al pasado a solucionar/ lo que había arruinado/ y lo volví a estropear
Entre tanto clásico de mi discoteca, en este último no-programa integramente armado con compacts que efectivamente puedo apilar para sacar la foto que acompañará la inminente lista de temas aparece por fin una novedad, pero con aliento de clásico contemporáneo. Se trata de La Danza de los Principiantes, el último disco de mis nuevos cretinos, los mendocinos --pero instalados hace tiempo en Buenos Aires-- Mi Amigo Invencible. Lo se, llego tarde. El disco salió el año pasado, algo que saben muy bien los que siguen la nueva escena indie porteña, de la que este sexteto es uno de los animadores. Pero llegó recién a mis manos en estos días, y cuando lo puse en la compactera --qué antiguo, lo se-- a ver qué era, apenas empezó a sonar no lo pude sacar. Lo escuché completo, con una sonrisa instalada en el rostro, no porque el disco convoque precisamente a la alegría, sino que fue una sonrisa de satisfacción, de volver a encontrar un disco al que dejar sonar de punta a punta, cada cancion confirmando la promesa dejada en el aire por la anterior. Algo que se puede acompañar sosteniendo el arte de tapa entre las manos, como antes. Perdiéndose en el delicioso arte de Fede Calandria, que acompaña perfectamente su contenido. A todo esto, prefiero el desplegable con la ronda de los animales sonrientes a la portada del principiante añejado, debutando en un escenario abandonado. Tanto por la composicion como por la escenografía sonora que las rodea, las canciones de La Danza de los Principiantes son de una sorprendente nostalgia temprana, todo un viaje cuya mejor muestra es este Máquina del tiempo, que en este viernes que anuncia lluvia habla con autoridad de viajar al pasado, del viejo arbol en el nuevo jardín, de ver las nuevas luces del anochecer. Y de intentar terminar lo que se había empezado, y volverlo a dejar. No hay caso, es como alguna vez dijo Andrés Calamaro: las canciones lo saben todo antes que nosotros. Por eso hay que dejarla que suene, una y otra vez, ahora, ya mismo, acá abajo, a un play de distancia. O sino buscarla casi al final del Lado B de un Musica Cretina con todos sus disquitos bien en fila.
Entre tanto clásico de mi discoteca, en este último no-programa integramente armado con compacts que efectivamente puedo apilar para sacar la foto que acompañará la inminente lista de temas aparece por fin una novedad, pero con aliento de clásico contemporáneo. Se trata de La Danza de los Principiantes, el último disco de mis nuevos cretinos, los mendocinos --pero instalados hace tiempo en Buenos Aires-- Mi Amigo Invencible. Lo se, llego tarde. El disco salió el año pasado, algo que saben muy bien los que siguen la nueva escena indie porteña, de la que este sexteto es uno de los animadores. Pero llegó recién a mis manos en estos días, y cuando lo puse en la compactera --qué antiguo, lo se-- a ver qué era, apenas empezó a sonar no lo pude sacar. Lo escuché completo, con una sonrisa instalada en el rostro, no porque el disco convoque precisamente a la alegría, sino que fue una sonrisa de satisfacción, de volver a encontrar un disco al que dejar sonar de punta a punta, cada cancion confirmando la promesa dejada en el aire por la anterior. Algo que se puede acompañar sosteniendo el arte de tapa entre las manos, como antes. Perdiéndose en el delicioso arte de Fede Calandria, que acompaña perfectamente su contenido. A todo esto, prefiero el desplegable con la ronda de los animales sonrientes a la portada del principiante añejado, debutando en un escenario abandonado. Tanto por la composicion como por la escenografía sonora que las rodea, las canciones de La Danza de los Principiantes son de una sorprendente nostalgia temprana, todo un viaje cuya mejor muestra es este Máquina del tiempo, que en este viernes que anuncia lluvia habla con autoridad de viajar al pasado, del viejo arbol en el nuevo jardín, de ver las nuevas luces del anochecer. Y de intentar terminar lo que se había empezado, y volverlo a dejar. No hay caso, es como alguna vez dijo Andrés Calamaro: las canciones lo saben todo antes que nosotros. Por eso hay que dejarla que suene, una y otra vez, ahora, ya mismo, acá abajo, a un play de distancia. O sino buscarla casi al final del Lado B de un Musica Cretina con todos sus disquitos bien en fila.
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