A veces pienso en huir/ a veces sólo pienso en huir de aquí
A pesar de que tal vez sea el mejor disco
solista de los cuatro que hizo Herbert Vianna, no puedo evitar sentir un
escalofrío cada vez que pienso en O som do sim, el tercero. Porque
es un disco que mostraba a un Herbert ambicioso, mezclando invitados y estilos,
y que anticipaba tal vez un nuevo viraje en su carrera, algo que no pudo ser,
ya que apenas al año siguiente de su edición sucedió el accidente en el que
murió su mujer, Lucy, y en el que milagrosamente salvó su vida pero no sólo
quedó postrado en una silla de ruedas, sino también con su memoria y su
conciencia comprometida para el resto de su vida. Recuerdo perfectamente el día
de su accidente: fue justo el mismo en que Suárez abrió para Sean Lennon y
Sonic Youth en un festival alternativo armado en el Club Hipico, un lugar
atípico para semejante despliegue. Esa tarde recibí un llamado avisándome de la
tragedia, y la verdad que recuerdo mas ese llamado que lo que sucedió
musicalmente durante toda esa tarde-noche. Mi amistad con Herbert --y los Paralamas--
comenzó cuando lo entrevisté antes de su primer Gran Rex, que terminó de
cimentar el romance del grupo con el público argentino. Herbert tocó Sumo,
versionó a Charly, Fito y Soda, y le hizo un guiño a Hendrix esa noche; y
demostró ser además un hábil declarante en una entrevista que terminó siendo mi
primer tapa para un incipiente Suple No, que por entonces aún dirigía Carlos
Polimeni. La entrevista la hice por las mías, colándome en la prueba de sonido,
y creo que ni siquiera pensé que iba a poder publicarla a la brevedad, ya que
obviamente no serviría para promocionar el concierto. Por entonces también
escribía en la revista Rock & Pop, asi que simplemente aproveché la
oportunidad y después vería qué hacía con ella. Lo que pasó después de aquel
show en el Gran Rex es que todo Buenos Aires hablaba de Paralamas, y cuando le
conté a Poli que tenía una nota con Herbert en la que hablábamos del rock
argentino, le brillaron los ojos. Y después me puteó cuando lo que le entregué
a las apuradas --evidentemente aún estaba muy verde como periodista gráfico--
fue un pregunta-respuesta pelado, al que debió editar a conciencia para que
mereciese la tapa del No. A partir de entonces cada vez que los Paralamas
pasaban por Buenos Aires nos encontrábamos, y muchos de esos encuentros
terminaron en notas: recuerdo la vez que Herbert se pasó toda una sesion de
fotos caminando por los pasillos del Bauen con su guitarra, tocando Days de Television. Otra vez me robé a Dado Villa Lobos, ex Legiao
Urbana que se había sumado al grupo para su unplugged en La Trastienda, para
juntarlo con Ciro Pertusi, fan del grupo de Renato Russo. Después de aquellas
primeras entrevistas llegamos incluso a imaginar un libro sobre Paralamas, y
hasta apareció una editorial interesada en publicarlo. Era AC, la primer
editorial autóctona dedicada a los libros del rock, dirigida por Eduardo Berti,
que se había copado con lo que había escrito para el libro de los Redondos, y
enganchado con la propuesta. Hoy me doy cuenta que --como comprueba la anecdota
de esa primer tapa del No-- estaba todavía demasiado verde como periodista para
hacer algo así. Pero igual me compré un diccionario portugués-español, busqué
la ayuda de una poeta amiga para traducir las letras de los temas, y los
Paralamas me alentaron a que los visitase en Río. Nunca conseguí juntar dinero
ni tiempo para ese viaje, y la idea se fue diluyendo, pero nunca la amistad con
el grupo, que llegaron a pedirle a la Emi que me contratase para que escribiera
las gacetillas de lanzamiento de sus discos, algo que hice sólo una vez y luego
desistí: quería seguir escribiendo sobre ellos, y no me parecía ético hacerlo
si me dedicaba a hacerles la prensa. Ese mismo razonamiento me hizo dejar de ir
a saludarlos despues de sus shows: a los periodistas a veces nos obsesiona no
ser tomados por groupies, pensamos que la dignidad se recupera aparentando ser
imparciales, y creemos que independencia de opinión es lo mismo que comportarse
como un ortiba. En una visita a su camarín después de un tiempo sin pasar por
Buenos Aires, ante mis balbuceantes excusas, los Paralamas me recordaron que
los músicos pasan y se van de las ciudades donde tocan, y que la única
oportunidad que tienen realmente de ver a los amigos es ahí, en el camarín. Y
que si uno no aparece se quedan pensando qué habrá pasado con uno, por qué es
que no pasó a saludar. Desde entonces nunca dejé de saludarlos, y también ayudó
internet, obviamente. El más cercano a las computadoras resultó ser Joao
Barone, el baterista, así que pasó a ser mi vocero dentro del grupo, desde
entonces y hasta ahora. Herbert no tocaba un teclado, pero la que siempre
respondia los mails era Lucy, su mujer, simpatiquísima, la que aparece
pintándose los labios en la tapa de O som do sim, ese disco que
terminó siendo un anuncio de lo que nunca fue. Hay documental que cuenta muy
bien la tragedia y la resurrección de Herbert y los Paralamas, se llama Herbert de Perto, y hay que verlo para entender de qué estoy
hablando realmente. Y yo entonces me callo de una vez, y dejo que suene Historia de uma bala, en el que Herbert canta junto a Fernanda
Abreu eso de que la bala en cuestión declara arrogante 'llegó tu hora'/ y
al final es solo una muerte/ una noticia común/ sin lógica, sin razón y sin
ningún aviso. Mejor dejarlos sonar en este martes nublado, a un play de
distancia. O sino también buscarlos casi al comienzo del Lado B del último
no-programa, después de Giant Sand y antes de Pete Townshend haciendo a
Screamin' Hawkins, todo formando parte de una gran cretinada. Y a mucha
honra.
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