jueves, 7 de abril de 2016

U2, "The unforgettable fire"


Si las montañas deben desmoronarse/ o desaparecer en el mar/ ni una lágrima

Cuando pienso en U2, pienso en este disco, no otro. Fue mi primer disco de U2, llegó a mis manos apenas salió, y me intrigó profundamente. En realidad fue un cassette, y como por aquella época no tenía equipo musical propio, lo escuché por primera vez donde solía escuchar todo por aquel tiempo: en el equipo que había en la casa de un amigo, a unas cuadras del Parque Botánico. La primer cassettera recién llegaría con mi primer trabajo fijo a sueldo completo, no estacional u ocasional, en un negocio de venta de computación por la zona de Nuñez, al que llegué buscando en los clasificados. Es un hermoso modelo Fuego de la marca Sanyo, que aún tengo y --maravillas de las últimas épocas de un mundo sin obsolesencia programada-- todavía funciona. Aquel tiempo de cassettes sin cassetera coincidió con el clásico período adolescente de buscar refugio en hogares ajenos, y yo solía caer en lo de ese amigo con mi música. Si él no estaba, su madre me dejaba esperarlo en el living, usando el equipo. En ese departamento recuerdo haber escuchado por primera vez Beat, de King Crimson, o El jardín de los presentes, de Invisible. Y también cómo Independiente le dio vuelta el partido de local a Olimpia para seguir vivo en la Libertadores que nos llevaría a Tokio. A aquella madre comprensiva y compañera le interesaba la música que escuchábamos --ahora que lo pienso, debía ser mas joven ella entonces que la edad que tengo yo ahora-- y siempre hacía algún comentario. Nunca me voy a olvidar lo que dijo a poco de apretar play en The unforgettable fire: "¿Por qué suena así? ¿Está mal el equipo?" Hagan la prueba ahora: dejen sonar el disco desde el primer tema, y verán que la batería y la guitarra de A sort of homecoming tienen algo demasiado despojado, que hoy es un gusto adquirido pero para el oyente de entonces, escuchándolo además por primera vez semejante sonido, sonaba tan raro que sólo podía ser el resultado de un error, o de algo roto. Es justamente esa extrañeza, la particular producción de Brian Eno, lo que hace que aún hoy sea un disco interesante de escuchar, que cada vez que un álbum de U2 me provoca alguna duda sobre mi fidelidad hacia el grupo (o me confirma que ya no los acompaño a todos lados), tenga la necesidad de regresar a The Unforgettable Fire a recordar de qué se trataba mi vínculo con ellos. Y entonces todo vuelve a estar ahí. Sí, ya sé, también está la ambición, y el núcleo de la épica que terminaría convirtiendo a U2 en una broma. Broma que ellos mismos mas de una vez aceptaron y trataron de incorporar y resignificar en su música. Tuve la suerte de presenciar una de esas veces, viéndolos salir de un limón gigante en Las Vegas, en el debut del Pop Mart Tour, una gira que los terminaría trayendo por primera vez por estos pagos. Para mí ese recuerdo es también el mejor ejemplo de cómo cumplir viejos sueños se te pone en el camino de los sueños del momento, y cómo relegarlos justamente por ser nuevos, confiando en que --como esos viejos sueños que vas cumpliendo-- ya tendrán su tiempo y su lugar, a veces de pronto no funciona: ya no están más y no podrán ser. Es que a veces  no hay futuro, sólo presente. La sabiduría --o el talento-- supongo que reside en saber reconocer a tiempo la presencia de ese "a veces". Digo esto porque aquel paso por Las Vegas fue la coda final de un viaje más largo, y como con mis cómplices ya habíamos planeado ir a encontrarnos con el limón gigante de U2 en la capital del juego, el descubrimiento de que Jeff Buckley tocaba todos los martes en Nashville y las ganas de aprovechar también para pasar a verlo sumaba tal complejidad extra a un recorrido ya demasiado complejo, que decidimos dejarlo para otro momento. Total, ya habría tiempo para ver a Jeff, que por entonces recién comenzaba una carrera que en la que pintaba para auténtica estrella internacional, como lo hubo --no lo dijimos en voz alta, pero seguro lo pensamos-- con U2. No lo hubo: a poco de volver estaría escribiendo la necrológica del buen Jeff en Página/12, ahogado como un tonto en las aguas del Mississippi, cerquita de ese Nashville que para nosotros estuvo tan lejos, tan cerca. El tiempo ostenta ese caprichoso superpoder: a veces está, otras veces no está. Aquel viaje iniciático lo realicé junto a dos amigotes para celebrar mi cumpleaños numero 30, cuyo tramo más épico fue un viaje en auto por las carreteras norteamericanas, de Miami a Nueva York, con paradas obligadas en Savannah y Washington. Durante esos tres días atrapados sobre cuatro ruedas escuchamos, como era de esperarse, mucha música. Recuerdo los demos de lo que luego sería Alta suciedad, un momento mágico escuchando una y otra vez Champagne supernova de Oasis de manera encadenada de radio en radio, y también las paradas por la ruta, en las no podíamos evitar comprar todo lo que nos llamaba la atención --por ejemplo, una gaseosa inclasificable llamada Surge--, lo que incluyó algunos cassettes en oferta que se ofrecían en las bateas, como Southern comfort de Tom Petty y --aquí vamos otra vez-- The unforgettable fire de U2. Una busqueda por internet me recuerda que el título responde a una muestra que los integrantes del grupo fueron a ver en aquel momento, de fotos tomadas en Hiroshima. El fuego inolvidable es eso, el hongo atómico y los rastros que deja para siempre. Pero la letra de la cancion que titula el disco no tiene nada que ver con esa muestra ni con Hiroshima. Leo en algunas páginas de fanáticos del grupo cómo discuten y se quejan de que la letra no habla de nada específico, pero al repasar los versos buscando uno para traducir y poner de epígrafe de este post, me detengo en el que habla de no tener ni una lágrima para derramar por las montañas hundiéndose en el mar. Lo he cantado más de una vez al acompañar el tema, pero por primera vez pienso ahora dos cosas. Una, que es algo así como el Los dinosaurios van a desaparecer propio de Bono. Y también que, inevitablemente, los versos han terminado remitiendo al destino de U2, un grupo que es como una montaña, o un dinosaurio. Y que si debe hundirse en el agua, no habrá lágrimas para derramar por ellos. Y sin embargo acá estoy, escribiendo sobre Bono y sus amigos, magdaleneándolos en busca del tiempo perdido, utilizándolos para rescatar imágenes de otro tiempo, que también son parte de mi, aquí y ahora. No tendré lágimas entonces, pero sí palabras para El Fuego Inolvidable. Y también está la musica, ideal para dejarla sonar, para que se ponga a crear nuevos recuerdos, en este jueves de sol que nos regala una semana que hasta ahora sólo tuvo nubes y lluvia para darnos. Y tambiénse puede irla a buscar en el Lado B del último no-programa, después de Brian Wilson y dándole el pie ideal a Mi Amigo Invencible, todos igual de cretinos a pesar de las diferencias de edad. Pero ya sabemos lo que sabe hacer el tiempo, que a veces cuenta y otras veces no. Siempre está y no está, al mismo tiempo. Depende del observador, como el gato de Schrodinger. Presente cuántico entonces. Y música cretina, claro.

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