Si las montañas deben desmoronarse/ o desaparecer en el mar/ ni una lágrima
Cuando pienso en U2, pienso en este disco, no
otro. Fue mi primer disco de U2, llegó a mis manos apenas salió, y me intrigó
profundamente. En realidad fue un cassette, y como por aquella época no tenía
equipo musical propio, lo escuché por primera vez donde solía escuchar todo por
aquel tiempo: en el equipo que había en la casa de un amigo, a unas cuadras del
Parque Botánico. La primer cassettera recién llegaría con mi primer trabajo
fijo a sueldo completo, no estacional u ocasional, en un negocio de venta de
computación por la zona de Nuñez, al que llegué buscando en los clasificados.
Es un hermoso modelo Fuego de la marca Sanyo, que aún tengo y --maravillas de
las últimas épocas de un mundo sin obsolesencia programada-- todavía funciona.
Aquel tiempo de cassettes sin cassetera coincidió con el clásico período
adolescente de buscar refugio en hogares ajenos, y yo solía caer en lo de ese
amigo con mi música. Si él no estaba, su madre me dejaba esperarlo en el
living, usando el equipo. En ese departamento recuerdo haber escuchado por
primera vez Beat, de King Crimson, o El jardín de los presentes, de Invisible.
Y también cómo Independiente le dio vuelta el partido de local a Olimpia para
seguir vivo en la Libertadores que nos llevaría a Tokio. A aquella madre
comprensiva y compañera le interesaba la música que escuchábamos --ahora que lo
pienso, debía ser mas joven ella entonces que la edad que tengo yo ahora-- y
siempre hacía algún comentario. Nunca me voy a olvidar lo que dijo a poco de
apretar play en The unforgettable fire: "¿Por qué suena así? ¿Está mal el
equipo?" Hagan la prueba ahora: dejen sonar el disco desde el primer tema,
y verán que la batería y la guitarra de A sort of homecoming tienen algo
demasiado despojado, que hoy es un gusto adquirido pero para el oyente de
entonces, escuchándolo además por primera vez semejante sonido, sonaba tan raro
que sólo podía ser el resultado de un error, o de algo roto. Es justamente esa
extrañeza, la particular producción de Brian Eno, lo que hace que aún hoy sea
un disco interesante de escuchar, que cada vez que un álbum de U2 me provoca
alguna duda sobre mi fidelidad hacia el grupo (o me confirma que ya no los
acompaño a todos lados), tenga la necesidad de regresar a The Unforgettable
Fire a recordar de qué se trataba mi vínculo con ellos. Y entonces todo vuelve
a estar ahí. Sí, ya sé, también está la ambición, y el núcleo de la épica que
terminaría convirtiendo a U2 en una broma. Broma que ellos mismos mas de una
vez aceptaron y trataron de incorporar y resignificar en su música. Tuve la
suerte de presenciar una de esas veces, viéndolos salir de un limón gigante en
Las Vegas, en el debut del Pop Mart Tour, una gira que los terminaría trayendo
por primera vez por estos pagos. Para mí ese recuerdo es también el mejor
ejemplo de cómo cumplir viejos sueños se te pone en el camino de los sueños del
momento, y cómo relegarlos justamente por ser nuevos, confiando en que --como
esos viejos sueños que vas cumpliendo-- ya tendrán su tiempo y su lugar, a
veces de pronto no funciona: ya no están más y no podrán ser. Es que a
veces no hay futuro, sólo presente. La
sabiduría --o el talento-- supongo que reside en saber reconocer a tiempo la
presencia de ese "a veces". Digo esto porque aquel paso por Las Vegas
fue la coda final de un viaje más largo, y como con mis cómplices ya habíamos
planeado ir a encontrarnos con el limón gigante de U2 en la capital del juego,
el descubrimiento de que Jeff Buckley tocaba todos los martes en Nashville y
las ganas de aprovechar también para pasar a verlo sumaba tal complejidad extra
a un recorrido ya demasiado complejo, que decidimos dejarlo para otro momento.
Total, ya habría tiempo para ver a Jeff, que por entonces recién comenzaba una
carrera que en la que pintaba para auténtica estrella internacional, como lo
hubo --no lo dijimos en voz alta, pero seguro lo pensamos-- con U2. No lo hubo:
a poco de volver estaría escribiendo la necrológica del buen Jeff en Página/12,
ahogado como un tonto en las aguas del Mississippi, cerquita de ese Nashville
que para nosotros estuvo tan lejos, tan cerca. El tiempo ostenta ese caprichoso
superpoder: a veces está, otras veces no está. Aquel viaje iniciático lo
realicé junto a dos amigotes para celebrar mi cumpleaños numero 30, cuyo tramo
más épico fue un viaje en auto por las carreteras norteamericanas, de Miami a
Nueva York, con paradas obligadas en Savannah y Washington. Durante esos tres
días atrapados sobre cuatro ruedas escuchamos, como era de esperarse, mucha
música. Recuerdo los demos de lo que luego sería Alta suciedad, un momento
mágico escuchando una y otra vez Champagne supernova de Oasis de manera
encadenada de radio en radio, y también las paradas por la ruta, en las no
podíamos evitar comprar todo lo que nos llamaba la atención --por ejemplo, una
gaseosa inclasificable llamada Surge--, lo que incluyó algunos cassettes en
oferta que se ofrecían en las bateas, como Southern comfort de Tom Petty y
--aquí vamos otra vez-- The unforgettable fire de U2. Una busqueda por internet
me recuerda que el título responde a una muestra que los integrantes del grupo
fueron a ver en aquel momento, de fotos tomadas en Hiroshima. El fuego
inolvidable es eso, el hongo atómico y los rastros que deja para siempre. Pero
la letra de la cancion que titula el disco no tiene nada que ver con esa
muestra ni con Hiroshima. Leo en algunas páginas de fanáticos del grupo cómo
discuten y se quejan de que la letra no habla de nada específico, pero al
repasar los versos buscando uno para traducir y poner de epígrafe de este post,
me detengo en el que habla de no tener ni una lágrima para derramar por las
montañas hundiéndose en el mar. Lo he cantado más de una vez al acompañar el
tema, pero por primera vez pienso ahora dos cosas. Una, que es algo así como el Los dinosaurios van a desaparecer propio de Bono. Y también que,
inevitablemente, los versos han terminado remitiendo al destino de U2, un grupo
que es como una montaña, o un dinosaurio. Y que si debe hundirse en el agua, no
habrá lágrimas para derramar por ellos. Y sin embargo acá estoy, escribiendo
sobre Bono y sus amigos, magdaleneándolos en busca del tiempo perdido,
utilizándolos para rescatar imágenes de otro tiempo, que también son parte de
mi, aquí y ahora. No tendré lágimas entonces, pero sí palabras para El Fuego
Inolvidable. Y también está la musica, ideal para dejarla sonar, para que se
ponga a crear nuevos recuerdos, en este jueves de sol que nos regala una semana
que hasta ahora sólo tuvo nubes y lluvia para darnos. Y tambiénse puede irla a
buscar en el Lado B del último no-programa, después de Brian Wilson y dándole el
pie ideal a Mi Amigo Invencible, todos igual de cretinos a pesar de las
diferencias de edad. Pero ya sabemos lo que sabe hacer el tiempo, que a veces
cuenta y otras veces no. Siempre está y no está, al mismo tiempo. Depende del
observador, como el gato de Schrodinger. Presente cuántico entonces. Y música
cretina, claro.
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