Con lo que cuesta armar un full/ armar algún puto full/ y jugarlo en este paño
Tengo que confesar que hace unos días que ando
recordando a los Redondos. Las razones son muchas, y no tienen necesariamente
que ver con la actualidad. El verano, en general, es útil para perderse en
cuestiones atemporales. Es un desierto al que uno llena con sus fantasmas. Este
verano, sin embargo, no parece haber lugar para esa hoja en blanco. Por suerte
la música sigue funcionando como oasis. Como puerta de escape, si, pero también
como otra puerta de entrada a una realidad demasiado prepotente. Se sabe:
“Puede ser chaparrón, pero también tormenta”. Lo cierto es que en mi bello
chaparrón estival de recuerdos, los Redondos aparecen siempre como ese grupo
que consideraba propio, al que iba a ver solo y en reductos pequeños, porque la
gente con los que podía ir a verlos la encontraba ahí, en el recital, nunca
afuera. Este año puede ser un gran año Redondito: el compañero Mariano del Mazo
está dejando lista su biografía del grupo para Planeta, y acaba de salir el
nuevo 100 veces –Read & Roll, lo llaman ellos-- de José Bellas y Fernando
García, 100 veces Redondos (Ediciones B) donde brilla un ensayo previo firmado
por Marcelo Figueras, uno de los periodistas que mejor supo escribir sobre los
Redondos por aquellos años. De la segunda camada, digamos, después de los
‘descubridores’: Kleiman, Rosso y para mi especialmente Gloria Guerrero, ya que
gracias a sus Páginas en la Humor supe de la existencia del grupo. Recién
después de leer sobre ellos fue que corría a la radio que mis viejos tenían en
su cuarto cada vez que Lalo y Elizabeth hacían sonar el demo del grupo en su
programa 9 PM. Después, si, Rosso fue mi abracadabra a ese mundo que durante
mucho tiempo no me quedó otra que considerar como propio. Aun recuerdo el día
que mi vieja volvió a casa y me contó que alguien había mencionado a mi grupo
en su trabajo. Ese fue el momento en que los Redondos, claramente, dejaron de ser sólo míos. Pero eso no me hizo abandonarlos, claro que no. Sólo fui consciente de que ahora había otras cosas en juego.
Por ejemplo, ya no iba solitario a verlos en Cemento o Satisfaction, sino que lo hacía junto a mis
compañeros de Facultad. Uno de los primeros artículos que publiqué con mi
nombre --co escrito junto a Angeles Reyes, verdadero faro de ese texto-- fue, justamente, sobre los Redondos, en el libro que Eduardo Berti armó
para la editorial AC. Mi mini biografía en el libro –que escribí yo, claro está-- destaca
que tengo 25 años, soy estudiante de Ciencias de la Comunicación de la UBA y
periodista. Pero que, agrego, también trabajo como productor de radio y TV. Por
entonces vivía de eso, en realidad. Eso sí, había publicado --enumeraba entonces-- notas en La Maga, la Rock & Pop y la Faz, que era la efímera revista
que Polosecki llegó a dirigir antes de entrar en la tele. A Polo, justamente,
lo conocí en Obras la noche siguiente de la muerte de Bulascio, cuando yo ya
trabajaba en Mitre, y tenía el dato de donde lo velaban. Nos desentendimos del
show de Los Ramones y allá fuimos, al velatorio del pibe, a hablar con sus
amigos. Pero eso ya es otra historia. Este tema es de la época en que Los
Redondos ya no me pertenecían. Lo recuperé el año pasado, cuando la salida del
disco del Indio me funcionó como excusa para repasar los discos que menos tenía
escuchados del grupo, al que de alguna manera había abandonado luego de
Luzbelito, que reseñé en profundidad cuando salió para la Inrockuptibles, después de
que Rosso declinase hacerlo a último momento. Desde entonces tengo guardado
este Gualicho, una de las grandes canciones de la última época del grupo, que
calzó justo al final del Lado A del primer Música Cretina del año. Y suena
perfecto en este viernes de sol de este enero –este paño-- lleno de noticias
pero muy poca música.
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