Solía estar enamorado/ de la hija del embalsamador/ Dibujábamos nuestros corazones/ sobre las polvorientas tapas de los ataúdes
Nada mejor para el mediodía de un martes nublado que una
canción olvidada de un tal Freddy Johnston. Ah, solíamos quererlo tanto al buen
Freddy. Apareció casi de la nada, en la primera mitad de los 90. Se gastó la
guita de la venta de parte de la granja de sus padres para grabar Can you fly, su
segundo disco, con el que pegó el salto. De grabar para la indie Bar/None pasó
a Warner, y a partir de entonces, sí, disfrutó de su momento. No fue un gran
momento, pero fue un momento al fin. Y nos puso contentos: uno de nuestros
elegidos había dejado de ser conocido sólo por nosotros. Esos pequeños campeones
personales son responsables de extrañas particularidades en mi discoteca: me doy
cuenta ahora que, por ir siguiéndole el camino, acumulé más discos de este
Johnston que de Daniel y Robert juntos. Una injusticia, sin dudas. Su “momento” le duró apenas un par de discos a Freddy, y
como muchos de aquellos héroes –incluso algunos con “momentos” más importantes—su
figura se fue desvaneciendo en la distancia. Según me informa wikipedia, su
último disco fue uno hecho en colaboración con otros cantautores, titulado Al
menos nos tenemos el uno al otro. Creo que con eso alcanza para definir su
actual, ejem, momento. Pero eso no anula las buenas canciones que fue
acumulando Freddy disco a disco. Por ejemplo este hermoso tema, casi un cuento
corto, incluido en el álbum con el que comenzó todo. Esa noche
largamente olvidada/ aquí estoy otra vez, canta quien amó a la hija del
embalsamador. Y agrega: Su padre está de pie ante la puerta abierta/ está esperando
por ella. Solíamos estar enamorados de Freddy Johnston. Puede estar olvidado y
su carrera embalsamada para siempre, pero sus canciones, como los recuerdos, están
ahí, listas para revivir cada vez que ponemos play. Como parte del Lado A del
último Música Cretina, por ejemplo. O en este mediodía nublado de martes.
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