domingo, 14 de octubre de 2012

Steve Forbert, "Cellophane city"



Porque es una ciudad de celofán, y todos saben/ No hay secretos, ninguno/ Así es como es/ Ciudad de celofán, intentá todo lo que quieras/ No hay secretos, ninguno/ Está todo a la vista

Buen día, día de sol. Un domingo ideal para el título de este tema algo olvidado de Almendra –está casi afuera del canon, es de El valle interior--, y también para recordar este tema de Steve Forbert, aunque tenga un espíritu más bien nocturno. La primera vez que escuché hablar de Forbert fue, justamente, con este tema. No sabía que había sido considerado –como tantos otros en los setenta—el nuevo Dylan, o que era apto para encabezar una versión norteamericana de la new wave inglesa, como señala Bill Flanagan en las excelentes liner notes del indispensable What kinda guy?, the best of Steve Forbert, citadas profusamente en una nota que publiqué en Radar hace ya demasiado tiempo. No sabía nada de lo que escribí en esa nota, digamos. Lo único que sabía es que ese tema abría con un particularísimo fade in, y se iba de golpe, dos cualidades indispensables para sobresalir en la radio (y que mientras duraba no podías dejar de mover la patita, claro).
Era una de las tantas rarezas que se podían descubrir entre los discos de Daniel Ladogana, el primer programador de Piso 93, después de que el programa del Rafa Hernández saliera de la órbita de Bobby Flores. Ladogana era un personaje raro. Había sido programador de la vieja Radio Del Plata, donde se inventó la FM argentina, cuna de cierto sorprendente “buen gusto” radial porteño que recién se llegó a empezar a arruinar con la llegada de FM Horizonte. De hecho, para mí, pichón de periodista de rock entonces, al curiosear entre sus discos –o los de Bobby Flores, llegado al caso—siempre podía llegar a encontrar una sorpresa. Porque en la bolsa de Alfredo Rosso, Sergio Marchi o Claudio Kleinman, referentes históricos, colegas y amigos de toda mi vida –y posteriores musicalizadores del Piso—siempre hubo maravillas, pero todas imaginables. Como un astrónomo ante la aparición de un cometa dentro del sistema solar, mucho antes que pudiesen ser vistos desde tierra uno ya sabía de su órbita y trayectoria. Eran siempre, y en el mejor de los sentidos, esperables. Incluso las sorpresas. Pero las estrellas fugaces de Ladogana aparecían de golpe. No las podías ver venir. No te esperabas algo así, al menos. Viniendo de ese lado. O al menos eso era lo que me pasaba a mí en ese tiempo de aprendizaje. Y es lo que me pasó con Forbert, que a partir de entonces pasé a enarbolar como una bandera. Aunque antes debí juntar material.
Mi edición en vinilo de Little Stevie Orbit creo haberla comprado en lo de Rosso. Pero, en realidad, tal vez la “heredé” de ciertos discos ajenos. Lo que sí recuerdo bien es que su portada gris (o plateada) estaba como recortada, casi masticada, y también tenía restos de alguna etiqueta. Adbiqué de ella, como de casi todos mis vinilos de ascendencia anglosajona, en una mudanza. Hice el paso al CD, como se decía entonces. Me quedé sólo con los discos locales, y de los países vecinos, porque de ellos no se podía esperar CD. Y de Forbert me terminé consiguiendo ese Best of. No se qué se hizo de Ladogana. Cuando lo conocí creo que salía con Elizabeth Vernacci –todos los protagonistas de aquel mundo de la radio al que recién me asomaba parecían haber salido con ella, tarde o temprano--, y tenía un inquietante parecido a Keith Richards. Su aparición en el Piso debió haber sido una suerte oportunidad de revalidar laureles en un tiempo en que su lugar empezaba a ser ocupado por los nuevos lobos en la manada. No duró mucho. Cuando llegó tarde por segunda vez al comienzo del programa, descubrió que el Rafa había pasado Muchacho del Taller y la Oficina esperándolo, y al terminar semejante aleph de tema dijo que todo estaba dicho, y dio por terminada la noche. Tengo la imagen de Ladogana llegando tarde con sus discos, totalmente desarmado en el apuro, y deteniéndose en el aire como un dibujo animado al desembocar en el control y darse cuenta que ya no había nada que hacer, que todo ese apuro había sido en vano. El Piso era así. Se sabía cuando empezaba pero no cuando terminaba. Podía durar toda la trasnoche de la vieja Rock & Pop. O no durar nada. Y el Rafa también era así. Cuando decidía algo, podía ser implacable. Pero aunque Ladogana no duró mucho, su impronta como programador me enseñó bastante de radio, ahora que lo pienso. Me enseñó a intentar sorprender. A pensar afuera de mis límites, y los de mi entorno. Fuera nuestro arenero, digamos. Forbert es uno de mis cretinos honorarios gracias a él, y eso no es poco. Cellophane city significa todo eso para mí. Además de ser una canción de puta madre. Ya no se hacen temas así. 

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