viernes, 23 de enero de 2015

Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota, "Gualicho"


Con lo que cuesta armar un full/ armar algún puto full/ y jugarlo en este paño

Tengo que confesar que hace unos días que ando recordando a los Redondos. Las razones son muchas, y no tienen necesariamente que ver con la actualidad. El verano, en general, es útil para perderse en cuestiones atemporales. Es un desierto al que uno llena con sus fantasmas. Este verano, sin embargo, no parece haber lugar para esa hoja en blanco. Por suerte la música sigue funcionando como oasis. Como puerta de escape, si, pero también como otra puerta de entrada a una realidad demasiado prepotente. Se sabe: “Puede ser chaparrón, pero también tormenta”. Lo cierto es que en mi bello chaparrón estival de recuerdos, los Redondos aparecen siempre como ese grupo que consideraba propio, al que iba a ver solo y en reductos pequeños, porque la gente con los que podía ir a verlos la encontraba ahí, en el recital, nunca afuera. Este año puede ser un gran año Redondito: el compañero Mariano del Mazo está dejando lista su biografía del grupo para Planeta, y acaba de salir el nuevo 100 veces –Read & Roll, lo llaman ellos-- de José Bellas y Fernando García, 100 veces Redondos (Ediciones B) donde brilla un ensayo previo firmado por Marcelo Figueras, uno de los periodistas que mejor supo escribir sobre los Redondos por aquellos años. De la segunda camada, digamos, después de los ‘descubridores’: Kleiman, Rosso y para mi especialmente Gloria Guerrero, ya que gracias a sus Páginas en la Humor supe de la existencia del grupo. Recién después de leer sobre ellos fue que corría a la radio que mis viejos tenían en su cuarto cada vez que Lalo y Elizabeth hacían sonar el demo del grupo en su programa 9 PM. Después, si, Rosso fue mi abracadabra a ese mundo que durante mucho tiempo no me quedó otra que considerar como propio. Aun recuerdo el día que mi vieja volvió a casa y me contó que alguien había mencionado a mi grupo en su trabajo. Ese fue el momento en que los Redondos, claramente, dejaron de ser sólo míos. Pero eso no me hizo abandonarlos, claro que no. Sólo fui consciente de que ahora había otras cosas en juego. Por ejemplo, ya no iba solitario a verlos en Cemento o Satisfaction, sino que lo hacía junto a mis compañeros de Facultad. Uno de los primeros artículos que publiqué con mi nombre --co escrito junto a Angeles Reyes, verdadero faro de ese texto-- fue, justamente, sobre los Redondos, en el libro que Eduardo Berti armó para la editorial AC. Mi mini biografía en el libro –que escribí yo, claro está-- destaca que tengo 25 años, soy estudiante de Ciencias de la Comunicación de la UBA y periodista. Pero que, agrego, también trabajo como productor de radio y TV. Por entonces vivía de eso, en realidad. Eso sí, había publicado --enumeraba entonces-- notas en La Maga, la Rock & Pop y la Faz, que era la efímera revista que Polosecki llegó a dirigir antes de entrar en la tele. A Polo, justamente, lo conocí en Obras la noche siguiente de la muerte de Bulascio, cuando yo ya trabajaba en Mitre, y tenía el dato de donde lo velaban. Nos desentendimos del show de Los Ramones y allá fuimos, al velatorio del pibe, a hablar con sus amigos. Pero eso ya es otra historia. Este tema es de la época en que Los Redondos ya no me pertenecían. Lo recuperé el año pasado, cuando la salida del disco del Indio me funcionó como excusa para repasar los discos que menos tenía escuchados del grupo, al que de alguna manera había abandonado luego de Luzbelito, que reseñé en profundidad cuando salió para la Inrockuptibles, después de que Rosso declinase hacerlo a último momento. Desde entonces tengo guardado este Gualicho, una de las grandes canciones de la última época del grupo, que calzó justo al final del Lado A del primer Música Cretina del año. Y suena perfecto en este viernes de sol de este enero –este paño-- lleno de noticias pero muy poca música.

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