martes, 29 de octubre de 2019

The Replacements, "Rock'n'roll ghost"

Me miro en el espejo y veo/ un fantasma del rock’n’roll

Se los presento, estos fantasmas del rock son los Replacements. Los que están sentados sobre las cajas donde guardan sus equipos son el guitarrista Slim Dunlap, el bajista Tommy Stinson y el baterista Chris Mars, mientras que el que en el piso está sentado Paul Westerberg, cantante y letrista del grupo. La foto está sacada en la sala de ensayo del cuarteto justo en el año en que salió el disco que contiene el tema bautizado por el verso que pueden leer al comienzo de estas líneas. Don’t tell a soul fue el primer álbum de los Replacements sin la guitarra de Bob Stinson, miembro fundador y para muchos el alma del grupo, que había sido reemplazado dos años antes por Dunlap. Es el disco que debió haber iniciado su camino de consagración, ya con el sello decididamente detrás de ellos (de hecho, fue el único con un tema capaz de entrar en el top 100 de Billboard), pero apenas si fue el prólogo a su rápida separación, un año más tarde, luego del decepcionante All shook down, aquel con la foto de los dos perros callejeros en tapa, que debió haber sido el debut de Westerberg como solista pero terminó siendo ni chicha ni limonada. Si hoy estamos hablando del disco anterior, el que incluye este Rock’n’roll ghost, es porque coincidiendo con su 30 aniversario, acaba de ser reeditado con los habituales demos, remezclas y shows en vivo que justifiquen volvérselo a vender a sus fans antes de que no haya mas disquerías donde poder llevarse algo a casa de tu grupo preferido, y todo solo exista en el aire. De ahí sale la versión —supuestamente del remix original del disco— que suena en el último Música Cretina del tema en que Westerberg siente el acoso de un fantasma del rock n roll. Se suele mencionar que ese fantasma es el del miembro ausente del grupo, el verdadero rockero, dueño de todas las leyendas, el buen Bob Stinson. Pero al recorrer la letra queda claro que Westerberg está hablando de sí mismo, del fin de sus días rebeldes, y al mismo tiempo le habla a sus fans de entonces, que estarían siguiendo ese mismo camino. Era demasiado joven para preocuparme por las palabras, y mirame ahora, dice el buen Paul, que estaba convirtiéndose en un cantautor, ese que bautizó su debut como solista bajo el aparentemente sencillo nombre de 14 Canciones, pero la imagen de tapa lo disfrazaba de libro. Ah, las palabras, esas que para un rocker no valen nada, hasta que siempre terminan demostrando su peso. No hay nadie con quien hacer un brindis, se queja el ya-no-tan salvaje Paul, invitando al que escucha su canción a brindar con él. No hay caso: nada hay más melancólico que el fin del rock’n’roll, y al mismo tiempo no hay nada que de más alivio. Pero, claro, hay que pasar la abstinencia. Algo parecido sucede en estos días, que después de un baldazo de agua fría que duró cuatro años, hay quienes fantasean volver al rock. Pero hay que reconocer a ese fantasma en el espejo, pensar más en la realidad que en el mito, y saber que de este laberinto no se sale por arriba, sino recorriendo cuidadosamente en cada curva del camino. Hay que hacer todo de nuevo, qué duda cabe. Y recordar que ese fantasma del rock’n’roll no amenaza sino que acompaña. Porque eso es lo que hace —o debería hacer— eso que insistimos en llamar rock.

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