martes, 8 de octubre de 2019

Giant Sand, "Valley of rain"

Ella nunca va a ser/ lo que ellos esperan que sea

Se los presento, aunque para cualquier Cretinx a esta altura no debería necesitar presentación: el tipo que arroja el sombrero a la cámara —rodeado por los músicos que integran la nueva encarnación de su grupo de siempre— se llama Howe Gelb, y hace tiempo que me he declarado fan tanto de su obra en solitario como especialmente de Giant Sand. Se lo confesé a Robyn Hitchcock cuando me dijo que después de su paso por Buenos Aires y Montevideo se estaba yendo a Tucson a grabar con Gelb. (De hecho, esa fue parte del pago por su visita: el boleto de avión que lo dejase ahí). Le pedí a Robyn que le mandase saludos de un fan que tenía en Buenos Aires, y la verdad que nunca supe si finalmente le llegaron. Pero a mí me han seguido llegando algo caóticamente sus discos. Como una señal de ese ángel caprichoso que nos hace tropezarnos una y otra vez con nuestros deseos, en la disquería donde regularmente —cada vez menos— canjeo mis bienes vinculados con las artes sonoras siempre aparecen sus álbums. Vaya uno a saber de dónde salen, pero por supuesto que inevitablemente terminan en casa, aún los que no estoy seguro si escucharé alguna vez, como me sucedió cuando asomó la reedición de su primer disco, Valley of rain. Lo terminé poniendo en el equipo de música, por supuesto, y me sorprendió que lejos de delatarse como apenas un boceto de lo que luego terminaría siendo el grupo, sonase tan… Giant Sand, digamos. Es verdad que con el paso de los temas el espíritu se iba deshilachando, o mejor dicho repitiéndose y haciéndose previsible, pero no por eso perdía su encanto. Pero el tema que lo bautizaba era hipnótico, y en la reedición que yo escuché —la del 2010, que celebraba los 25 años del grupo— abría el disco, a diferencia de la edición original de 1985, en la que abría el Lado B. En las liner notes el buen Howe decía que había cambiado el orden de los temas simplemente porque podía, y también contaba la historia de aquel debut hecho a los ponchazos, y con el que aprendió que si quería grabar discos la estrategia —que a partir de entonces repitió durante toda su carrera— era hacerlos rápido, y licenciarlos al que ofreciese un adelanto para editarlos. Contaba también que había grabado no uno sino dos discos al mismo tiempo —y recibido sendos adelantos—, bajo dos nombres, The Band of Blacky Ranchette y Giant Sand. En realidad, el nombre Giant Sand era una deformación del de su primer grupo, Giant Sandworms, que acababa de separarse. Lo cierto es que esos dos discos seminales, grabados en un fin de semana, estuvieron a punto de desaparecer cuando un desconocido entró en su camioneta y se llevó todo lo que había ahí. Todo salvo dos de las cuatro latas que contenían las grabaciones: estaban bajo el asiento delantero, detrás de un cactus que le había regalado un amigo, y Gelb escribía que seguramente se habían salvado porque el ladrón metió la mano en la oscuridad y se llevó un buen pinchazo del cactus. Alabadas sean las espinas que salvaron al Valle de la Lluvia allá lejos y hace tiempo, y alabada sea la extraña idea que tuvo recientemente Howe Gelb de volver a grabar aquellas agujas sonoras para un disco que salió el año pasado, titulado previsiblemente Return to the Valley of rain. Todo intento de volver sobre los viejos discos suele ser discutible, porque la magia no es ninguna asesina y nunca regresa al lugar del crimen. Por más que mejoren las condiciones de grabación, aquel aura original nunca tiene nada que ver con la tecnología, y —al menos para los que ya hayan sido tocados por ese sonido— no hay promesa de perfección que reemplace la gloria original. Sin embargo, Gelb tampoco se caracteriza por la búsqueda de la toma perfecta, por lo que su sonido en estudio es tan como una pintura recién hecha que jamás hay crimen al que regresar. Sin embargo tomó sus precauciones: volvió a grabar aquellos temas de su primer disco con los mismos músicos, y se tardó el mismo tiempo en el estudio que entonces: un día y medio. ¡Y gastó el mismo dinero: 400 dólares! El resultado es increíble; el mismo viaje, pero diferente. Recuerdo haberle estado contando esto a M John Harrison antes de nuestra charla para el Filba, porque le acababa de decir que había leído una atrás de la otra sus novelas The Century Device y Light, y que no había notado demasiado los cuarenta años que las separaban, y el me explicó que, justamente, había escrito la última para ver si podía escribir tanto tiempo después una novela como la primera. Y ahí fue cuando le conté la historia de Valley of rain y su posterior Return, y en la mitad del relato me di cuenta de que Mike no tenía ni idea de lo que le estaba hablando, pero se lo terminé de contar igual. Como ahora. Así que los invito a que pongan fin a todo esto haciendo play en el link que dejo en los comentarios, y escuchen el nuevo Música Cretina, que abre su Lado B —como en el vinilo original— con el Valle de la Lluvia de La Gran Arena, ese grupo que Gelb separa y vuelve a reunir a voluntad. Ahí lo tienen, lanzando juguetón el sombrero a la cámara, sabiendo que no se puede tapar el sol con la mano, y mucho menos la imagen con un sombrero, pero lo que vale es el gesto, el instante, la sorpresa. Y por supuesto que, si sos el valle, lo que importa es la lluvia. Y la Música, claro. Y si se puede que sea Cretina, por favor.

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