miércoles, 17 de abril de 2019

No hay que esperar el fuego

Una semana atrás la humanidad vio por primera vez la foto de un agujero negro, después le tocó el turno al incendio de la historia encarnado en las llamas de Notre Dame multiplicadas en las redes. Con solo uno de estos dos acontecimientos Dan Brown te escribe una saga de novelas conspirativas, pero los que seguimos las necrológicas sabemos que las noticias vienen de a tres, como en los guiones de cine bien ordenados. Como la carta robada de Poe, el tercer acto de esta obra ya estaba por acá y no nos terminamos de dar cuenta. La noticia de la jubilada que se quiso suicidar tirándose ante una formación de subte en la estación Lavalle de la Línea C me puso la piel de gallina casi sin detenerme a pensar en ello, fue algo instintivo, que ningún agujero negro ni catedral pueden generarme. El argumento de la obra está claro: podemos mirar hacia el final del universo o hacia el pozo de la historia, pero lo que te puede destruir está acá nomás, y por eso preferimos no mirarlo a los ojos. Según leo por ahí, la señora se salvó porque la maquinista pudo detenerse a tiempo. En la foto de acá arriba, se puede ver a los empleados del subte charlando con ella, tratando de devolverla al andén. La señora dijo que tomó su frustrada decisión fatal porque no le alcanza la plata para remedios ni alimentos, y no quiere ser una carga para sus hijos. Los que suelen viajar tanto en trenes como en subte, saben que los suicidas son mas o menos habituales. Especialmente cuando llegan las fiestas de navidad o año nuevo, por ejemplo. Para que eso no suceda, de hecho, en algunos subtes europeos hay protecciones en los andenes que encajan con las puertas de los vagones, para que el salto ante la formación que ingresa en el andén no sea posible. Aquí, en cambio, en plena crisis económica, la novedad es que los tecnócratas han inventado contenedores de basura con cerradura, no para que los pobres no puedan suicidarse, sino para que no puedan intentar buscar algo parecido a la salvación o apenas la supervivencia revolviendo en lo que otros desechan. Lo más fascinante del post capitalismo es que sigue convencido de que la historia ha terminado, entonces no se preocupa por borrar sus huellas. No concibe ninguna Bastilla en su futuro que no pueda exorcisar con focus groups o memes mentirosos por WhatsApp. Pero desear (y dejar) que el fuego lo devore todo siempre ha sido la peor solución posible. A fin de cuentas, la verdadera noticia de nuestra pieza en tres actos no es que alguien haya intentado suicidarse arrojándose bajo las ruedas de un tren o de un subte, sino que ese tren haya podido detenerse a tiempo para salvar su vida. Desde la época en que hicimos un especial de Piso 93 dedicado a los trenes que no dejo de pensar en el testimonio de aquellos maquinistas que quedaban traumatizados al ser responsables de algunas de esas muertes. Porque por la velocidad de las formaciones, y su contundencia, desde que accionaban el freno hasta que efectivamente se detenían se demoraban unos quince minutos. O sea que no podían hacer nada ante la visión de esos pobres diablos que se ponían delante de ellos. Cargaban con la imagen por el resto de su vida. Esto que llamamos humanidad parece no poderse detener, no importa quien o quienes aparezcan en las vías. En África, en este preciso momento, hay un brote de ébola que las Naciones Unidas no han podido contener porque, entre otras cosas, las víctimas desconfían de los médicos y de las vacunas. La semana pasada el New York Times reveló que hay un nuevo tipo de hongo mortal que asecha en los hospitales de casi todo el mundo, que se hizo indestructible gracias a las la proliferación de herbicidas, y que por ahora mata a los más débiles —los niños y los ancianos— en 90 días. Hay una niña en Europa de la que todos los medios del mundo se burlan porque convoca a una huelga de adolescentes todos los viernes, en su afán de concientizar por los efectos del calentamiento global. ¿Se acuerdan de Prince? El signo de los tiempos sigue siendo el signo de los tiempos. Los tiempos, después de todo, siguen siendo los mismos. Por eso cuando leo por ahí la noticia de la suicida que fue rescatada a tiempo, me doy cuenta de que la piel de gallina no es por la tragedia, sino porque es una pequeña señal de algo que no me atrevo a llamar esperanza. Sino simplemente apenas historia, así, con minúscula. Los tres actos no son inevitables. Las canciones lo saben todo antes que uno. Y la vida aún está viva, y decide a su manera. No hay que esperar el fuego. Sino esa mano que puede sacarnos de las vías. Y no es una mano ajena. Es tan propia como la del que tenemos al lado.

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