Jueves santo y soleado, casi como si a los santos los
hubiese agarrado la también santa inquisición y quisieran hacerles confesar
algo. Lo que yo tengo para confesar es que aún hay un Música Cretina que tiene
mucho para compartir, como por ejemplo el diálogo entre los dos protagonistas
de esta foto. Uno es Fito Páez, y no hay mucho para presentar: será siempre el
que puso las canciones en nuestro walkman. Lo acompaña una entusiasta y feliz
Liliana Herrero, a quien conocimos desde el walkman del rosarino, ya que —al
menos en mi caso— entró en el mundo gracias a aquel Cachilo Dormido tan
despertado a puro sintetizadorazo de la desfachatada producción de Fito para
ese debut revulsivo de la Herrero, decidida a poner el folklore patas arriba de
la mano de su ahijado. ¡Vean esa sonrisa, esos brazos bien arriba! Apenas una
muestra del entusiasmo que se genera cuando Páez se sienta al piano entre
amigos, lo sé porque estuve ahí y puedo contarlo. De hecho, una noche en La
Habana terminamos codo a codo en el living de la casa de Pablo Milanés,
presentándole Charly García al anfitrión, cantando cosas como Desarma y sangra.
Bah, Fito cantaba, yo intentaba coros, todo muy en familia. Cubana, claro.
Recuerdo que por ahí estaba Jorge Perugorría, por ejemplo. El amigo Aloras puede
salirme de testigo porque también estuvo ahí. No sé cómo pero también recuerdo
que Pablo derrochaba generosidad con su Johnnie Walker, pero yo me abrazaba al
Habana Club etiqueta azul. Y entonces sí que ya no recuerdo más. Perdonen,
parece que me fui de tema, pero esta indulgencia en la memoria viene al caso
como ejemplo cabal de que donde está Páez y hay familia siempre hay diversión,
los brazos, la sonrisa y los ojos cerrados de Liliana en la foto sirven como
prueba, como quien grita un gol de su equipo. ¡Qué digo gol: un campeonato!
Pero que sirva la foto —hermosa foto de Nora Lezano, dicho sea de paso— para
testimoniar los lazos entre los dos retratados, no lo que suena apenas empezado
el Lado A del no-programa, ya que se trata de una de las versiones que la
Herrero hace de Páez en esa proeza en forma de disco que es Canción sobre
canción, en donde repasa un repertorio que de tan conocido casi que funciona
como reflejo pavloviano. Así como el siempre tan apurado y algo perezoso
cerebro nuestro no necesita al ojo para completar ciertas imágenes, y podemos
pasarnos gran parte de la vida viendo cosas que ya no están ahí, lo mismo
sucede con ciertas canciones de Páez, que están en nuestro walkman desde hace
tanto que ya no se las escucha, simplemente se las celebra (o condena). Por eso
resulta fascinante el trabajo que hace Liliana Herrero con un puñado de
canciones que conoció desde el primer momento, estuvo prácticamente al lado de
ese fueguito en el que fueron forjadas. Completando un arco de tres décadas,
que va desde aquel primer disco de sus temas producidos por Fito a este álbum
en el que ella desarma y sangra un cassette tan gastado hasta lograr el milagro
de que suene como si fuese nuevo, Canción sobre canción es un repaso a cara de
perro. La celebración es interna, o posterior, pero mientras los temas suenan
no hay lugar para fiesta alguna, ni brazos arriba ni goles gritados, porque el
partido todavía se está jugando y la Herrero y sus músicos desactivan cualquier
posible tarareo, la miel del fraseo previsible, el azúcar del canto colectivo.
Si bien es cierto que los ríos una vez cruzados no se vuelven a cruzar, Canción
sobre canción es un disco en el que las mejores canciones de Páez, las que lo
hicieron ser justamente Páez, pueden ser vueltas a escuchar, tal vez no como si
fuese la primera vez, pero sí como quien desea escuchar realmente qué es lo que
canta. Y lo que cantamos son canciones desnudas y que nos desnudan, retratos de
un pasado que está siempre con nosotros, abismos en los que mirarse y descubrir
cosas nuestras, la posibilidad de darnos cuenta por qué y cómo era que esto
era. Volver a confiar en la percepción, saber que no todo se nos da masticado,
que estas son canciones que mordimos nosotros entre el ruido, las elegimos
entonces y nos las quedamos y apropiamos. La magia de la relectura profunda de
Liliana Herrero sobre la obra de Fito Páez —al que se atreve incluso a
corregir, y pese a que precibimos la ausencia de alguna que otra palabra
(¡decadrón!) al mismo tiempo no la extrañamos—, llega a su momento cumbre al
visitar el tema tal vez más injustamente menospreciado de su obra, ese Mariposa
Tecknicolor que nuestro oído acostumbra a asociar con Elvis Costello y la
calesita del Circo Beat que supo ser la música de la vuelta olímpica del
campeonato ganado por Páez un disco —y una vida— antes, y reinventarlo al punto
de que cuando entra Fernando Cabrera encarnando una segunda voz que no estaba
ahí, pero que nos damos cuenta instantáneamente que está donde corresponde, el
abismo de lo escuchado renueva todo, como un Rashomon auditivo que completa la
historia décadas después. De pie señorxs, que Liliana Herrero canta Páez y nos
canta a todxs. La pueden escuchar apenas empieza en Lado A de un Música Cretina
que les dejo acá, apenas a un play de distancia. Para el sol de todos los
santos jueves que abren la fiesta de un fin de semana largo.
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