No me revisen ahora/ no me revisen/ que la van a encontrar
Uno de mis héroes musicales más privados se llama Mauricio
Redolés y es chileno. Lo descubrí en uno de mis primeros viajes como mochilero,
cruzando la cordillera, cuando llegué a un Santiago en el que recién había
ganado el No, pero Pinochet aún estaba bien firme. Mientras leía el periódico
opositor llamado Fortín Mapocho –el que tituló desafiante e histórico, en
ocasión del plesbicito: Corrió solo y llegó segundo--, semanarios opositores
varios y una revista llamada La Bicicleta, parecida a la Canta Rock, en mis
recorridos a ciegas por la ciudad, di con un lugar llamado El Café del Cerro.
Era un pub musical que exhibía algunos cassettes independientes, entre ellos
los dos que más me llamaron la atención y me traje conmigo, el de un grupo llamado Fulano y el de
Redolés. Por entonces ya trabajaba en Piso 93, así que aunque aún no me
consideraba un periodista, al menos era un curioso profesional, buscando
información nueva para compartir. Y el cassette de Redolés resultó ser todo un
hallazgo, que contenía canciones bizarras e inclasificables, abarcando estilos
varios hechos con diversa suerte, desde el contundente Blues de Santiago que
abría el disco hasta la delicada y casi trovesca Canción para la mas chiquitita
de todas, pasando por los pelos de punta de Triste funcionario policial,
cercana a los momentos mas kafkianos de Masliah. Pero lo que hacía de ese
cassette un auténtico tesoro eran unos extraordinarios poemas coloquiales
recitados aquí y allá, y un largo poema que cerraba el disco y lo titulaba:
Bello barrio. Yo nunca había escuchado algo así, hipnóticos seis minutos con un
desfile increíble de imágenes y texturas narrativas, capaces de hacerte reir y
de derretirte el corazón al mismo tiempo, y –especialmente—de aguantarle la
pulseada a cualquier publico rocker o no, y salir siempre ganando. Búsquenlo,
debe estar en YouTube, pongan play y entenderán de lo que estoy hablando. Ven
a vivir esta fragilidad peligrosa de corromperse. A mi regreso de ese viaje,
los poemas mas breves de Redolés empezaron a sonar en Piso 93, y desde entonces
lo han hecho en todos los proyectos radiales que fui inventando. Son los textos
absurdos que hasta el año pasado se escuchaban separando los lados de este
no-programa. Le intenté seguir la pista a Mauricio después de aquel viaje, pero
no lo escuché nombrar demasiado, hasta que empecé a viajar seguido a Santiago
durante los 90, con la excusa de cobrar mis colaboraciones en la Zona de
Contacto primero y en Wikén después, suplementos del diario El Mercurio, y
corresponsalías en radios como Rock & Pop y la Cooperativa. Entonces me
enteré que El Café del Cerro se había convertido en algo mítico, que los Fulano
eran los Mother of The Invention chilenos, y que Redolés era algo así como una
palabra clave que demostraba ante un interlocutor local que uno no era un
recién llegado a la cultura chilena. Nos hicimos amigos con Mauricio desde que
la mañana en que toqué el timbre en su casa y él justo salía a inscribir a su
hijo Sebas en la escuela primaria, así que ahí fuimos. Hablamos mucho de Los
Lobos, ya que tanto él como yo somos fans, y con el tiempo me las ingenié para
ir a visitarlo de tanto en tanto, y seguir a la distancia su sinuosa carrera
tanto musical como poética. Si su figura cuando regresé por primera vez a
Santiago en los 90 era de culto, durante el correr de esa década su presencia
fue infiltrándose en los medios masivos hasta estar a punto de dar el salto.
Vaya uno a saber por qué, tal vez por instinto de conservación, eso no sucedió,
y aún hoy sigue siendo de culto. Su último disco es de rancheras mexicanas
(¿una suerte de homenaje tardío a sus queridísimos Los Lobos, quizás?), se
llama One, two, tres, cuatro y ganó algun que otro premio en los Gardeles
chilenos. Hace poco me escribió, anunciándome que en marzo estará tocándolo en
Buenos Aires, y ahí estaremos, qué duda cabe. Mientras tanto, en este Música
Cretina de clásicos de mi discoteca no podía faltar Mauricio, que suena desde
esa suerte de Bello Barrio II que fue ¿Quién mató a Gaete?, el disco que un
Alvaro Henriquez en su mejor momento al frente de Los Tres le produjo en 1996,
y que tiene tal vez las mejores canciones de su repertorio, además de una nueva
tanda de sus irresistibles breves poemas. Esta es una versión de un tema de
Arlo Guthrie, que lo cuenta todo desde su primer verso: Llegando a Yungay a
las dos de la mañana/ con un cargamento de marihuana. Bienvenidos al
maravilloso mundo de Mauricio Redolés, acá nomás, a un play de distancia. Y
sonando también, bien cretino, casi al comienzo del Lado B del último
no-programa, después de Jamie T y antes de Los Lobos, nobleza obliga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario