Hay una chance en un millón/ de que algún día salgamos vivos de acá
Una de mis bandas preferidas siempre han sido Los Lobos. Por
latinos en el punk de Los Angeles, por rockeros capaces de rancheras, por
tradicionales y al mismo tiempo avant-garde. Y por la cantidad de música que
nos han regalado durante años. Se podría decir que Los Lobos son el grupo
Cretino por excelencia, por esa capacidad de sorprender siempre, de ser capaces
de rasgar una acústica o de hacer un solo de guitarra demoledor, y también una
programación mágica y enigmática. Los Lobos con capaces de todo, aún cuando
haya gente que todavía los identifique sólo por su versión de La Bamba. Así fue
como pudieron asomar la cabeza en el mercado norteamericano: latinos encarnando
a otro latino, Ritchie Valens. Aquellos primeros discos –como conté mas de una
vez-- supieron ser oasis entre los buscadores del rock en unos 80s perdidos en
un desierto de teclados. Creo que incluso el Indio Solari hizo sonar a Los
Lobos una de las primeras veces que pasó por el Piso 93. Pero hubo una época
del grupo que me rompió la cabeza, y fue cuando se juntaron con los
responsables del ruido industrial y de alcantarilla con el que ayudaron a
reinventarse a Tom Waits: Mitchell Froom y Tchad Blake. Además de ser latinos
en el punk, y rockear como sus referentes, Los Lobos le agregaron una suerte de
psicodelia latina a su música, que está muy bien representada en una obra
maestra llamada Kiko. Antes y después, la siguieron rompiendo, pero nunca
pueden sonar mejor que en los 16 temas de un álbum que en vinilo debe ser
doble. Yo lo tengo en compact desde hace años –creo que lo han reeditado
remasterizado, ¿habrá outakes?—bien acompañado por un maravilloso EP previo de
rancheras, un tesoro llamado La Pistola y el Corazón, y por la psicodelia
desatada de David Hidalgo y Louie Pérez junto a Froom y Blake bajo el nombre de
Latin Playboys (hay un tema alucinante que sólo repite, en castellano, Ahí
viene Dumbo, hijo, mira, viene Dumbo). Después de esas cumbres delirantes, a
Los Lobos solo les quedó el descenso, pero no de calidad, sino hacia el rock
cada vez más convencional, hacia sus raíces. Por ahí andan en el último tiempo,
creo que su último disco fue un acústico en el que recorren su carrera, y
también hay un rescate desde antes de ser siquiera Los Lobos, cuando eran una
banda que acompañaban cantantes chicanos en su barrio. Pero nunca está de mas
regresar entonces a nuestras raíces cretinas, a ese Kiko que recuerdo haberle
avisado a Mauricio Redolés el día que lo conocí que lo tenían en un ridículo
precio de oferta en la Feria del Disco chilena. Calculo que ese día se cimentó
nuestra amistad con Mauricio, que incluso reseñó el disco en algún diario
chileno, mencionando al que le había dado la pista. Pero, como se suele decir,
esa es otra historia. La de este sábado encantador, de sol y ventito lindo,
postal de verano perfecto, es la de Los Lobos, sonando a un play de distancia y
también en el Lado B de un Música Cretina de clásicos ídem, justito entre
Mauricio Redolés (nobleza obliga) y Michelle Shocked. ¡Pasen y escuchen!
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