Ella no piensa mucho en lo que ha hecho/ o en las cosas curiosas que siente/ Para ella es sólo una enfermedad que se contagió desde chica/ Una pequeña cosas que ella llama/ La herida que nunca se cura
El domingo amaga empezar, y lo mismo sucede con este tema del
gran Jim White. Junto con Joseph Arthur, Jim White supo ser el otro artista “convencional”
de los comienzos de Luaka Bop, el sello de David Byrne. Por eso llamaron mi
atención entonces, cuando asomaron, y desde entonces les pongo fichas. Y siempre
garpan. Cuento corto antes que canción, La herida que nunca se cura cuenta la
historia de una mujer que va despachando a sus parejas, una por una. Es del
segundo disco de White, llamado No such place. Hace poco el amigo Verdesio me consiguió
el original, y así pude leer una suerte de explicación de la filosofía del buen
Jim, perdida en el arte de tapa: “El principio que me ha guiado desde hace mucho
años fue la famosa línea final de Las Palmeras Salvajes, de William Faulkner,
que afirma: ‘Entre la tristeza y la nada, elegiré la tristeza’. Un día le
confié esa triste verdad a mi misterioso amigo, Diego Riewald. Me miró durante
un momento, y después empezó a reír incontrolablemente, contentándome: “Ok man,
pero para mi la idea de ‘nada’ es mucho más interesante”. Hasta este día, la
risa de Diego suena feliz en mis oídos. Gracias, sir”. Una risa similar es constituyente
de algo llamado Música Cretina. Y por eso es que La herida que nunca se cura
suena en el Lado B del último no-programa, entre el Canario Luna y Nacho Vegas.
Pasen y escuchen.
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