jueves, 25 de julio de 2019

Herbert Vianna, "Uns dias" (Paralamas)

Lloraba de amor/ y no porque sufría

Al de la foto esta vez seguro que lo conocen: se llama Herbert Vianna, y la imagen es de la contraportada del librillo interno de su segundo álbum solista, el despojado y poco conocido —al menos por estas pampas— Santorini Blues. Es una postal —guitarra acústica, bermudas, luz crepuscular— que captura la esencia de un disco que es como una guitarreada veraniega. De lujo, claro, pero guitarreada al fin. Ese es el espíritu que se cuela en el nuevo Música Cretina cuando asoma la voz y la guitarra de Herbert, apenas empezado el Lado A de un no-programa repleto de discos atesorados en mis estantes, como este trabajo del que nos separan unos —gulp— 22 años ya. Su historia es más o menos así: cuando Vianna se fue a los Estados Unidos a masterizar 9 lunas, el álbum que de alguna manera marcó el fin del romance de Paralamas con el mercado latino, había una serie de canciones que no paraba de tocar en su guitarra acústica. Una y otra vez, dale que dale. Si la conjunción de “guitarra”, “acústica” y “Brasil” remite inmediatamente a MPB, para el entonces siempre polémico Herbert —que más de una vez supo oficiar de vocero del hartazgo de los músicos de su generación ante la palabra siempre considerada santa de Caetano Veloso— esas tres iniciales estaban fuera de su vocabulario. El repertorio acústico del líder de Paralamas incluía, en cambio, entusiasmos recurrentes como Fito Páez, intereses rockeros y generacionales como el disco de Pete Townshend y Ronnie Lane, y en su mayor parte un repertorio propio, basado en temas ya grabados por el grupo, como el epifánico Uns días, que es el que suena en este Música Cretina. Un tema en carne viva, piedra fundamental del consagratorio Bora bora, el disco con el que Herbert comenzó a acercarse al mundo del rock argentino cuando Charly García se sentó al piano para la balada Por quase um segundo. “Probé tantas frutas/ que te dejarían tonta”, canta Vianna en Uns dias, una canción que es posible que haga referencia al final de su accidentada relación con Paula Toller, la cantante de Kid Abelha. “Yo estuve afuera unos días/ yo te odié unos días/ yo te quise matar”, es como termina una letra que comienza celebrando y termina confesando, un arco que comienza en la liberación, sigue con la culpa y termina en el rencor en apenas tres minutos. Con cuarenta y tres segundos, para ser precisos. Volviendo a la historia del disco que aloja esta versión, fue durante unas horas libres durante esa mezcla norteamericana de 9 lunas que el líder de Paralamas grabó de corrido aquel repertorio, con la asistencia del técnico Jerry Napier, que —como le gustaba recordar por entonces a Herbert— solía trabajar con Neil Young. Así como su debut como solista despertó cierto resquemor entre sus compañeros de grupo, que consideraron que aquellos temas debieron haber formado parte del repertorio de Paralamas —y alguno finalmente pasó, efectivamente, de E batumaré a Severino—, Santorini Blues debe su existencia al entusiasmo de Joao y Bi por ese “demo”, que sonaba una y otra vez en el auto del cantante y terminó siendo editado casi sin agregados (uno de los pocos es el teclado que se escucha al comienzo de Uns dias, justamente). Eso sí, estoy seguro que la cinta original debía tener grabado algún tema de Tom Verlaine, del que Herbert es tan fanático que cuando lo conocí, durante la sesión de fotos para esa primera nota, nunca dejó de tocar una y otra vez los acordes de Glory, de Television, en la guitarra que llevaba colgada. Se lo recordé hace poco, en la sala de ensayo que el grupo tiene armada en el departamento de Joao Barone, el baterista, en Río, y reveló que hizo lo mismo durante el comienzo de su luna de miel con Lucy, al punto de que su flamante mujer le prohibió Verlaine o Television durante el resto del viaje. Confesaba unas lineas antes mi sorpresa ante las dos décadas que nos separan de un disco que me parece que fue ayer cuando lo escuché por primera vez, pero la verdad que no solo el tiempo separa aquel recuerdo de este presente en el que Vianna es otra persona, y al mismo tiempo la misma que conocí entonces. Es un sobreviviente atravesado por una tragedia de la que escapó gracias a la ayuda de sus amigos y de la música, pero al mismo tiempo ha quedado atrapado en ella. Y ahora cuando repaso Santorini Blues, es inevitable no detenerse en una de las perlas de su repertorio, el inédito Luca, que quedó fuera de Paralamas porque sus compañeros lo consideraron demasiado personal, ya que se refiere a la experiencia de tener un hijo. “Abre los ojos para ver el mundo/ todo es nuevo para tus ojos nuevos”, cantaba entonces Herbert, y es imposible reprimir un escalofrío al escuchar hoy el verso final de la estrofa, que repite y cambia: “Todo es nuevo para mis ojos viejos”. Porque no hay forma de no pensar en este Herbert que perdió todo, incluso la memoria, y la recupera día a día, viviendo en carne propia ese último verso. Todo es nuevo para los ojos viejos de mi amigo Herbert, un milagro musical, dueño de una fuerza vital única, que invita a seguir adelante, pase lo que pase, con la música como estandarte, siempre canción a canción.

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