Los deseos no envejecen/ a pesar de la edad
Creo que escuché hablar por primera vez de Franco Battiato
en las reseñas de revistas como Tren de Carga o Twist y Gritos, las revistas de
rock que asomaban hacia el fin de la dictadura, con una voz diferente a la
decana de todas ellas, la Pelo. Como habían evolucionado desde el under, desde
la época de las revistas fotocopiadas, abrochadas y vendidas en el Parque
Rivadavia (o en un quiosco señero, el de Corrientes y Paraná), tenían otra
autoridad, la que proviene de la pasión y el discurso directo. No te vendían
ningún buzón, digamos. Pero también estaba el riesgo de atrapado en sus
caprichos. Ese primer contacto con Battiato fue una reseña de La voz de
amo, el disco que lo
convirtió en una mega estrella europea, y –pese al histórico desdén del rock
local hacia todo lo que no era anglo— lo trataban con mucho respeto y
curiosidad. No llegaban al entusiasmo, pero casi. Eran tiempos electrónicos y
new romantic, y Battiato se había entregado a las programaciones. El resultado
era intrigante e hipnótico, a pesar de que la voz en italiano recordaba más que
nada los concursos de tele basura, estilo San Remo. Años después, la
información de Battiato empezó a llegar vía Radar. Ya no se trataba de la
condescendencia del rocker ante una novedad que lo sorprende en su buena fe,
sino de la intelectualidad pop abriéndole la puerta al ídolo fértil, dándolo a
conocer. El año pasado Battiato finalmente llegó a Buenos Aires, y yo me lo
perdí. Pero Andrea Prodan me hizo volver a admirarlo, cuando charlamos en la
radio sobre el dueño de esa nariz que, según el hermano de Luca, “es un
cuchillo que corta hasta el inconsciente”. Con Luca, me contó Andrea, admiraban
al Battiato más tano y cantautor, el de los 70. "La estación de los
amores" es de su electrónica década siguiente, de Orizzonti
perduti, dos discos y dos años después de La voz del amo. Es
uno de los temas emblemáticos del mejor Battiato, ese que inspira, el que abre
puertas, el que incluso suena en su lugar después del rock de Cienfuegos y
Robert Pollard, como lo hace cerrando el Lado A del último no programa, supongo
que gracias a esa mitológica nariz, tan pero tan cretina.
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