jueves, 18 de julio de 2019

Juluka, "Desharrapados"

Desde ayer que estoy escuchando este disco, después de no hacerlo durante décadas. La foto no es mía, yo nunca lo tuve en vinilo, lo que llegó a mis manos durante mi adolescencia fue apenas un cassette que vaya uno a saber ahora por dónde anda. Pero tengo que agradecerle al anónimo empleado de una discográfica local el haber decidido editar a un ignoto grupo sudafricano en un país aún en dictadura, porque fue algo que me abrió la cabeza y me mostró que existía un camino más allá del rock anglosajón que fue mi primer dieta musical durante aquellos años formativos. ¿Por qué lo habrán editado? ¿En honor a unos milicos que se enorgullecían de romper el apartheid? Vaya uno a saber, pero si ese disco no hubiese llegado tan temprano a mis manos —y oídos— tal vez mi camino como oyente musical hubiese sido otro. Recuerdo que Miguelito en Mafalda se obstinaba en decir que, aunque hubiese sido otro, igual nacía. Y es posible imaginar que sin este disco de Juluka hubiese sido el mismo que soy, pero no está de más agradecer el atajo. Si lo he vuelto a escuchar es porque ayer me enteré de la muerte de Johnny Clegg, el músico blanco sudafricano detrás de aquel grupo y aquel disco, junto a Sipho Mchunu, el zulú que le enseñó su música. Juntos mezclaron razas —y tradiciones musicales—en una época en que no se podía hacer eso en Sudáfrica, y terminaron haciendo historia, aun cuando en ese momento sólo se condenaron a no poder tocar jamás ya que eran una banda interracial, y a Clegg a terminar más de una vez detenido cuando era descubierto por la policía en los barrios exclusivamente destinados a los negros. Este Desharrapados es el cuarto disco del grupo, y el primero que grabaron para una multinacional, o sea el primero distribuido internacionalmente. Si bien no llegó a ser un éxito, tuvo su influencia, y el tema que lo bautiza, Scatterlings of Africa, llegó a ser un hit menor, y terminó —regrabado por el grupo de Clegg que sucedió a Juluka, Savuka, ya sin Mchunu y cantando sólo en inglés— en la banda de sonido de Rain Man. Obviamente que nada sabía ni imaginaba yo cuando aquel cassette llegó a mis manos entonces, pero había algo diferente ahí. Algo que hizo que se lo hiciera escuchar impiadosamente a mis amigos de entonces —con los que escuchaba, por ejemplo, The Police, cuyos intentos de reggae funcionaban como vínculo con este disco—, intentando compartir con ellos aquella iluminación. Lo escuché tanto entonces, que cuando me enteré de la muerte de Clegg, busqué el disco en internet e hice play, descubrí que aún recordaba pedazos de letra, melodía y arreglos. Es verdad, el sonido delata la cruel época sonora de la que procede —los 80— pero a mi memoria no le importa. Es mas, quiere que suene exactamente así. Leo por ahí que Clegg tenía 66 años y murió de cáncer, y pese a ser un decidido militante antiapartheid que le puso el cuerpo a la causa, las paradojas de siempre quisieron que con el boicot internacional se le hiciese difícil trabajar con su grupo en Gran Bretaña. Y que su pequeña venganza fue cuando Nelson Mandela subió a acompañarlo al escenario en 1999, algo que se puede buscar en YouTube. También leo que Mchunu sobrevivió a Clegg, y recuerda que fue más que un hermano para él. Bautizado como el Zulú Blanco por la EMI cuando lo firmó en los 80, un sobrenombre que Clegg detestaba según escribe Diego Manrique en su obituario para El País, Clegg es ídolo en África, y Dios en Sudáfrica. Hizo lo que era impensable para los blancos entonces allí: hacerse amigo de un músico negro callejero. Y al mismo tiempo es lo que lxs chicxs han hecho desde siempre que la música es música: irse a tocar con esx amigx, aprender su música, armar un grupo, y querer tocar juntxs por ahí. Yo te saludo Johnny, le pusiste el cuerpo a lo que tocaste, y me abriste las orejas. Y me gusta pensar que yo también me hubiese ido por ahí con vos y con Mchunu, a escucharlos tocar esa música que aún hoy mi memoria recuerda.  

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