Saludo y pateo la mirada del dolor. Eso cantó Palo, eso cantamos todos una y otra vez, y aquí estamos, cantándolo otra vez, pero ahora Palo ya no está. Y es algo que todavía resulta difícil de creer. Cenizas y diamantes, Patria o muerte, su música exigió desde el mismísimo comienzo un ida y vuelta constante, ese todo o nada que el rock se pasa prometiendo, pero sin nunca pagar la cuenta. Desde que me acuerdo, Palo siempre garpó. Y me acuerdo de mucho. Yo fui su público. Desde el primer disco, yo fui su público. Si me esfuerzo, todavía me acuerdo de la primera vez que escuche por la radio aquel hiperdifundido Rosario en el muro en la Rock & Pop, pero me cuesta todavía menos recordar ese segundo disco de Don Cornelio, el que por entonces nadie pasaba por radio. Palo fue todo, todo junto, todo ahora. Fue punk con flores, fue dark de mediodía, fue una risotada eterna, el goce de estar vivo. Yo voy y escupo en tus aparatos, me cago en tus edificios cantó Palo y cantamos todos, cómo no, si fue nuestro Luis Alberto, pero ningún barro tal vez, barro seguro, y solo barro y mas barro hasta que haya luz. La gente no sabe y miente, inventa y fabrica. Repaso sus canciones para escribir esto e inevitablemente me detengo en frases cómo esa, porque cada letra guarda un tesoro, y Palo era alguien al que los tesoros se le caían de las manos. No podía evitarlo, quería ser dark y era poeta, quería ser del campo y era dark, quería la naturaleza pero le salía rock por los poros, en cada una de sus carcajadas de gallo, ese extraño vomito de risa que era su marca de fábrica. Por excesivo, siempre, también lo quisimos. Hay una anécdota increíble, que lo retrata: cuando arrancó con Don Cornelio el disco fue elegido como revelación en la por entonces consagratoria encuesta anual del Si, y se ganó un lugar en la foto de tapa de fin de año, al lado de los popes. Pero cuando llegó el momento de tomar la foto, anotó mal la dirección o llegó tarde, o las dos cosas, y se lo perdió. Invitado a formar parte del rock oficial, se quedó en la puerta, sin poder entrar. Ese siempre fue Palo, y por eso eso sin dudas lo querremos siempre. Parado aquí, escucho las voces, son cantos de gloria. Así arranca Cenizas y diamantes, y así es como increíblemente parece terminar todo esto, con estas voces que lo despedimos en las redes, cantos a toda su gloria. Adiós Palo, tantas noches compartidas, tantos éxtasis hechos canción, tanta poesía urbana y cotidiana, y por eso aún más poesía. Tanto rock y más rock. Siempre fuiste la flor en el tacho de la basura. Rompiste como solo vos supiste toda esta trampa.
(La foto es de Ezequiel Pontoriero y Leo Vaca, y forma parte del arte de su último disco de estudio, Transformación, grabado junto a su grupo La Hermandad)
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