Mañana de martes feriado de carnaval, salgo a hacer las
compras y veo a un reciclador de basura metido hasta la cintura en un
contenedor. Está sacando papeles que alguien descartó, dejando que se apilen
sobre el asfalto casi sin mirarlos. Hay revistas en diversos estados de
conservación, muchas hojas sueltas, libros con el lomo desarmado, partidos al
medio o sin tapas, pero algunos están todavía enteros. De pronto, reconozco
uno. Es Variaciones en rojo, de Rodolfo Walsh. Supongo que quien lo habrá
tirado no sabía qué era lo que tiraba a la basura, simplemente pensó que se
estaba sacando de encima papeles viejos, tal vez ajenos, cosas para él sin
valor, que necesitaba descartar de una vez para dejar paso a lo nuevo. Quien lo
rescata, aún no sabe qué es lo que ha encontrado, está dedicado a sacar a la
luz su hallazgo, para poder revisar lo conseguido cuando ya no haya más que
rescatar. Por un segundo pienso en cruzar la calle, levantar el libro, hablar
con quien esta a punto de ser su nuevo dueño, evaluar si me lo llevo, o al
menos preguntarle si sabe quien es, incluso recomendárselo. Pero todo eso es
literatura. La realidad de esta mañana de fin de febrero es que, a casi un mes
de que se cumplan 40 años de su desaparición, hay un libro de Rodolfo Walsh
tirado en la calle. Pero está tirado allí no porque haya sido descartado, sino
porque alguien --sin saber aún lo que ha hecho-- lo ha rescatado de su destino.
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