Cuando el viento me sople al oído/ que ya no estás pensando en mí/ voy a incendiar este hospital/ voy a arrasar este país
Así arranca La visita, el tema que abre el
primer álbum solista de Garo Arakelián, ex guitarrista y compositor del grupo
uruguayo La Trampa, que se bajó de su éxito creciente cuando sintió que lo que
estaba tocando no le decía nada. Y se volvió a su trabajo de todos los días,
hasta que volvió a tener algo que decir. Lo que tenía para decir está en el
extraordinario Un mundo sin gloria, un disco que es el Murder
Ballads de Nick Cave rioplatense. Porque Garo le presta voz en las canciones
a personajes a punto de estallar, impredecibles, o que ya lo han hecho, han
estallado, y los restos de sus respectivos mundos, y de sus vidas, se les
escurren entre las manos. Un mundo sin gloria se editó en
Montevideo hace ya un par de años, y lo hicimos sonar bastante en Música
Cretina. Pero ya lo venía esperando con ganas desde antes de su edición, porque
Garo me había anticipado –en el viaje de regreso de unas inolvidables
vacaciones rockeras en Punta Rubia, donde lo conocí—que estaba trabajando en un
puñado de canciones en las que intentaba darle voz a personajes, escapar de la
trampa del rocker que sólo habla de su vida, una en la que realmente no suceden
demasiadas cosas. Y realmente lo logró, aunque haya un par de historias propias
en este debut como solista, que además terminaron siendo de lo mejor del disco,
como La móvil o Celebración, que ya sonaron en su
momento en este no-programa. Y volverán a sonar, claro. Creo que casi todos los
temas de Un mundo sin gloria –que ahora se puede escuchar enterito en YouTube--
se escucharon por acá, como el trágico final de Delmira Agustini, que habita Andes 1206, el primer corte del álbum. O la despedida de Gloria en
el tema que bautiza el disco, la historia del suicidio de una casi anónima
mujer policía, que contó en una crónica magistral el periodista uruguayo
Leonardo Haberkorn, y Garo hizo canción. Contundentes murder ballads, que
hielan la sangre y provocan escalofríos, temas de extraña belleza, como los dos
que abren el disco, Diente de león y La visita, postales
de antes o después de las crónicas sangrientas que habitan las páginas
policiales de los diarios, y que merecen sonar al sol de un viernes santo, qué
joder. Porque son canciones que lavan los pies de los crímenes más silenciosos
de una sociedad que parece empecinarse en buscar una y otra vez la misma
piedra, para no dejar de tropezarse. El viento me llena la cabeza/ y que me
olvides/ me vuelve loco, se escucha en la inquietante La visita,
que se deja escuchar también justo cuando hace falta en el Lado B de un Música
Cretina que no tiene nada de santo. Por suerte.
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