viernes, 15 de agosto de 2014

Miguel Abuelo c/Horacio Fontova, "Pica mi caballo"


Quisiera ser esa flor/ que siempre vas a regar

Buen día, día. Siempre digo que ver a Miguel Abuelo fue el momento en el que cruce el Rubicon al final de mi adolescencia. No hubo vuelta atrás. Habíamos ido a ver a los Abuelos con mis amigos de entonces, y con las hermanas de esos amigos también, lo más importante. Presentaban en Vélez su disco Vasos y besos, cuyas canciones habíamos cantado durante todo el verano en las guitarreadas de Gesell. No se trataba del estadio completo, habían puesto el escenario fuente a una de las plateas, la única habilitada. Después de la primera parte, Miguel se quedó solo en ese escenario, que era como un ring montado sobre el césped, con el resto del estadio vacío detrás. Arrancó con Pica mi caballo, y algo empezó a suceder en mi cabeza. Es en joda o es en serio, me pregunté. Mis amigos se reían, pero no tanto, y de pronto me di cuenta que, si, había joda ahí, pero era también bien en serio. ¡Y estaba buenísimo! No me voy a olvidar más ese dilema, y esa huida hacia adelante. Hacia lo que está más allá de nuestras narices, más allá del prejuicio y de lo que se comprende inmediatamente, más allá de lo que estamos acostumbrados a escuchar. Y más acá, cerquita de esa sensibilidad que está siempre lista para avisarnos que tenemos mucho más lugar que el que pensamos para esta clase de cosas. Sólo hay que abrir los ojos –y las orejas—y ver. Y escuchar. Pica mi caballo, Miguel. Vos fuiste el primer cretino de todos en mi altar, el primero en saber mezclar música de todos los colores, en romper la continuidad musical buscando una cabeza despierta, y los sentidos atentos. Música Cretina, qué tanto. Por eso suena casi al comienzo del Lado B, desde aquel desparejo álbum solista de los ochenta, el que lo tenía disfrazado en la contratapa como un bizarro gauchito gay, acompañado por Horacio Fontova. Pasen y piérdanse sin miedo en ese mundo que nos está esperando más allá de la puerta de aquel camino real.

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