Quisiera ser esa flor/ que siempre vas a regar
Buen día, día. Siempre digo que ver a Miguel Abuelo fue el momento
en el que cruce el Rubicon al final de mi adolescencia. No hubo vuelta atrás.
Habíamos ido a ver a los Abuelos con mis amigos de entonces, y con las hermanas
de esos amigos también, lo más importante. Presentaban en Vélez su disco Vasos
y besos, cuyas canciones habíamos cantado durante todo el verano en las
guitarreadas de Gesell. No se trataba del estadio completo, habían puesto el
escenario fuente a una de las plateas, la única habilitada. Después de la primera
parte, Miguel se quedó solo en ese escenario, que era como un ring montado
sobre el césped, con el resto del estadio vacío detrás. Arrancó con Pica mi
caballo, y algo empezó a suceder en mi cabeza. Es en joda o es en serio, me
pregunté. Mis amigos se reían, pero no tanto, y de pronto me di cuenta que, si,
había joda ahí, pero era también bien en serio. ¡Y estaba buenísimo! No me voy
a olvidar más ese dilema, y esa huida hacia adelante. Hacia lo que está más
allá de nuestras narices, más allá del prejuicio y de lo que se comprende
inmediatamente, más allá de lo que estamos acostumbrados a escuchar. Y más acá,
cerquita de esa sensibilidad que está siempre lista para avisarnos que tenemos
mucho más lugar que el que pensamos para esta clase de cosas. Sólo hay que abrir
los ojos –y las orejas—y ver. Y escuchar. Pica mi caballo, Miguel. Vos fuiste
el primer cretino de todos en mi altar, el primero en saber mezclar música de
todos los colores, en romper la continuidad musical buscando una cabeza
despierta, y los sentidos atentos. Música Cretina, qué tanto. Por eso suena casi
al comienzo del Lado B, desde aquel desparejo álbum solista de los ochenta, el
que lo tenía disfrazado en la contratapa como un bizarro gauchito gay, acompañado por Horacio
Fontova. Pasen y piérdanse sin miedo en ese mundo que nos está esperando más
allá de la puerta de aquel camino real.
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