Estoy viviendo en un mundo extraño/ O al menos así me parece a mí/ Soy el chico en la burbuja/ O el viejo en el mar/ Un saludo para Frankenstein y Drácula/ Sus necesidades parecen simples y ordinarias/ Cuando las comparás con esos creyentes fanáticos/ Escuché que siempre están esperando que llueva
Cuando salió el primer disco de Elliott Murphy a comienzos
de los 70, el legendario crítico Paul Nelson escribió en la reseña de la
Rolling Stone que era el mejor disco de Dylan desde John Wesley Harding. Tres
décadas más tarde, en cualquier momento podría entusiasmarme y repetir
semejante hipérbole cambiando aquel primer disco por este tema (y la mención a
JWH por el último Bob), que abre el último álbum del buen Elliott, no por nada
titulado simplemente Elliott Murphy. Uno de los tantos en sumarse a la lista de
ser el próximo Bob –algo que sufrió también a su compañero generacional, Bruce
Springsteen--, Murphy encarnó algo así como Gran Gatsby del rock de esa tierra cada
vez más yerma que fue el género durante los 70. Tratando de llevar la mirada de
Lou Reed al lugar del cantautor, Murphy es uno de los pocos que se drogó tanto
en la costa este como en la oeste, y sobrevivió para contarlo. Para eso debió
soportar la indiferencia de sus compatriotas y el exilio en Francia, donde pudo
reinventarse lentamente, y durante la ultima década ha ido editando disco tras
disco, regresando a su mejor momento. Yo le sigo la pista por culpa de un libro
de letras de la colección Espiral, en el que lo presentaban junto a John Cale y
Kevin Ayers como uno de los poetas malditos del rock, y la verdad que esas
traducciones llamaban la atención. Después llegó a mis manos la compilación
Diamonds by the yard, una retrospectiva de su trabajo entre 1973 y 1977, que
incluía himnos que recomiendo revisar, como Last of the rock stars, You never
know what you’re in for (con ese delicioso estribillo que reza “Somos todos
adictos y camellos y cafishios y putas”) y la irresistible The love song for
Eva Braun, donde no se priva de mencionar Argentina. Cuando tuve ocasión de
entrevistarlo, para una nota que lamentablemente nunca escribí, el hombre me
pareció encantador y muy atento, y hablamos de esa canción, de Buenos Aires y
de su nueva época como cantautor. Hasta me mandó por correo sus discos,
convenientemente dedicados. En uno que había sacado por entonces con Iain
Mathews, hizo una gran versión de Blind Willie McTell que supe hacer sonar en
Supernova. Gracias a internet últimamente es más fácil seguirle la pista, y es
bueno saber que Elliott sigue haciendo lo suyo. Esta versión en vivo de Poise’n grace –veneno y elegancia, digamos—no está a la altura de la del disco, que sí
suena orgullosamente cerrando el Lado A del Música Cretina de esta semana. Pero
es lo que hay en YouTube. Y es la mejor excusa para hablar un rato de Elliott,
el hombre que nos recuerda que somos todos adictos y camellos y cafishios y
putas. Que nunca sabemos lo que nos espera.
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