"Cambié mi número de teléfono para que no puedas llamarme a casa/ Y no puedas decirme esas cosas que me hacen caer de rodillas"
Ella se llama Lucinda Williams y canta versos como éste en el nuevo Música Cretina. En realidad viene cantando cosas así desde siempre, desde que saca discos, y más específicamente desde el álbum donde salió originalmente este temazo, que tiene fecha de 1988, y es el tercero de su cosecha. Cambié el tipo de ropa que uso, para que no puedas encontrarme por ningún lado/ Y no me puedas distinguir entre la multitud, y no puedas llamarme gritando mi nombre, sigue cantando Lucinda desde el que fue el primer simple de un disco bautizado simplemente con su nombre, casi una nueva presentación en sociedad, pero que entonces no sirvió demasiado. Si bien los críticos celebraron su aparición, y sus colegas empezaron a prestarle atención, hubo que esperar una década, hasta el éxito del contundente Car wheels on a gravel road (1998) para que nadie se pudiese dar el lujo de ignorarla. Cambié el nombre de esta ciudad para que no puedas seguirme/ Y no puedes tocarme como antes, y no puedes hacer que te desee más, se sigue desgarrando mientras tanto Lucinda, pero lo hace rockeando con la “implacable crudeza” de sus canciones. O al menos así las definió el escritor norteamericano Bill Buford, en un inolvidable perfil que escribió para The New Yorker. “Son implacables porque tratan implacablemente sobre el dolor, el anhelo o un deseo sexual que no podés sacarte de la cabeza, pero la mayoría de las veces tratan sobre la pérdida, y generalmente sobre perder algún imposible hombre desastre, que tiene más encanto y carisma de lo que una sociedad civilizada debería permitir, y que nunca cumple ninguna de las promesas que hizo cuando estaba borracho, drogado, caliente, enamorado, encarcelado, dolorido, loco, en rehabilitación o en algun otro estado romántico esencial pero frustrantemente atractivo de manera inexplicable”. Todo eso canta Lucinda desde siempre, y también desde este temazo, que supo versionar Tom Petty para la banda de sonido de la película She’s the one. Pero hagan la prueba, escúchenlo al buen Tom, y después vuelvan a Lucinda: no hay forma que vuelvan a poner la version de Petty, se lxs aseguro. O al menos eso es lo que viene pasando todos estos días, en los que la Williams y esta canción ocupan más y más mi cabeza. Porque a ella sí le creo que cambió la cerradura de su casa, su numero de teléfono, la clase de auto que maneja, la clase de ropas que usa, las vías debajo del tren, el nombre de la ciudad y todo lo que haya que cambiar ya que nadie puede dejar de ser quién es y de hacer lo que hace. Y entonces acá estoy, escribiendo sobre uno de los temas del nuevo no-programa en vez de hacer todo lo que tengo que hacer. Porque solo con música todo esto esto puede apenas acercarse a ser soportable. Y si es cretina, mucho mejor.
(Ah, la foto que ilustra este post es del neoyorquino Greg Allen, fue tomada en Agoura Hills, California, y fue tapa del disco Lucinda Williams, de 1988).
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